Apunten contra la memoria

por Miguel Espinaco

Es un verdadero problema.  Estoy convencido de que al final de esta nota se me acusará de irredento kirchnerista, de secuaz de los muchachos de seis, siete, ocho, de cómplice del parlanchín Aníbal Fernández o, lo que es peor, de periodista pagado con los fondos que seguramente se afanó Jaime.

Voy a hacer caso omiso de los ecos que sin duda provocarán mis palabras, porque el punto es que si tengo que prestarle atención a esas diatribas, estamos irremediablemente perdidos.

Sé que también podría callarme y sanseacabó, dejar mis críticas para mejor momento.  Pero no es solución,  te juro.  Después también tendré que dejar de hablar mal del gobierno, o los rayos de los que me acusarán de “hacerle el juego a la derecha”, me dejarán paralizado.

Mejor, en medio de este ambiente que ha dado en llamarse de hipercrispación y que, en honor a la verdad, es la vieja polarización que cada vez ha empujado a elegir el mal menor para evitar que cualquier atisbo de pensamiento independiente prolifere por los campos del señor, yo me dedico a subrayar las mentiras de quien me venga en gana.  Y hoy me vino en gana hablar de Morales Solá.

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El viernes pasado, se pudo leer en el diario La Nación, una nota escrita por Joaquín Morales Solá llamada “Apunten contra los periodistas”, cuyo supuesto eje es el debatir con algunos “intelectuales y periodistas” - dice el Joaquín - que se declaran cansados de “un periodismo crítico de los Kirchner”.

Ese es el punto de arranque que toma Morales Solá, la excusa para empezar una nota en la que aprovecha para tratar de demostrar que no es raro que los periodistas coincidan con la opinión de la empresa en la que trabajan – una forma de justificarse, supongo - y en la que aprovecha también  para victimizarse como perseguido, víctima del gobierno por ser un periodista independiente y crítico.

Ya he comentado en otras oportunidades,  mi opinión sobre este señor que es bastante menos periodista que lobista de intereses empresarios y entonces desde el principio y para evitar confusiones, me declaro para nada independiente de este prejuicio que me hace mirarlo bastante de costado.  Pero leé este párrafo antes de criticar mi excesiva subjetividad: “La Argentina, en efecto, habita en el pasado – escribía Joaquín Morales Solá el viernes - Ningún debate de los últimos meses ha llegado siquiera a la década del 80. ¿Qué hacía tal o cual periodista en 1976, 1977 o 1978? No hacíamos nada. Vivíamos bajo una dictadura y cada uno vivía de lo que podía y como podía. Sólo los que vivieron bajo el peso aplastante y gris de una dictadura saben que no había muchas más cosas para defender que pequeñas cuotas de dignidad.”

Algo parecido ya había escrito el opinador en jefe del diario La Nación, aquel día que la metieron presa a Ernestina Herrera de Noble, en diciembre de 2002: "El contexto de 1976 no era el de hoy – decía en esa nota hace ocho años -  Aun las personas que luego formarían la trágica saga de desaparecidos, en aquel año no eran consideradas como tales por ningún argentino que no estuviera en el corazón del poder militar".

Como verás, un tipo coherente que siempre dice más o menos lo mismo, su esquema es “durante la dictadura yo era un tipo del montón, nunca estuve en el corazón del poder militar”, o como metaforiza ahora el mismo concepto: “¿que podía hacer yo? En ese momento apenas se podían defender pequeñas cuotas de dignidad”.

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Pablo Llonto, en una nota titulada “El top ten mediático de la dictadura” detalla un crurrículum que rasga este retrato lleno de autoconmiseración, que hace Morales Solá de sí mismo: “luego de un breve paso por La Gaceta de Tucumán, redactor del Panorama Político de Clarín en los tiempos de Videla, Viola y Galtieri, Prosecretario de redacción de Clarín (el número dos de la redacción) fue responsable de la sección Política; páginas en donde centenares de hechos de exterminio y fusilamiento de militantes políticos eran “enfrentamientos”.”

El escritor Hernán López Echague cuenta otros hechos que ayudan a desmontar la mentira.  En su libro "El enigma del general", de 1991, relata el asado que, en marzo de 1976, compartieron Leo Gleizer, Renée Salas, Marcos Taire y Morales Solá, entre otros periodistas, con el general genocida Antonio Domingo Bussi.

El almuerzo – según detalla López Echague - se llevó a cabo en los salones del Regimiento de Infantería 19, en San Miguel de Tucumán, cerquita de un Centro Clandestino de Detención y a los postres, el general les dio a cada uno de los periodistas presentes un pergamino en el que agradecía "su colaboración en la lucha contra la subversión".

Escribe y describe López Echague: "sin ocultar el contento, Morales Solá tomó el suyo y acto continuo buscó el abrazo del general. Gleizer y Salas lo imitaron". (Morales Solá, o el arte de la hipocresía – Hernán López Echague - La Fogata)

Años después, Morales Solá intentó desmentir esto y le escribió a la revista Veintitrés explicando que en ese momento él no estaba en Tucumán sino en Buenos Aires, que nunca vio a Bussi y entonces, López Echague le respondió también en una carta de lectores en la que escribió que el Joaquín había convertido “la hipocresía en arte” y al final terminó apareciendo una foto que ya no dejaba lugar a dudas, una foto publicada en el diario La Gaceta de Tucumán el 8 de junio de 1976 donde se lo ve a Joaquín Morales Solá todavía con pelo, junto a algunos militares y a otros periodistas, mientras el generalísimo torturador y asesino Bussi hace uso de la palabra.

La foto, claro, termina de desmentir el cuentito que cuenta Morales Solá cada vez que puede, ese que lo convierte en un pobre ciudadano que durante la dictadura hacía apenas lo que podía, un pobre ciudadano que no tiene la culpa de nada.


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"Los periodistas pretenden tener fueros periodísticos"

Como habrás notado, esta nota fue escrita antes del juicio ético y político en la plaza de Mayo, que terminó armando tanto revuelo. Entre los enjuiciados en este juicio estuvo Morales Solá, pero también otros como Mariano Grondona, Claudio Escribano, Máximo Gainza Castro, Mauro Viale, Chiche Gelblung, Magdalena Ruiz Guiñazú y Vicente Massot. Uno de los que dio su testimonio allá fue Pablo Llonto, periodista y abogado, autor de libros como“La Noble Ernestina” y “La vergüenza de todos”.

A él lo entrevistamos este último sábado.

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