Los consejos de Seguro

presentados por Adrián Alvarado

Por aquellos tiempos no hablábamos mucho, es probable que no tuviéramos gran cosa que decir o que no supiéramos como hacerlo, por eso, medio que reemplazábamos las palabras por actitudes, poses, gestos, formas de caminar o de vestir. El sombrero, por ejemplo, hablaba por nosotros, si estaba ladeado o derecho decía cosas distintas, si llevaba cinta o no y de qué color. La pilcha y la percha ponían de manifiesto tu personalidad y tus circunstancias, se notaba por la ropa y tu actitud, si eras pobre sin remedio o si estabas saliendo de pobre, por tu propio esfuerzo o por el esfuerzo ajeno. Teníamos que tener traje a medida, si no tenías al menos un traje hecho por un sastre eras un paria.

Apenas me cansé de la escuela le pedí a mi viejo que me consiguiera un conchabo como aprendiz en un taller, él era viajante de comercio y conocía a muchos mecánicos porque el auto que tenía se le descuajeringaba dos por tres. Un gringo que vivía a dos cuadras de mi casa resultó estar necesitando un ayudante, conocía a mis viejos y me conocía, al otro día estaba trabajando, aprendí rápido, a los dos meses ya estaba enseñándole a otro y había encargado mi primer traje. Lo estrené en un baile del club, estaba más agrandado que galleta en café con leche, las purretas se preguntaban entre ellas si era el mismo chabón que hasta no hace mucho andaba de pantalones cortos.

Me sentía un poco desubicado, todavía no era un hombre y tampoco había dejado de ser un pibe, una parte de mi aun se sentía atraída por ese espíritu infantil que jugaba a quitarse una pelota de trapo, la otra ansiaba tener bigote y prender un cigarrillo con gestos precisos; estaba trajeado, parecía un hombre y debía comportarme como tal. Mis amigos andaban todavía con los cortos y se mantenían alejados, no sé si era respeto o me consideraban un traidor, la cuestión es que estaba solo y por eso se me acercó el compadrito ese que me tiró el vino encima haciéndose el otario, por suerte la Martita no me vio cuando salí llorando como un salame.

En esos tiempos el tango también hablaba por nosotros y no había tangos que contaran historias tan banales, después sí hubo, pero ya no era tango.

Libertad a Seguro.


Los mbaases pretendían que sus hijos aprendieran a escuchar antes que hablar, por eso, desde que nacían, y aunque parezca contradictorio, los mantenían en un absoluto silencio de palabras. Hasta los dos años el pequeño mbaa solo escuchaba los sonidos cotidianos, el idioma de las bestias y el canto de los pájaros. Para mantener esa pureza sonora todos los integrantes adultos de la tribu debían colaborar evitando hablar delante de los gurises, esto al principio trajo algunas confusiones, como aquella vez que Ojo de búho le hizo una seña a Mojarra alunada, mujer de Flecha mocha, que consistía en unir el índice y el pulgar de la mano derecha formando un circulo, y con el índice de la mano izquierda penetrar aquel sugestivo redondel moviendo las cejas para arriba tres veces, el tema es que media tribu lo vio y se armó la rosca, luego de este episodio se extremaron las precauciones y los gestos y las señas se hicieron más sutiles, después pasó que se acostumbraron tanto a no hablar que casi terminaron perdiendo tradición oral. Así fue que descubrieron las bondades del texto escrito.

Estos seres primitivos desarrollaron productos culturales complejos en épocas precolombinas de los que no ha quedado rastro alguno, los mbaases desplegaron una cierta capacidad literaria y hasta periodística al punto que hicieron un periódico en el que casi todos los integrantes de la tribu escribían algo, comúnmente cosas simples y humorísticas porque a los mbaases les gustaba mucho la joda, las contratapas de estos periódicos, que estaban escritos a mano en hojas de pulpa de madera, eran eminentemente graciosas que incluían chistes gráficos, por eso no era de extrañar ver a algún miembro de la tribu riendo a carcajadas mientras leía, los pibes, por ende, aprendían a reír antes que hacer bolitas de moco, que como ya sabemos, era el material favorito de los mbaases para realizar artesanías, esta actividad era parte fundamental de la educación de los niños dado que con las artesanías mantenían en equilibrio su precaria economía, a estas las cambiaban a otras tribus por alimentos o aguardiente de sábalo, hasta aquella vez que le vendieron una partida de mates a los guaycurúes y cuando estos se dieron cuenta de qué estaban hechos se fueron al humo pero no pasó a mayores, las diferencias se zanjaron con un partido de pelota que ganaron los mbaases y festejaron tres días seguidos, después de los cuales se olvidaron de todo lo que habían hecho antes y tuvieron que empezar todo de vuelta, tal era el poder del aguardiente de sábalo.

Libertad a Seguro


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Lleva pelos en la cara / anda con los pelos de la cabeza en la cara / y no oculta / muestra / ostenta / saca para afuera / en la red / lo poco que guarda / en la memoria rígida / de ese ojo tapado por el pelo / que se agita apenas / con las radiaciones del monitor.

Delfina Contreras

No se que tan bruñido es el pelaje / si pretendo ver con estas manos / de piel de plumas / que baten alas / intentando recordar / en que curva de otra espalda / perdieron el rumbo.

Delfina Contreras

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