Los Consejos de Seguro

Seguro se despacha con una historia de curandero casanova y Delfina poemisa su maternidad como solo ella puede hacerlo. Acá están, estos son, los artistas, poniendo sus mejores carnes al asador, buen provecho.

Seguro & Delfina & la Bestia
de febrero

Salvador Mesa tenía un don, curaba por imposición de manos. Sus manos, de dedos amarillos de fumar armados, que se imponían por sobre cualquier mal.

Como se sabe, el que cura por imposición de manos debe tocar la zona afectada sin interferencia de tejido o de pudores, por eso Salvador recibía disgustos, placeres y cosas muebles en partes más o menos iguales.

Una cosa lleva a la otra y las dos lavan la cara y las culpas, así, la señorita que decía tener dolores en el pecho era tocada con singular maestría por el sanador que sabía como acceder a la fuente del dolor y a la otra fuente, la del deseo. Adonde le duele Irma, Acá, respondía la dama, tomándose la entrepierna.

Salvador no era un baboso, era un amante selectivo, exigente, incansable y certero, salvo aquella vez que intentó el salto del tigre de arriba del ropero y se olvidó que el ventilador de techo estaba prendido.

Salvador no sabía leer, sabía decir, nunca había perdido el tiempo tratando de entender un texto, el creía que tratar de entendernos entre nosotros ya era demasiado, el era un sabedor intuitivo, conocía la naturaleza humana por lidiar con ella a diario, sanaba de verdad y amaba con arte y sin método. Vivía solo, claro, ninguna mujer podría tolerar compartir de aquella forma a su hombre.

Entre los problemas de Salvador había uno que se llevaba las palmas: renegaba de la limpieza corporal; el opinaba que no se debe estar muy limpio porque una buena barrera de mugre evita la entrada de enfermedades a través de la piel, no tenía base científica para sostener aquella teoría ni la necesitaba, cuando alguna dama le decía, Pero Salvador, mire la mugre que tiene en las uñas, el respondía, Las uñas yo me las limpio, lo que pasa es que me rasco.

Salvador fumaba mucho, armaba sus propios cigarrillos y guardaba las colillas en un tarro de duraznos, cuando el tarro se llenaba reciclaba aquel tabaco y liaba nuevos pitillos, esta costumbre poco saludable se lo llevó a la muerte aún antes que se lo llevase la cirrosis.

En sus curaciones, Salvador absorbía a través de sus manos grandes cantidades de energía negativa que sublimaba haciendo esculturas de alambre, estas esculturas terminaban, nadie sabía como, en los domicilios de corruptos asesinos y canallas, miembros en su gran mayoría de la clase política, la iglesia, militares y policías. Aquellas esculturas "cargadas" con diversos males funcionaban como un transmisor de enfermedades que transformaba la vida de aquellas personas que se lo merecían en un calvario, que a veces y en el mejor de los casos, los mataba.

Esto forma parte de la mitología urbana que los vecinos, amantes y amigos de Salvador han construido a través de los años; quizá solo haya sido un atorrante de aguda verba que tenía la costumbre de intentar resolverle problemas a sus pares sin recibir por ello grandes recompensas. Vaya, pues, nuestro recuerdo al finado Salvador a quien hoy llaman Sócalo, porque dicen que está ahí abajo, quieto.



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Soy hija del rigor
conque vivo
soy la que ha tenido
que parir
para parirse
y a la par
crezco
con vos.

No quieras tomar ventaja
esto no es una carrera
no somos quienes van hacia la meta
la meta viene hacia nosotros
y cuando nos encuentra
nos mata
en un accidente
como vos
un accidente
como yo.

Delfina Contreras, argentina, contemporánea e inédita en letra de molde de papel

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