Tips de autoayuda

Por muchos medios llegan nuevas preguntas al maestro. Y por muchos medios también el maestro las responde: les pone su voz Adrián los sábados bien temprano a la mañana en el programa de radio y las podés leer acá en esta revista digital.

Veintidos

por Miguel Espinaco

El mensaje era largo como esperanza de pobre. Habitualmente el maestro no los leía completos, le pegaba un vistazo al principio y al final y dejaba que su inspiración le señalara la respuesta adecuada. 

Total, decía, lo del medio era siempre un relleno, un pedido de disculpa, una justificación innecesaria de la pregunta que podía sospecharse ya al principio, ya al final.

Esa vez lo leyó completo porque no tenía qué llevarse al baño, así que se tomó su tiempo.

Maestro – decía el mensaje – no está claro como debo valorar los hechos, las sucesiones, los dolores, las penas y las alegrías.  La balanza engaña con su verba matemática y no le suena así ni a la mente ni al cuerpo, que mide y equilibra con caprichos.

Suponga, maestro, que va a salir al trabajo y se encuentra con la boleta del gas que no entra en el sueldo, y después sale del trabajo y un colectivo le salpica kilos de barro en los pantalones justo hoy que tenía una entrevista importante y un perro le muerde el tobillo y la sangre le humedece el pie que tiene hongos y más humedad, entonces suponga que le pasa todo eso, pero al mismo tiempo agarra por una calle y el ladrón que le iba a robar la cartera agarra por la otra, así que zafa.

¿Debo estar contento o triste?

El maestro releyó el final mientras trataba de alcanzar el papel y contestó rápidamente, a todo lo que le permitía el vuelo de sus dedos:

“Esto del vaso vacío y el vaso lleno es cosa vieja, lo que pasa es que pasa todo y el vaso está vacío y está lleno al mismo tiempo, el perro es simpático y tiene pulgas, al mismo tiempo, el amor empieza y termina y son las cosas del amor, el viento alegra el rostro y le rocía el polvo de las calles de tierra, al mismo tiempo, a mí tu pregunta me parece muy inteligente y una soberbia pelotudez, al mismo tiempo”.


Veintitres

por Maytland Goyeneche

 La casilla de correo del maestro estaba vacía. Ya había respondido todos los mensajes de texto de su celular. La correspondencia fue atendida. Estaba a punto de retirarse a sus aposentos a comerse una picada de salamín y queso cuando un timbre le avisa sobre correo nuevo en su mail. Estuvo a punto de dejarlo para otro día. Pero por esas cosas del destino se quedó un segundo más.

El mail no era muy largo ni muy corto. El texto del mismo rezaba:

“Los quarks poseen la notable propiedad de estar permanentemente atrapados dentro de partículas «blancas» como el protón y el neutrón. ¿Por qué me importa tan poco?

¿Por qué cada vez que la veo se me nubla la razón?

¿Me tiembla el pulso? ¿Se me lengua la traba...?

¿Por qué la espero tres horas a la salida de su trabajo y cuando la cruzo invento la excusa más estúpida? Por qué la extraño porque sí?

¿Por qué sueño cualquier pavada y me parece que siempre es con ella? Por qué escuchar su voz es tan importante?

¿Por qué esta sensación de haber llegado demasiado tarde? O demasiado temprano?

¿Por qué me importa tanto que no me importe?

¿Por qué no es el corazón sino el estómago lo que se me duele?

Cuando canta el ruiseñor, y el perro que mueve la cola, y esos dos charlan mirándose a los ojos sin terminar de acercarse todavía… ¿por qué me molesta en lo más profundo de mi ser?

¿Por qué los sentidos me invaden… y me anulan?

¿Me puede decir usted por qué, Maestro?”

En un primer momento el Maestro pensó en dejar el mensaje para mañana, contestarlo luego, incluso en olvidarlo y hacer como que se extravió en la web. Pero bajó la mirada. Largos minutos reflexionó sobre la pena de su alumno. Y decidió, por fin, responderle en ese mismo instante. Nunca antes se había sentido tan sabio. Y respondió:

“No lo sé, discípulo, no lo sé…”.


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