Colaboración

Nos juran que esta nota no está plagiada, pero ahora ya no se puede estar seguro de nada. El sonado Caso Bucay, ha provocado esta reflexión repleta de "maliciosa satisfacción" a Federico, que fue enviada como carta de lectores al diario Uno y como colaboración a nuestra revista.

Odiamos tanto a Bucay

Por Federico Coutaz

Parecería que la clasificación de la selección nacional de fútbol al próximo mundial no nos ha deparado tanta satisfacción como la acusación de plagio sufrida por el omnipresente doctor Bucay. Se trata de una satisfacción maliciosa, podrá objetarse. Absolutamente cierto, pero más sana que la supersticiosa relación que suele cometerse entre las palabras de Bucay y el conocimiento, la salud o, lo que es peor, la literatura.

Digámoslo de una vez: odiamos a Bucay. En mi caso no se trata de un odio destacado; no le deseo el dolor, la enfermedad ni la desdicha. Sin embargo, no me cuesta confesar que ver a tanta gente exhibir libros de éste y, principalmente, ver la foto suya que ilustra esos libros (foto que frecuentemente publica la revista Viva con total impunidad) me provoca una incomodidad muy parecida a la violencia.

Roberto Gómez Bolaño, ese pequeño y magistral Shakespeare que habitó la infancia de varias generaciones no necesitó conocer a Bucay para concebir al eterno y odiado Quico. Sospecho, sin embargo, que si lo hubiera hecho a imagen y semejanza de un hipotético niño Bucay, el resultado no sería muy diferente al conocido.

No somos pocos los que lo sabemos: Bucay (el de la foto) es ese gordito, de guardapolvo impecable y cobardía delatora que desde la infancia supo destacarse no por sus virtudes intelectuales ni bondades humanas, sino por el ejercicio militante de la obsecuencia ante la autoridad y de la competencia, la traición y el fraude hacia sus compañeros.

¿Cómo explicar de otra forma que la noticia en cuestión haya tenido tantas repercusiones? Imaginemos (la perversión no tiene límites) que Bucay, en vez de ser acusado, hubiera ganado el Nóbel de algo. ¿El peso de la noticia de su éxito sería proporcional al de la noticia de su caída? ¿Hubiera provocado tanta alegría como la presente? Lo dudo.

La justicia de los hombres procede de manera caprichosa. Hace poco el mayor asesino de la historia de Chile fue procesado por malversación de fondos. Ahora Bucay es acusado de plagio. Bien sé que la comparación es desmedida (y temo que irrespetuosa).

Es cierto que Bucay no mató a nadie, pero no es menos cierto que, si se considera el daño que su obra ha causado en la inteligencia de este pueblo, la acusación de que ésta es producto de plagio es, por lo menos, benévola. Lo exime más de lo que lo condena.

Desde los años sesenta diversas corrientes de la teoría literaria ha insistido en que un texto es un espacio en el cual se entretejen diversos textos ya existentes, un "mosaico de citas". La posibilidad de creación, según esta idea, se restringe a la posibilidad de combinar textos ya existentes.

No obstante, no es difícil aventurar que, afortunadamente, poco o nada ayudará a Bucay este argumento ante la justicia y/o ante muchos de sus despechados lectores.

Pero bueno, en definitiva "no se ha muerto nadie", solía repetir alguna de mis abuelas con cierta sabiduría prebucayana. Ahora algunos libros desaparecerán de ambiciosas bibliotecas para luego ser reemplazados por otros que por pudor es mejor no imaginar.

Luego, el incidente será olvidado. ¿Será también olvidado Bucay? ¿Seremos dignos de semejante piedad?

En cualquier caso, la piedad es una virtud y ya podemos ejercerla con el castigado Bucay. Además "de todo lo malo siempre se puede sacar algo bueno" reza el sentido común y él, su mayor profeta, lo sabe perfectamente.

Es éste un buen momento para someter ese concepto a la práctica lo cual, a simple vista, no deja de ser un desafío edificante: Bucay está frente a la oportunidad de frotar sus zapatos de goma y releer todos sus libros (si es que le alcanza la vida) hasta nutrirse de sus propias enseñanzas, salir de este mal trance y renacer de las cenizas cual gato félix (si se acepta la mitología local).

Mientras tanto nos queda esta sonrisa. Sonrisa maliciosa, sí. Pero que sabe a justicia.



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