Toda pero toda mía

por Miguel Espinaco

Uno de los clásicos de las discusiones preelectorales es el financiamiento de las campañas, las montañas de plata que mueven partidos y candidatos para convencerte de que los votes. Esta campaña, parece, no va a ser la excepción aunque ocurra en tiempos de crisis.

La primera candidata a diputada por la provincia de Buenos Aires Margarita Stolbizer ya tiró la primera piedra, asegurando que “Kirchner usa y abusa de los recursos del Estado” y que “De Narváez no cumple con la ley de financiamiento”.

Lo del oficialismo no es nuevo. Puestos institucionales y candidaturas se mezclan en un entramado inseparable y entonces los actos oficiales y los discursos electorales se mezclan, el uso de los bienes del estado, del famoso helicóptero por ejemplo, o del aparato de difusión oficial, resultan un gasto público a favor de la campaña privada, una mezcolanza que no resulta para nada simpática.

La inversión privada que ayuda a los candidatos a convertirse en el oficialismo futuro no enoja igual a los castigados ciudadanos que tienden a ver eso más natural. Lo que pasa es que la opinión media - que es la opinión impuesta por los medios de difusión - omite considerar que esas colaboraciones empresarias terminarán siendo en el futuro gasto público, que las empresas ponen plata no por ideología, sino para recuperar su inversión con algunas ventajas que conseguirán a costa del fisco si su financiado candidato tiene éxito.

Y hay otra cuestión más todavía, que es ocultada con todo éxito a la vista de los señores televidentes: si el que tiene posibilidades de facturar a cuenta del gasto público roba la plata que los que pagamos impuestos – y todos pagamos impuestos hasta cuando compramos el pan – juntamos moneda por moneda, esos señores que gastan a cuenta de su gasto privado, gastan también plata que nos exprimieron moneda por moneda a través del huidizo mecanismo de precios y salarios que también a todos nos incumbe, y que opera disimuladamente a través del mercado capitalista.

Es cierto que hay leyes para intentar impedir esta desmedida privatización de la política, leyes que ha fijado límites de gastos por partido y que establecen límites de tiempo a las campañas, pero los que tienen la plata conocen los recovecos para esquivar cualquier control, aparte de que la construcción de imágenes de candidatos como si fueran marcas de auto, la venta de humo para engañar a la gilada, es la sal de la democracia capitalista: nadie está seriamente dispuesto a terminar con eso.

Lo novedoso de esta campaña, lo que me llamó la atención a mí en esta campaña, es la reacción de algunos comentaristas que critican el despliegue de montañas de efectivo que hace De Narváez, pero que siempre hacen la salvedad de que se trata de plata de él, como si eso mejorara las cosas, como si las hiciera menos repugnantes.

Dejemos de lado que tanto dinero no se amontona de ninguna manera trabajando, que para juntar tanto hay que hacer trabajar a otros y quedarse con la parte del león, o sea lo que se dice un robo puro y simple. Fijate si no, que ningún tendero de barrio que labure de sol a sol en su comercio forjará nunca una fortuna que le permita bancarse una campaña electoral que cuesta tanta guita.

Y acá hablamos justamente de “tanta guita”, los números son escandalosos. De Narváez tiene una fortuna de unos 200 millones de dólares que alcanzarían para solucionar el problema de vivienda a unas 50.000 personas, es dueño de un Cessna Citation Excel de diez plazas valuado en más de 6 millones de dólares, que lo lleva volando a cazar votos y realizó su acto de contrición peronista comprando en un remate en la casa Christie’s, un uniforme de gala del General por 93 mil dólares y su biblioteca personal por 148 mil dólares.

Los avisos del candidato millonario duran unos 13 segundos en promedio y según detalla un informe publicado por la revista Veintitrés, se ven en los horarios de mayor audiencia de todos los canales de aire y cable: los domingos en Fútbol de Primera, por Canal 13, con el segundo tasado en 2.000 pesos, o en la tira Valientes, donde vale unos 2.700 pesos, el segundo dije, sí, el segundo. Un precio similar, detalla el informe de Veintitrés, paga por que su rostro aparezca en Los exitosos Pells, en Telefé.

El diario La Nación cuenta que “sólo durante el partido de fútbol entre la Argentina y Venezuela, en el que pudo vérselo con su esposa después de cada gol del seleccionado, gastó más de $ 550.000 entre la publicidad oficial y la otra, la no tradicional", esa que hace que la cámara te muestre como si fuera casualidad, justo cuando la mayor parte de la audiencia está mirando la pantalla.

Sin embargo muchos periodistas consideran un atenuante que la plata sea de él y el mismo De Narváez lo dice: "Esta campaña cuesta mucha, pero mucha plata, y es toda, pero toda mía".

Pero la verdad es que aunque la plata fuera de él, de él con toda justicia digo, ganada con el sudor de su frente, la cosa seguiría siendo lo más alejado de cualquier criterio de democracia: el que tiene una billetera grande se hará conocer, mientras nuestro tendero de barrio o cualquier trabajador de salario corto, tendrán que conformarse con seguir haciendo de votantes para que siempre siempre, gobiernen los mismos.


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