Padre Alfonso

por Javier González

La línea 10 de colectivos hace  un largo recorrido desde Casa de Gobierno hasta la Granja La Esmeralda y más allá. Es decir, desde el zoológico animal hasta el zoológico humano o viceversa.

Después de las 13 hs., cuando la actividad se agota en el sur de la ciudad, cientos de trabajadores son devueltos a sus casas haciendo realidad el deseo del viejo general, “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”.

¿Viste que murió Alfonsín? Dice una voz dentro del colectivo.

En la Argentina de estos días contarle a alguien sobre la muerte de  Alfonsín es más obvio e insulso que el programa de Luis Majul.

Sin embargo la voz insiste: ¿Viste que murió Alfonsín?

La voz proviene de una chica de unos 17 años, pelo corto, que lleva unas carpetas en sus manos y una mochilita. Tiene toda la apariencia de ser estudiante secundaria.

Además lleva guardapolvos.

Su compañera pregunta: ¿quién?

- Alfonsín, el padre de la democracia! Dice sobradora.

- Ayyyy! Si ese viejo era el padre quién será la madre!

Ambas ríen y la conversación termina allí.

Automáticamente, los que habitamos momentáneamente el colectivo de la línea 10 comenzamos a pensar…

Es cierto, ese concepto biologista que proponen los medios de comunicación queda rengo sin una madre…

¡Lita de Lázzari! ¿Puede ser Lita de Lázzari la madre de la democracia?

Evidentemente no, se la pasa alabando a Videla.

¡Lilita Carrió, una madraza!  Tampoco, según dicen por aquellos tiempos andaba vinculada a la dictadura allá en el Chaco del dengue.

¿Cristina?   No.

¿Fernández Meijide? Menos…

¿Shakira? Tampoco, si está con Antonito…

¿Vilma Ripoll? No, muy trosca…

No quedan muchas opciones.

Aunque, pensándolo bien, que mejor madre que la madre tierra y si de tierra hablamos que mejor representante que la Sociedad Rural.

¡La Sociedad Rural, madre de la democracia!

No, pensándolo mejor, tampoco puede ser porque por aquellos años la Sociedad Rural cantaba loas a los militares, insultaba presidentes (Alfonsín incluido) y hacía lobby por sus mezquinos intereses.

Bah…igual que ahora.

¿Quiénes son, entonces, ese padre y madre que un día decidieron hacer caso a los obispos, tiraron los preservativos a la mierda y se dedicaron a procrear la democracia?

Nadie. La democracia no tiene ni padre ni madre.

Las empresas dueñas de los medios de comunicación y los partidos políticos que defienden esos intereses construyen día a día ese discurso que cala hondo en muchos sectores.

Si se lo toma linealmente, el discurso suena bonito, todos juntos despidiendo al gran padre de la democracia. Los obispos, la Sociedad Rural, la Franja Morada, el Grupo Clarín y el pueblo que se agolpa para el último adiós.

Todo ordenado y bien cubierto por cientos de periodistas que no dejan de transmitir un velorio como si fuera otra fiesta de la democracia.

Pero si uno se adentra un poco más en la lógica de ese discurso, se encuentra con que en el fondo no es más que una expropiación de la memoria.

Busca robarnos la memoria para construir otra donde no existe la construcción colectiva.

Busca crear la idea de una sociedad donde no existen las luchas sociales, donde la pelea, la resistencia y la  construcción de miles y miles de argentinas y argentinos no existen y si las cosas ocurren es porque, de tanto en tanto, aparece algún iluminado que nos regala cosas que no merecemos, como la democracia.

Dicho en otras palabras es un discurso que nos coloca en el rol de deudores, pero de deudores de nuestras propias luchas, de nuestras propias resistencias, de nuestras propias construcciones.

Ni más ni menos que como casi todo en el capitalismo, donde la producción y la construcción colectiva de millones son expropiadas por una ínfima minoría que despilfarra por doquier, que nos cuenta nuestra propia historia y que, de paso, se dedica a estropear el planeta.

El largo viaje  de la línea 10 llega a su término. Hora de bajar.

Alfonsín está muerto.

De Mazzorín no se tienen noticias.

¿Y Cumbio? ¿Qué habrá escrito Cumbio en su fotolog?


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