Dolores colectivos por Miguel Espinaco Empiezo a escribir esta nota y todavía no hay fecha cierta de salida de esta revista que está todavía renovándose para empezar el ciclo 2008. Especulo con si en tu ahora, en este momento en el que vos estás leyendo esta nota, la noticia será todavía noticia, si habrán quedado ecos todavía de un título que forma parte por estos días de un diálogo social en el que, como en todo diálogo, se dice mucho más de lo que parece que se dice. Diez o quince días no es mucho, me digo, pero también me digo que en mucho menos tiempo las noticias son comidas, masticadas, digeridas y al final sólo queda un regusto, un recuerdo que es casi nada, una marca para el dejá vú que te arrancará la próxima que más o menos se le parezca y entonces, más o menos lo mismo sea dicho como si fuera nuevo, por los diarios. Las notas, que siempre empiezan a escribirse antes de ser publicadas, tantas veces empiezan a escribirse aún antes de ser escritas, antes de ser puestas en negro sobre blanco en el fondo del Microsoft Word. Esta, sin ir más lejos, se empezó a escribir durante un fin de semana mientras el noticiero cubría los detalles del accidente, un colectivo y un tren, un colectivo lleno de pasajeros que volvían de sus vacaciones cruzando una vía y atravesándose en el camino de un tren y el desastre y dieciocho muertos y kilómetros de comentarios dichos y escritos sobre el hecho sucedido en un lapso fatal, sobre una decisión que ni siquiera entra en un segundo, en un relato, en un discurso capaz de resumirla. Es extraño. La palabra tragedia repetida hasta el cansancio por los periodistas, subrayada como idea central de los videograf que acompañaron desde la tele las imágenes de Dolores, fue la que me hizo pensar en la palabra tragedia en el otro sentido: esta es la tragedia moderna - pensé, me dije, fui mentalmente escribiendo - ahí está el Edipo de nuestros días, culpable y a la vez víctima inevitable de las cosas, ese que podría ser nosotros para que nosotros lloremos nuestra catarsis, metáfora de un plural en el que somos también conductores y pasajeros inconcientes de un colectivo siempre en riesgo de cruzarse en el camino de trenes asesinos. * * * A las 2.27 de esta madrugada ocurrió la tragedia, dice el cronista, el colectivo había salido de Mar de Ajó y viajaba hasta San Miguel y fue arrastrado casi 100 metros por el tren y dieciséis personas murieron en el acto y otros 67 pasajeros están heridos y en La Plata aún hay cuatro pasajeros internados con graves lesiones, sigue diciendo el cronista. Hacía cuarenta horas que el conductor estaba trabajando, manejando colectivos que van a ciento veinte, durmiendo de a ratos incómodo en el asiento del acompañante. Eso me lo iba a contar alguien después, en la semana que siguió, aunque el narrador que narra desde Todo Noticias y desde el lugar de los hechos y desde ese mismísimo domingo, ya me había advertido que no venga ahora el sindicato a decir que no tienen suficiente descanso, que lo habrían dicho antes. Y la presidente ya me había hablado de responsabilidades para subrayar la metáfora de que el problema de este país somos nosotros, nosotros que cruzamos las barreras bajas y que somos como chicos tan irresponsables. Juicio sumario. La tele rápidamente diciendo, apuntando, pontificando, habrásevisto semejante irresponsabilidad y la justicia, veloz como casi nunca, múltiple homicidio simple por dolo eventual para el señor que manejaba, promesa de pena de prisión de ocho a veinticinco años que nunca se le hizo a Reutemann por la inundación de Santa Fe ni a Ibarra por Cromañón, aunque ellos tuvieron mucho más tiempo que un segundo para evitar sus respectivas tragedias. Y después la seño Cristina hablando de educación desde un acto en Entre Ríos, preguntándose qué pasó si era un colectivo nuevo y si el paso a nivel tenía todos los elementos de la modernidad y si se hicieron todos los controles, preguntándose y preguntándonos por qué teniendo todo para que saliera bien nos sale mal, todo dicho para que al final el índice admonitorio subraye la i-rres-pon-sa-bi-li-dad, niños, la irresponsabilidad. No importa que después el intendente de Dolores diga que es un problema - y ciertamente no parece muy moderno que digamos - que haya un paso a nivel en una autopista de ese tipo y con ese tránsito, y no importa que el abogado del conductor diga que el colectivo no era tan nuevo, y no importa que el Subsecretario de Fiscalización del Trabajo de la Nación le reconozca a Página 12 que el 90 por ciento de las empresas violan las normas sobre descanso de los choferes. No importa tampoco que los vehículos que circulan no entren en las rutas y que no haya planificaciones al respecto, ni que en un país en el que sobra gente que pretende un trabajo los choferes estén condenados a "vueltas redondas" y a "rebotes" que los condenan a disfrutar de sus tiempos de descanso a bordo de los colectivos. * * * Fue Aristóteles el que habló de la catarsis, esa especie de purificación que lograba el espectador que iba a ver representarse una tragedia griega. No puede evitarse la comparación mientras el cronista describe la tristeza y cuenta sobre equipaje destrozado, sobre ropa, mochilas y juguetes, mientras pone lo humano sobre la simple información de un accidente sucedido en algún lado, mientras nos pone ahí para que simpaticemos con las víctimas, para que nos sintamos ellos que es casi decir lo mismo, para que sintamos temor y compasión, para usar palabras que usaría el propio Aristóteles. El tipo de aquellos tiempos veía al héroe luchando contra un destino inexorable y perder siempre: no hay otra con la Tyché que vendría a ser la pura mala suerte que tiene ese condimento inevitable: ser inexorable. Después eso cambió cuando los griegos inventaron a los dioses todo terreno que aparecían a última hora y resolvían el problema, ese fue el momento en que las tragedias se convirtieron en precursoras de las películas de Hollywood, pero ese es otro tema y no nos vamos a meter ahora en eso: digamos solamente que la lucha en la tragedia griega era entre lo humano y lo divino, era el hombre cometiendo el error trágico pero no por jodido sino sin querer, porque es así, porque las cosas un poco pasan y un poco uno se las hace pasar y entonces, el héroe trágico - tan parecido al público - que es culpable e inocente al mismo tiempo. El señor de la tele - que no nos informa la noticia sino que construye una ficción basada en la noticia - nos regala esta tragedia moderna un poco berreta, claro, un poco menos estilizada, pero dedicada a su modo a la catarsis de hoy en día, porque el héroe es sin duda el pasajero anónimo ese que muere o se salva por milagro - siempre hay algún milagro en cualquier accidente - ese que es tan parecido al espectador para que haya, apropiadamente, compasión y miedo. Como en la tragedia griega. * * * Claro está que hoy por hoy los dioses han perdido puntos, entonces la Tyché ya no puede ser anotada sencillamente en la cuenta de la suerte; mucho menos puesta al servicio de un pensamiento racional que se pregunte cómo hemos llegado a esta situación en la que se ha vuelto tan probable que un tren pase por arriba de un micro y mate a dieciocho. Eso nos llevaría a pensar en inversiones puestas al servicio de la seguridad del viajero y no al servicio de las ganancias, eso nos llevaría a pensar que la felicidad de un viaje en el que se minimizan los riesgos, se contrapone con la lógica del negocio que exterminó a los trenes, que flexibilizó al señor que maneja y que dedicó el dinero a otros menesteres en vez de a planificar las rutas y las vías para que no se crucen a nivel con los consabidos riesgos. Cómo Zeus ha pasado a la historia y al dios moderno se le anotan los milagros pero no se le cargan los muertos, como nos aseguran que todo estaba preparado para que salieran las cosas bien, entonces termina siendo más fácil endilgar rápidamente las responsabilidades, o mejor dicho las irresponsabilidades, al conductor y así, de golpe, la tragedia berreta que pasan por la tele deviene fábula de niños con moraleja y todo, se convierte en relato que explica un mundo hecho a la medida, se convierte en excusa para cimentar el mito del hombre presente que es el hombre individual, ese que tiene la culpa de todo lo que le sucede, el mito de ese hombre funcional al mundo del capital que es en realidad el que tira la piedra y esconde la mano, el que ni siquiera tiene la decencia de los dioses griegos, de aparecer en escena. Opiná sobre este tema |
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