Brevísimos de sábado (12-07-08)

Vida número dos

por Adrián Alvarado

Ante el hecho consumado Elías descubre que se le pasó el cuarto de hora, no miró el reloj para saberlo, ni recordó a ese tintorero chino que le dijo que el tiempo para ellos es una mujer que sólo tiene pelo adelante y nada atrás y que con sus pies alados se hace inalcanzable, inasible. No se dio cuenta que se le habían pasado de largo todos los trenes porque se encontró solo en una estación vacía. No vino ningún pelilargo a decirle "mirá papá" y verlo así, con esos ojos de hijo que reclama. Elías no tiene hijos, no los tuvo porque no quiso, o porque no pudo, pero no importa, la falta de descendencia no es señal de haber perdido el tiempo, tampoco lo es ese plato solo sobre un mantel sin color que cubre poco menos que la mitad de la mesa, ni el limón que se seca en la heladera vacía, ni las cartas que guarda en un cajón de la mesa de luz y que relee cuando se pone triste con el alcohol para ejercitar el llanto. No advirtió la decadencia en la foto de Clara que fue llenándose de verdín bajo el vidrio, ni se preguntó lo que significa ese traje azul con chaleco que todavía guarda en el ropero, el traje que se hizo hacer a medida cuando se casó, Botones forrados tiene, piensa cuando se acuerda. Su cara en el espejo y la forma de estirar la piel para afeitarse son señales demasiado cotidianas para ser evidentes. Nada de todo eso fue suficiente para advertirlo, Elías se dio cuenta que había perdido el tiempo fortaleciendo su escepticismo cuando vio en la tele a ese pibe que le dijo traidor hijo de puta a Buzzi, el del campo. Un pibe joven era, tan joven que Elías ya no tenía memoria para recordar como era, pero podía verlo, un pibe enojado con la voz llena de sangre diciendo lo que Elías pensaba. Después casi enseguida, como en un cuento, escuchó en la radio una de esas canciones modernas, esa que dice: Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor. Entonces lloró lágrimas nuevas y empezó de vuelta.

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