Recopilacion

Los consejos de Seguro

presentados por Adrián Alvarado.

Seguro escribe prosa y Delfina escribe poesía. Más o menos es así si nos remitimos al formato, pero en plan de sincerarnos debemos decir que nos quedamos cortos. La selección de material corrió por cuenta de un servidor dado que los autores se fueron a la mierda y no piensan volver hasta abril de 2007 (me dejaron instrucciones precisas que lo escribiera de ese modo). Entrenlé con onda que es mucha cosa corta, parece un montón pero se lee enseguida. La familia Silva Contreras y yo agradecidos.


Érase en período artístico destino show business que me encontraba trabajando en un circo de mala muerte. Catorce equilibristas, tres ecuyeres y quince payasos habían dejado la vida y parte de su masa encefálica en la arena, sin contar al domador tucumano de pumas albinos, que fue manducado por las feroces bestias aquel fatídico día en que olvidóse de darles de morfar.

Yo trabajaba decía en dicho circo. Tenía un plantel estable de animales entrenados compuesto por dos ladillas y cuatro garrapatas que hacían las delicias del público que alcanzaba a ver algo. Las destrezas de aquellos adorables insectos y la capacidad de domador de pequeñas alimañas que tenía por entonces arrancaban aplausos de mano morada quedar.

En infausto día, un enano detestable de costumbres non sanctas, se durmió, vencido por alcoholes destilados con saña, cerca del habitáculo donde descansaban mis queridas criaturas. La humedad propicia y el desprecio por la limpieza que aquel maldito enano ostentaba, tentaron a dos de las garrapatas y al casalito de ladillas que se lanzaron golosas a la entrepierna del sujeto, este, dormido como estaba se rascó vigorosamente e hirió de muerte a cuatro artistas, Mario, Betty, Peggi y Julie, dejándome la imposibilidad de continuar con mi fabuloso espectáculo.

El juicio por lucro cesante que le inicié al enano lo perdí pero sentó jurisprudencia.


¿Que valor tiene el blanco vano de un sufragio falso?

¿Que valor tiene la vergonzosa impotencia que produce el no sentirse representado por nadie cuando no deberías pensar siquiera en ser representado por otro que tú no fueras?

¿Que te induce a pensar, pequeño pelotudo democrático, que se puede protestar en el marco de una ley creada por el poder que también inventó en su provecho el verso infame del voto castigo?

La cobardía del hombre es un atentado contra todos los hombres y se paga con la muerte.


Peca de ingenuo Girard ciertas tardes
que de tan tardes se anochecen
su corazón lo saluda hipertensión arterial
su fértil testaruda testa amaga cada tanto a traicionarlo
la medicación lo marea
y Girard ya no es Girard
es el que escapa volando desde su viejo edificio
cobrando de súbito alas de cera y plumas y papel
las palomas se preguntan ¿Cómo? ¿Por qué? ¿De que manera
aquel bípedo implume de barba poblada se ha echado a volar?
vuela Girard en mangas de camisa ciertas tardes
por las azuladas cornisas del cielo francés
vuela Girard y fuma su libertad pasajera
hasta la cresta de la torre de metal
y aterido de frío y lucidez suele bajar derrotado
ya no ave
hombre.
por las noches y en su lecho
Girard sueña con ascensores.


Hérame pintante mozo de trazo audaz, en pretérito tiempo de impresionismos varios, que me encontraba, sólo si me buscaba con empeño y sin tregua, sobrio.

Eran tiempos donde la ligereza de cascos era la actitud de moda en el Paris de antaño, a puro cabaret de dudosa compañía, empalagado de espíritu bohemio, artista hasta el caracú, rodeado de musas y delincuentes de retorcida moral incipientemente surrealista.

Eran tiempos donde el trabajo abundaba y nuestra capacidad para esquivarle el bulto demostraba con holgura que no todo atleta es olímpico. Batíamos records de rascada de higo sin lesiones. En menesteres tales me encontraba cuando inoportuna mano golpeó mi puerta. El fulano díjose llamar Artemio Suarez, y acostumbrado como este servidor estaba a frecuentar seres de extraña traza me sorprendí a ojos vista, el sujeto lo advirtió pero se hizo el otario. Lo invité a entrar y entró, cuando pasó a mi lado noté con desagrado que olía peor que yo, que olía como dos jabalíes en celo fornicando sin pausa entre los desperdicios de una pescadería. La imagen me dio nauseas y mientras trataba de no vomitar el almuerzo, el extraño personaje me dijo sin repetir y sin soplar, que me pagaría 39.747 francos alemanes en acciones de Alpargatas, si le pintaba un retrato de cuerpo entero desnudo con fondo de alpes suizos sin nieve. Mis nauseas desaparecieron de inmediato después de haber vomitado. Pensé lo más rápido que pude y le dije, more slouli plis, ay dont anderstand very well. El me volvió a decir lo mismo en el mismo tono y yo le dije: Sí, como no. Cuando mi otro yo, que tenía en la cabeza por aquel entonces, repetía: ¡Decíle que no!, ¡decíle que no! Había aprendido de mi amigo Pizarro a desoír aquellas voces. ¡Maldita la hora en que di crédito a aquel infame!

El tipo se desprendía de sus ropas, mientras yo trataba de ordenar mis pensamientos, cuando me dormí. Pensar, de joven, me daba sueño. Me despertó la pestilencia de aquel hombre, una mano férrea llena de uñas que me sacudía el hombro y su voz que decía: Necesito que pinte mi retrato, subo la oferta a 50.000 francos alemanes en acciones de alpargatas y yo le pregunté: ¿Qué le dije antes? Y el me dijo: Si no escuché mal usted dijo que sí. Entonces ni una palabra más, manos a la obra, le espeté, a pesar del julepe que tenía.

Aquella criatura desnuda era indescriptiblemente deforme. Pequeño peludo, suave, tan blando por fuera que parecía todo de algodón, sus ojos de azabache me transportaban a profundidades tan hondas como el pozo ciego donde cayera mi tío Pedro el Vano. Aterrorizado como estaba entré como en un estado mediúmnico y pinté y pinté hasta que perdí la noción del tiempo y del espacio, y cuando terminé aquel lienzo, Artemio Suarez estaba vistiéndose. Yo, con los ojos desorbitados, miraba lo que había creado: un amasijo de huesos y tendones, un revoltijo de carne con madera, un hombre sin rastros de humanidad con fondo de alpes suizos sin nieve. El sujeto se acercó, miró su retrato y dijo: No se me parece en nada, pero soy yo. Tomó la tela, me dejó sobre la mesa las acciones y se fue sin despedirse.

Nunca me atreví a contárselo a mis pares.

Trece años después, hueveando entre los anaqueles de la biblioteca de una abadia tucumana, encontré un incunable de La divina comedia. En la página 666 un grabado llamó poderosamente mi atención, ilustraba una habitación amplia donde colgaban sendos cuadros, y menuda sorpresa me llevé cuando descubrí que uno de esos cuadros era el que yo había pintado en Paris, el retrato de Artemio Suarez. Mi sorpresa aumentó hasta acceder a la categoría de cagazo padre al leer la fecha de edición de aquel libro: 1856. Salí corriendo de aquella abadía y en el primer boliche que encontré me tomé cuatro litros de grapa con el estómago vacío. Del coma alcohólico salí dos años después y tardé dos años más en recordar quien era y qué me había pasado".


Piedra y carbón
no carbón piedra
piedra y carbón
mezclados
y arena
canto y cal
piedra carbón
y arena
en el acto de erguirse
ya se viene abajo
se junta con la mano
insiste
tenaz
en la construcción
de esa torre
que no fue
ni será
porque
insisto
tenaz
piedra
carbón
y arena
canto y cal
en ese orden.


Y el semáforo habló y dijo: hágase la luz y la luz se hizo. Y fue amarilla de precaución. Pero los hombres no entendieron y apretaron aún más el acelerador. Los autos cruzaban las intersecciones con un hálito de muerte y los cadáveres y las máquinas se acumularon en las esquinas.

El semáforo con su voz de demiurgo volvió a hablar y dijo: hágase la luz, pero otra, y la luz se hizo y fue roja y los hombres fueron condenados a la quietud. La prohibición más absolutamente roja fue reina y señora y ya nadie pudo usar sus vehículos para trasladarse. La economía volvió a sus comienzos, la mitad de los mortales recuperó la antigua felicidad y la camaradería que producen a veces las largas caminatas. La otra mitad quedó resentida y crearon otros ídolos que tronaban con voces de motores a explosión acompañadas con músicas monocordes de bielas y pistones y la guerra fue inevitable. Los cuerpos mutilados se multiplicaban geométricamente y el odio fue aún peor que el caos.

El semáforo, contertulio de sí mismo, se dijo: debo hacer algo y algo hizo. Volvió a hablar y dijo: hágase la luz por vez tercera y la luz se hizo y fue verde y la paz volvió a la tierra, las tres luces trabajaron juntas y sincronizadas y el semáforo apartó el desorden con la suavidad y la firmeza de un dios decidido, piadoso e inflexible.

Pero al hombre, presa del tiempo y de sí mismo, esperar se le hizo eterno. Quienes conducían sus vehículos amenazaban con trompas llenas de vértices a quienes cruzaban las calles, los peatones reaccionaron y enfrentaron a sus pares motorizados y estos los aplastaron y siguieron su camino con rugidos de caños de escape y la sangre fue más roja que la luz de stop. La muerte trajo la división y la división el caos.

El semáforo habló nuevamente y dijo con toda la potencia de su voz: para ustedes, hombres necios, las tres luces no fueron suficientes, rechazaron la urbanización inteligente, y casi gritando dijo: háganse los inspectores de tránsito y una nueva especie de hombres fue creada. Talonario en mano ocuparon cada cruce de calles e hicieron respetar el semáforo a fuerza de multas, pero los hombres no las pagaban y los inspectores que también eran hombres, agilizaban los trámites, cobraban ellos mismos a los infractores y se guardaban el dinero. El semáforo entonces, se vio obligado a crear tribunales de faltas y tribunales de justicia y luego tuvo que crear jueces y abogados y legisladores y después se cansó. Su espíritu, su esencia de semáforo, abandonó su cuerpo y se fue en busca de otro mundo con seres más maleables. El cuerpo del semáforo se quedó entre nosotros con sus ojos ciegos sin párpados, como un símbolo ignorado del orden. El hombre fue abandonado a su suerte y así seguimos acorralados ahora por nuestras propias creaciones: democracias y fondos monetarios, indecs, políticos y policías.


El amor sube y baja
no te quiero tanto
ni tan poco
no puedo vivir sin ti
no puedo vivir contigo
si te abrazo
te rodeo con los brazos
tan caliente
tan qué tal, todo bien
tenemos un amor con ondas
donde estás cuando sube
donde estás cuando baja
donde estoy cuando.


La noche y el vino se conjugaron y no supimos quién era bebido por quién. Nosotros bebíamos la noche en cada trago, o la noche que espera en el fondo de cada vaso de vino nos bebía a nosotros. No sé, ni me importa.

Esa noche había pinceladas de silencio muy marcadas en nuestra conversación. A veces pasa que se dicen cosas de tal envergadura que hace falta un momento de silencio para poder digerir tanta palabra enrevesada.

La diferencia entre felicidad y contentura está en el ancho y no en la altura, dijo Horacles y a mi se me salió el vino por la nariz.

- La suerte está echada.

- La suerte no existió nunca, usted está desvariando Horacles.

- Desvariando las pelotas, si usted se encuentra guita en la calle es por que posee un culo del tamaño de su suerte.

- Está bien, pero se olvida del azar mi querido amigo.

- Usted está ebrio Seguro, azar y suerte son lo mismo. La probabilística es una ciencia que se ocupa de las posibilidades, póngale que usted llega a la parada del bondi y se encuentra el mencionado vehículo como esperándolo y dice !que suerte no tuve que esperar nada¡ sin preguntarse cuantas cosas tuvieron que suceder para que el colectivo estuviera en la parada en el momento en que usted llega.

-Yo no ando en bondi, tengo moto.

-Ya sé que tiene moto necio, solo mencioné lo del colectivo a modo de ejemplo porque fue lo primero que se me ocurrió, no me interrumpa con pelotudeces de esa calaña.

- Disculpe Horacles.

- No lo disculpo un carajo, ahora de castigo se me va a buscar hielo.

Cuando volví Horacles siguió con su exposición.

- Quedamos en que un sujeto x al que le daremos nombre propio, pongamoslé que se llama Ismael Pedraza, treinta y cinco años, pelo y estatura escasos. Ismael se duerme y está a punto de llegar tarde a su empleo, cuando se apropincua a la parada del colectivo el bondi está como esperándolo y dice, vaya suerte que tengo, y se sube con una amplia sonrisa dibujada en el rostro. Unas cuadras más adelante el colectivo choca, Ismael dice, vaya suerte de mierda que tengo. En el accidente nuestro sujeto le salva la vida a la mujer que será el amor de su vida, ¿que le parece?

- Pregunto, ¿como es que las matemáticas pueden estar vinculadas a semejantes acontecimientos que implican variables infinitas?

- Infinitas nada, las posibilidades son finitas porque las variables son tantas como el número de gente implicada y las cosas que hacen cada uno.

- Está bien, pero ¿quien está capacitado para calcular tantas variables?

- Nadie, o usted piensa que los que inventaron esa patraña que llaman destino eran unos improvisados.

Silencio.

Me fuí de la casa de Horacles hacia mi guarida y en el camino se me pinchó la rueda delantera de la moto, me acordé de lo que dijo mi amigo y pensé que caminar con la vespa a la rastra desataría consecuencias inesperadas. Me acosté a cualquier hora, al otro día se me hizo tarde para todo. Al término de semejante jornada llamé por teléfono a Horacles para putearlo y terminó convenciéndome que era un boludo.


De primaveras y pezones de arco iris
estoy hecha
y lagunas de negro
y de tu rostro grabado en la pupila de mi frente madrugada.


En el reparto de cerebros a Jesús Ortiz de Zárate le tocó un cerebro de segunda selección. El pobre tenía dificultades para entender como funcionaban la mayoría de las cosas. Jesús poseía una sola virtud, reconocía casi todas las palabras y sabía como combinarlas. Escribía como un relojero, componía con piezas de verba precisa. Sus cuentos eran perfectos pero carecían de alma.

Le aconsejaron que tenga una vida más interesante, que viaje, que conozca gente. Pero Jesús no podía, las cuestiones prácticas de la cotidianeidad lo llenaban de angustia, prepararse un café, o trasladarse en colectivo representaban para él una odisea que podía terminar en tragedia. El solo hecho de pensar en un viaje largo le producía terror, Jesús le tenía pánico a casi todos los vehículos, incluso caminar para el tipo se transformaba en una aventura que en la mayoría de los casos terminaba en tropiezos vergonzosos.

Sus cuentos hablaban de estas cosas. Las instrucciones para tomar mates sin quemarse y tomarlos sin clavarse la bombilla en el ojo se transformaban, pluma mediante, en parábolas, apólogos, ficciones, donde el personaje principal se enfrentaba a feroces enemigos. Alguien que lo quería un poco le sugirió que probara siendo más literal. Jesús probó y le gustó, le gustó tanto que empezó escribiendo un cuento y siguió escribiendo una novela que terminó siendo una enciclopedia inverosímil que enseñaba cosas como atarse los cordones sin darse con el vértice de la mesa en el marulo, o como aplaudir sin golpearse la cara. Jesús Ortiz de Zárate dejó su monumental obra inconclusa. Se prendió fuego cuando intentaba hacerse un huevo duro.


La luna recortada al medio por un cable.
La luna enmarcada por un halo de niebla
partida al medio por un cable
rodeada de un aura de niebla
entre las ramas de un árbol a medianoche.
La imagen.
La palabra.
Casi nada.
Labor sin valía.
Salegratis.


Los avíos tienen su nombre y su utilidad, una mesa es una mesa y sirve para apoyar cosas, una mesa tiene cuatro patas pero no camina, la mesa de mi amigo Carlos sí caminaba y también erizaba el lomo si le apoyaban algo, pero esa es otra historia.

Una mesa tiene cuatro patas y son todas del mismo color, le dijo el tío a la niña que había pintado las patas con cuatro colores diferentes, la niña lo miró con sus ojitos negros y le dijo, Distinto queda más lindo, y el tío entendió y contándoselo a su novia le dijo, Los adultos somos los transmisores de la brutedad de los niños. Distinto queda más lindo, un brazo lila, otro verde, un zapato amarillo, otro azul con moño, flores negras en el fondo y un sol verde coronando la escena.

La nena escucha a los adultos hablar de la muerte y no entiende, porque un árbol se murió en el patio y nadie se hizo mucho problema, el abuelo se murió y se armó un quilombo bárbaro. Ataques de llanto incluidos, y ese circo mortuorio que contiene una parafernalia de cosas que los niños no entienden pero les dan miedo. Inculcarles el miedo a los niños es la forma más común de transformarlos en adultos habitantes del planeta blumberg.


A Mercedes Miranda no le gustaba que le dijeran qué hacer. A Mercedes Miranda no le gustaba que le dijeran nada. Quizá el hecho que fuera sorda la hacía más intolerante. En realidad Mercedes estaba podrida, le tocó ser fértil, muy fértil. Quedaba embarazada con muchísima facilidad, cuando parió a su hijo número dieciocho dijo basta y le pagó a un carnicero para que le extirpara el útero. Dieciocho partos naturales y una brutal operación transformaron su cuerpo en una bolsa vacía de piel y pelos sostenida por un esqueleto endeble.

Mercedes fue madre por obligación, nunca tuvo vocación para serlo, los últimos doce hijos fueron criados con un criterio muy natural, una vez paridos los dejaba a la buena de dios, y como dios no existe los pibes dependían de la solidaridad de sus hermanos y sus vecinos. Mercedes dejó de preocuparse por su prole cuando descubrió que le llevaban la contra hasta en los detalles. Probó con todos los métodos, los ortodoxos y los otros, pero no había caso, los pibes no tenían remedio. Como toda madre cuidaba y sufría sus hijos hasta que se pudrió y tomó la decisión de practicar la técnica del libre albedrío, los dejó que se arreglaran solos, y a partir de ese momento anuló su capacidad de escuchar. Cada vez que le hablaban ella miraba al decidor en cuestión con profundo odio, como diciéndole, No te das cuenta que no te escucho, infeliz.

Mercedes Miranda se casó cuatro veces con cuatro tipos diferentes y con los cuatro le pasó lo mismo, los señores venían buscando lo que ya no encontraban en casa de sus madres, contención, paciencia, comida y sexo. Así, Mercedes descubrió que los hombres estaban en su mayoría criados a medias, sus madres se cansaban antes de terminar su educación y los largaban al mundo incompletos. Los tipos terminaban en brazos de otra hembra que tomaba la posta y así. Esa fue, a grandes rasgos, la primer teoría de Mercedes, a partir de ahí se dedicó a repensar la condición humana hundiéndose en un mutismo total, llegando al extremo de no escuchar siquiera a sus pares por considerarlas cómplices de la estupidez de los machos.

Cuando Mercedes sintió que su sabiduría estaba a punto caramelo se dispuso a escribir pero no le salió nada, intentó hablar pero su discurso estaba lleno de agujeros, ningún mortal la entendía. La declararon insana y la internaron, al final Mercedes se cansó en serio y se murió y con ella se fue a la mierda toda su infértil sabiduría. Dicen los que no soportan finales escépticos que Mercedes reencarnó en abeja reina. Alguno de ellos se habrá morfado con pan algo de aquel conocimiento, quien sabe.


A la edad de veinte años Bernardo Saldívar supo como amaestrar a su gato montés. El pibe quería que el felino aprendiera a andar en motoneta. Torturó tanto al pobre bicho que a la final le dio lástima y decidió llevar a cabo un método más humanista. Lo que hacía era poner al gato montés en la parte delantera de la moto dentro de un canasto especial y salir a los piques, en el camino, Bernardo asustaba al pobre felino haciéndose el ciego, gritaba, ¡No veo!, ¡no veo!, ¡nos vamos a matar!, y el gato se pegaba un jabón que te la debo. El muchacho solía cambiar los posibles males, a veces decía que se quedaba ciego y a veces que no sentía las piernas o que los brazos no le respondían y aceleraba a velocidad de náusea.

Una noche salieron como de costumbre, Bernardo en el manubrio de su motoneta y en su canasto especial Carlitos, tal el absurdo nombre del atormentado felino. Esa noche el adiestrador exageró una serie de convulsiones y el gato montés no pudo más, saltó del canasto, lo empujó de la moto, tomó el control del desbocado vehículo y se las tomó raudo. Cuando se le acabó la nafta la abandonó al lado de la ruta y se internó en el bosque, donde conoció al oso de moris y al león que nunca supo lo que le escribió su hermano del circo porque no sabía leer. Los tres, el gato montés llamado Carlitos, el oso de moris y el león analfabeto, formaron un trío vocal único en su especie que supo hacer las delicias de los habitantes de la floresta que ya estaban podridos de escuchar a la tortuga Manuelita cantar y contar una y otra vez la historia de su fugaz paso por el mundo de la moda internacional.

Bernardo, el frustrado domador encontró la moto pero nunca encontró a Carlitos, el tipo murió en su ley a la edad de cuarenta y dos años cuando una elefanta se le sentó encima de cariñosa que era.


Wolfgang Amadeus Gómez era contemporáneo de Mozart. A la edad de siete años ya sabía reconocer un piano, a los diez lo convencieron para que aprenda y a los doce el profesor intentó matarlo. Los padres de Wolfgang Gómez decidieron prepararle el equipaje y mandarlo a recorrer el mundo. Lo metieron en un barco y se olvidaron de él.

En el barco había una orquesta que intentaba animar a los pasajeros, Gómez insistió tanto para formar parte del plantel de músicos que a la final lo incorporaron como maraquista. La primera noche todo salió bien, Wolfgang nunca advirtió que sus maracas estaban vacías y con un entusiasmo poco común sacudía aquellos instrumentos silenciosos, esto divirtió muchísimo al público que aplaudió y carcajeó hasta el cansancio.

Entusiasmado con el éxito obtenido, el director de la orquesta decidió seguir con el número, felicitó a Gómez y le dijo que estaba definitivamente incorporado a la orquesta. El entusiasmo de Wolfgang esa noche tuvo su techo, subió como un globo aerostático y explotó cuando en un súbito silencio se avivó que sus maracas estaban vacías, Gómez se quedó quieto mirándose las manos que aferraban aquellas maracas que no producían sonido alguno, el público pensó que era parte del número y rió a más no poder, Wolfgang se retiró a su camarote con lágrimas en los ojos. Al término de la noche el director de la orquesta fue a verlo con intenciones de darle una explicación y al día siguiente lo encontraron con una maraca clavada en la parte superior del cráneo. El pánico cundió en la embarcación, un asesino a bordo en alta mar era más de los que los pasajeros estaban dispuestos a soportar. Wolfgang debió trabajar rápido para no ser descubierto. Oculto en la bodega del barco de dedicó a agujerear el casco con un cuchillo. La embarcación nunca pudo hundirse porque quedó varada en un banco de arena, Wolfgang no tuvo más remedio que matar él mismo a toda la tripulación, cuando la marea subió el barco quedó a la deriva con un solo pasajero vivo que no paraba de aporrear horriblemente el piano.


La vida es bella, lástima uno.


Y la luna con su cara visible tan llena de cráteres me mira y te mira. Yo te miro y veo la luna reflejada en tus ojos y lloro porque una pestaña se me mete en la vista y tomo tus manos y te suplico que por favor me saques la maldita pestaña y tu lo intentas con la punta del pañuelo que solo empeora las cosas y lloro más aun y lloras tú de impotencia porque de un manotazo desesperado te meto una piña sin querer justo en el ojo derecho y las lágrimas brotan de nuestros lagrimales y caen como diminutas cascadas rostro abajo y gritamos también y nos gritan porque estamos en un bar al aire libre rodeados de gente que no entiende, que nunca entiende ni le importa, gente que no quiere ser perturbada, gente que aparentemente no llora y se los digo y se los dices y comenzamos a tirarles con los vasos y el cenicero y los platitos de los ingredientes y ellos hacen lo mismo y es una batalla de personas adultas e intolerantes que termina entrada la madrugada en la comisaría y no aprendemos nada porque el rencor continúa y crece y nos amenazamos de muerte y memorizamos nombres y direcciones y pensamos en arruinarnos los autos y los frentes de las casas, acciones que generan más odio y más lágrimas que a la larga son sales que uno pierde y hay que recuperar tomando aguas cargadas de potasio que cuestan dinero y nuestro bolsillo se reciente y no alcanza para espirales y los mosquitos nos chupan la sangre y la vitalidad se nos escurre de las manos como arena seca y los perros nos mean pero te quiero y quiero que volvamos a ver la luna con las manos en los bolsillos, mis manos en los tuyos y las tuyas en los míos, la entrepierna húmeda y tus labios petisa mía.


Y ahí está el pesebre viviente con todo y estrella de belén. San José tiene barba de verdad, María pone su mejor cara de virgen y no le sale. Jesús es un pibe del barrio que llora porque la cuna donde lo pusieron es de pasto y pica. Los reyes magos tienen coronas de cartón y en sus bolsas traen bollos de papel de diarios viejos para hacer bulto y yo pienso que es muy oportuno regalarle noticias viejas al recién nacido hijo de dios para que vea y para que tenga, pero claro, pobre pibe, que culpa tiene si es solo una criatura inocente hasta de la inocencia misma.

En el pesebre hay animales de verdad, una vaca introvertida, cuatro gallinas, una oveja sucia que no se queda quieta, un chivo que no se aguanta las ganas de comerse la cuna del niño, un gato siamés y un perro negro como la noche que me mira con unos ojos color caramelo de miel casero, como los que solía hacer mi madre. Y me mira el perro, que está sentado con cara de circunstancias. Me mira y me explica con la mirada que esto no es un acto de fe ni una puesta en escena de poca monta, esto es real como la sidra, un pibe ha nacido y es chiquito y hay que cuidarlo, hay que quererlo, el perro lo sabe y me lo dice con la mirada y el chico llora y el perro me pide que haga algo y yo lo hago, voy y me meto y agarro al pibe bajo la mirada atónita de José, la virgen tan santa que era me agarra de un brazo y me dice Que hacés pelotudo, uno de los reyes magos, creo que era Gaspar me quiso quitar al pequeño Jesús pero no lo dejé, quizá fue un exceso pero tuve que patearlo, tampoco era necesario que le pateara la entrepierna, lo que pasa es que a veces las patadas salen así, a lo loco, y terminan en cualquier lado. La cuestión es que Gaspar terminó en el piso agarrándose las bolas y llorando mientras la oveja sucia conmovida le lamía las lágrimas. La virgen María, completamente fuera de sí, me agarró de los pelos, en ese momento mi amigo, el perro negro, se le prendió feroz de las nalgas aguantando valiente los puntapiés que le propinaba San José, a todo esto el chivo aprovechó la confusión y se morfó el pesebre propiamente dicho.

A todo esto Melchor y Baltasar habían sido presas de un ataque de risa. No podían parar los pibes.

Así las cosas hasta que sonaron dos estampidos de arma de fuego y entonces fue el silencio, el niño nos miró a todos y dijo Abrase visto tamaña insensatez, clarito lo dijo y nos dejó con la boca abierta, después nos enteramos que el padre era ventrílocuo.

Y la noche nos encontró abrazados de puro amor etílico, el espíritu del vino estará en nosotros hasta mañana cuando nos sintamos vacíos de alma, viendo con el ojo de la fisura como crece el infierno de la resaca y la lucidez.

Felices fiestas, que no sea nada.


har se me ner. car sin e far.

si.

Escrito el 22/02/05 con caca, en los azulejos del cuarto de baño a solo cuatro meses de su nacimiento por Federico Sergio Silva, alias La Bestia, hijo primogénito de Seguro y Delfina.


El primer pié
la primera media
el espejo después del pis
y esa arruga
que me cruza la cara
de arriba para abajo
es
una cicatriz
de la batalla con la almohada
que mantendrá de rehén
mi perfil
dentro de un hueco
hasta que te des vuelta.


Shojan Sebastián Sánchez era un raro, un freak, un pobre salame que se crió en un orfanato. A Shojan lo llevaron a dicha institución sus propios padres porque el señor no quería dormir solo y se les metía en la cama de prepo amenazándolos con seguir durmiendo con ellos hasta que se le cante.

A la final la pareja se cansó y juntos decidieron deshacerse del niño. Lo dejaron en la puerta del albergue atado y amordazado adentro de una caja de cartón, tocaron timbre y salieron corriendo.

Cuando las monjas le sacaron la mordaza no dijo nada y creció sin decir nada. Tenía casi tres años cuando sus padres lo dejaran en aquel hospicio y ahí se crió, lleeeno de ooodio.

Antes de cumplir los 18 abandonó la institución y se fue derecho a la casa de sus ingratos progenitores quienes ya no vivían allí. Tuvo que buscarlos hasta que los encontró y los mató con una cucharita de helados, de las de plástico.

Después se arrepintió, armó un cuerpo solo con los pedazos de ambos, los cosió con paciencia y un piolín y le dio vida con electricidad. Lo primero que hizo la nueva criatura fue agarrarlo del cogote al Shojan que se puso lila hasta que palmó.

La criatura que creó el pibe se fue a parís un poquito caminando y otro poquitito a pié y se puso un kiosco de revistas que nunca vendió un solo diario, ahora conduce un programa de televisión en la RAI.


Pastos del quebranto
del camino que no es
bajo el zapato.
Van a decir se fue
cuando estuve nunca.
Dirán volvió
cuando me vean llorando.


El viento se lanzó con furia sobre el hombrecito y le voló el sombrero y la peluca, le llenó de arena los ojos y la boca, pero el hombrecito siguió caminando, firme y maleable, como caña de bambú. La lluvia en forma de gruesas gotas de agua se lanzaba cual kamikaze sobre seres y cosas, arreciaba, castigaba la tierra como si esta le hubiese hecho algo muy malo y se colaba en tu cocina y en la cocina del hombrecito que no estaba porque había salido a comprar fósforos y afuera lo agarró el temporal que incluía nevisca, granizo y tornados rellenos de huracanes, terremotos y tsunamis pero el hombrecito llegó a la estación de servicio y compró fósforos y compró chocolate para taza y churros, puso todo en una bolsita y volvió a su casa que a esa altura estaba llena de agua, la secó puso la leche en la hornalla más grande y cuando fue a prender la cocina descubrió que los fósforos se le habían mojado y se puso como loco y salió de vuelta para comprar un encendedor y cuando volvió lo quiso prender y se le salió la piedra, cuando estuvo a punto de darse la cabeza contra el vértice de la mesada salió otra vez y se compró un lanzallamas y un magiclik y volvió a su casa que se había mojado de vuelta la secó otra vez y puso la leche sobre la cocina y le entró con el lanzallamas y el hervidor se fundió, se le prendieron las cortinas y tuvo que salir rajando, el hombrecito se sentó en la vereda de enfrente a ver como se quemaba su casa bajo la lluvia que ahora caía en forma de llovizna, después se fue, se tomó un colectivo y no se bajó nunca más.


Había una vez un señor muy feo que estaba solo porque aparte de ser feo se bañaba poco. Igor Strassera vivía en una gruta natural en las afueras de la ciudad de Córdoba y todos los días se levantaba a la misma hora y se dirigía al centro con una bolsa de papel en la cabeza. Igor se paraba en medio de la peatonal, se subía a un banquito, ponía un tacho para las monedas, se sacaba la bolsa y comenzaba su trabajo de estatua viviente sufriente que consistía en pararse ahí y llorar en silencio. El sonido de las monedas cayendo en el tarro lo hacía llorar aún más. Cuando el dolor era insoportable se ponía la bolsa, juntaba sus cosas y se iba, compraba algunas vituallas y se retiraba a la gruta, así todos los días. A la noche solía escuchar a The Cure o ir al cine para vivir de prestado caras normales con el fin de alimentar la tristeza a la que debía dar rienda suelta al otro día.

Era que la mañana de un día cualquiera mientras Igor el feo hacía su trabajo una dama se paró adelante y lo estuvo mirando 45 minutos sin poner una moneda, al otro día lo mismo, y así durante una semana, la tipa venía se le paraba adelante y lo miraba 45 minutos seguidos, cuando Igor estaba a punto de perder la paciencia a causa de la desconcentración que le provocaba dicha señora, la extraña mujer dejó algo en el tarro y se fue, era una nota que decía lo siguiente: "Si está dispuesto a bañarse me gustaría hablar con usted largo y tendido".

Al principio Igor se indignó, después se olió y entendió. En la gruta no tenía las comodidades para higienizarse debidamente, plata le sobraba para pagarse un baño completo y así lo hizo, también se cortó el pelo, pero la cara no tenía arreglo, se sintió ridículo, débil y solo y lloró sin público, al otro día se fue a trabajar y la dama le dejó otra nota que decía "Gracias, nos vemos en tal y tal lugar, tal día y tal hora". El día que se conocieron en la intimidad llovían japoneses de punta, ella se sentó delante de Igor en silencio y seguiría en silencio porque era muda.

Se casaron afuera, en el patio de la casa de ella y tuvieron 7 hijos varones, todos feos y para colmo el último era lobisón y ahijado del presidente, pero no les importó fueron felices igual y se los comieron las perdices.


Se enfrió de vuelta
lo calenté dos veces
y está frío.


La señora se sentó en una mesa que daba a la ventana del bar se sacó los dientes postizos y llamó al mozo, pidió un café completo y un vaso de agua limpia para depositar la dentadura, el mozo trató de explicarle que no podía exponer la prótesis sobre la mesa en un vaso porque le daba mal aspecto al establecimiento, la señora le dijo que traiga entonces una taza grande de loza con agua así nadie vería los dientes que tanto avergonzaban al gastronómico. El garzón fue a preguntar y le dieron el visto bueno, le llevó una taza grande hasta la mitad de agua, la señora depositó la dentadura dentro y todos contentos, la casa estaba en orden.

Después de tomar el café no va que la señora se saca la peluca y la pone arriba de la mesa. Blanca y radiante la pelada y el pelo de artificio al lado de la taza con los dientes. Vuelve el mozo a pedirle que aunque sea guarde la peluca en su cartera y la señora que no, que no le entra, que si se la quiere llevar y guardarla en otro lado que se la lleve, el tipo va y consulta con el dueño, vuelve y se lleva la peluca con un poquito de asco dado que todavía estaba caliente.

La casa volvía a estar en orden pero no duró mucho porque la señora se sacó una de las piernas y la puso sobre la silla de al lado. Vino ahora el mismísimo dueño del bar en persona dispuesto a echarla pero no pudo porque cuando se acercó a la mesa la señora se desenroscó la mano izquierda y tomándola con la derecha saludó al dueño del bar exhibiendo una amplia y amable sonrisa sin dientes. Entre conmovido y conmocionado el hombre le preguntó si estaba haciendo todo aquello a propósito y la señora le dijo que sí, que lo hacía a propósito porque necesitaba hacerlo, y el tipo que porque no lo hace en su casa y ella que si no tiene derecho a salir a tomar algo como el resto de los mortales enteros que no necesitan incomodas prótesis para vivir y el tipo que sí, que está bien, que tiene razón pero... y ella que le pide si no le puede llevar la bolsita de la sonda al baño y el tipo medio que llora y va al baño de mujeres y vacía la bolsa y se la lleva de vuelta y la señora ya no está.

Sobre la mesa los dientes, la mano izquierda y la pierna en la silla y un ojo de vidrio sobre una nota que decía "Dios no existe".


Las rayitas de colores subían y bajaban en medio de la noche, no justo en el medio, más bien al costado, pasa que mirado desde los ojos de otro las cosas no se ven como uno quiere, se ven como el personaje quiere verlas y Marcela estaba sola en el comedor de su casa a la noche escuchando música con auriculares en lo oscuro viendo las rayitas de colores.

Esta soledad de la que estaba disfrutando era excepcional y excepcionalmente se armó un porro, puso hielo en un vaso gigante y lo llenó de coca. Se sentó a fumar no sin antes apagar todas las luces, agarró con mano firme el control remoto y se sumergió en una profundidad de poltrona.

Sonreía Marcela y miraba las rayitas de colores que subían y bajaban, y el teléfono fijo sonó y ella no lo escuchó, el celular de última generación entonó un ringtone absurdo para nadie y su casilla de correo electrónico recibió una bocha de mails nuevos. Su novio, antes de pegarse un tiro, la llamó por su nombre a cuarto kilómetros de distancia.

Marcela no escuchó nada o mejor dicho escuchó otra cosa. Marcela escuchaba música y sonreía.

Durante el tiempo que duró el disco se detonaron siete tarados con chalecos de dinamita en algún sitio, en otro lado se morían de hambre algunos pibes y el doble de criaturas venían al mundo con un pan bajo el brazo mojado con liquido amniótico.

Un terremoto en Japón le dejó la boca abierta a la tierra que terminó tragándose un montón de gente y la luna tosió y escupió toneladas de roca de puro asco sobre nuestro planeta que se transformaron en granizo gris al cruzar la atmósfera.

Cuando el silencio dijo acá estoy Marcela escuchó las piedritas cayendo en el techo de chapa y dijo Llueve, me voy a dormir. Soñó con gaviotas sin pico.


La calma dura
lo que un golpe
tarda en doler.
El duelo será
de negro
o no será
porque la ausencia
es oscuridad
y memoria
y la calma
ya no dura
y la cama
es un páramo.


Amelita Baltar se acomodó el bretel del corpiño agarró el micrófono y cantó un tango y después otro, cuando terminó se bajó del escenario y se cayó pero se levantó en seguida, puteó por lo bajo y salió y hacía frío, pidió un taxi al cielo y el cielo se lo mandó, el taxi cayó desde una altura considerable medio en la vereda y medio en la calle, quedó bastante estropeado pero andaba, al abrir la puerta esta se salió y quedó tirada ahí, el taxista preguntó adonde, Amelita le dijo allá y el vehículo levantó vuelo.


Lo que no está se fue
y lo que se fue
vuelve cambiado
cuando vuelve
o vuelve igual
y a mi la boca
se me llenó de humo
de fuego de fotos viejas
y vos ahí
mirándome.
Después cerré los ojos
y el edificio
se vino abajo
el asfalto se rajó
de punta a punta
la tierra se abrió
y se tragó todo
lo escupió
y volvió a tragarlo
para escupirlo de vuelta.
Abrí los ojos
y estabas ahí
mirándome.
Cerré los ojos
y te besé.
Después, creo,
me dormí.


No hay mal que por bien no venga dijo Segovia y se tocó el tramontina que le habían clavado en la espalda para verificar que seguía firme. Se subió a la bicicleta y encaró al hospital, cuando llegó a la guardia se sentó y al apoyar la espalda se acordó que no podía.

Mientras esperaba se mantuvo sentado con la cara entre las manos, encorvado, tenía la campera puesta, así que nadie se daba cuenta de nada, entonces se la sacó porque se aburría, se paró y empezó a dar vueltas de manos en los bolsillos, de inmediato se acercó un flaco para preguntarle si no le dolía, Segovia para hacerse el gracioso le preguntó si no le dolía que cosa, El cuchillo, dice el flaco, y Segovia le contesta que el cuchillo no le duele, lo que le duele un poco es la espalda y larga la carcajada el muy salame. En ese momento el tramontina salió disparado y terminó clavándose en una puerta, Segovia no podía parar de reírse y mientras más reía más sangraba y se divertía salpicando a todo el mundo hasta que alguien lo durmió de una trompada.

Cuando se despertó estaba en la cama boca abajo, se quiso incorporar y no pudo, su mujer estaba sentada al lado diciéndole No te muevas boludo, perdiste mucha sangre. Segovia le preguntó por el cuchillo, Que se yo donde quedó el cuchillo, Pero es muy importante tenía las huellas, ¿Las huellas de quien?, Las huellas del agresor, Yo te clavé el tramontina Segovia, ¿Vos?, Sí yo, ¿Y me lo decís así?, Si querés hago un volante y lo reparto en el bondi, Pero… ¿porqué?, Porque la publicidad en el transporte colectivo funciona, No, ¿porqué me clavaste el cuchillo en la espalda?, Porque no pude evitarlo, ¿Evitar que cosa?, Las ganas de matarte, ¿Pero yo que te hice mujer?, Nada Segovia, nada, por eso.


Alejandro se despierta con la radio. Lo primero que escucha cuando abre los ojos es música o gente hablando, así se despierta, después se levanta, desayuna y canta, se ríe o está de acuerdo dependiendo del humor con que encare el día.

A las siete y media se cruza a la casa de la vecina que no le da bola, con cualquier excusa para verla un ratito, dos palabras con ellas le cambian la jornada, pero sale el padre que lo quiere bastante y le dice que Martita está en cama con un poco de fiebre, Alejandro le deja dos besos y un que se mejore y se va, vuelve a su casa pensando en lo lindo que sería cuidar a la vecina, acostarse a su lado y dejar que apoye la cabecita afiebrada en su pecho y que se le pase y le agradezca y lo abrace. Sonríe.

Después se va al patio a controlar que el globo haya mantenido el aire y prende el gas para calentarlo de vuelta, prepara el bolso y se calza las antiparras, se sube al canasto desata las amarras y levanta vuelo, viento no hay, nunca hay viento acá.

El globo aerostático asciende como una burbuja en el agua pero más despacio, Alejandro sonríe de nuevo, el sol se va quedando abajo, es una carrera que sabe que va a perder pero no le importa. El día es maravilloso y el está contento, cuando llega a la cima de la montaña ya está el Yeti en la puerta del chalet esperándolo con el mate, le tira la soga para que Alejandro la ate y el bestia trae el globo a mano hasta que el canasto se apoya en la tierra. El Yeti saluda a su amigo con un manotón en la espalda y le ofrece un mate, Alejandro lo agarra y le hace un par de chistes que son una variante de los mismos chistes que le viene haciendo hace años y el Yeti se ríe como si fuera la primera vez.

Hace frío acá arriba, se meten rápido y le ponen más leña al fuego de la chimenea. ¿Caliento otro termo?, dice el Yeti, Dale dice Alejandro y mira la mesa de trabajo, hay catorce leones sin cabeza, unas cabras vacías y cuatro osos polares sin ojos, lo primero que hace cuando se sienta a trabajar es ponerle los ojos a un oso, después de coserle las mostacillas lo mira y piensa que su cara es la primera cosa que está viendo y le dedica una sonrisa con dientes y todo. El Yeti le ofrece otro mate.


Recuerdo
que fácil era vivir
cuando no reconocía
estar viviendo
recuerdo la risa
el llanto
y el sueño
mientras
se me pegaban las cosas
y querían convencerme
que eso era crecer
y que los golpes endurecen
y que lo que no te mata
te engorda.
Después
todo me fue explicado
la luna ya no era un queso
era un satélite
donde había magia
quedaron trucos
y el amor se transformó
en un trabajo
mal renumerado.


El la conoció en un boliche, ella estaba tomando vino y el había tomado demasiado, ella estaba de mal humor, se odiaba a sí misma porque había sido débil una vez más , le dijo a una amiga que sí, que la acompañaría a ese lugar que ella detestaba, esa gentileza le costó quedarse sola en la barra a merced de todos los salames que pretendían llevársela a la cama hasta que apareció el, que como ya dijimos había bebido demasiado en el transcurso de su vida y creía por eso estar de vuelta de muchas cosas. Se sentó al lado de ella y pidió un martini seco sin mirarla, en realidad no miraba a nadie, fijó la vista en una botella de esperidina del estante de bebidas y se colgó tomando su copa a sorbitos, en un momento dijo algo en voz alta para nadie pero ella lo escuchó, Como que no nos están dejando muchas opciones más que las variantes que ofrece el consumo. Ella lo miró y esperó que dijera algo más pero no dijo nada, volvió a su mutismo, fijó la vista en su copa y después llamó al barman y le dijo que le sirviera algo que lo dé vuelta como un guante, el barman le explicó que la parte de adentro de un guante es muy parecida a la parte de afuera y que para eso estaban todos los alcoholes que tenía en la estantería y que lo que estaba necesitando era otra cosa, Que cosa, dijo el, Alucinógenos, dijo el barman, Traiga, dijo el, y ella dijo, yo también quiero, OK, dijo el barman, Lo toman acá y tocan la banda, no quiero problemas, Hecho, dijo el, Cuanto, preguntó después, Cincuenta los dos, Vale, dijo el que le gustaba hacerse el castizo. Ella quiso darle su parte pero el le explicó que estaba invitándola, el barman les trajo dos copas diminutas con un líquido amarillento que olía a castañas de cajú, lo tomaron de un trago y se fueron. Afuera hacía frío, se metieron en un bar casi de inmediato, ninguno de los dos quería que el viaje les pegara en la calle. Se sentaron y pidieron café, empezaron a hablar cuando lo que habían tomado le contagió coraje a sus capacidades de comunicación.

Lo que dije no es mío, Ya sé, Es de un tal Ballard, Ya sé, Te aburro, Sí, ¿Qué cosas te divierten?, Nada me divierte, algunas cosas me entretienen otras me interesan, vos me interesabas, ¿Ya no te intereso más?, No, Bueno, me voy, No, quedate no quiero quedarme sola, ¿Que te pasa?, Nada quiero que te quedes, callado, ¿Porqué?, Porque sos lindo pero no tengo ganas de escucharte, solo quiero verte, callado, ¿Y después?, Te voy a llevar a mi casa si todavía tengo ganas de hacer el amor con vos, ¿Tenés ganas ahora?, Si pero no tantas, ¿Mientras tanto?, Nada, ya te dije, Sí, está bien, ¿pero que te hace creer que estoy a tu merced?, Esa palabra ya no se usa más, Yo la uso sin la d al final, ahora la dije porque si no me ibas a corregir, ¿No te vas a callar, no cierto?, No tengo ganas y tampoco tengo ganas de aguantar tu petulancia, Yo no soy petulante, soy sincera, Sos egoísta y mezquina, Es lo mismo, No, no es lo mismo es peor, Peor que qué, Peor que petulante, ¿La palabra pelotudo vendrá de petulante?, No creo, alguien petulante no necesariamente debe ser pelotudo y viceversa, Sí, capaz que sí, vamos a casa.

Suelo tardar un poco más pero vos me apretabas mucho, Estuviste bien no te preocupes, No si no me preocupo me estoy ocupando después cuando ya fue, es una costumbre de mierda que tengo, Preocupate para la próxima, ¿Lo vamos a hacer de vuelta?, No, ¿Por qué?, Porque con un orgasmo semanal me alcanza, ¿Te alcanza para qué?, Para no tener ganas, ¿Entonces nos vemos la semana que viene?, No, no hago el amor dos veces con el mismo tipo, Entonces me voy, No, quedate a dormir hasta mañana, ¿Para qué?, Para que me hagas el desayuno, Poneme una escoba en el culo y te barro la casa, La barrí esta mañana, Vos estás loca, Sí, Y me querés enloquecer a mí, No, ¿Entonces?, Vamos a comer algo.

¿Quién es ese de la foto?, No se, ¿Y por qué tenés la foto de alguien que no sabés quién es?, Porque estaba acá cuando vine, ¿Esta no es tu casa?, No, ¿Y de quién es?, No sé, un día entré y me quedé, nunca vino nadie, ¿Desde cuándo?, Desde ayer, ¿Y si vienen ahora?, Nos vamos, Vamos a ir presos, Es probable ¿Te gusta el brócoli?

¿Cómo te llamás?, No se, creo que me gustaría llamarme Selva, Yo me llamo Ricardo, Ya sé, ¿Cómo sabés si nunca te dije cómo me llamaba?, Tenés cara de Ricardo, Vos no tenés cara de Selva, tenés cara de Laura, Las Selvas no tienen cara de nada, Golpean.


Al borde
siempre
al filo
un paso en falso
de alpargata
de cáñamo
y a la mierda
la nariz
la elegancia
y el charme
de tanto pantalón
brilloso
barro y carmín
de reggae maceta
con flor
de cirio
de a peso
no temas
el piso está ahí
en el suelo
como siempre
más a bajo
no se puede.


Cuando preguntó la hora ya era tarde, tomó el resto del café que se había enfriado en la taza, dobló el diario y salió.

En la parada del bondi se encontró con alguien que decía conocerlo. El tipo era muy amable y a Víctor le dio pena contradecirlo, subieron juntos y compartieron el asiento, conversaron animadamente y se despidieron con la promesa de volver a verse asado de por medio.

A raíz de esto Víctor pensó que si se hubiera dedicado a cultivar amistades como esa hoy estaría cosechando dulces frutos, se imaginó con una canasta y un sombrero de paja recogiendo feliz maravillosos momentos y le dio risa.

Un agente federal lo estaba siguiendo con la vista, en el momento en que Víctor largó la carcajada lo corrió tocando pito y le pidió documentos, Víctor no los traía, el agente le dijo, Lo siento mucho, va a tener que acompañarme. Ni en pedo, dijo Víctor, Tengo una entrevista de trabajo, Lo siento mucho caballero usted tiene el mismo aspecto de un asesino que andamos buscando, vamos a la comisaría, averiguamos sus antecedentes y si está limpio se va lo más tranquilo, No puedo oficial, si pierdo este laburo estoy frito, Si lo dejo ir voy preso así que no me haga las cosas más difíciles, después de decir esto el policía lo tomó de un brazo, entonces Víctor le dio un empujón y salió corriendo, se subió a otro bondi y desde la ventanilla comprobó que no lo seguían, se bajó cerca del puerto y preguntó la hora, nueve y veinte.

La entrevista era a las nueve, Si llego antes de las nueve y media todavía estoy a tiempo, se dijo para tranquilizarse, verificó la plata que le quedaba y paró un taxi, cuando le dijo al chofer la dirección el tipo se dio vuelta y lo miró, Esa dirección no existe, Como que no existe, dijo Víctor, Azcuénaga es la continuación de Juan B. Justo y yo voy a Azcuénaga al 4000, Azcuénaga al 4000 no existe, dijo el taxista, Mire, hagamos una cosa, usted agarra Juan B. Justo y si después no aparece Azcuénaga le doy la razón, Como usted diga, dijo el taxista y arrancó.

La calle Juan B Justo terminaba en un descampado que Víctor nunca había visto, Acá estamos al 3200 y más allá no hay nada, le señaló el conductor, Se baja acá o volvemos, Me bajo acá, dijo Víctor decidido, Cuanto es, Cinco, Acá tiene, buenos días. Se bajó mirando el reloj del auto, que parecía haberse clavado en las nueve y media, miró el horizonte y no lo podía creer, más halla no había nada.

Víctor se acomodó el diario bajo el brazo y encaró derecho, con la seguridad de quien no conoce la duda.


En algún lado dejé
la luna y esa estrella.
Creo que perdí
definitivamente
el recuerdo
de aquella mano
y la caricia
con esos ojos
que me miraste.


Alberto Medina decidió hacerse matar.

Una serie de fracasos sucesivos precipitaron una determinación que ya había tomado tiempo atrás.

El suicida recurrente suele pensar a diario una forma rápida, limpia, digna y no dolorosa de morir, de dar por terminado ese juego perverso en que suele transformarse la vida.

Alberto medina era un cobarde y acostumbraba a mencionarlo cada vez que se ponía triste con el alcohol. El salame se ponía en pedo y daba lástima porque alguien le dijo que las mujeres buscaban hombres tristes para protegerlos. Alberto Medina espantaba a las mujeres y a los hombres por igual. Alberto medina era solo y solo tomó la decisión de hacerse matar.

Una noche se clavó medio litro de ginebra en diez minutos y salió en bicicleta a perder y perdió rápido, un indigente, padre de dos pibes presa de la desesperación lo encaró sin arma, lo tiró de la bici, la agarró, e intentó salir a los pedos.

Alberto salió para hacerse matar, no para que un don nadie desarmado lo voltee de la bici para llevársela. Lo corrió, lo alcanzó y lo tumbó, forcejearon y no ganó ninguno de los dos, perdieron ambos, porque se miraron a la cara. Los dos vieron la desesperación del otro y por un segundo eterno fueron pares y ese segundo fue suficiente. Ambos entendieron. De la lucha por la supervivencia pasaron al abrazo y fueron de la misma especie y la misma condena.

Lloraron, abrazados, y mientras lloraban un tercero se llevó la bicicleta pero volvió arrepentido. Alberto y el otro desesperado seguían en la misma posición, el tercero se acercó al conmovedor dúo y empezó a llorar, se acordó de su mamá, de la polenta que odiaba y después extrañó lleno de nostalgia. Lloró como nunca.

Cuando pasó el furgón de la policía eran 17 almas llorando por todos nosotros, los milicos pararon intrigados, seis de los ocho uniformados fueron presa de una profunda tristeza, los dos policías restantes se encargaron de llevarse a aquella multitud a la comisaría.

El comisario de apellido Guevara, que alguna vez había leído a González Tuñón, entendió todo de inmediato, llamó por teléfono a un fiscal amigo que se apersonó de toque. El fiscal llamó a un juez con el que se juntaban a tomar ácido y jugar al ajedrez. El juez acudió raudo a la comisaría de Guevara.

Hasta acá el detalle, después, mucho después, todos murieron en una guerra feroz, que fue la última.


Acústica de cueva
mi sien
y mi oído,
sabía que eras vos
te conozco
los pasos
que finiquitan
por así decirlo
el recorrido
y el pesar
del pasar
de esos zapatos
por el pasillo
hasta la pieza.


Cómo es todo Mercedes, hoy estás y mañana no, resulta que te acomodás y te cortan la luz en verano, el ventilador se queda quieto y vos también, la gota gorda, quieta, como una estatua, te quedás quieta y sudás. De las lágrimas en esas circunstancias no se da cuenta nadie. Alguien se ríe en la pieza de al lado.


Como no
si te busco
para descansar
de mi.
Si al encontrarte
me reconozco
cuando me pierdo
en una curva
del sendero que soy
y ya no hay vuelta
levanto la mano
para que me veas
y me ves
y te veo.


Un día vino la abuela de Osvaldo y le regaló un tiki taka, esas bolas de plástico que se chocaban entre sí gracias a un artilugio con hilos que había que ayudar con solo un poco de astucia. Osvaldo no tenía ni astucia, ni tino, ni conducta, ni inteligencia, ni plata, ni belleza, ni talento. Se llenó la cabeza de chichones y se lastimó un ojo y lo tuvieron que llevar al hospital, desde entonces todo el mundo se olvidó que el pibe se llamaba Osvaldo y empezaron a decirle Tuerto, el Tuerto intentó matar a su padre a los veinte y fue en cana. Estando preso leyó a Conrad y estudió abogacía y salió el tuerto como un cíclope lleno de experiencia y sabiduría a morfarse el mundo a tarascones y el mundo se lo comió a él y a toda su puta mediocridad en menos de lo que canta un gallo mal dormido.


Me acuerdo de mi papá que lloraba en el baño y pensaba que nadie se daba cuenta.

Me acuerdo de una calesita con sortija que era como una pera con una pieza de metal en la parte de abajo que había que abarajar para dar una vuelta gratis y que yo nunca agarraba hasta que el calesitero me la daba con una sonrisa, por ser el más incapaz y el más entusiasta.

Odiaba a ese tipo que me dejaba ganar por un favoritismo egoísta que privilegiaba al perdedor, al niño que estaba destinado al sin destino del fracaso que era yo de chico. Hasta que crecí y pude comprarme mi propia calesita y nunca dejé ganar a ningún niño incapaz, por principios y por inútil.

Después me vi obligado a vender la calesita y quedé debiendo plata, a causa del estrés me quedé ciego por dos años, me regalaron un perro lazarillo que se quedó ciego a su vez y al que tuve que guiar hasta que se murió de viejo.


En un perdido
panorama
de fuego fatuo
se descubre
la tristeza
de la soledad
sin fin
que se multiplica


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