Brevísimos de sábado (05-07-08)

Son ocho los monos

por Miguel Espinaco

Hokkaido significa camino del norte. Es la segunda isla más grande de Japón y el estrecho de Tsugaru la separa de Honshu, la más grande, aunque ahora la separación no es tanta porque un túnel ferroviario pasa por debajo del mar y las reúne.

La mayor ciudad de Hokkaido se llama Sapporo y según cuenta Wikipedia, recorrerla es relativamente sencillo gracias a sus cuatro líneas de metro, a los tranvías y a su planta cuadriculada. Sapporo es conocida por su animada vida nocturna que se desarrolla en el barrio Susukino y que es muy visitado por los hombres de negocios, lugar ideal, dicen, para probar la cerveza de Sapporo muy valorada en todo Japón y para degustar un buen plato de fideos japoneses cocinados con carne, verduras o pescado, también conocido como ramen.

Todo este pantallazo turístico viene al caso, porque la semana que viene vas a escuchar mucho de Hokkaido, no por sus fideos ni por su cerveza, tampoco por su festival del hielo y la nieve, sino porque allá estarán los jefes del G8 hablando un poco de los problemas del cambio climático y mucho del dólar, de las hipotecas y del precio del petróleo.

G8 es, por si te olvidaste, el nombre de fantasía que amontona a los líderes de los países líderes. Se juntan una vez por año y hacen que monitorean un mundo que se va de las manos y mientras tratan de controlar el calentamiento provocado por los cambios en el clima, resultan ellos mismos controlados por la necesidad de mantener el clima de negocios, las libertades de mercado que incluyen la libertad de consumir el planeta.

Como siempre que se reúnen para hacer cosas así, tienen que esconderse. Esta vez, el gobierno japonés desplegará unos 20.000 policías alrededor de la sede de la cumbre del Hokkaido, y otros tantos en Tokio durante la celebración de la cumbre para prevenir algunos imprevistos y unos cuantos previstos, como las manifestaciones que ya han empezado a provocar enfrentamientos en Sapporo. A todo este imponente despliegue militar habrá que sumar los más sofisticados métodos de vigilancia electrónica, los perros y las zonas de exclusión, dentro de las cuales, los líderes podrán moverse a su antojo y a salvo del justo enojo de los enojados.

Lo cierto es que ni los enojados ni tampoco los otros: nadie les dio mandato para decidir todo lo que deciden. Aunque fueran representantes democráticos de sus pueblos - y eso es bastante discutible en sistemas en que las elecciones las decide el dinero - lo cierto es que en sus países vive menos del 15 % de la población del mundo y así y todo, ellos seguirán decidiendo en este mundo que se va de las manos. Nadie les dio todo el poder que tienen para decidir sobre nuestras vidas y nuestras muertes, sobre nuestro presente y nuestro futuro, pero ellos siguen decidiendo: una guerra por allá para domar el petróleo, un acuerdo por este lado, algún acuerdo de paz que termina siendo más sangriento que las guerras, unos subsidios para algunos, muchos castigos para otros, tasas de interés, quiebras, devaluaciones….

Pero lo peor es que ni siquiera esto que es tan malo es lo peor, lo peor es que estos poderosos ni siquiera pueden, lo peor es que ni los líderes de los países líderes son capaces de evitar que el mundo se les vaya de las manos, lo peor es que en este mundo de la ganancia a cualquier precio ni siquiera los que mandan, mandan de verdad.

Extraño modo cómo se manifiesta el fracaso del hombre en el reino del dinero: como en esos presagios de la ciencia a ficción, las cosas terminan gobernando a los hombres y los extraños dioses del mercado y el misterio de los santísimos ciclos económicos terminan apareciendo más poderosos inclusive que esos ocho, que los ocho más poderosos del planeta que esta vez se reunirán en Hokkaido.


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