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Quien siembra vientos

Por Miguel Espinaco

     El mundo fue conmovido nuevamente, ahora por la toma de rehenes en una escuela en Beslan en Osetia del Norte y por su terrible corolario de muertes a granel. Los más de trescientos muertos se sumaban en un lapso de días a los noventa que habían resultado víctimas de la caída de dos aviones que, tardíamente, fue reconocida por Moscú como producto de sendos atentados.

     La velocidad de la información y la crudeza de las imágenes que viajan por las cadenas informativas que cubren los noticieros del mundo, invitan a observar todo como una sucesión de locuras sin ton ni son. Los muertos de ayer, son reemplazados ya mismo por otra montaña de cadáveres y entonces, los hechos terminan desfilando en el televisor como si de un carnaval de horrores se tratara.

     El presidente ruso Vladimir Putin busca por estos días reforzar la idea de que se trata de hechos sin historia, sin pasado.
Siguiendo minuciosamente el libreto escrito por George Bush, intenta meter todo en la bolsa de una supuesta guerra contra el terrorismo internacional, busca dibujar en el imaginario colectivo una banda de gente muy mala que - debemos suponer - nació de un repollo, promete guerras preventivas y moviliza el miedo para justificar a cuenta, esa violencia que promete.

     Detrás de esta simplificación interesada - fabricada en serie para el consumo de masas - Putin esconde minuciosamente la lucha por la independencia de todo un pueblo, el asesinato masivo que fabricó toneladas de suicidas desbordantes de odio, los intereses imperiales rusos y el olor del petróleo.

Distancias

     El primer problema es que está lejos. El tema de la distancia no se puede reducir de ninguna manera a una cuestión geográfica: lejana también es la cultura, las tradiciones, las historias, lejanos son también los nombres, la propia idea de que esos lugares siquiera existan en algún lugar del mapa.

     Chechenia y su capital, Grozny (que quiere decir terrible, en ruso) son por lo menos nombres que han aparecido en los diarios porque allí sucedieron hechos que alcanzaron trascendencia internacional en la última década, Beslan ni siquiera eso, se trata de un nombre nuevo para casi todos los que vivimos de este lado del mundo, y no es para menos.

     Beslan es apenas de una pequeña ciudad de unos 40.000 habitantes, ubicada a 20 Km. al norte de Vladikavkaz, capital de Osetia del Norte, ubicada al sur de Rusia, a orillas del río Terek, en la que viven casi 300.000 personas.

     En esta lejanía, es imposible imaginar la forma descarnada que toma la lucha por la independencia y la represión de los que pretenden impedirla. Desde acá, Rusia es una sola gran mole que aparece en los diarios con la cara de Putin, en la memoria con la zarina, con Lenin, con Stalin y con Stalingrado y en las imágenes turísticas con la Plaza Roja.

     Sin embargo, también existen Grozny y Beslan y una guerra brutal que se desarrolla en ese escenario apenas intuido. La distancia - la que nos separa a ellos y a nosotros - la vuelve en gran medida incomprensible y sus propias distancias agregan otro dato al estupor: entre la capital chechena y la de Osetia del Norte, median apenas 110 kilómetros.

Historias

     Uno se tienta de traer la historia a colación y contar que los chechenos, uno de los pueblos más antiguos del norte del Cáucaso, ya se enfrentaron al Imperio Ruso durante el siglo XIX y que de la mano de un tal Shamil llegaron a ser independientes por un tiempo. O de recordar una vez más que en febrero de 1944 Stalin acusaba a los chechenos de colaborar con Hitler y organizaba una deportación en masa de la que resultaron muertos de tifus decenas de miles.

     Sin embargo, el problema de este tipo de relatos es que diluyen la historia más cercana, los encadenamientos más concretos de este presente, en una suerte de inevitabilidad cultural, en un tenía que pasar porque siempre pasó, en un continuo de causas y efectos ineludibles. Y es preciso hacer notar que si otros fueran los intereses de los actores, las presiones materiales, las necesidades de los que oprimen y de los que se rebelan, aquella vieja tradición de enfrentamiento bien podría cambiar de signo bajo imperativos de ocasión. Bien vale recordar que los sureños y los yanquis se enfrentaron a los tiros un siglo y medio atrás y hoy conviven bajo la misma bandera de barras y estrellas, y que los alemanes y los franceses fueron archienemigos seis décadas atrás y hoy pagan sus gastos sin chistar, con la misma unidad monetaria.

     Este comentario no pretende anular el peso de esa historia. Es evidente que muchos chechenos son huérfanos de aquellos deportados por Stalin aunque, vale insistir, el fin de la Unión Soviética podría haber funcionado - en otro escenario - como un acicate para la reconciliación. Por eso, bien vale concentrarse en la historia más cercana, en los crímenes más recientes del poder ruso que nos trajeron a este estado de cosas.

     Fue en 1991 que Chechenia declara su independencia. Mientras la URSS desaparecía, Dzojar Dudaev, un general soviético destinado en Estonia - el mismo que sería asesinado más tarde por medio de un misil dirigido por la señal satelital de su teléfono celular - era elegido presidente de la república chechena y poco después daba ese paso que, al principio, no provocó grandes reacciones en el convulsionado Moscú, que por esos días se llenaba de bandas mafiosas que gestaban a balazo limpio la recreación del capitalismo.

     En diciembre de 1994, Boris Yeltsin ataca "para estabilizar la región, frenar las tendencias separatistas en la Federación y garantizar la variante rusa de los oleoductos que cruzan por el Cáucaso." según explica el diario El Mundo de Madrid. En agosto de 1996 se alcanza un status de armisticio con los llamados acuerdos de Jasaviurt que estipulan la retirada de los tanques rusos y una moratoria de cinco años en la resolución del problema de fondo, la independencia de Chechenia.

     Tres años después, la vuelta a la guerra en Chechenia vendría de la mano del actual presidente Putin - por entonces primer ministro de Yeltsin - que utiliza la nueva invasión a sangre y fuego, como trampolín a su nuevo puesto de Presidente de Rusia, que obtendría ese mismo año.

Una guerra sucia

     Más allá de los intentos de Putin de barrer bajo la alfombra de un indeterminado "terrorismo internacional" el conflicto que vive Chechenia, de lo que se trata es de una vulgar guerra de ocupación de un territorio, por una potencia que niega la independencia a un pueblo que la pretende. Las formas que ha tomado esta ocupación han sido brutales, y si no han impresionado tanto como las de Beslan es porque no han llegado masivamente a los televisores del mundo.

     Aunque seguramente los números no impresionan tanto como las imágenes, no está de más citar algunas fuentes. El Partido obrero internacionalista de Rusia cuenta que sólo entre 1999 y 2001, según fuentes oficiales rusas fueron matados 11.000 "bandidos" - como denominan a los combatientes chechenos - pero que esas cifras son poco creíbles.
Dibujos realizados por niños chechenos que viven en los campos de refugiados de Ingushetia
Las bajas federales aportadas por organizaciones como el Comité de madres de soldados son mucho mayores y, en realidad, no puede saberse con precisión, "porque todo varón mayor de 12 años se considera, como mínimo, sospechoso de 'bandido'". En los "campos de filtración", cuenta este informe, son hacinados y torturados miles de esos sospechosos.

     Estos datos escalofriantes son relevados también por otras fuentes. Los separatistas denuncian en su agencia oficial Chechenpress, la muerte de treinta mil a ochenta mil civiles y la desaparición de otros treinta y seis mil. Chechenia tenía antes de la guerra ochocientos mil habitantes y hoy, "no hay una sola familia que no haya perdido a dos o tres de sus miembros", declaraba al Washington Post el cirujano checheno Jassan Bayev, refugiado con su familia en los EE.UU. tras ser amenazado varias veces de muerte tanto por los militares rusos como por los rebeldes. Su delito había sido el de intentar salvar a todo el que llegaba herido a su clínica. La revista Veintitrés señala que "según las ONG rusas, las guerras causaron más de 100.000 muertes chechenas, en su mayoría entre la población civil".

     El método de esta "guerra" contra el conjunto de la población chechena no puede menos que remitirnos al usado por las dictaduras latinoamericanas. Nada casualmente, Anna Politkovskaya - del periódico liberal ruso "Novaya Gazeta" licenciada en periodismo en la Universidad de Moscú en 1980 y premiada con el Pen Club International 2002 y el Periodismo y Democracia 2003 de la OSCE - que publicó varios libros sobre la represión en Chechenia, escribió uno cuyo título fue traducido al español como "Una guerra sucia". En ese libro, y en "Terror en Chechenia", que fueron publicados el año pasado en España, la periodista recoge más de cien reportajes y entrevistas sobre el conflicto desde julio del año 1999 hasta mayo de 2002. "No es fácil leer de un tirón a Politkovskaya - cuenta un sitio web español dedicado a la venta de libros -. los abusos, asesinatos, matanzas indiscriminadas, torturas, secuestros, destrucción de casas, ocultación de pruebas, mentiras, cadáveres en venta y corrupción sin límite que denuncian sus entrevistados superan todo lo imaginable y justifican con creces el título original del primero de los libros sobre el tema: descenso al infierno".

     En este contexto parece hasta ingenuo sorprenderse de que aparezcan "viudas negras" - así llaman a las mujeres suicidas chechenas, muchas de ellas viudas por causa de bala rusa - y montones de desesperados rebosantes de odio, dispuestos a cualquier acción para echar de Chechenia a los tanques rusos.

Nefteprovod

     Es evidente que las causas de las guerras no pueden simplificarse aludiendo al petróleo, pero no conviene olvidarse de él. Chechenia posee reservas de petróleo pero, mucho más importante que eso, está en el camino de una red de oleoductos y gasoductos que atraviesan la zona del Cáucaso Norte. Es el paso del petróleo proveniente de Azerbaiyán y de los países de Asia Central.

     Hay, claro, también un motivo político que salta a la vista. Reconocer la independencia de Chechenia provocaría la desestabilización de toda la Federación Rusa, otros podrían querer seguir su ejemplo. Pero las causas estratégicas nos llevan de vuelta hacia el petróleo: Chechenia se halla cerca de Turquía y de Irán, competidores de Rusia - justamente - en el negocio del crudo.

     El analista Mariano Carreras, del Observatorio de Conflictos, lo plantea en estos términos: "Es este lugar estratégico el que busca dominar Rusia, debido a que las vías para la circulación de crudo se reducen a dos:

El lejano oeste

    Aunque según las convenciones geográficas, Rusia sería más bien el lejano este, Putin no ha dudado en imitar la moda far west recuperada de la historia por su amigo Bush, y ofreció una recompensa de 10 millones de dólares por la cabeza de los líderes separatistas.

    Ni lerdos ni perezosos, los chechenos redoblaron la apuesta. En una nota publicada con la firma del Centro Antiterrorista de la República Chechena, señalan que ofrecen "una recompensa de 20 millones a los países, organizaciones o individuos que brinden ayuda a la república chechena para detener al criminal de guerra Vladimir Vladimirovich Putin".

    Acusan al presidente ruso de lanzar una guerra contra el Estado soberano de Chechenia, de causar la muerte de cientos de miles de personas, incluidos decenas de miles de niños y de ordenar secuestros, torturas y ejecuciones.

    Por si todo esto fuera poco, los separatistas responsabilizan también a Putin por la "masacre de niños y adultos en la ciudad noroseta de Beslan", en alusión al cruento fin de la crisis de los rehenes, un desenlace que para ellos fue una provocación premeditada, dirigida a "desacreditar la lucha de liberación nacional del pueblo checheno contra la agresión rusa".

a través de Rusia o de Turquía. Debido a esto, los rusos necesitan controlar el Cáucaso Norte para convencer a inversores extranjeros que la opción rusa es mejor que la turca. Se habla de un contrato multimillonario, ¿valen estos millones, la vida de toda una población?"
La respuesta, para Putin y sus socios, parece ser la afirmativa.

     El periodista Sebastián Smith, que fuera corresponsal de France Presse en Rusia pone también el acento en esta cuestión. Lo cito en extenso, porque su relato no tiene desperdicios: "En el Cáucaso norte con sólo decir 'nefteprovod', o 'el oleoducto', todo el mundo sabe qué se quiere decir. No son muchos los que lo han visto o saben en realidad dónde se halla exactamente, pero no hay confusión sobre de qué oleoducto se habla. El oleoducto Bakú-Novorossiisk tiene su propia presencia, como las montañas, y cuando la gente considera la guerra en Chechenia, piensa en el oleoducto. Estoy decidido a visitar el oleoducto, he pensado mucho en ello mientras estaba en Chechenia, donde las columnas de humo de las instalaciones petroleras destruidas por las bombas se extienden kilómetros a lo largo del horizonte llegando a veces a oscurecer el sol. En Chechenia, la gente no habla del oro negro, contrato del siglo ni fiebre del petróleo. Un decrépito taxi Lada me saca de la ciudad balneario de Piatigorsk y me lleva al campo, donde la niebla y la nieve recubren la negra tierra de Stavropol. No hay señales del oleoducto y compruebo mi mapa por enésima vez. Avanzamos por un accidentado camino de barro helado, y, entonces, de repente, aparece un letrero blanco de letras rojas y negras: '¡Atención! Oleoducto. Alta tensión. Zona protegida'. '¡Alto!' Esto es. Bajo mis pies se encuentra el oleoducto, de este a oeste. Éste es el hilo de oro del tejido hecho jirones del flanco meridional de Rusia. Su bendición y la maldición. Cerca de allí hay una solitaria granja colectiva. Parece abandonada salvo por una jauría de perros hambrientos que intentan morder y algunas herramientas oxidadas. Encuentro a un anciano dentro de una cabaña de una sola habitación que no deja de mirar fijamente. He aquí un hombre que vive casi en la cima de uno de los grandes intereses estratégicos de la nueva Rusia, una de las razones de la guerra en Chechenia, de la muerte de decenas de miles de personas. De algún modo espero una especie de oráculo, un anciano que vive solo en el origen, un hombre sencillo que comprende las grandes verdades. Incluso mientras hablamos en su cálida cabaña, la guerra causa estragos a unos 200 kilómetros al este. Le pido su opinión. Resulta ser que el hombre no sabe que trabaja cerca del oleoducto y que evidentemente no comprende por qué, de repente, un extranjero se ha dejado caer por este lugar. 'No entiendo de política y todas esas cosas -afirma-.
No quiero aparecer en ningún periódico.' Insisto, debe de tener una opinión sobre Chechenia. Y sí, la tiene. 'Primero Stalin los deportó hasta el último hombre. Después, aquel Kruschev dejó que todos se fueran. Y ahora, mire'".

El irak de Moscú

     Días después de la caída de los aviones Andrei Soldatov, un analista de seguridad citado por Página 12 pronosticaba que "el gobierno podrá decir que la lucha contra los separatistas en Chechenia es la lucha contra el terrorismo internacional" y aseguraba "tan pronto como lo digan, pueden olvidarse de los derechos humanos en la región."

     Su predicción fue lamentablemente confirmada y amplificada por los hechos de Beslan. A la luz del bestial ingreso de las fuerzas de elite rusas ante una excusa - una supuesta explosión - que nadie pudo confirmar, no es descabellado suponer que la montaña de niños muertos fue el objetivo buscado por la administración Putin para justificar, precisamente, esa nueva ofensiva contra los derechos humanos de los chechenios.

     Sea o no cierta esta presunción, lo concreto es que el presidente Putin ha salido a reivindicar su derecho a las guerras preventivas, a negar cualquier posibilidad de diálogo con los separatistas chechenos a los que calificó - recordando aquello del bien y del mal - como asesinos de niños, y a ofrecer recompensas por la cabeza de los líderes al mejor estilo Bush.

     Pedro Godoy, lo sintetiza en estos términos en una nota editorial en el diario La Nación: "el Islam ha sido el condimento y Chechenia la bandera. La Federación Rusa -hoy capitalista y aliada de EEUU y la CE- acusa de terrorismo a los patriotas chechenos. Ese país caucásico es el Irak de Moscú. Quienes se enternecen por Guernica debieran contemplar Grozny reducida a escombros por la artillería primermundista gatillada desde el Kremlin."

     Para lograr sus objetivos, Putin no duda en imitar hasta el final el modelo Bush, y manipula el miedo. Los medios rusos controlados por el gobierno, orientaron a una gigantesca movilización en Moscú a la que acudieron 130.000 personas. "La concentración fue interpretada como una muestra de apoyo a la política dura de Putin hacia Chechenia.
Y de hecho la prensa liberal de la capital rusa lamentó el carácter "oficial" de la manifestación junto al Kremlin, que ha negado toda responsabilidad en el sangriento final de la crisis"
cuenta el diario La Nación.

     Está claro que lo que pueda hacer Putin dependerá de la reacción del mismo pueblo ruso. Ellos han visto de cerca el peso de esa guerra que les ha costado unos 13.000 muertos y han sufrido, inclusive, el inesperado problema ocasionado por las tropas que vuelven de allí, soldados que fueron acostumbrados por sus mandos a robar, a violar y a matar, gente que vuelve a casa con la tendencia enfermiza que los compele a seguir aplicando lo aprendido, en el propio Moscú.

     Y lo que pueda hacer Putin dependerá también y obviamente, de la reacción de los chechenos, del impacto que tenga sobre su lucha esta nueva situación. Y claro, de la reacción del mundo.

     Por lo pronto, los gobiernos europeos han abogado hasta ahora por una solución política al conflicto separatista, habrá que ver que hacen ahora. Las primeras reacciones oficiales de los norteamericanos, por su parte, han sido de apoyo a Putin: "Vimos claramente los extremos a los que pueden llegar los terroristas para conseguir sus objetivos. Los pueblos civilizados sólo pueden expresar simpatía y solidaridad hacia el pueblo ruso" dijo prestamente el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld.

     Más allá de lo que finalmente pueda Putin, ya está bien claro qué es lo que quiere: ha decidido seguir sembrando, como hasta ahora, los vientos de la violencia.

     Después, que nadie se sorprenda cuando vuelva a llegar la hora de cosechar tempestades.



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