Colaboración

Dos poemas

por Miguel Boasso

Miguel mandó junto a su “saludo anual del primero de mayo para los amigos”, dos poemas y un relato. Ahí nomás, le pedimos permiso para publicarlos y compartirlos con los lectores del mango. Ahí están, tal cual y sin truncar ni un punto.

Caminaban dos hombres
cargando sus pedazos
Como fragmentos de vidas
Explotados ellos
Como anestesiadas ellas.

Caminaban dos hombres
En busca de sus salarios
Eso los igualó.
Pero cuando creyeron hallarse
Resultaron ser ambos, sicarios.

Caminaban dos hombres
Y caminando se desangraban
Decían no entender
Porqué trabajar los mataba
Porqué lo que hacían los enajenaba.

Caminaban  ya sin caminar
Sin sangre sin dientes sin pensar
Y sin embargo ambos oían voces:
Todavía pueden sentir la fiebre
Todavía tienen la piel para dar.

Caminaban dos hombres
Unidos por ser, separados por estar
Drogados con sobredosis de realidad
Y por ello son juzgados
Con la justicia de la humanidad.

Poesía escrita una noche luego de una charla con un hombre en un bar, durante el almuerzo de ese día. El hombre, flaco y fibroso, de unos 40 años, borracho pero aún lúcido, se acercó a mi mesa y me pidió permiso para compartirla. Por supuesto que si, respondí.

Me contó su historia.

Nació en el campo, en una finca de Tartagal, en la que trabajó “hasta los 14 años”, luego a él y a su familia los subieron a un camión y los llevaron lejos, cerca del Pilcomayo. “Allí estuve unos 10 años” me dijo, y, “allí había escuela y aprendí a leer y más o menos a escribir”.

- ¿Y qué trabajos hacía? Le pregunté.

- Y...de todo lo que se hace en el campo. Vacas, leña, limpiar y llenar el tanque, ensillar, juntar el guano, cargar las bolsas al galpón.

- ¿Y le pagaban por su trabajo?

- Si. A mi me pagaba la señora. Y me daba algo de yerba, azúcar, ropa, jabón...pero todo lo que yo hacía era de ella.  Me daba una platita todos los meses y con eso yo iba al pueblo y compraba. Una vez compré la misma miel que yo había cosechado.

- ¿Y a qué pueblo se llegaba?

- ........ Me daba poca platita. Pero una vez le dije que me iba. Y me fui nomás. Ella me fue a buscar con su marido y su hijo, pero no volví.

- ¿Fue cuando se vino a Tartagal?

- Si. Aquí trabajo también en el campo y tengo pedido el subsidio. Quiero terminar la escuela y viajar al Paraguay.

Le brillaron los ojos y calló.

Vio que yo también lo estaba mirando a los ojos.

Pagué lo mío. Lo saludé y me fui.

Tartagal, comedor/boliche “Oh, bebe”
Pasaje Leloir y San Martín,
a metros de la Ruta 34.
Fin de julio del 2009.

 

Con el paso de los meses y por frecuentar el boliche en el que nos vimos, sin querer uno se va enterando de quién es quién.

Se llama Simón, y le dicen Corazón. Es un Wichí conocido en la zona.

También supe que, es “buena gente el Corazón, siempre dispuesto para el trabajo y muy hábil en el monte, se macha seguido, pero no es peleador. Es de pocas palabras y muy cumplido”. Y que en general “no habla con gringos”. Que les llamó la atención que hable conmigo.

En Corazón vi con toda claridad la alineación del concepto de trabajo en el sistema capitalista. Un hombre trabaja y produce, pero lo que produce no le pertenece, le es ajeno y extraño a él. Y comienza el proceso de la contradicción del hombre moderno: debe trabajar para producir algo que le será quitado, no puede hacer otra cosa que vender su fuerza de trabajo y su capacidad para transformar la naturaleza, para que otros se apropien del producto.

Nos iguala la condición de asalariados. Y de hombres que buscan. Por eso el plural.

A la noche escribí la poesía.

Y extrañé mi época de juventud en la que dudaba menos.

Sin embargo, me hallé bien y estuve de acuerdo conmigo.

Recordé que la justicia es un valor humano, por lo tanto imperfecto.

Somos lo que hacemos.

Lo que decimos.

Y lo que decimos que hacemos.

 

Muerte de la mirada

Parado ante el tribunal
se presentó sin nombre.
Dejó su ropa su piel sus vísceras
su historia su futuro sus sueños sus proyectos
su voz  humilde y clara violada por gritos
su rico idioma pobre sin dicciones
sus sabias e inservibles virtudes
y sus apagadas  herramientas antes motoras.

Dejó también sus manos
que aún buscaban dar caricias.
Dejó su silencio que no era mudo
y sus pies de niño que aún jugaban.
Dejó hasta sus últimos despojos.

Dejó dejó y dejó.

Dejó sus lágrimas secas
ya dejadas antes en otro rostro.
Dejó hambre y lucha y amor apasionado.

Le pidieron la máscara
Y dijo eso no tengo
Pero no le creyeron.

Dejó de dejar y le advirtieron.
Entonces...
dejó morir sus ojos
y quedaron sus cráteres vacíos.

Pero no. No fue suficiente....
le exigían la máxima ofrenda.
Ahora sí, de pie y temblando
el hombre se fue yendo con ella
y se fusiló mirándose por dentro.

La entregó viva y fogosa
salvaje y  fiera
aunque mansa, tranquila y libertaria
para la rebeldía futura.

La mataron al amanecer
en un acto por demás humano.

Quedó su mirada transparente
y el tribunal satisfecho,
todos muertos.

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