La patria acerada

por Enzo Vicentín

De golpe y como una casualidad fortuita, en los días previos a un nuevo aniversario del 25 de Mayo se abrió un frente de conflicto entre todas las cámaras empresarias y el gobierno nacional a causa de las estatizaciones de empresas siderúrgicas decididas por el gobierno venezolano. La patria argentina, que festejaba un nuevo aniversario, vio cómo sus principales empresarios salieron a reclamarle al gobierno que defienda los “intereses nacionales” en el extranjero. La Asociación Empresaria Argentina emitió un comunicado donde le recordó al gobierno que “las inversiones argentinas en el exterior son parte fundamental de la proyección internacional de nuestro país” mientras que la Unión Industrial Argentina exigió al gobierno que “arbitre los esfuerzos tendientes a revertir esta situación y defender los legítimos intereses de nuestro país en el exterior”. En sintonía con esos pronunciamientos, la organización empresarial IDEA manifestó que “la defensa de los conceptos de libre empresa, no excluye los imprescindibles controles que el Estado debe mantener sobre el cumplimiento de la ley, pero ello no significa sustituir al empresariado en la propiedad y en la conducción de su negocio”. Por su parte, Hugo Biolcatti, titular de la Sociedad Rural Argentina, declaró: “es de esperar que el Estado argentino ejerza con fuerza la defensa de un principio tan elemental para nuestra Nación como es la propiedad privada de sus ciudadanos y empresas, tanto dentro como fuera del país”.

El carácter nacional del festejo del 25 de mayo apela a la unidad de todos los nacidos en este país, a su sentimiento de pertenencia a una unidad que está más allá de las diferencias –del tipo que sean- y que nos iguala a todos bajo el amparo de la bandera, la escarapela o el himno. Pero como casualidad fortuita mientras se acercaba el 25 de mayo esa misma idea de nación era clara y abiertamente burlada por las asociaciones empresariales argentinas, a las cuales en algún famoso programa de televisión allá por la década de los 90 se las nombraba como las empresas “a las que le interesa el país”. Si la nación somos todos, ¿por qué el gobierno tiene que defender los intereses en el exterior de una poderosa empresa si esa empresa no es de todos nosotros? ¿Acaso todos somos Techint? ¿Los empresarios del grupo Rocca, propietario de Techint, son representantes de nuestro espíritu nacional? Si los intereses del país son los intereses de las grandes empresas, entonces el país no somos todos, sino algunos pocos y encima poderosos. ¿Entonces somos menos argentinos que Paolo Rocca y sus gerentes? Está claro que la idea de nación es una construcción que oculta las diferencias de clase que existen en cualquier parte del mundo, se llame Argentina, Venezuela o Japón. Pero más claro está que la política exterior es vista por los empresarios como una extensión de sus intereses privados, y por lo tanto cualquier fachada de diplomacia nacional se cae ante la exigencia del capital y la riqueza. Un problema aún mayor es que los empresarios no están solos dentro de esa concepción de la política exterior al servicio de sus empresas.

Y resulta que tanta apelación a la nacionalidad por parte de los industriales argentinos queda un poco renga cuando se ve que el grupo afectado por las decisiones del gobierno venezolano, es decir el grupo Rocca, que controla Techint y sus empresas subsidiarias, tiene orígenes en Italia, su sede fiscal en el principado de Luxemburgo, posee alrededor de 100 empresas esparcidas por el mundo de las cuales solo una parte se radica en Argentina, y sólo 3 de cada 10 empleos que genera en todo el mundo son en nuestro país. O sea, ¿a que capital nacional están hablando de defender? El panorama de las empresas que funcionan en Argentina es, para angustia de los nacionalistas, bastante sombrío: Horacio Verbitsky cita en una nota suya (“La argentinidad al palo”, Página/12, 31-5) que Según la Encuesta Nacional a Grandes Empresas, el 81,7 % del valor bruto de producción, el 83,8 % de su valor agregado y el 90,2 % de las utilidades del panel fueron generados por empresas con participación extranjera, que crearon el 62,9 % de los puestos de trabajo y pagaron el 69,4 % de los salarios. Hablar de que Techint representa al capitalismo argentino es como mínimo inexacto, además de desconocer que años y años de apertura al capital extranjero y globalización de activos financieros han cambiado la fisonomía del capitalismo a tal punto que es anacrónico hablar en Argentina de grandes empresas con capital exclusivamente nacional.

La reacción simultánea de las cámaras y organizaciones empresariales ante la nacionalización de las empresas Matesi, Tavsa y Comsigua, radicadas en Venezuela y pertenecientes totalmente o en parte al grupo Techint, fue vista por los medios como un mensaje no tanto en contra de Hugo Chávez sino de advertencia al gobierno argentino. Se sacaron a pasear fantasmas de estatizaciones y se dudó en que el gobierno de Cristina Fernández busque seguir los pasos del modelo chavista -así dicho despectivamente- como hablan los empresarios argentinos, después de las próximas elecciones. Resulta extraño el temor, ya que este gobierno nacional ha dado sobradas muestras que está lejos de apropiarse de sectores estratégicos de la economía. El petróleo sigue en manos de Repsol por ejemplo, y el acero seguirá en manos de Siderar y del grupo Techint a pesar de los lamentos y quejas de sus directivos. La estatización de las AFJP colocó al estado argentino en los directorios de algunas de las grandes empresas que funcionan en el país, entre ellas Siderar. Pero los funcionarios nacionales se han esforzado por aclarar que el Estado no quiere tener voto ni peso dentro de las decisiones de esas empresas. Pero como si esos gestos fueran insuficientes, luego de las estatizaciones en Venezuela el Ministro del Interior Florencio Randazzo declaró que "el Gobierno tiene una posición diferente a los venezolanos. Creemos en un capitalismo nacional y en la necesidad de la intervención del Estado en áreas específicas. Pero no vamos a salir a estatizar empresas". Por su parte, el de Planificación Julio De Vido dijo que “el Gobierno repetirá sin dudar las gestiones tal como lo hizo ante la nacionalización de Sidor, respetando como ha hecho siempre las decisiones soberanas de otros Estados, pero protegiendo los intereses de los nacionales". Al final los que piensan que la política exterior tiene que estar al servicio de las empresas nacionales no solo son los empresarios sino también los funcionarios del estado nacional. Como si ya no bastara para calmar los ánimos de las cámaras empresariales, el diario Clarín publicó  que “Néstor Kirchner instruyó a los ministros del Gobierno para que salieran a decir que el discurso del oficialismo forma parte de una estrategia de campaña” (“Kirchner atribuye a la campaña su pelea con los empresarios”, Clarín, 6-6), o sea que les dice a los empresarios que los pelea para que la tribuna lo aplauda y después del 29 de junio todos juntos y en paz.

¿Hacen falta más elementos para concluir que los temores empresarios carecen de fundamento y que el gobierno nacional los quiere de su lado? A mí me parece que no, pero al editor general del diario Clarín, Ricardo Kirschbaum, le parece que algunos sectores empresarios sospechan que el Gobierno puede avanzar en la misma dirección que Chávez, y que “aquí se pondrá en escena una versión argentina del "capitalismo de Estado". Esto es la combinación entre la presión del Gobierno y la disposición de sectores "amigos" a adquirir total o parcialmente empresas. Dos brazos de una táctica para adquisiones hostiles” (“¿Un ‘capitalismo de amigos’?”, Clarín, 5-6). Y a mi se me ocurre que el “capitalismo de amigos” que aterroriza a Clarín y a varios grupos empresarios no es una excepción en el funcionamiento del capitalismo, sino casi su absoluta costumbre. ¿Acaso Alfonsín, Menem o Kirchner no tuvieron sus estrechas relaciones con los mismos grupos económicos, o con algunos particulares de cada uno? El mismo funcionamiento del capitalismo y su necesidad de un Estado que ponga orden para los negocios, ¿no acerca indefectiblemente a empresarios y funcionarios? A esta altura ya dudo de que mis preguntas sean un exceso de ingenuidad, o sean un llamado de atención para los que piensan que hay que apoyar a Techint porque es una empresa insignia del capitalismo nacional. De lo que no dudo es que nunca vendí una plancha de acero ni cobré un solo peso de los dividendos que Techint repartió entre sus accionistas. Tampoco soy amigo de Paolo Rocca y nunca fui a conocer la planta de Siderar. Que cosa, ¿no? ¿Seré argentino o me habrán anotado mal?


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