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Propiedad Privada

Por Miguel Espinaco

     Habrá discusiones, y muchas, alrededor de las tácticas que han ensayado en las últimas semanas algunos grupos piqueteros. Los cortes de ruta, la toma de algunos locales de McDonald´s y la habilitación de los peajes con pase libre - casi un contrapiquete al piquete legalizado que montaron algunas empresas en las rutas argentinas - no son metodologías nuevas, pero han reaparecido a la luz pública y al debate, en medio de realineamientos piqueteros en los que ha participado sin pudores el gobierno de Kirchner.

     Lo cierto, es que entre los argumentos de los duros y de los blandos, entre los que prefieren alinearse a las promesas transversales y los que critican con dureza al gobierno, entre los que argumentan apreciaciones tácticas sobre lo que conviene y lo que no conviene, reaparecen - como cada vez que recrudece la lucha de trabajadores ocupados o no - los que aprovechan el río revuelto para multiplicar sus gritos destemplados en defensa de la famosa propiedad privada.

     En los tiempos en que no es cuestionada - esos tiempos de tranquilidad, de paz de cementerios - pueden darse el lujo de mostrarla casi como un derecho natural, como algo definitivamente indiscutible que no requiere justificación alguna. Pero basta un corte de ruta para que sus apasionados defensores tengan que desnudarse, para que tengan que mostrar, muy a su pesar, que la propiedad privada de natural no tiene absolutamente nada, para que tengan que reconocer que les hace falta un andamiaje represivo de jueces, fiscales, palos y balas, para que sobreviva al inevitable cuestionamiento de los que viven privados de propiedad, para que sobreviva al justo enojo de los que no tienen nada.

El coro
Para que sepan todos a quien tú perteneces
con sangre de mis venas te marcare la frente
(Propiedad Privada - Rosamel Araya)

     En un editorial aparecido diez días atrás, el diario La Nación explicaba la necesidad de que el estado garantice premisas constitucionales "tan elementales como la libre circulación de las personas y el derecho a la propiedad privada." y enseguida comparaba a los piqueteros con los indígenas que luchan por sus derechos en Bolivia y Perú, comparación que no nos parecería preocupante si no hubiera aparecido justamente en La Nación, diario que un par de días antes había editorializado reivindicando - nada menos - que la figura del General Roca, exterminador de indígenas.

     Días después, el mismo diario levantaba en Diagonal Norte y Corrientes, de entre todos los peatones que seguramente circularían por ahí, las palabras de un ignoto Darío González que - ¿casualmente? - reafirma que "los tendrían que sacar a todos. Es ilegal que ocupen una propiedad privada. ¿Hasta dónde van a avanzar?", casi lo mismo que en otra nota desliza un importante ejecutivo al que el diario no identifica: "el Gobierno puede mantener diálogo con todo el mundo, pero eso no quita que, si se invade la propiedad privada, actúen la policía y la Justicia" En otro artículo comenta los dichos del diputado duhaldista Basile que se enoja en la misma línea de análisis, porque "en una sociedad capitalista, no respetar la propiedad privada es lo más grave que puede pasar como señal para los inversores".

     La afinada sincronización del coro no es para nada mera coincidencia. Ninguno de los enfadados defensores del derecho de propiedad (ni siquiera el desconocido Darío González) se preocupa por la propiedad del salario expropiado masivamente durante las últimas décadas, ni por la privada propiedad del derecho al trabajo que se ejecutó cotidiana y sostenidamente durante los noventa, ni por el hambre, ni por la desnutrición, ni por la salud tomada por asalto por los mercaderes que nunca tienen que leer críticas tan duras en La Nación, ni en ninguno de los otros tantos medios de confusión pública que cacarean en términos parecidos cada vez que el "elemental" derecho a la propiedad privada es puesto en cuestión.

     Es un concepto bien curioso, si se lo mira bien: las cosas - para la legalidad reclamada por los que defienden la sagrada propiedad - tienen más inmunidades que la gente, los negocios de las empresas que viven de ese impuesto al gil al que llaman peaje, son más importantes que el futuro de millones de desplazados, un billete de diez dólares tiene más derechos que cualquier pibe de cualquier barrio pobre.

     Y aunque el gobierno de Kirchner repite que no va a reprimir, ya ha asegurado que "no se opone" a que la Justicia "sancione a los que cometan ese tipo de delitos" y esa palabra, la palabra delito, los ubica en la misma línea argumental de los que ponen la propiedad privada en la cima del sistema jurídico, bien arriba del derecho a sobrevivir en un país en el que la mayoría ni puede.

Todos los Daríos y los Maxis
En nombre de quienes lo único que tienen
es hambre, explotación, enfermedades. Sed de justicia y de agua.
Persecuciones, condenas, soledad. Abandono, prisión, muerte.
Yo acuso a la propiedad privada de privarnos de todo".
(Acta - Roque Dalton)

     El 26 de junio se cumplían dos años de la masacre de Avellaneda, en la que fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Dos años ya, pero esa masacre no terminó, hoy mismo continúa.

     Aquel día, los argumentos de los defensores de la propiedad privada hablaron el ruidoso lenguaje de las armas. El gobierno de Duhalde - en aquel tiempo, el que defendía los derechos de los capitalistas argentinos - usó los métodos de la guerra civil contra el pueblo, montando un plan, una cacería y una coartada que finalmente fracasó porque algunos fotógrafos mostraron sus fotos logrando deshacer el engaño y la mentira.

     El discurso puede ser también un arma, cierto que más silenciosa y más endeble, pero eso no significa que haya que dejarlo andar así como así, sin cortarle las rutas. Ya se sabe que son esos que hoy hablan valorando más las ganancias de McDonald´s que los reclamos del pueblo, los que preparan el barniz ideológico con el que pretenderán pintarse la cara los próximos Duhaldes y los próximos Franchiottis. Pero no es sólo eso.

     Sus acaloradas palabras en defensa de la propiedad privada del capital (ya que no en defensa de la propiedad de los pequeños ahorristas acorralados, ni de los deudores hipotecarios rematados, ni de los jubilados privatizados que ven convertirse en migajas su prometida vejez asegurada) son las que funcionan como el taparrabos necesario para que no se note que del otro lado de esa propiedad, bien del otro lado, se siguen muriendo de hambre, de suicidio, de tristeza y de cansancio tantos Daríos y Maxis ocultados por la historia, tantos Daríos y Maxis que ni siquiera llegan a los puentes, tantos Daríos y Maxis que ni siquiera llegan a los diarios y al recuerdo.



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