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La identidad perdida

Por Daniela Pierotti

Ampliando la visión

     La situación del campo en Santa Fe no se salva de la situación del sector agropecuario de todo el país. Todo lo contrario, se luce como uno de los sectores que ha atravesado una crisis aún más profunda en medio de la general, debido a las frecuentes inundaciones que ha venido sufriendo. El 60% o más de la producción provincial ha ido desapareciendo en estos últimos 10 años.

     No es fácil ubicar la punta del ovillo que generó esta terrible extinción, a no ser que digamos con claridad y abruptamente (groseramente) lo que se sabe, para después hilar más fino. La reacción en cadena generada conduce, en definitiva, a lo sabido: a la voracidad de un sistema económico que aniquila las autonomías locales y que, si hace como que las permite, las somete al servicio de la criatura que ayudamos a engordar y que es el mundo empresario estadounidense (and that is).

     La historia de esta extinción, acá, en Santa Fe, tiene que ver con factores importados de allá, de ese lugar que parece lejos pero que se inmiscuye en y condiciona cada una de las decisiones políticas y económicas de cualquier sitio puntual de nuestro país. La historia de Santa Fe, en este sentido, aunque con algunas particularidades, es la misma que la del país.

     ¿Cómo empieza entonces esta historia? Puede que mucho antes, pero, podemos empezar con el rol que se nos ha asignado a escala internacional: el de productores de commodities, es decir, de alimentos indiferenciados de venta a granel, como es, por ejemplo, el forraje para alimentación animal, y que, muchas veces se destina indebidamente a insumos, como para la industria del aceite. Esto ha ido derivando en productos de bajo precio porque son de baja calidad, que es lo mismo que decir, de mala calidad.

     El sistema agrícola viene soportando una crisis que él mismo ayudó a agravar. Los pequeños y medianos productores cayeron en la trampa de la superproducción. Realidad que nunca se transformó en rendimiento económico, sino que fue un engaño. Aceptó incrementar la utilización de los espacios físicos sin evaluar las consecuencias económicas y sociales que esto implicaría. El cultivo de soja y sus paquetes tecnológicos crearon un nuevo esquema de producción que requirió una gran inversión en maquinarias y agroquímicos y que favoreció la degradación de los suelos, ya que los ciclos agrícolas necesarios para su recuperación no se cumplieron, gracias a que la semilla transgénica crece igual, crece hasta sobre la roca. Hoy, el 80% del bosque nativo ha desaparecido. Con esto, desapareció de nuestra faz el equilibrio que imponía la biodiversidad y se aceleró el proceso de contaminación de nuestras cuencas hídricas, ocasionado por la implementación del monocultivo en la siembra.

El Boom RR

     Durante 1999, la ola expansiva de la soja RR nace de los intereses de un sector productor agrícola importante que necesitaba dar solución al problema de las malezas. La soja RR es resistente al herbicida glifosato, un producto químico no muy económico pero sí en comparación con los herbicidas usados entonces. Los cuales a la vez fueron encarecidos para estimular la compra masiva de semillas de esta soja RR y la de alrededor de 70 millones de litros anuales de glifosato. El impacto ambiental fue nefasto. Por otro lado, si bien la producción se vuelve mas eficiente, las exportaciones agrarias y los negocios financieros de este sector quedan sometidos definitivamente a las leyes del mercado, esto es: a la fijación de costos con tasas de interés similares a las tasas de ganancia. Es decir con lo que Argentina exportaba en esa época, no podía ganar dinero, pero sí mantener los pagos de los servicios de la deuda externa que ascendía a 25 millones de dólares diarios. De ahí que los gobiernos fomentaran este tipo de producción y se desentendieran de los productores que son los que verdaderamente pierden y del desarrollo sustentable de recursos.

     Hacia julio del mismo año, tras una seguidilla de tractorazos y cortes de ruta, se realizó la Marcha Federal Agropecuaria, en la que el sector agropecuario más lúcido insistió en que "el país carece de una política agropecuaria propia y socialmente viable. Quizás porque se da por descontado que quienes diseñan las políticas del campo son las transnacionales y los lobbies que tienen como base ciertos suplementos rurales".

     A lo largo de estos años, se han batido récords de cosechas, sin embargo el empobrecimiento del sector agrario ha sido record también, y lo que es peor, cada vez el sector está más reducido.

     El Mercosur como salida para el agro ha sido una burla desde el vamos. La guerra de
subsidios europeos en este tema ha desbastado aún más los cultivos y se encontró la puerta de entrada a través de este tratado.

     A principios de 2002, las unidades agropecuarias desaparecidas llegaban a 200.000 en todo el país. La desaparición de estas unidades significó la desaparición de un sector cultural, de una forma de vida rural, de toda una cultura formada en el arraigo a la tierra.

     Por otra parte, el excedente de los transgénicos exportables argentinos se ha ido colocando de manera silenciosa e incierta en los sectores de la población que sufren hambre. Para ello se realizan super campañas teñidas de una falsa preocupación social. La seguridad alimentaria y la autonomía alimentaria se perdió allá lejos, cuando el gobierno decidió dar el okey (o la key) a los laboratorios de Monsanto, cuando le concedieron la patente y la transnacional se nos metió en el plato, en la mesa, en su casa, en la mía, y sin pedirnos permiso.

La diáspora

     Trabajar una hectárea o dos o cien, no es rentable. Si un propietario tiene 200 hs, no cubre los costos. Para que le cierren los números tendría que pasar a mil. Como muy pocos pueden hacer esto, hay una mayoría que arrienda y una minoría que acumula decenas de miles de hectáreas, y que le va bien. Quienes piensan que arriendan y se salvan, poco tardan en darse cuenta de que están en un error. El que arrienda se va a vivir al pueblo y, aunque en un principio se ve con plata, ya no puede producir. Aún cuando le devuelvan el campo, porque ahora vive en la ciudad y va un par de horas por día al campo. Si produjera, se lo robarían todo. Además de que los hijos ni aparecen por el campo, comienza a escasear el dinero y así va hipotecando lo poco que tenía.

     "...Esta es una historia tan vieja como el país", afirma José Seri, técnico agrario amante de la cultura rural. La "Ley de Colonización", allá por 1860, otorgaba leguas a un propietario para que repartiera. "La mitad era para él, gran terrateniente, la otra mitad para que repartiera. Como las condiciones de trabajo y de vida eran tan duras, y las posibilidades de hacer rendir lo producido también, en pocos años los inmigrantes se fundían. Por medio de contratos que impedían la posibilidad de reclamar las tierras, estas pasaban al gestor. Los inmigrantes eran despojados y a veces, iban a parar a los terrenos donde habían trabajado hasta fundirse. Surgen así, hacia la segunda mitad del siglo XX, las figuras del arrendatario, el inquilino y el mediero."

     La misma expulsión, con migración a ciudades y pueblos, se vio en el sector agrario, a la vez que se desmantelaban los campos y aumentaba el aferrarse a los organismos modificados genéticamente (OGMs).

     Los agricultores granjeros tienen gran autonomía respecto del mercado. Aprovechan su propia producción para el mantenimiento combinado de la agricultura y la ganadería a mejores precios. Al no ser clientes cautivos de la red de transnacionales vinculadas al agro, y porque además consumen poco, representan el sector blanco a disgregar. La implantación del monocultivo, es la llave para controlar el comportamiento de los sectores rurales. Orientar la producción hacia esto fue el principal triunfo empresarial sobre la capacidad productiva del país.

Teje y maneje

     El éxito de la llamada "Revolución Verde" fue la creación de nuevas relaciones de poder y dependencia en el agro, mediante, como ya dijimos, la exclusión progresiva del campesinado pobre y la atadura de medianos y grandes productores a los "paquetes tecnológicos". Las empresas agroquímicas se encargaron de proveer semillas híbridas y agrotóxicos sintéticos con supuestos mayores rindes. Ése fue el señuelo. El precio, fue la mayor dependencia y el desgaste del suelo.

     Uno de los entes que desempeñó un papel cómplice clave en esta modernización fue el INTA. Bajo la bandera de la industrialización del agro, subordinó el mundo rural al universo técnico científico. El protagonismo del hombre del medio rural fue reemplazado por el de los agrónomos. Los primeros habían logrado adaptar la variedad productiva al medio concreto, con resultados de alta calidad y bajos insumos.

     Vale aclarar que, la mayoría de las veces, estos paquetes tecnológicos, provenían de centros de investigación extranjeros, con otros climas, otros suelos. Los científicos locales, además de importarlos, cumplieron la función de adaptarlos a las condiciones locales.

     Cuál fue la otra supuesta ventaja que el agro reconoció en todo esto y por lo que se convenció de que era fabuloso?: donde antes había que echar más de tres herbicidas distintos, ahora alcanzaba con una o varias dosis altas de uno solo. Y el cultivo específico prosperaba, por dar un ejemplo. Cultivo transgénicamente preparado para resistir ese único herbicida.

     Las gremiales rurales argentinas, en parte por esto que explicamos recién, todas en general, se prestaron al proyecto casi acríticamente. Cosa que fue totalmente distinta en otros países, como en España o en Francia, donde algunas organizaciones se manifestaron en contra de las empresas de ingeniería genética y los gobiernos proclives.

Relaciones carnales

     En la Cumbre de la Tierra (Río, 1992), la posición de Argentina expresó el liberalismo puro y duro. María Julia Alzogaray fue quien llevó la voz del estado argentino. El planteo fue dejar librado a la responsabilidad empresarial todo lo relacionado con la seguridad ambiental y ecológica.

     La conferencia sobre el llamado Protocolo de Bioseguridad que se realizó en Buenos Aaires en 1996, orientado a tratar la problemática de la Bioseguridad y la cuestión de los transgénicos, culminó desgraciadamente sin la firma de un protocolo. Con esto, la producción de plantas transgénicas era libre.

     En 1999, en Cartagena, la ONU reunió a 170 países por el mismo tema. Algunos países europeos y asiáticos habían pedido una moratoria sobre el ingreso al mercado de transgénicos hasta tener más claro sus efectos sobre la naturaleza y la humanidad.

     El Grupo de Miami, encabezado por EEUU y compuesto además por Canadá, Australia, Chile, Uruguay y Argentina, concedió otorgar tratamiento de monitoreo sólo a la producción transgénica destinada a reproducción (una ínfima parte del total de producción).

     Esta ha sido siempre la política yanki: abstenerse de acordar y reservarse el derecho de seguir con sus normas de regulaciones internas como si fueran internacionales, la de Argentina siempre ha sido la de pactar con EEUU.

     La aprobación final en el 2000, luego de otros intentos, del Protocolo de Bioseguridad, en Montreal, se logra, pero recortada.

     Con Brasil convertido en estado dominante de América Latina, Argentina estrechó sus relaciones con EEUU. Brasil como peligro y Argentina como contrapeso, es lo que sustentó las relaciones carnales de Argentina con EEUU, relaciones que siguen gozando de extraordinaria vigencia.

Monsanto

     El laboratorio Monsanto, ente monopólico de semillas transgénicas de Estados Unidos, ha tenido en la historia mundial un papel conocido. Fue el productor del Agente Naranja durante la Guerra de Vietnam que ocasionó el defoliamiento conocido y que es responsable de que Vietnam tenga hoy el mayor índice planetario de malformaciones congénitas.

     Este laboratorio logra ocupar el primer lugar en producción de agroquímicos con el herbicida Round-up, cuyo principio activo es el glifosato que mencionábamos al principio. El volumen de su uso representa miles de millones de dólares. La ingeniería genética, a su vez, le permitió presentar al mismo laboratorio las semillas RR que soportan cualquier cantidad de Round-up.

     Como broche de oro, en el 2000 vencía la patente exclusiva de Round-up. La venta del paquete tecnológico compuesto por las semillas RRR y el Round-up exactamente diseñado para actuar con ella, fue la jugada que le permitió a Monsanto prolongar el monopolio.

     Así también se presentó a los OGMs como la solución al problema de la contaminación por agroquímicos, contaminación que éste y otros laboratorios habían causado.

     Este Round-up, compuesto en un 1% por glifosato y en un 99% por componentes "inertes", es el más vendido del mundo. Sin embargo, La Unión Europea dispone de un informe para no incluirlo entre los agrotóxicos permitidos.

     En Argentina, año a año se ha ido incrementando su uso. En el 91 se registraban 2 litros por hectárea. Hacia mediados de los 90, 4 litros y, hacia el 99, 8 litros. Con esto se vislumbra el peligro de que exista un aumento sostenido de resistencia de "la maleza" al propio herbicida.

Síntesis en números

     Alrededor de 20 millones de hectáreas, de las 25 millones con cultivos anuales, están hoy en manos de 2000 empresas. Entre 1969 y 2001 alrededor de 280 mil pequeños y medianos productores abandonaron la actividad agropecuaria. Aproximadamente 13 millones de hectáreas están embargadas y al borde del remate.

     La eliminación de la vida rural de la faz de nuestro país propició la migración interna más grande de la historia argentina y el abandono de los campos en una increíble dimensión.

     En cambio, los sitios han sido poblados por transnacionales de las semillas, especialmente Cargil, Nidera y Monsanto. Todas respaldadas por nuestros gobiernos nacionales, sobre todo en la época menemista. A su vez, la maquinalización ficticia creciente es aplicada únicamente para producir soja para forraje. Esta luego se consume como alimento integral y completo, y es incorporada en la alimentación infantil principalmente.

     Para que este informe concluya con un final esperanzador, tendríamos que escribir otro que explique cómo paralelamente en el país funcionan grupos de desarrollo rural abocados a volver a la actividad variada y a la recuperación de los suelos. Grupos que se organizan y coordinan cada día más y mejor y que, hoy están dedicados a contar e informar sobre la verdad de estas cuestiones que se nos ha ocultado durante por lo menos 30 años.

     Sin embargo, este informe termina con la oscura visión de un mercado que lejos de saturarse, encuentra los modos de protegerse y perpetuarse sólidamente en el tiempo, cueste lo que cueste, y con la personal opinión de que falta demasiado para poder detenerlo.

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