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El degollado que se asusta del muerto

Por Miguel Espinaco

     Es muy difícil - diría casi imposible - disentir con la caracterización que hace el documento de la Conferencia Episcopal Argentina (Carta del Episcopado en el marco de la 88ª Asamblea Plenaria) cuyos párrafos centrales se difundieron por todos los medios diez días atrás. "No sólo está afectada la capacidad de subsistencia de muchos argentinos (vivienda, alimento, salud, seguridad), sino que están heridos niveles profundos de su personalidad." dicen los obispos, "La Deuda Social se compone de privaciones que ponen en grave riesgo el sostenimiento de la vida, la dignidad de las personas y las oportunidades de florecimiento humano... ( ).... eso ocurre en una Nación que tiene condiciones objetivas para evitar o corregir tales daños... ( )... Es preocupante la desaparición de miles de medianas y pequeñas explotaciones agropecuarias...( )...el despojo de derechos inalienables a los viejos habitantes del campo, la situación del hábitat de los aborígenes, el deterioro del medio ambiente a raíz de emprendimientos conducidos en forma no racional". Lo que ven los obispos de la iglesia católica argentina es lo que se ve en la calle, una descripción inapelable que podría haber hecho cualquiera de nosotros.

     A la hora de las puntualizaciones la cosa se vuelve un poco más complicada.
Uno lee el párrafo final llamado a sobresalir como conclusión y no puede dejar de pensar que el muerto se está asustando del degollado: "Aprovechamos ésta carta para exhortar a los dirigentes sociales, en especial a los que actúan en el campo de la política. Si bien casi todos los argentinos, cada uno a su manera, somos corresponsables de la caída en el abismo en el que todavía estamos, los hombres políticos lo son especialmente, y están llamados a jugar un papel decisivo en el resurgimiento de la Argentina. Pero ello será posible sólo mediante el abandono de viejas prácticas y la conversión sincera y desinteresada al bien común."

     Dejemos de lado la insistente apelación a que casi todos los argentinos somos corresponsables, aunque ya nos tenga un poco cansados este despropósito. Lo central del documento es la idea de que lo que hay hacer para que la argentina resurja, lo que tienen que hacer los políticos - mejor dicho - es abandonar viejas prácticas y convertirse sincera y desinteresadamente al bien común.

Falsas creencias

    "A nadie escapa el hambre de Dios que sufre nuestro pueblo, necesitado de una evangelización más intensa, y la ayuda solidaria que esperan tantos hermanos nuestros marginados y excluidos. Sin embargo, no siempre somos conscientes de que esta situación nos compromete a todos, y que aguarda también una respuesta tuya. Existe una forma de pensar y de hablar sobre este tema que fomenta una actitud pasiva: "a la Iglesia la sostiene el Estado", "... a los curas les paga un sueldo el gobierno o el obispado", "... hay grandes tesoros en el Vaticano". Así, subsiste la falsa creencia de que "la Iglesia tiene mucha plata"" se lee en la "Carta de los obispos a cada uno de los católicos", otro de los documentos emitidos en San Miguel, bajo el lema "la Iglesia necesita tu ayuda", con el que iniciarán una campaña en diciembre entre los fieles católicos.

    Mientras tanto - y abonando las "falsas creencias" - leemos en una nota de Miriam Tasat publicada en Rebelión, que "la comisión de presupuesto del senado estudia eliminar el impuesto al valor agregado para la enseñanza privada religiosa". Cosas vederes.

La propuesta es un poco parcial, digámoslo, olvida deliberadamente que no existe un bien común entre el empresario que necesita obreros que ganen poco y los obreros que necesitan ganar más, olvida interesadamente a los que sostienen a los políticos para que esos políticos les cuiden los negocios, omite que las viejas prácticas son parte de la tarea, de la función de esos políticos, de su rol de sostenedores del engaño para que el engaño se sobreviva, para que un puñado de banqueros, de accionistas y de grandes empresarios sigan viviendo la gran vida a costa del laburo ajeno.

     Pero peor que eso, habría que preguntarse desde dónde hablan los obispos para descubrir que son el muerto que se asusta del degollado - o peor todavía, el degollado que se asusta del muerto - para descubrir que ellos son parte del mundillo político al que paradójicamente llaman a la conversión sincera y desinteresada al bien común.

Viejas prácticas

     "Hay solamente un gran empresario que recibe subsidios del Estado para la totalidad de sus sueldos y parte de sus equipamientos y edificios, y no paga ningún impuesto. Hay una sola organización que tiene dirigentes con sueldo del Estado sin obligaciones hacia él. Que tiene jubilaciones de privilegio de las que no habla a la hora de moralizar. Ese sector es la Iglesia Católica de Argentina" escribe el Director Ejecutivo de la Asociación Humanista-Ética Argentina. Su opinión, así a primera vista, puede parecer exagerada. Pero los números insisten en darle la razón.

     Un estudio publicado en la página web del Ministerio de Economía, afirma que los subsidios del sector público a la educación privada alcanzaron a $ 532 millones de pesos en 1991, o sea en los albores de los noventa privatistas. Diez años después, durante el conflictivo 2001, la iglesia recibía - solamente en la Capital Federal - 115 millones de pesos anuales en concepto de subsidios sobre un presupuesto educativo total de 850 millones. En la provincia de Santa Fe, en el año 2003, el titular del Servicio Provincial de Educación Privada, Vicente Serra reconocía en un informe al Senado Provincial, que el presupuesto del Servicio de Enseñanza Privada era de 162 millones de pesos, la misma cantidad de plata que la provincia recaudaba al año por el impuesto inmobiliario y casi cuatro veces más de los que gastaba el Poder Legislativo. Sadop, el gremio de los docentes privados, reconocía que para el año que corre, esos 162 millones se habían convertido en 187 millones. Obviamente, la mayoría de las escuelas de gestión privada son gestionadas precisamente, por la iglesia católica.

     Pero los gigantescos números del subsidio educativo no lo son todo: "Los Arzobispos y Obispos con jurisdicción sobre Arquidiócesis, Diócesis, Prelaturas, Eparquías y Exarcados del Culto Católico Apostólico Romano gozarán de una asignación mensual equivalente al 80 % de la remuneración fijada para el cargo de Juez Nacional de Primera Instancia, hasta que cesen en dichos cargos" dice el artículo 1 de la ley 21.950, que complementa a la 21.540, que estableció una asignación vitalicia de similares dimensiones a los que cesan en dichos cargos; dicho en buen criollo, una jubilación de privilegio. Por si fuera poco, el decreto 1991/80 les reconoce los pasajes al exterior.

     Toda esta artillería legal que protege el buen salario y la buena vida de los autodenominados representantes del cielo en la tierra, fue - nada casual, seguramente - dictada durante la dictadura militar desaparecedora. Los políticos civiles que la sucedieron, no pudieron o no quisieron terminar con esta montaña de subsidios.

     Es que la iglesia católica argentina - aunque cacaree de vez en cuando - es parte inevitable del aparato político al que critican muy de vez en cuando. Muy de vez en cuando como ahora, justo cuando se discute el presupuesto 2005 y justo cuando uno de sus hombres - el Juez Boggiano - corre el riesgo de seguir el camino del resto de la mayoría automática a pesar de que Kirchner pretenda defenderlo vergonzosamente de la lógica de los hechos que él mismo puso en movimiento.

     Es llamativo, no? Es llamativo observar cómo estas oportunas declaraciones de la Conferencia Episcopal, se asemejan a las "viejas prácticas", como se parecen a esas viejas prácticas que la misma Conferencia Episcopal critica.



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