Cambiar nada realmente

por Miguel Espinaco

Hay elecciones en los próximos meses. En menos de noventa días, hay elecciones nacionales.

Es por eso que aparecen algunas discusiones ya vistas antes muchas veces, como esta de los operativos clamor como el que ahora pide a gritos a la Lilita Carrió que sea candidata, y otras novedosas como la de las listas testimoniales,  Aparecen los típicos deshojes de margarita como el ya resuelto del desprocesado Reutemann  o como el de la chica Pro, Gabriela Michetti, que también anda en la duda – me presento, no me presento.  Aparecen y se multiplican las declaraciones altisonantes para todos los gustos y mucho circo, poses para las cámaras para ponerse en el centro de la escena y buscar desde ahí los votos para seguir trabajando de políticos.

Hay sí, un par de debates que merecen mayor atención: el que propone genéricamente la oposición, referido a los estilos de gobernar, es uno de ellos.  Una discusión que no es nueva en esta Argentina de la periferia del mundo capitalista, en la que casi siempre todo termina girando alrededor de un liderazgo fuerte y las disputas se procesan en un definitorio a favor y en contra del líder de turno y no en el soñado debate en las famosas instituciones, que en general terminan casi pintadas en el escenario del poder.

La otra polémica es la del modelo.  El gobierno asegura que lo que se juega en estas elecciones es la aprobación del modelo oficialista en contra del otro modelo que en su construcción imaginaria bipolar, resultaría la vuelta al pasado.  El punto es interesante y vale la pena enfocarlo alrededor de un debate muy actual, la famosa inseguridad.

Se ha hablado ya bastante de cómo el manejo mediático ha llevado el humor social hasta el borde del paroxismo.  La golpiza a un fiscal en Lanús es apenas otro botón de muestra que deja anotado una vez más, que los que se consideran a sí mismos “los buenos”, están más locos que una cabra.  Culpa de las cosas que suceden, es cierto, pero mucho más culpa de la sensación multiplicada por el manejo amarillista de la prensa, que casi siempre oculta alguna necesidad política, lo que es decir, una necesidad de negocios.

Sea como fuere, la inseguridad es un dato verdadero porque el mundo es más inseguro, porque hay mucha marginación, caldo de cultivo para el reclutamiento de la mano de obra asalariada de un negocio – el del robo – que generalmente tiene empresarios para nada marginales: políticos y comisarios que liberan zonas y revendedores y desarmadores y toda una legión de reducidores que hacen que la línea divisoria entre lo legal y lo ilegal resulte al final casi invisible.

Pero volvamos al modelo.  Es cierto que no todos dicen lo mismo, no todos proponen las mismas cosas para enfrentar esta situación.  Desde los que se quejan de que los delincuentes entran por una puerta y salen por la otra y proponen alguna de las variantes de la llamada mano dura, hasta los que aceptan que la cantidad de jóvenes que ni trabajan ni tampoco estudian porque para qué, los que afirman convencidos que esa marginación es el problema a solucionar, hay algunas diferencias apreciables y que vale la pena no ignorar.

Ahora bien, cuando se analizan los llamados modelos: ¿Cuál es la diferencia?

Tanto los K, como la Carrió, como Binner, como Solá, como Reutemann o Rossi, todos parten de defender la existencia del capitalismo, esta formación económica social que funciona así, produciendo burbujas y crisis, riquezas y pobrezas que le sirven de espejo, que son parte del mismo problema.  Y la peor burbuja, la más dramática, es esta burbuja de gente que para el sistema no sirve para nada, marginados cuyo trabajo no es reclamado ni siquiera para ser explotado, carne de cañón para las cárceles, humanos subhumanizados disponibles para cualquier servicio, muertos vivos.

A la hora de hablar del modelo, el modelo es el capitalismo y es el mismo para todos y por eso nadie habla de un subsidio generalizado de desempleo que empuje afuera de la marginalidad a unos cuantos, nadie habla de pensar otra forma de distribuir el trabajo social que hace falta, otra forma que no sea nada más la iniciativa de un señor panzón que quiere ganar más y más plata, otra forma de distribuir las horas de trabajo para que haya ocupación plena.

Todos están de acuerdo en las cuestiones principales, por eso estos temas ni aparecen en el debate electoral, no se habla de ninguna de estas medidas concretas ni de muchas otras que deberían tomarse.

Claro.  Es más fácil y menos comprometido hablar de abstracciones, de modelos y de estilos, de cosas así que no obliguen a cambiar nada realmente.

Cambiar nada realmente….. ¿no se tratan acaso de eso las elecciones en la democracia del capital?


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