Colaboración

Después de varios números vuelve Luis a nuestro espacio de colaboración, esta vez para contarnos una historia que a su vez le contara Morris West y que - él lo dice - intenta transcribir "con demasiada dificultad".

"¿En qué forma se gana la confianza un partido cualquiera? Mostrando resultados. Estableciendo el orden en el caos. Librándose de los elementos disidentes y construyendo la unidad en fuerza. Tal como hicieron los fascistas."

El beato

por Luis Juan Fabrizi

Al llegar a la casa, seguí la rutina acostumbrada, intimándolo a rendirse. Sonó otro disparo, esta vez desde la ventana más baja. Alcanzó a uno de mis hombres. Lancé una granada por la ventana, esperé el estallido y luego entré. Encontré al tirador, un anciano pescador, una mujer y un niño de pecho. Todos muertos. El niño recibió el grueso de la descarga…

-Gajes de la guerra. Pero yo era el elemento humano. ¿Entiende?

-Sí, entiendo. Ya había cumplido con lo que le habían pagado para que realizara. Quedaba dispensado del resto. Su guerra había terminado. ¿Es eso?

-Más o menos.

-Cuando encontré a Nina, ella fue un refugio. Cuando nos enamoramos, fue más; una especie de absolución. Cuando quedó embarazada, sentí como si yo estuviera deshaciendo lo que había hecho: remplazando con una vida nueva la que había destruido. Cuando comenzamos a preocuparnos de esta gente, fue la reparación que yo podía ofrecer al viejo pescador y a la mujer muerta. Pero no era suficiente…No es suficiente todavía.

-Nunca los es -dijo Meyer-. Pero, ¿qué tiene que ver Dios con todo esto?

-Si no tiene que ver, todo es una locura monstruosa. La muerte no significa nada, la reparación menos aún. Somos hormigas en la carcasa del mundo, salidas de la nada, encaminándonos afanosamente a ninguna parte. Uno de nosotros muere y los otros se echan encima para devorar sus restos. Todo este valle podría congelarse hasta morir y no significaría nada, absolutamente nada…Pero si hay Dios…todo tiene una importancia enorme…cada vida, cada muerte…

-¿Y la reparación?

-No significa nada -dijo sombríamente Nerone-. A menos que uno se entregue como parte de ella.

-Llevo mucho tiempo viviendo como un hombre perdido. He sido como el calabrés que se detiene en medio de Roma y pregunta a todos: " ¿Quién soy? ¿De dónde vine? ¿A dónde voy?". Por supuesto, nadie le contesta porque nadie lo entiende…Y aunque lo entendieran, él no comprendería porque no conoce el lenguaje de Roma. Yo no fui siempre así. Hubo una época en que yo era como tú. Sabía que venía de Dios y que por fin volvería a Él, que podía hablarle en la Iglesia y recibirlo en la Comunión. Yo podía proceder mal y ser perdonado. Podía extraviarme un poco y volver al camino recto…Y, de pronto, desapareció el camino. Estaba oscuro y se oían voces que me gritaban: ¡por ese lado!, ¡por aquél! Seguí las voces y la oscuridad se hizo mayor y escuché otras voces. Pero no encontré el camino. Me perdí. No había Dios, ni Iglesia, ni lugar donde ir al final. Yo era como tu calabrés: gritaba en una ciudad de extraños. Cuando me sucedió lo de Messina, no pude hacer como los demás y decir: ¡es la guerra!, ¡es el precio de la paz! Lo olvidaré y seguiré combatiendo por mis convicciones. No, yo no creía en nada, ni en la guerra, ni en la paz. ¡En nada, absolutamente! Sólo veía a un niño, a una mujer y aun anciano a los que yo había matado sin razón válida…Entonces huí y, de pronto, sin saber cómo ni por qué, me encontré contigo, de nuevo en mi hogar. Pero no es igual. Yo he cambiado. La oscuridad se ha ido pero hay niebla, como en el valle a la primera luz grisácea de la mañana. Te veo y te conozco y te amo, porque tú estás cerca y también me amas. Pero fuera de la puerta siguen la niebla y la extrañeza. Hasta las personas son diferentes. Me miran con ojos interrogadores. Sin que yo sepa por qué, me consideran un gran hombre. Confían en mí. Yo soy tu calabrés que ha estado en una ciudad grande y la ha visto entera; que conoce al Papa y al Presidente y sabe cómo se deben hacer las cosas. Soy un hombre de confianza. Debería enorgullecerme por esto, pero no puedo, porque sigo caminando por la niebla, siempre inseguro de dónde vine, adónde voy y qué debo hacer…

Quiero encontrar un sitio pequeño y secreto, construirlo, si es necesario, con mis manos. Quiero vivir ahí, solo con este Dios cuyo rostro no puedo ver. Quiero decirle: "Mírame. Estoy perdido. La culpa es mía, pero estoy perdido. Si estás ahí, háblame claramente. Muéstrame quién soy, de dónde vine y adónde voy. Este pueblo tuyo que te conoce, ¿por qué se vuelva a mí y no a Ti para que lo ayudes? ¿Llevo una marca en la frente que no puedo leer? Si la tengo, dime lo que significa…".

Decía que Gesú construyó la Iglesia como una casa para que su familia viviera en ella, pero que algunos hombres, incluso sacerdotes, la usaban como mercado y taberna. Decía que comerciaban en ella y la llenaban de discusiones y gritos y hasta ensuciaban su piso como lo hacen los borrachos. Decía que si no fuera por el amor de Gesú y el cuidado del Espíritu Santo, la Iglesia se derrumbaría en una generación. Decía que lo que necesita toda casa es mucho amor y poca discusión.

Y esa era la respuesta a la pregunta que tanto tiempo le había perseguido: por qué grandes hombres mueren y salen de la creación sin producir ni un oleaje de recuerdo, mientras la memoria de otros se conserva en el corazón de los humildes.

Designar bienaventurado a un hombre es declararlo siervo heroico de Dios, alzarlo como un ejemplo y un intercesor de los fieles. Aceptar sus milagros es admitir más allá de toda duda el Poder Divino que ha operado por su intermedio para suspender o abolir las leyes de la naturaleza. Un error en tal materia es inconcebible. La maquinaria maciza de la Congregación de Ritos ha sido proyectada para impedirlo. Pero una acción prematura, una investigación torpe, podrían causar un escándalo grave y debilitar la fe de millones en una Iglesia infalible que reclama para sí la guía directa del Espíritu Santo.

El abogado del Diablo tendría que ser docto, meticuloso, desapasionado. Tendría que ser frío en el juicio, implacable en la condenación. Podría faltarle caridad o compasión, pero no podía carecer de precisión. Tales hombres son escasos y aquellos de que disponía ya estaban ocupados en otras causas. Blaise Meredith, el hombre enteco, sobrio, que ya tenía el color grisáceo de la muerte poseía las cualidades y a su vez era inglés, lo que eliminaba la sospecha de concomitancias políticas.

-La beatificación de Giacomo Nerone es un ardid político y desconfío de él.

- Soy el Abogado del diablo. Mi deber es no estar satisfecho.

- Me estaba preguntando que sucedería en la antigüedad, cuando la ciencia médica era tan limitada y la reglamentación de los testimonios menos estricta. ¿Es posible que hayan aceptado muchos milagros que no lo eran?

-¿Y que se rinda veneración a ciertos santos cuyos registros son tan oscuros que hasta su existencia resulta dudosa?

- No es la opinión lo que me preocupa, Meredith. Es la tendencia; la tendencia a complicar tanto con glosarios, comentarios e hipótesis que la simplicidad rígida de la fe esencial se oscurece, no sólo para los fieles, sino para los investigadores honrados que están fuera de la fe. Yo lo deploro. Lo deploro tanto más cuanto que considero que se levanta una barrera entre el pastor y las almas que él trata de alcanzar.

Nerone no alcanzó a verlo, pero mucho tiempo después, Escribá de Balaguer fue proclamado Santo.

P.D.: Historia que me contara Morris West y que yo intento transcribir con demasiada dificultad.



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