Reportaje a Rolando Astarita

"El stalinismo sigue vivo"

Por Miguel Espinaco

La urgencia informativa desplazó ya al caso de Hilda Molina - la médica a la que se le impide salir de Cuba - de las tapas de los diarios y de los noticieros. Las últimas noticias cuentan de la sorpresiva visita del canciller cubano Felipe Pérez Roque a la Argentina, en la que supuestamente se habría hablado de permitirle el reencuentro con sus familiares en un tercer país que sería Venezuela.

Detrás del habitual y amarillo manejo de los medios de difusión, el caso Molina permite adentrarse en una discusión más profunda: ¿está bien que el gobierno cubano, que se dice socialista, impida la salida del país a sus ciudadanos?

A partir de un comunicado de prensa y una carta dirigida al gobierno cubano, propusimos una entrevista vía mail a uno de sus firmantes. Rolando Astarita, es docente en la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Buenos Aires, docente de Economía en la Universidad Nacional de Quilmes, dirigente político, director de la revista Debate Marxista y autor del libro "Valor, mercado mundial y globalización", de reciente publicación. Fue también profesor de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo hasta octubre de 2001, fecha en la que renunció junto a un grupo de profesores, en disidencia por la posición tomada por Hebe de Bonafini ante los atentados del 11 de setiembre en Nueva York.

En el mail en el que acepta cordialmente nuestra propuesta, que derivó en un paciente intercambio de mensajes sucesivos, Rolando escribe que "la clave de la polémica sobre el caso Hilda Molina tiene que ver con qué concepción de socialismo, o de sociedad futura, se defiende".

De eso habla en el reportaje que transcribimos a continuación.

MdH: El caso de Hilda Molina Morejón apareció en los diarios como un error de cálculo de Kirchner que le provocó una crisis diplomática, pero al interior de la izquierda reabre la vieja discusión del socialismo y las libertades democráticas. Vos sos firmante de un comunicado de prensa que nos llegó por la red, un comunicado titulado "Argentinos de izquierda apoyan el derecho de Hilda Molina a salir de Cuba" acompañado por una nota dirigida al Presidente Fidel Castro, a la Asamblea Nacional al Partido Comunista de Cuba, en la que solicitan que revean su decisión respecto al caso Hilda Molina y autoricen su salida de la isla. Hay como un tabú entre la izquierda en esto de criticar a Fidel Castro, como que enseguida aparecen los motes de contrarrevolucionario. ¿Que respuestas obtuvieron del gobierno cubano y del resto de la izquierda argentina? ¿Sirvió esta posición pública para avanzar en ese debate?

Rolando: Empiezo por las respuestas que se dieron. Por parte de la embajada, y el gobierno cubano, no recibimos respuesta alguna. En relación a la izquierda, la mayoría directamente no respondió. En mi caso particular dirigí dos cartas por mail a gente de izquierda y no contestó casi nadie. De todas maneras a través de listas de discusión, y en charlas personales, se dieron algunos argumentos que son más o menos los "tradicionales" que se emplearon históricamente para justificar la represión en los regímenes stalinistas, sean Estados, partidos políticos o cualquier otro tipo de organización. Estos argumentos son de dos tipos. Por un lado se afirma que, dado que Cuba está siendo atacada por el imperialismo, cualquier crítica al gobierno cubano ayuda objetivamente a la derecha y al imperialismo. El segundo tipo de argumento consiste en echar un manto de sospechas -en otros casos las acusaciones son directas, del tipo de "Hilda Molina tiene asuntos pendientes con la justicia cubana", "Hilda Molina quiere salir de Cuba porque está detrás de un negociado con patentes medicinales" o, en todo caso, "hay importantes razones de defensa de la revolución, que no se pueden ventilar en público, que obligan a impedirle la salida de Cuba". Ambos argumentos los respondí en varios mails que escribí estos días. Sobre el primero, es una repetición de lo que se decía en los años treinta cuando se justificaban los juicios de Moscú y los campos de concentración stalinistas, o en la posguerra la entrada de las tropas soviéticas en Alemania Oriental, Hungría, Checoslovaquia, o la construcción del Muro de Berlín. En 1968 yo militaba en la Juventud Comunista y recuerdo que mi responsable político nos decía: "aquí hay dos campos, el imperialista y el socialista; no hay términos medios, o se está con la URSS o se está con el imperialismo". Pasaron más de 35 años y se sigue utilizando el mismo argumento, "aquí hay dos campos, el imperio y los que resisten al imperio, con Cuba a la cabeza; el que critica a Castro está con el imperio". Cualquier infamia se puede justificar de esta manera.

Por otra parte estas medidas jamás fortalecieron la lucha por el socialismo, o contra el imperialismo. Tomemos el Muro de Berlín. En su momento se decía que servía para defender al campo socialista de los ataques del imperialismo y la contrarrevolución. ¿Pero qué logró? Sencillamente que la mayoría de los trabajadores identificara al socialismo con un régimen opresivo, con una dictadura, y le dieran la espalda. Por otra parte, el Muro de Berlín tampoco fortaleció la construcción socialista al interior de Alemania Oriental; finalmente la misma población alemana "se salió" de ese pretendido socialismo.

Voy al otro argumento, que habla del carácter "contrarrevolucionario" de Hilda Molina, o de sus intenciones ocultas. Pero el hecho es que Hilda Molina hasta hace poco era prácticamente una heroína de la revolución cubana y de buenas a primeras, precisamente cuando hace algunas críticas a la dirección cubana, pasa a ser sospechosa y a difundirse cualquier tipo de rumores sobre sus actividades "oscuras". Tan pocas pruebas en su contra tienen que en esta ocasión ni siquiera le pudieron armar un proceso judicial. Ante esto, lo único que cabe es hacerse un juicio de valor propio, teniendo en cuenta la tradición que existe en la izquierda de calumniar y acusar a los que disienten o critican, con el objetivo de desacreditarlos y de justificar la represión. Recordemos que siguiendo esta lógica política los compañeros de Lenin, que habían soportado la represión zarista y afrontado los enormes peligros de la revolución y de la guerra civil, de pronto pasaron a ser "agentes del imperialismo alemán". Y para esto se adujeron "pruebas", que años después el mismo régimen reconoció que habían sido inventadas y fraguadas. Lo cual no impidió que se volviera a lo mismo cada vez que se consideraba conveniente.

Algo parecido sucede a cada rato en las organizaciones de izquierda, en donde gente de comportamiento intachable apenas hace críticas o cuestionamientos serios pasa a ser calificada de "agente del enemigo". Personalmente lo he sufrido hace poco; cuando en 2001 critiqué a Hebe Bonafini por su apoyo a Ben Laden y al ataque a las Torres Gemelas, y renuncié como docente de la Universidad de las Madres, fui acusado por Bonafini de ser un "agente pagado por la Universidad de Buenos Aires para destruir a la Universidad de las Madres". Gente de izquierda, que hoy dice que Hilda Molina es una agente de la contrarrevolución, avaló y aplaudió en su momento la metodología de Hebe Bonafini. Hay una continuidad de criterio y metodológica; para ellos el "vale todo" para silenciar al crítico, la calumnia y, de ser posible, el "juicio político" (si tienen poder te fusilan), son medios necesarios, aunque dolorosos, para construir el socialismo. Se calumnia para destruir moralmente al crítico, para aislarlo y generar un cordón sanitario a su alrededor. Y cuando se tiene poder, como sucede en Cuba, para justificar la represión física que se ejerce sobre él.

El resultado de todo esto, insisto, es que tiene un efecto nefasto en la lucha ideológica contra el sistema capitalista. El socialismo jamás se podrá levantar en la conciencia de los trabajadores en tanto se continúe con estos métodos y sigan predominando. Observemos que el caso Hilda Molina es paradigmático, porque se trata de la represión de alguien por opinar distinto a como opina la dirección del Estado cubano. Hay en esto implicada, además, una concepción de qué tipo de sociedad queremos, por qué socialismo luchamos.

Sobre el porqué en la izquierda argentina se hace silencio en torno a estos métodos, y en concreto en torno a la práctica de Castro, no tengo claridad. Sí pienso que, dado que la mayoría de las organizaciones de la izquierda argentina emplea métodos y políticas stalinistas (incluyo en esto a los que se dicen anti stalinistas), la crítica a lo que se hace en Cuba es en buena medida una crítica a su propia metodología. Tal vez por ese lado se pueda pensar por qué el silencio (que es aval a la represión) ante casos como el de Hilda Molina.

Todo esto demostró, por otra parte, que el stalinismo, en cuanto concepción política y social, sigue vivo y domina en la izquierda argentina, entendida en un sentido amplio (esto es, incluyendo a buena parte de la militancia que se considera "independiente" de las organizaciones).

MdH: Tomando el tema de los argumentos que se sugieren (porque nadie lo dice oficialmente) para apoyar el impedimento de salida a Hilda Molina, encontramos en internet esta opinión del PCR. "Notoriamente, entre las medallas que devolvió Hilda Molina, una de ellas es por "30 años de los órganos de la Seguridad del Estado" (La Nación, 19/12). Quién integró "30 años" los "órganos de seguridad del Estado", debe conocer muchos secretos de ese Estado, que son muy valiosos para un país amenazado por una superpotencia guerrerista." ¿Cómo te parece que tendría que manejar un país socialista estos temas, digamos, delicados?

Rolando: El primer lugar no creo que Cuba sea un país "socialista", si por socialismo se entiende -según la acepción clásica del término que utilizaron los marxistas clásicos- una sociedad en la que desapareció el Estado. Ni siquiera creo que sea un Estado "proletario", como sostiene el trotskismo. Se trata de una formación no capitalista -aunque todo indica que se están extendiendo formas de producción capitalistas en su interior- que no veo que esté en transición alguna hacia el socialismo. Los mismos discursos de Castro prácticamente han dejado de aludir al carácter "socialista" de Cuba. El énfasis está puesto en el aspecto nacional independiente, con respecto a Estados Unidos, del régimen cubano.

Ahora bien, en lo que respecta a la seguridad de un régimen acosado por los enemigos, los criterios y formas de organización que se aplican están en correspondencia con la concepción y estrategia de construcción social. Hay una concepción de las organizaciones burocráticas -sean partidos, Estados- que apunta a privar de protagonismo real en las decisiones a los ciudadanos comunes, y en particular a los trabajadores. A lo sumo se dejan en sus manos las decisiones que hacen a cuestiones vecinales o, como en la ex Yugoslavia, a la administración de los lugares de trabajo; pero no a las decisiones estratégicas. En esta visión, así como la política está en manos de funcionarios especiales, también la seguridad debe estar a cargo de órganos especiales, separados del control del conjunto de la sociedad. De la misma manera se defiende la diplomacia secreta, se reniega de la idea del "consejo" (o soviet) como organismo de autogobierno de la población y de la discusión abierta y franca de los grandes problemas que enfrenta la sociedad. En una palabra, la sociedad se convierte en una abstracción enfrentada al individuo -aquel peligro que ya denunciaba Marx en sus escritos de juventud.

La concepción opuesta a la anterior es la del soviet y el pueblo en armas, con pluralidad de partidos soviéticos y abolición de la diplomacia secreta. Esta es la tradición de la Comuna de París, del programa del "Estado y la Revolución" de Lenin y de los primeros tiempos de la revolución, del programa de la Comuna de Shangai que se proclamó -y por eso fue barrida por la burocracia- durante la Revolución Cultural china. Es la idea de "luz, luz y más luz" con que Lenin alguna vez formuló la política de publicación que debería existir en la socialdemocracia rusa en plena época del zarismo. Esto es, que las diferencias que existían en el seno del partido fueran ventiladas públicamente para que los trabajadores pudieran opinar. Esto en plena época de represión sobre el partido. En la argumentación de Lenin, echar luz sobre las diferencias internas del partido implicaba fortalecer al partido.

Otro ejemplo: la toma del poder en 1917 se discutió abiertamente, al punto que dos altos dirigentes del partido, Zinoviev y Kamenev, llegaron de hecho a "delatar" el plan insurreccional en la prensa burguesa. Podemos discutir hasta qué punto una organización revolucionaria puede permitir estos extremos (sabemos que ambos continuaron siendo dirigentes del partido luego de la toma del poder), pero lo que quiero destacar es que existía una criterio completamente distinto al que se impuso luego Hasta comienzos de los años veinte predominaba el criterio de que la discusión abierta, la participación de la mayor cantidad en los debates, lejos de debilitar, fortalece la organización y la lucha por el socialismo. Otro ejemplo es la discusión que se hace en la Rusia soviética de la conveniencia de la paz con Alemania. Fue un debate abierto, las propuestas a Alemania se hacían públicas -para escándalo de la diplomacia burguesa mundial- y se llegó al punto que el comité del partido de Moscú, encabezado por Bujarin, desconoció la autoridad del Comité Central y llamó a organizar una escisión porque quería continuar la guerra. La diferencia se superó a partir de un debate, no reprimiendo las opiniones. Incluso es un dato que el soviet de Siberia jamás aprobó la paz con Alemania y a nadie se le ocurrió mandar la intervención. Fue durante la guerra civil, y especialmente a su finalización, que este clima comenzó a cambiar radicalmente y la democracia socialista, la participación activa de la gente, decayó más y más y fue reemplazada por un creciente burocratismo. Los métodos burocráticos con el tiempo se tomaron como naturales, y de esta manera han pasado a formar parte de las formas y procedimientos habituales en la izquierda. Así, que hoy un Estado llamado socialista tenga una red de espionaje desplegada sobre sus propios ciudadanos, conformada por funcionarios especializados integrantes de cuerpos especiales diferenciados del conjunto social, es tomada como algo "lógico". ¿Qué tiene que ver esto con la idea del pueblo en armas y del Estado que implica la más amplia participación de todos en las decisiones fundamentales?

Pero además, y yendo al caso específico de Hilda Molina, la prohibición de salir de Cuba no tiene que ver con el supuesto manejo de secretos de Estado, sino con el ahogo de una voz disidente. También durante los juicios de Moscú de los años treinta se acusaba a viejos revolucionarios de pasar información "vital para la seguridad soviética" a Occidente, y se inventaban incluso "encuentros" con los agentes extranjeros en lugares que ni siquiera existían. Como alguna vez se dijo con respecto a estos argumentos, incluso desde el punto de vista práctico era imposible que la entrega de información funcionara de esa manera. Algo similar podría decirse de Hilda Molina. Aparte de que nadie ha demostrado que esta doctora haya tenido que ver con la construcción de armas secretas cubanas, o cuestiones militares parecidas, es claro que si hubiera querido pasar esa supuesta información de que disponía al exterior no hubiera manifestado críticas a la dirección cubana. Por el contrario, hubiera disimulado, hubiera seguido proclamando su adhesión incondicional a Castro y a la dirección del PC, y hubiera actuado como agente encubierta. Pero en ese caso debería haber sido denunciada penalmente. Nada de esto ha sucedido. A Hilda Molina se la atacó a partir de manifestar sus disidencias, y lo que está en juego aquí es el derecho a expresar opiniones distintas a las "oficiales". Este ahogo de la crítica se quiere justificar por "razones de Estado" que no tienen manera de sustentarse en ideal alguno de socialismo. De nuevo, y estableciendo un paralelismo con la defensa de un partido revolucionario frente a la represión, podemos decir que el ahogo de las diferencias jamás ayudó a defenderlo. Más aún, muchas veces el trabajo de los delatores y provocadores fue facilitado cuando se generaban climas de sospecha generalizada, de intimidación y dogmatismo burocrático. Un ejemplo: en Estados Unidos los agentes de la policía infiltrados en partidos de izquierda muchas veces pasaban por los más "ortodoxos" defensores de las políticas oficiales, y aprovechaban el burocratismo para fomentar la exclusión de militantes por disentir y el clima de fraccionalismo, ya que todo crítico pasaba a ser automáticamente "sospechoso". Esto hubiera sido más difícil con un régimen de democracia socialista.

MdH: Vos escribís en la nota en la que aceptás este reportaje vía mail que el caso de Hilda Molina tiene que ver con "qué concepción de socialismo, o de sociedad futura, se defiende", algo que desarrollás en tu anterior respuesta, y hablás de stalinistas englobando allí "a trotskistas y otras corrientes de izquierda" Es como que vos ves a una mayoritaria parte de la izquierda contaminada por esa huella burocrática, ya lo argumentaste en extenso. ¿Ves sectores que estén tratando de desprenderse de este pasado? ¿Corrientes que estén intentando esta crítica sea alrededor del caso Hilda Molina o tomando cuestiones más generales?

Rolando: Puede sonar pesimista, pero no veo corriente alguna, mínimamente significativa -dentro de las de por sí ya escasas fuerzas de la izquierda- que esté intentando una revisión crítica de las posturas stalinistas. Es cierto que muchos se "autocritican" por haber apoyado en el pasado a regímenes stalinistas, o por haber aplicado en las organizaciones políticas y sindicales los métodos stalinistas. Pero cuando llega la hora de comprobar prácticamente en qué medida se superaron los errores se ve que esas "revisiones críticas" son superficiales. Lenin decía, con razón, que más importante que decir "nos equivocamos" es explicar las razones de la equivocación. Esto implica ir a las raíces teóricas de los errores de análisis, caracterización y política que se cometieron. De lo contrario las autocríticas siempre llegan tarde y no permiten avances serios. Por ejemplo, a partir del informe Kruschev de 1956 muchos tomaron distancia de lo que hizo Stalin. Pero la "autocrítica" de Kruschev no rozó siquiera el cuestionamiento al régimen burocrático, ni indagó en sus orígenes y en las causas de por qué decenas de miles de marxistas durante años creyeron a pie juntillas la historia oficial del PCUS, o pensaron que los métodos burocráticos eran la forma "natural" de organización. No es de extrañar entonces que al poco tiempo esos mismos dirigentes y militantes defendieran en todo el mundo el Muro de Berlín; o que siguieran aplicando los métodos burocráticos en sus partidos y sindicatos en Occidente. En la actitud concreta que se tomaba ante la construcción del Muro, o en lo que se hacía en la política cotidiana, se manifestaba la superficialidad de la autocrítica de 1956. El Muro de Berlín había que criticarlo en 1961, porque en 1989 era muy fácil criticarlo, y hablar en contra de los regímenes burocráticos del Este, pero ya no servía de mucho para hacer avanzar al socialismo. La burocracia en los partidos había que criticarla cuando esas organizaciones agrupaban a miles de militantes. Cuando se derrumbaban la crítica servía de poco para impedir la desmoralización y deserción de la militancia.

Es cierto que en la década de los noventa asistimos a nuevas "revisiones críticas" de lo que pasó. Pero no conozco literatura -por lo menos de las organizaciones políticas de la izquierda argentina- que haya emprendido un examen de las raíces teóricas que llevaron a apoyar a los regímenes del "socialismo real", y menos que hayan explicado el porqué se aplicaron durante años las prácticas stalinistas en los partidos de izquierda. Así los militantes y dirigentes que a comienzos de los noventa prometían "superar definitivamente" el burocratismo, al poco tiempo estaban aplicando los mismos métodos en las organizaciones "refundadas" o en las nuevas. Algunos que hablaban de "autodeterminación" de la militancia terminaron formando movimientos incluso más burocráticos y personalistas.

La actitud tomada ante el caso Molina es una demostración también práctica de la superficialidad de las "revisiones críticas" que se hicieron luego de la caída del Muro. Si en 1961 se "miraba para otro lado" cuando se construía el Muro, con las más diversas excusas y argumentos, hoy se sigue haciendo lo mismo con la represión a la opinión y el pensamiento en Cuba. Gente que habló y escribió criticando la burocracia de la URSS, "miró para otro lado" en el momento de pronunciarse por la libertad de salida de Cuba de Hilda Molina. Hicieron lo mismo que hacían hace 30 o 40 años.

Insisto en que hay una unidad profunda entre esta actitud y lo que se hace cotidianamente en las organizaciones políticas y del movimiento de masas. Por ejemplo, a la mayoría de la militancia -organizada o independiente- le parece lógico que en Cuba se prohíba la circulación de determinados libros o periódicos. Ha naturalizado e interiorizado la idea de que una dirección política puede decidir qué se lee y qué no se lee, qué es conveniente para la salud mental de la población y qué no es conveniente. De la misma manera se considera "normal" que en una organización se le haga la vida imposible a la disidencia, o que se utilice la calumnia para desacreditarla, o directamente se expulse a los críticos por "no acatar el centralismo democrático". Se ha llegado al extremo de invocar el "centralismo democrático", que de hecho significa el ahogo de las disidencias, en organizaciones del movimiento como grupos piqueteros.

En definitiva, el Muro de Berlín puede haber caído, pero el stalinismo sigue vivo en las políticas y métodos. Tal vez esto tenga que ver también con la extrema debilidad del marxismo. Prácticamente no hay casi producción teórica marxista en Argentina. No creo, por otra parte, que éste sea un problema de fácil resolución. Mi esperanza está en que se empiece a formar gente joven, con otros criterios y orientaciones, que sea capaz de ir al fondo de los errores que cometimos los marxistas que empezamos a formarnos en los sesenta y setenta. Pero hasta ahora, ni siquiera el debate se hace. Más bien se responde con el silencio, cuando no con el insulto ("sos un contrarrevolucionario", "estás con el imperialismo"); no con argumentos.



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"Los argumentos son más o menos los que se emplearon históricamente para justificar la represión en los regímenes stalinistas."



















"Es el mismo argumento, "aquí hay dos campos, el imperio y los que resisten al imperio, con Cuba a la cabeza; el que critica a Castro está con el imperio". Cualquier infamia se puede justificar de esta manera."





































"Se calumnia para destruir moralmente al crítico y para aislarlo. Y cuando se tiene poder, como en Cuba, para justificar la represión física que se ejerce sobre él."













"El resultado que tiene es nefasto para la lucha ideológica contra el sistema capitalista. El socialismo jamás se podrá levantar en la conciencia de los trabajadores con estos métodos."













"El stalinismo como concepción política y social, sigue vivo y domina en la izquierda argentina entendida en un sentido amplio, incluyendo a buena parte de la militancia que se considera "independiente" de las organizaciones."













"No creo que Cuba sea un país "socialista", si por socialismo se entiende una sociedad en la que desapareció el Estado. Ni siquiera creo que sea un Estado "proletario", como sostiene el trotskismo."





















































































"A Hilda Molina se la atacó a partir de manifestar disidencias. Este ahogo de la crítica se quiere justificar por "razones de Estado" que no tienen manera de sustentarse en ideal alguno de socialismo."

















































"Al Muro de Berlín había que criticarlo en 1961, en 1989 era muy fácil. Pero ya no servía de mucho para hacer avanzar al socialismo."

















































"Mi esperanza es que se empiece a formar gente joven, con otros criterios y orientaciones, que sea capaz de ir al fondo de los errores que cometimos los marxistas que nos formarnos en los sesenta y setenta. Pero hasta ahora, ni siquiera el debate se hace."

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