Seguro & Delfina de Agosto
A Mercedes Miranda no le gustaba que le dijeran qué hacer. A Mercedes Miranda no le gustaba que le dijeran nada. Quizá el hecho que fuera sorda la hacía más intolerante. En realidad Mercedes estaba podrida, le tocó ser fértil, muy fértil. Quedaba embarazada con muchísima facilidad, cuando parió a su hijo número dieciocho dijo basta, le pagó a un carnicero para que le extirpara el útero. Dieciocho partos naturales y una brutal operación transformaron su cuerpo en una bolsa vacía de piel y pelos sostenida por un esqueleto endeble.
Mercedes fue madre por obligación, nunca tuvo vocación para serlo, los últimos doce hijos fueron criados con un criterio muy natural, una vez paridos los dejaba a la buena de dios, y como dios no existe los pibes dependían de la solidaridad de sus hermanos y sus vecinos. Mercedes dejó de preocuparse por su prole cuando descubrió que le llevaban la contra hasta en los detalles. Probó con todos los métodos, los ortodoxos y los otros, pero no había caso, los pibes no tenían remedio. Como toda madre cuidaba y sufría sus hijos hasta que se pudrió y tomó la decisión de practicar la técnica del libre albedrío, los dejó que se arreglaran solos, y a partir de ese momento anuló su capacidad de escuchar. Cada vez que le hablaban ella miraba al decidor en cuestión con profundo odio, como diciéndole, No te das cuenta que no te escucho, infeliz.
Mercedes Miranda se casó cuatro veces con cuatro tipos diferentes y con los cuatro le pasó lo mismo, los señores venían buscando lo que ya no encontraban en casa de sus madres, contención, paciencia, comida y sexo. Así, Mercedes descubrió que los hombres estaban en su mayoría criados a medias, sus madres se cansaban antes terminar su educación y los largaban al mundo, incompletos. Los tipos terminaban en brazos de otra hembra que tomaba la posta y así. Esa fue, a grandes rasgos, la primer teoría de Mercedes, a partir de ahí se dedicó a repensar la condición humana hundiéndose en un mutismo total, llegando al extremo de no escuchar siquiera a sus pares por considerarlas cómplices de la estupidez de los machos.
Cuando Mercedes sintió que su sabiduría estaba a punto caramelo se dispuso a escribir pero no le salió nada, intentó hablar pero su discurso estaba lleno de agujeros, ningún mortal la entendía. La declararon insana y la internaron, al final Mercedes se cansó en serio y se murió y con ella se fue a la mierda toda su infértil sabiduría. Dicen los que no soportan finales escépticos que Mercedes reencarnó en abeja reina. Alguno de ellos se habrá morfado con pan algo de aquel conocimiento, quien sabe.
Libertad a Seguro
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A la edad de veinte años Bernardo Saldívar supo como amaestrar a su gato montés. El pibe quería que el felino aprendiera a andar en motoneta. Torturó tanto al pobre bicho que a la final le dio lástima y decidió llevar a cabo un método más humanista. Lo que hacía era poner al gato montés en la parte delantera de la moto dentro de un canasto especial y salir a los piques, en el camino, Bernardo asustaba al pobre felino haciéndose el ciego, gritaba, ¡No veo!, ¡no veo!, ¡nos vamos a matar!, y el gato se pegaba un jabón que te la debo. El muchacho solía cambiar los posibles males, a veces decía que se quedaba ciego y a veces que no sentía las piernas o que los brazos no le respondían y aceleraba a velocidad de náusea.
Una noche salieron como de costumbre, Bernardo en el manubrio de su motoneta y en su canasto especial, Carlitos, tal el absurdo nombre del atormentado felino, esa noche el adiestrador exageró una serie de convulsiones y el gato montés no pudo más, saltó del canasto, lo empujó de la moto, tomó el control del desbocado vehículo y se las tomó raudo. Cuando se le acabó la nafta la abandonó al lado de la ruta y se internó en el bosque, donde conoció al oso de moris y al león que nunca supo lo que le escribió su hermano del circo porque no sabía leer. Los tres, el gato montés llamado Carlitos, el oso de moris y el león analfabeto, formaron un trío vocal único en su especie que supo hacer las delicias de los habitantes de la floresta que ya estaban podridos de escuchar a la tortuga Manuelita cantar y contar una y otra vez la historia de su fugaz paso por el mundo de la moda internacional.
Bernardo, el frustrado domador encontró la moto pero nunca encontró a Carlitos, el tipo murió en su ley a la edad de cuarenta y dos años cuando una elefanta se le sentó encima de cariñosa que era.
Libertad a Seguro
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Ya no más celo
ni entusiasmo
ya no más cielo limpio
ni verdes ni rojos
ya no más apetito
de verba enrevesada
Ya no más ánimo
ni ganas
porque la soledad
la decepción
y la bronca
de reconocerte
endeble
cuando intuía fortaleza.
Hay una parte de tu cuerpo
que me miente.
Espero
que no sean tus ojos.
Delfina Contreras, del libro aun inédito "Una pileta vacía de qué".
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