Breves de sábado (15/10/06)

Juan

por Adrián Alvarado

Juan se levanta y sale a trabajar, no piensa demasiado en lo que está haciendo, lo hace, se levanta y va a trabajar. En el camino hace como que piensa en lo que debe hacer, repasando entre la cortina de sueños su futuro día de trabajo, pero no piensa demasiado en lo que está haciendo, lo hace, trabaja y vuelve a su casa, mira tele, repite la ceremonia al día siguiente y así.

En general no se pregunta el por qué de las cosas, por qué trabaja donde trabaja, por qué le pagan lo que le pagan, por qué no le alcanza, por qué se casó, por qué tuvo hijos, por qué se separó. Transcurre, dice que vive porque no conoce otra forma de vivir, transcurre y los años se le escurren como arena fina entre los dedos.

Preguntarse por qué hacemos lo que hacemos en la mayoría de los casos no termina en una respuesta inmediata. Una respuesta adecuada exige una dosis de esfuerzo mental que pocos tienen ganas de hacer. Pensar cuesta trabajo y ese trabajo se suma al que tenemos que encarar todos los días, pero en muchos casos cuando a alguien se le ocurre tomarse el trabajo de pensar ciertas cosas, pasa que sale perdiendo y sale ganando al mismo tiempo, porque cuando uno piensa descubre, revisa, saca cuentas, hace balances, evalúa, rescata cosas que creía perdidas, repasa, piensa para atrás, vuelve y se proyecta al futuro, toma decisiones, cambia, crece.

Juan cree haber crecido pero no crece, dura, aguanta, y cuando la estantería se cae por su propio peso se queda mirando el estrago sin entender cómo pasó, por qué se vino todo abajo, qué hice yo para merecer esto, dice Juan, y si se pusiera a pensar un rato se daría cuenta que hubo un momento en que esa estructura daba señales de debilidad que él no supo ver o prefirió ignorar. Así estamos.


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