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Seguro y Delfina de Setiembre

    Cuantas veces te dije que no lo hagas, no creas en nadie, y no porque te mientan de entrada, de entrada nadie te miente, el problema surge después, cuando te asaltan las dudas y te dejan los bolsillos vacíos de certezas y no podés sostener eso que no quiso nacer mentira pero se crió en la falsedad de tu inconsistencia. Mal de muchos consuelo de tontos. Si todos mentimos porque no podemos evitarlo, o porque está en nuestra naturaleza, entonces estamos perdidos, pero yo me niego a creer que no tenemos remedio. El que sí tenía remedio era San Martín, que no mentía casi nunca, pero no es al padre de estos pagos a quien quiero referirme en esta oportunidad, hoy quiero recordar a San Soto, el santo que nunca se sacó el sombrero ante nadie.

    San Soto, o mejor dicho el hombre que terminó convirtiéndose en San Soto nació en Islandia a mediados del siglo catorce. Según las crónicas de la época, este fenómeno nació santo porque trajo de origen una llamativa aureola iridiscente pegada en la parte superior de cráneo. La madre de San Soto sufrió tanto con el parto que renegó inmediatamente de su hijo. El padre se espantó al ver el aspecto de la criatura y cuando vio la entrepierna de su esposa hizo lo mismo, renegó inmediatamente de su hijo.

    Sus padres lo abandonaron en el hospital y después de haber sido rechazado en distintos orfelinatos terminó en un convento de carmelitas calzadas con botas de cuero quienes lo criaron como a un animal extraño. La aureola iridiscente que tenía en la cabeza daba mucha impresión, por eso el pibe creció sin contactos sociales. Las carmelitas lo trataban como a un esclavo, lo obligaban a lustrar botas una y otra vez y cuando alcanzó la edad de merecer lo sometieron sexualmente. A los veinte años logró escapar, se rapó todos los pelos de la cabeza y se pintó de negro la aureola y la parte de arriba de la testa para dar efecto de sombrero y se puso un puesto de panchos en una plaza de Reikjavik. Ahí descubrió que hacía milagros, calentaba el agua para las salchichas con solo tocarla y enderezaba los embutidos doblados con los ojos. Juntó bastante guita y se fue a recorrer el mundo, se hizo sabio y se murió. A pesar de todo el vaticano no pudo negar su beatificación. Hoy San Soto cuenta con miles de fieles y seguidores en todo el mundo.

    Para más información puede usted entrar en la página de internet www.sansoto.is.

Libertad a Seguro


    Alguien que no sabe aprende de aquel que posee conocimientos. El que sabe, sabe lo que sabe porque lo aprendió de otros. Existen también aquellos que aprenden a enseñar y después se dedican a completar la mala educación que nuestros hijos comienzan a adquirir en su casa natal. A la edad de seis años un argentinito de flamante guardapolvo blanco se dispone a llenar su cuaderno tapa dura, la primer maestra le dará la bienvenida y así comienza la carrera educativa de nosotros que en los mejores de los casos termina con un título y un trabajo. Vaya pues este sentido homenaje a todos los maestros en su día y en su noche.

    La mitad de marzo se moría junto a las rosas rojas que sembré en diciembre. Empezaban las clases y tenía que preparar los cursos de geografía y no tenía ganas, ser profesor no fue lo que creía que habría de ser, el sueldo no alcanzaba y el trabajo era mucho. Tomé una decisión, no prepararía las clases un carajo, no respetaría el programa, estaba dispuesto a pasarla bien, innovar la forma de dar la materia, sorprender al alumnado.

    El primer día de clases ingresé al aula recitando los consabidos buenos días, mis alumnos ya me conocían pero me miraron con curiosidad dado el aspecto que tenía en ese momento, a saber, calzaba suecos con medias, vestía bombacha bataraza, un cinturón con cartuchera y revólver, camisa hawaiana, sombrero de mandarín oriental y completaba el atuendo un globo terráqueo inflable que llevaba bajo el brazo. Las risas tímidas que se hicieron notar desde el fondo me dieron la pauta, el golpe de efecto daba saldo positivo. Dejé el globo en el escritorio, me acomodé el cinturón, me puse el sombrero para atrás y saludé a los alumnos con una ligera inclinación. Después de un silencio intencional agarré el globo y lo lancé en medio de la clase con tanta puntería que terminó en la punta de un compás. Supongo que el pibe no pudo evitarlo, el globo salió disparado en todas direcciones y acabó enganchado en las aspas del ventilador. A esto le siguió un prolongado silencio que nada tenía de intencional. No estaba dispuesto a darme por vencido, me saqué un sueco y amenacé con dárselo en el marulo al engendro sin intenciones de hacerlo realmente, al tirar la mano hacia atrás no va que se me resbala el calzado y rompo un vidrio de los grandes. Innovar me costó el laburo. Mejor, con lo que cobran ahora los docentes gano más estando desocupado.

Libertad a Seguro


      Me caigo y me levanto
      no espero que me ayude
      yo me arreglo
      no lo necesito.
      La angustia
      que me produce
      su ausencia
      no importa.
      Si lo quise
      no me acuerdo.
      Lo quiero ahora.

      Delfina Contreras, del libro inédito "Ya me voy a caer".



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