Reproducimos el editorial preparado para nuestro programa de radio a días del llamado presidencial al boicot a Shell. Aunque en la pelea de los precios han transcurrido ya otros rounds en estas semanas, lo publicamos sin cambios en esta edición de El Mango del Hacha, con la intención de que sirva para abrir un debate que será cada día más importante. El boicot por Miguel Espinaco No se puede negar que el tipo sabe llamar la atención, que sabe subirse cada vez al escenario para que todos los reflectores lo enfoquen, que sabe cómo ganar el primer plano. La convocatoria presidencial al boicot a la empresa Shell ha resultado un nuevo sketch presidencial llamado a convertirse en un clásico. "Hagamos una causa nacional, no le compremos nada, ni una lata de aceite. No hay mejor acción que ese 'boicot nacional' que puede hacer el pueblo a quienes se están abusando", dijo Néstor Kirchner desde su tarima, "gracias a Dios Petrobras y Repsol YPF no aumentaron", agregó para convocar al aplauso. La llamativa convocatoria ha recogido variados comentarios. Desde los que aplaudieron la audacia del presidente al verlo como quien cuida los ingresos del pueblo, como a alguien al que no le tiembla la voz para criticar con nombre y apellido a empresas multinacionales, hasta los que condenaron como excesiva y desproporcionada la intervención oficial en los mercados. Es cierto que el aumento de los combustibles producido por Shell es de un 4 %, un porcentaje similar al que aplicó La Serenísima a sus productos lácteos sin que se armara tanto revuelo. Esto ha dado lugar a que comenzaran las especulaciones sobre los objetivos ocultos del llamado al boicot que, a primera vista y sin hacer deducciones complicadas, beneficia a la brasileña Petrobras y a la española Repsol, socias en muchos emprendimientos. De esas especulaciones ha habido también para todos los gustos. Raúl De la Torre, en Página 12, se ha inclinado por entrever ocultas motivaciones americanistas en Kirchner, recordando que Shell evaluó durante un tiempo abandonar Argentina y vender parte de sus activos a la petrolera venezolana, pero que habría desistido de la operación al recibir órdenes de Norteamérica de "no facilitarle la entrada a la petrolera de Chávez". Si así fuera - concluye complaciente De la Torre - este dato agregaría un matiz que hace más comprensible la airada reacción de Kirchner ante el aumento de precios de Shell. Jorge Oviedo, en La Nación, se preocupa por afirmar que los consumidores saben qué hacer y en dónde comprar sin que el presidente se los diga con "inflamado" tono de campaña. Su preocupación es la solución de los conflictos pendientes con las privatizadas que "marcará el rumbo que tomará la inversión en el país y signará por años la competitividad de la producción local", según él. "Sería un error decidir sobre tan grave materia al calor de los actos de campaña y de los arrebatos de mal carácter", se preocupa el escriba del tradicional matutino. Las organizaciones de consumidores se sumaron felices a la cruzada: "use su poder como consumidor. No cargue en Shell" escribieron en sus afiches, y los piqueteros K con D´elía a la cabeza, salieron a escrachar a la empresa preocupadísimos por la suba del precio de las naftas, disimulando el hecho de que vienen dejando hace ya mucho tiempo perder su escaso valor a la limosna de los planes jefes de familia sin decir ni jota. Es difícil prever hoy la dinámica que tendrán los acontecimientos. Aunque Kirchner pretenda disfrazarse como defensor de los ingresos populares, en indisimulable que su jugada tiene más que ver con que ha decidido jugar fuerte en una pelea de negocios. Lo que deje de ganar uno, si el pueblo se encolumna detrás del llamado de Kirchner, obviamente lo va a ganar algún otro. Sin embargo, no sería la primera vez que una puja entre empresarios llevada con tanta vehemencia a la luz pública, termina convirtiéndose en una chispa para que los trabajadores potencien sus demandas. El peligro está y eso preocupa mucho a los analistas de diarios como La Nación, máxime cuando ya se ha dado la señal de largada para la tradicional puja entre precios y salarios. Más allá de todas estas consideraciones, el llamado al boicot se apoya en una ficción, en un cuentito sin ton ni son. Suponer que los precios pueden manejarse con decisiones de los consumidores - le compro a este, a este no le compro - parte de un supuesto totalmente falso, que los precios son decisiones completamente autónomas de los empresarios y entonces, un empresario bueno pondrá precios justos y uno malo - al que habría que castigar no comprándole - pondrá precios excesivos. Los precios, y su relación con los salarios y los ingresos populares, son apenas la expresión del robo del trabajo ajeno que se realiza en el proceso de producción, en el momento en el que el trabajo humano convierte algo inútil en algo útil o mejor, para decirlo en el lenguaje del capitalismo, en algo vendible. Incluso suponiendo un mercado en que haya una competencia perfecta, ese mercado expresará en sus precios ese robo, sencillamente porque de lo contrario no habría ganancia para el capitalista, para el que gana aunque no trabaje nada, simplemente porque es dueño de las máquinas, de la tierra o de los recursos financieros para que la producción se realice. Y para colmo de males, eso de la competencia perfecta existe nada más que en los manuales, en la realidad real, los mercados tienden a convertirse en oligopolios, con un puñado de dueños del juego que hacen sus acuerdos por arriba para aumentar los precios y la ganancia todo lo que se pueda. Y esto de los oligopolios muestra a las claras la hipocresía del llamado presidencial. ¿Por qué no se enoja Kirchner con Petrobrás y con Repsol? Al fin de cuentas, esas dos empresas tienen un costo de refinación de 8 dólares el barril de crudo y lo venden a casi 30. ¿Ese es un precio justo? ¿Qué hacemos presidente? ¿Por qué no las boicoteamos también? ![]() Opiná sobre este tema |
![]() ![]() |
||
|