Ficciones peligrosas

por Miguel Espinaco

Tenía la impresión de existir sólo porque por la noche podía relatar lo que me había pasado por la mañana (Umberto Eco – "Baudolino")

Digamos que Baudolino es un tipo que cuenta historias, un tipo que no sólo inventa las historias que cuenta, sino que al contarlas logra que se conviertan en Historia, en cosas realmente sucedidas.

Digamos que Baudolino cuenta todo en primera persona y que al final termina resultando que casi todas las cosas importantes que sucedieron, sucedieron gracias a él.

Digamos que como él habita los tiempos de la Edad Media, todo lo que pasó en esos años, la caída de ciudades, los acuerdos del emperador romano con los papas, las invasiones, las muertes, todo sucedió gracias a su intervención o mejor dicho, gracias a que él lo está contando.

Digamos que entonces las reliquias de la época, todas esas cosas que supuestamente habían sido usadas por Jesús o por los apóstoles, las más verdaderamente falsas reliquias, el santo sudario, el santo greal, lo más truchamente legítimo de todo eso es, finalmente, obra de su creación y de su relato.

Digamos también que Baudolino no existe, que lo inventó Umberto Eco como personaje para un libro al que bautizó precisamente Baudolino, y que entonces se trata de una mentira dentro de otra mentira, o mejor de una gigantesca metáfora sobre la literatura, o mejor todavía, del relato de las realidades que crea el relato.

Cuando tu dices una cosa que has imaginado y los demás te dicen que es precisamente así, acabas por creértelo tu también (Umberto Eco – “Baudolino”)

Resulta que hacía apenas días que había terminado de leer este libro - que aprovecho para recomendar a quien tenga ganas de leer un buen libro - y me encuentro con un relato que me hizo recordar las vicisitudes de nuestro héroe.

Resulta que los diarios recordaron y reescribieron la historia del vaciamiento y de la escandalosa venta del Banco Provincial de Santa Fe durante la década menemista, mientras era ministro Cavallo y mientras se pasaban la provincia – tomala vos, damela a mí – entre Obeid y Reutemann.

Resulta que yo veo la noticia y lo primero que digo está bueno que se diga todo esto porque pasa el tiempo y la gente se olvida, pero enseguida nomás me doy cuenta de cómo la burguesía se mira su propio ombligo, de cómo los diarios y los medios de difusión en general, reflejan esta denuncia como una pelea política entre los dos grandes bloques políticos de la provincia, entre los peronistas y la oposición de entonces.

Resulta que en el relato oficial – del oficialismo de ahora - hay dos actores dos: los peronistas malos que privatizaron, y los opositores que ahora son gobierno y que por aquellos tiempos supuestamente se opusieron y que ahora salen a contarle al azorado pueblo santafesino el “daño” provocado por las políticas neoliberales por estas tierras.

Resulta que entonces ni hubo trabajadores que lucharon, ni paros ni movilizaciones denunciando el “robo del siglo” y el “negociado privatista”,  que no hubo protestas a montones, que no hubo empleados del banco heridos por las  balas de plomo de la policía que cuidaba a los legisladores, mientras votaban la entrega en la legislatura repleta de oficialistas y de opositores.

Resulta que ahora, en la historia relatada aparecen sólo ellos, que igual que Baudolino, la burguesía santafesina y sus representantes de un color y de otro cuentan una historia que al final pretenden realidad, una historia en la que fue ella misma la que hizo todo lo que sucedió bajo este cielo.

No había entendido que al punto Baudolino no había llegado, en aquellos momentos mientras iba narrando, y que narraba precisamente para llegar al punto (Umberto Eco – “Baudolino”)

Pensándolo bien, esta costumbre burguesa de relatarse y de hacerse relatar como creadora de la historia no es una anormalidad santafesina, más bien todas las guerras y las paces, los avances y los retrocesos, el arte y la ciencia,  la democracia y la censura, la pobreza y los beneficios sociales, todo, hasta las revoluciones se cuentan en su cuenta.

Pensándolo bien, la narración de los piqueteros que salieron a las rutas para terminar con los noventa también quedó escrita en los márgenes, apenas sucedida, y entonces resulta que a los que ahora adquieren el rol de contrapunto de aquel tiempo, uno los recuerda sospechosamente irrelevantes, o peor, socios y amigos.

Pensándolo bien, hasta este mismo debate sobre los relatos creando realidades ya es acá un debate con nombres y apellidos, y que cuando se cuente la discusión sobre los cuentos que diseñan verdades a medida, todos se acordarán de Clarín y del kirchnerismo, como si no hubiese más actores, como si el mágico pase que desaparece a millones que viven sus pequeñas vidas de verdad, ni siquiera tuviera que explicarse.

Pensándolo bien, el problema de este cuentito, a diferencia del de Baudolino que es divertido, es que crea esta mentira peligrosa, una ficción en la que apenas somos actores de reparto, un engaño en el que parece que todo lo que hacemos no tiene importancia, porque al guión lo escriben siempre ellos.

Pensándolo bien, el relato es peligroso pero también necesario así nadie se acuerda de que estaban todos juntos, que recién después hubo que multiplicar los personajes para que aparecieran unos neoliberales y otros progres, algún capitalista humano y otro apenas salvaje, unos a la diestra, los demás a la siniestra.

Pensándolo bien, también en Santa Fe los señores empresarios estuvieron a favor de la privatización del banco y por eso sus partidos que actuaron por acción o por omisión y por eso sus sindicalistas bien rentados que dejaron correr y por eso sus centros editoriales que construyeron la opinión pública y por eso sólo nos oponíamos los trabajadores y algunos otros sectores contados con los dedos de una mano.

Pensándolo bien no se trata ni cerca de literatura porque esta ficción se escribe nada más que para ocultar una verdad molesta, este relato se impone para impedir que otros relatos posibles sobrevivan, esta historia la inventan los dueños del circo para conseguir la absolución y con ella el derecho a seguir escribiendo el presente y el futuro, y así estamos.


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