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Colaboración

     Con motivo de un homenaje que se les hiciera el pasado 11 de noviembre en la Facultad de Ciencias Económicas a todos los alumnos de la carrera que fueron desaparecidos por la dictadura, Inés, quien fuera compañera de trabajo de Daniel Benavidez, secuestrado en el año 1977, escribió unas líneas en su memoria y aceptó nuestra propuesta de publicarlas a modo de colaboración en esta revista.
     El otro texto pertenece a Elena, quien fuera su mujer, que extrajimos con su autorización del sitio de internet www.estanpresentes.com.ar, el cual nos pareció esencial como para adentrarnos un poco más en la lucha truncada tempranamente de este compañero, del que, a pesar de ser el único desaparecido de la ciudad de Santa Fe del gremio de Luz y Fuerza, sabemos muy poco de el.

Homenaje a Desaparecidos

Por Marcelo Botta

     A lo mejor esto se deba a su filiación política, ya que estaba enrolado en Montoneros, o posiblemente -también- por su posición crítica con respecto a la burocracia sindical. De todas formas no tenemos certezas de que esto sea así, ya que las sucesivas dirigencias de Sindicato de Luz y Fuerza, incluso ante un reclamo formulado públicamente por la propia Elena en una asamblea, hasta ahora, mutis por el foro.

     En cuanto a los hechos que precedieron a su secuestro, se puede apreciar que reflejan los fraudulentos manejos que acostumbraban emplear los que se autodenominaron reorganizadores de nuestra vida nacional.
Cuando Daniel, en enero del '76 se ve obligado a pasar a la clandestinidad para salvaguardar su vida, pide licencia sin goce de sueldo por un año, permiso que es otorgado por la entonces DPE, pero en junio de ese mismo año es dejado cesante por medio de una resolución apócrifa, confeccionada posiblemente por gente de la misma Dirección -en complicidad con el poder militar- empleando un número de una resolución existente anterior referente una obra. Por esto Elena nunca pudo reclamar nada ante la provincia ni para ella ni para las hijas del matrimonio, ya que Daniel nunca fue de la Dirección Provincial de la Energía. En ese momento el interventor designado por los militares era el Ing. Carnevale -un civil- y el gobernador de facto era el militar Jorge De Simone.

     Después del intento de secuestro fallido por el cual Daniel debe ocultarse (ver recuadro), Inés y Elena, junto a otros compañeros de su agrupación sindical, fueron detenidos por la policía en los lugares de trabajo y llevados a la Alcaldía de la Jefatura de la policía provincial para luego ser trasladados al edificio de la Guardia de Infantería en el Parque Sur. Después de pasar aproximadamente 12 días incomunicados sin que nadie les dijera cual era la causa de su detención, fueron llevados diariamente a diferentes comisarías -entre las cuales estaba la famosa seccional cuarta- para ser interrogados durante aproximadamente 10 días más.

     Nunca se les comunicó la causa de su encarcelamiento -como antes dije-, pero los interrogatorios giraban siempre en torno al paradero de Daniel. En estas cesiones -en las que algunos fueron golpeados- permanecían encapuchados, por tanto no podían ver quien los interrogaba.

     Cuando los soltaron los despidió un señor disfrazado con peluquín y bigotes postizos, que luego de darles un discurso nacionalista, les aconsejó -léase amenazó- que tuvieran mas cuidado al elegir amistades.

     Hoy podrá decirse que los desaparecedores eran monstruos y personajes nefastos que se cobraron la vida de treinta mil personas, pero que por suerte pasaron a la historia. Es totalmente cierto, pero no olvidemos que los militares fueron funcionales al mismo poder económico que hoy reprime, mata y encarcela por otros medios a los que luchan, a los que quieren solamente vivir dignamente, a los que solo piden trabajo, ni que -solamente en Argentina- hoy se mueren aproximadamente cien chicos por día por causas evitables.

     Que la desaparición de Daniel ni la de tantos no haya sido en vano. Que ellos sean el ejemplo y el camino para continuar esta lucha no debemos cesar, hasta por una cuestión de supervivencia.

A Daniel, a Paula, Mariana y Soledad.
A Elena, mi amiga del alma.

Por Inés Delmas

     Conocí a Daniel cuando ingresé a la EPE en 1974, a través de Elena, su mujer por entonces, y mi amiga de la infancia, también empleada en la misma Empresa. Tenían 2 hijas pequeñas: Paula, de 2 años y medio y Mariana, de 6 meses. Era delegado gremial por el Sector Almacenes. Querido y respetado por todos sus compañeros. Carismático, afable, cordial, afectuoso, comprometido con sus ideas y fiel a sus ideales.

     Hacía docencia con sus compañeros. El Convenio Colectivo de Trabajo ocupaba un lugar de privilegio en un desvencijado portafolios, el cual desplegaba cada vez que se hacía necesario. Ejercía su tarea de delegado como nadie. Recorría sector por sector procurando interesar a sus compañeros sobre la importancia de conocer sus derechos, así como defenderlos. Combatía la ignorancia y daba cátedra con humildad y persistencia. Tenía cojones, discutía con el jerarca de turno sin achicarse, sin negociar y llamaba a las cosas por su nombre. No alardeaba de su saber, sino que lo compartía. Era un saber multiplicador, que no cumplía aquí con el imperativo de "saber es poder", sino "saber para poder" hacer y transmitir.

     Lamentablemente nunca llegué a conocerlo en profundidad, pero de él tengo imágenes fotográficas que jamás se desvanecen.

     Por eso Daniel, quiero contarte algunas vivencias que hubiese querido compartir con vos personalmente porque al ponerlas en palabras, ya no me pertenecen, son tuyas, nuestras, de todos.

     Cuando Paula, -quien me llama generosamente tía, aunque no lo sea-, me propuso escribir unas líneas sobre vos, me dije: ¿Tendré algo relevante para decir? ¿Podré exteriorizar esas postales de entonces que llevo guardadas tan dentro mío?

     Y aquí estoy intentándolo, con el dolor actualizado de tu recuerdo, con la admiración por tu lucha, con la plena conciencia de tu ausencia física y paradójicamente, con la total certeza de tu permanente presencia en mi memoria.

     Aquellos eran tiempos urgentes. Vertiginosos. Militancia y riesgo corrían a la par. La muerte pulsaba con toda su fuerza y engullía la vida con voracidad asesina.

     Postal de ayer, tiempo breve compartido con tus hijas. Recuerdo aquella tarde, sentado junto a Paula en la vereda de la casita de Las Flores, tocabas en la guitarra una canción infantil, de cuya letra sólo evoco su estribillo: "En mi casa tengo una gallina, La gallina clo, los pollitos pío, los pollitos pío". Y Paula festejándolo con entusiastas aplausos de sus manitas regordetas. Postales de amor. Instantáneas de felicidad. Honda ternura en la forma de mirar a los ojos a tu hija, mientras cantabas. Mirada amorosa que sin embargo, traslucía cierta tristeza indescifrable.

     Cuando ya no pudiste hacerte presente, Paula actuaba tu falta. Tomaba un pequeño teléfono de plástico y luego de discar mantenía largas charlas imaginarias con vos, no sin antes recordarte que fueras a visitarla.

     En una ocasión, era verano, ella jugaba en el jardín del frente de su casa, cuando sorpresivamente abrió la puertita de rejas que daba a la calle y comenzó a caminar rumbo a la ruta. Elena le preguntó:-A dónde vas Paula? A lo que ella respondió: -Voy a hablar por teléfono con mi papá. Su mamá conmovida recordó: -ella sabe que allí está el teléfono público, desde donde de verdad puede hablar con sus seres queridos.

     Daniel, te conocí vivo y así permaneces en mi memoria. La muerte no te alcanza. No hay manera de nombrarla. ¿Cómo nombrar lo imposible de significar? ¿Cómo ponerle palabras al sin-sentido de tu desaparición?

     Es una herida siempre abierta.

     Es un dolor que no cesa.

     Es un recuerdo punzante en mi memoria.

     Existencia que insiste. Persiste. Consiste. Deja marcas. Huellas. Vivencias. Discursos Fragmentados. Pedazos que es preciso ordenar y armar para hilar la historia, para resignificarla.

     Duele tu ausencia física. Quienes te mataron. Quienes robaron tu cuerpo, creyeron que podían sumirte en el olvido. No sabían que una vida es algo más que un cuerpo y que para mí, como para todos los que te conocimos, sólo hay un modo de pensarte: VIVO.

     Daniel vivo, Daniel peleador, Daniel provocador, Daniel tierno, Daniel preocupado, Daniel alegre, Daniel emprendedor, Daniel coherente con sus convicciones. Más allá de las contradicciones que todos portamos, lo que hace entrañable tu figura es la consecuencia, la correspondencia de hacer lo que pensabas y jugarte por ello: Soñar despierto, convencido de que una sociedad más justa es posible y fiel al deseo de forjar un destino con todos.

     Los mandatos de silencio y borramiento de las huellas de tu asesinato, fracasaron, por eso te nombro. Porque nombrar tu muerte es darte un lugar en el combate social, hacer posible el acto de reconocimiento de una existencia humana y la inscripción de tu nombre en la historia.

     Recupero el lugar de la palabra, para nombrar tu muerte y mantengo tu recuerdo vivo en mi memoria para exorcizar el olvido. ¿Cómo olvidarte, si todo está grabado en la memoria? Como poéticamente dice León Gieco:

     "Los viejos amores que no están,
     la ilusión de los que perdieron,
     todas las promesas que se van
     y los que en cualquier guerra se cayeron
     Todo está guardado en la memoria,
     Sueño de la vida y de la historia".

     A pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo un dolor presente. Desde mí, por las penurias sufridas por sus hijas, una de las cuales no llegó siguiera a conocerlo.

     Este es el dolor de los familiares de desaparecidos, un duelo imposible, porque todo lo silenciado es imposible de simbolizar, imposible de significar. Desde allí la necesidad de nombrarlos para que su existencia insista en inscribirse en nuestra historia que no debe olvidarlos.



Daniel

Por Elena Ferrigutti

     "Los supremos conocedores del lenguaje, los que lo recrean, los poetas, pueden definirse como los seres que saben decir mejor donde les duele" Obviamente, estas palabras son de un poeta. Recurro permanentemente a los poetas, porque ellos lo dicen todo. Dicen todas las palabras que me faltan. Que no alcanzan. Y lo digo en la voz de Rafael Alberti "las palabras entonces, no sirven son palabras" y no va a haber lenguaje que sea suficiente ¿De qué sirve? Hay que hacer, no hablar.

     Y vos querías hacer. Cambiar el mundo. Un idealista que quería ir más allá de la idea.
El camino podía ser la música, el conocimiento, o el ofrendar la propia vida. Decías "ser amigo de alguien, es ser capaz de jugarse la vida". Y fuiste fervoroso amigo de una idea, de un compromiso, que asumiste con la pasión y dedicación que ponías en todo lo que hacías.

     "Loco", "el Loco", como te decían los amigos. "Loco querido, querido loco", como te decía yo.

     ¡Cuánta falta nos hiciste! ¡Cuánta falta les hiciste a tus nenas! Hoy son hermosas y cabales mujeres. Te han dado nietos a los que no conoces. Los que te desaparecieron, te han privado de conocer el sol. ¿Sabes? Tus hijas y tus nietos son unos soles. Alumbran mi vida. Alumbran el camino que me marcaste.

     Los que le tenían miedo a tu idea, a la fuerza de tu idea, los que planificaron, los que ordenaron, los que ejecutaron tu desaparición y la de los 30.000 compañeros que "aromaron las calles persiguiendo un destino", ellos, son los pobres, los condenados, los destinados a desaparecer sin rostro, en el olvido, en la oscuridad, en la noche de los tiempos, a esconderse, a no dar la cara. Si pudieran vislumbrar, si tuvieran un instante, un chispazo de conciencia, tendrían una esperanza. Pero los monstruos están destinados a vivir en la oscuridad, a esconderse. Ellos son los pobres.

     En cambio vos, Uds., nuestros queridos desaparecidos, hoy están presentes. Sus rostros están en todas partes. Vivos. En nuestros corazones. En las pancartas. En nuestra memoria.

     En nuestras luchas. En el compromiso de ser todos los días un poquito mejor y tratar así de mejorar el mundo.

     Vos estás vivo. A veces parece que el viento ronda el jardín o toca las puertas de casa. Pero sé que sos vos. Hay tantas cosas que vos no sabes. ¿Sabes que te sigo esperando? Aunque a veces beba agua cuando tengo sed, o aunque a veces no vuelvas, sigo esperando. Tal vez un día o una noche, no sea el viento. Y es que nos han quedado tantas palabras. Y es que tenemos que hablar de tantas cosas, compañero del alma, compañero.



Algunos datos

Por E. F.

     Daniel Albino Benavídez fue estudiante de Ciencias Económicas, empleado en la Empresa Provincial de Energía (EPE) de Santa Fe y era delegado gremial del sindicato de Luz y Fuerza de Santa Fe, militaba en la Juventud Trabajadora Peronista y luego en Montoneros.

     Estaba casado con Elena Ferrigutti y fueron padres de dos nenas: Paula y Mariana.

     En 1975, se separan y Daniel forma pareja con Julia Soledad Bufa con quien tienen una beba de nombre Soledad.

     En abril de 1975 los detuvieron y recuperaron su libertad a los pocos días. En diciembre de 1975 un grupo de civil, armado, lo busca en el sector almacenes de la EPE pero no lo encuentra.

     En enero del '76, días después del secuestro fallido, Daniel pidió licencia sin goce de haberes y se va con Julia y la beba de pocos meses pasando así a la clandestinidad.

     En octubre de aquel año, un grupo de civiles encapuchados ingresó a la vivienda que ellos ocupaban en San Nicolás. La pareja consigue huir por los fondos. La beba quedó con unos vecinos y luego la entregaron a sus abuelos paternos. A la semana en otro operativo cae muerta Julia Soledad y Daniel, esta vez herido, logra escapar. Aparentemente Daniel queda en la provincia de Buenos Aires y trabaja en una fábrica de yeso. Fue visto por última vez en julio de 1977. No se sabe exactamente cuándo ni cómo fue desaparecido. Elena, su ex esposa, lo buscó desde entonces, haciendo numerosas gestiones.

     Según un documento que le fue entregado del Archivo General de la Provincia de Santa Fe, se señala que "la Unidad Regional de la Policía de Mendoza informa que Benavides... está a disposición de la Brigada de montaña del Ejército." La validez de ese documento es dudosa entre otras cosas porque Daniel no militaba en el ERP.

     Hoy Daniel tendría 56 años, tres hijas que hubieran querido tenerlo, dos nietos que querrían conocerlo, una esposa que con amor lo rescata por su tremenda condición humana y el sueño a cumplir de un mundo más justo y solidario y en pos del cual fue capaz de dejarlo todo.


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