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El lavarropas automático y la máquina de hacer agujeros Por Miguel Espinaco Sucede en esta fábula, que en una casa de trabajadores, marido y mujer trabajan varias horas al día. Les queda algún tiempo para hacer las cosas que les gustan, jugar con los chicos, ver tele, charlar con los amigos, leer, esas cosas que la gente hace con su ocio, cada cual lo que le parece mejor porque para eso es precisamente el tiempo libre. Lógicamente, aparte de trabajar, esta pareja de trabajadores debe atender las tareas domésticas que les ocupan un buen tiempo que tampoco pueden usar para hacer lo que ellos quieren. Una de esas tareas es lavar la ropa, entonces, un buen día deciden usar algunos ahorritos guardados con mucho esfuerzo y comprar un lavarropas automático. No hay que contar mucho. Esa máquina les permite ahorrar un montón de tiempo de trabajo, lava, enjuaga y centrifuga ella sola, de modo que las horas semanales que antes perdían lavando ropa, pueden usarlas ahora para hacer cosas divertidas, las cosas que les gustan. Qué maravilla de la técnica! qué gran avance tecnológico! dicen a cada rato. Están, con toda justicia, muy contentos de vivir entre artefactos modernos que hacen las cosas por uno. El trabajador de esta historia trabaja haciendo agujeros. No importa mucho para que son esos agujeros, las fábulas no exigen ninguna exactitud. Solo digamos que este trabajador hacía agujeros con un punzón, perforaciones que exigían mucha precisión y una mano entrenada que manejara la herramienta. Sucede entonces que el patrón del trabajador de nuestra fábula, decide un día comprar una máquina que hace las perforaciones, una máquina controlada por un software que hace agujeros tan bien como nuestro personaje pero, obviamente, mucho más rápido. La primera reacción del trabajador de esta fábula es evidente. Qué maravilla tecnológica! dice, qué bueno vivir en una época en la que las máquinas hacen el trabajo por uno! Por supuesto que ni se le ocurre pensar que, como con el lavarropas, ahora va a poder trabajar menos y tener más tiempo libre. Nuestro trabajador entenderá poco de las leyes del capitalismo, pero no es de ningún modo ingenuo. Lo que sí va a pensar es que podrá trabajar más aliviado, pero ni siquiera va a ser así. Primero le van a decir que, además de los agujeros, haga otras cosas, por ejemplo barrer los sobrantes del material agujereado, trabajo que antes hacía un ayudante. A eso le llaman flexibilización, lee en el diario. Más tarde, seguramente, le llegará el turno del despido, y el patrón le explicará que la crisis, las ventas, la demanda de material agujereado, cosas así, y su fábrica producirá los mismos agujeros que antes hacían seis o diez trabajadores, con su máquina y uno o dos trabajadores que tendrán también que barrer los sobrantes, por supuesto. Esta bien. Es verdad que las cosas son siempre un poco más complejas que en las fábulas, pero las fábulas tienen la virtud de poner blanco sobre negro. Claro que una moraleja resultaría ridícula en este caso, esta fábula con máquinas no es como las fábulas con animalitos, que pueden presentarse como buenos, malos, holgazanes, soberbios, lo que sea. Nadie se animaría a decir en este caso, que el lavarropas es bueno y la máquina de hacer agujeros es la maldad personificada, pero lo cierto es que el lavarropas permitió a nuestros trabajadores vivir mejor, tener más tiempo para disfrutar las cosas disfrutables de la vida, mientras que la máquina de hacer agujeros los llevó a vivir peor, a quedarse sin trabajo o a conseguir trabajos en los que seguramente ganan menos, o trabajan más horas, todas cosas lamentables. Entonces, lo que se impone en esta fábula es una reflexión, una conclusión. Tanto el lavarropas como nuestra imaginada máquina para hacer agujeros son maravillas de la técnica, no hay ninguna duda, es extraordinario que hagan por uno el trabajo, pero la diferencia entre las dos máquinas no está precisamente en las máquinas. Mientras el lavarropas es propiedad social a escala de la familia de nuestro trabajador y se usa para que esa pequeña sociedad -esta familia trabajadora de la fábula- viva mejor, la máquina de hacer agujeros se usa para la ganancia del propietario privado, el patrón de esta fábula. El tiempo libre que este trabajador imaginado, tendría que haber ganado al inventarse esta fabulosa máquina de hacer agujeros, se lo llevó su patrón en forma de ganancia, porque ahora su fábrica hace más agujeros y paga menos sueldos que antes de la máquina y él gana más plata. Es cierto. Como las fábulas ponen blanco sobre negro, se le escapan los grises. Puede ser que el patrón de esta fábula tenga sus razones cuando dice que el mercado lo fuerza, que él no tiene otra salida El problema no es este patrón en particular, sino la existencia del capital y del capitalismo, que impiden que las máquinas de hacer agujeros nos den beneficios similares a los que nos trae, un lavarropas automático en casa. ![]() Opiná sobre esta nota |
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