Tips de autoayuda

Por muchos medios llegan nuevas preguntas al maestro. Y por muchos medios también el maestro las responde: les pone su voz Adrián los sábados bien temprano a la mañana en el programa de radio y las podés leer acá en esta revista digital.

Dieciocho

por Maytland Goyeneche

La carta le llegó por Oca postal, se la dejó un cartero de bigote que se fue tarareando una canción de Margarito Tereré. La carta estaba escrita a mano con una fina caligrafía que por su extensión bien podría ser un telegrama. La misma decía:

“Maestro: ¿porqué se aleja la luz?”

El Maestro sacó su colección de plumas que estaba guardada en el fondo del cajón de un escritorio ya en desuso. Desempolvó el frasquito de tinta china y se puso a responder sobre una hoja de filetes dorados:

“Querido alumno: cuando comenzó el otoño me encontré sometido a la naturaleza. Sentado bajo un árbol danzaba inmóvil con el tiempo, como una brizna de hierba que se inclina ante la brisa de mayo o ante sus tormentas. Y me llegó una certeza, la luz no se aleja, nos empapa.

Tal vez tu interrogante provenga de tu incesante búsqueda de la Belleza, que es el límite máximo al que podemos acceder a través de nuestra exigua experiencia.

No podemos alcanzar la verdad, pero podemos aproximarnos a la luz a través de la belleza. Y al rocío que se posa en las flores cuando se anuncia el tardío período de los cerezos  nos parecemos, a punto de desvanecernos y nos suspendemos en la nada, nos retiramos y convertimos en ensueño de la materia.

Y como decía el poeta: somos cuerpos opacos. Ni traslúcidos como insectos ni reflectantes como peces. La luz muere en nosotros. Por eso se aleja.

Pero atendiendo a tu caso específico tengo varias opciones.

Puede que estés en el tranvía mirando por la ventana de atrás.

Puede que te hayas muerto al revés. Porque de haberte muerto del derecho entonces la luz se acercaría.

Puede que te haya agarrado un eclipse de luna mientras bajabas por la escalera.

Pero como te conozco, pequeña langosta, lo más probable es que otra vez hayas prendido la vela arriba de la tortuga, salame!.


Diecinueve

por Maytland Goyeneche

Cuando el maestro leyó el mensaje de texto sintió que su cabeza se disparaba en mil direcciones y tuvo que hacer un esfuerzo para organizar sus pensamientos. El mensaje en su celular era, quizás, demasiado breve, demasiado profundo.

“Porqué”- era el breve y profundo mensaje.

Tranquilo pero seguro los dedos del Maestro se desplazaban por el teclado del celular última generación formando palabras que formaban mensajes de texto que decían más o menos así:

“Porqué sobre el buzón rojo la mariposa se posa para morir.

Porque comprenderse significa sentirse mas allá de las palabras, cayendo en el abismo de lo impensable, sintiendo el viento en la cara, saboreando la brizna en el pasto, comiendo la tierra del pozo.

Porque se gana y se pierde, se sube y se baja, se come y se evacúa, se nace y se muere.

Porque no hay mucho que no se acabe, ni poco que no alcance, ni nada que no sobre.

Porque no importa cuantas veces tires una piedra al piso, a la siguiente vez puede flotar al techo.

Porque la vida es linda para arriba, no para abajo.

Porque era encantador, porque reía, porque quería un cordero.

Porque no solo copiamos los valores de nuestros padres, también sus enfermedades.

Porque hay dos maneras, o una sola, o todas.

Porque el sueño terminó.

Porque si no es hoy cuando? Si no es así como?

Porque un períptero es lo que rodea la cella.

Porque cuando cae la noche miramos hacia arriba como recordando algo que no sucedió.

Porque sabemos que al fin y al cabo esa misma noche no se repetirá más que dentro de nuestra alma.

Porque esa noche puede ser la última.

Porque será, al fin y al cabo, la última.

Porque ya no habrá forma.

Porque sí.


Veinte

por Adrián Alvarado

Los mensajes de texto, los correos de voz y los mails se acumulaban como hojas muertas y para el maestro eran solo eso, demasiado vanas las preguntas, demasiado obvias las respuestas, Tibio esfuerzo debo realizar para apagar la llama de la duda ajena y mezquina es la recompensa que recibo a cambio, dice para sí, Mano sobre mano hoy soy yo quien mece la cuna del hipopótamo, escribe, Yo soy quien necesita alimentar la bestia que duerme en la madriguera de mi, ¿a quien acude el sabio cuando no sabe? ¿al google? ¿quien aconseja al consejero? ¿quien rumbea al guía perdido? díganme ustedes, como hago cuando soy yo quien calza pantuflas de adoquín y debe patear la pelota del día hasta que el sol meta el hocico en el horizonte y caiga la noche con su manto de estrellas sobre mi cuerpo cansado y entonces aterido de frío y soledad abrace mis piernas desnudas bajo la cobija llamando a mi madre hasta despertar de súbito todo ojos ciegos a preparar el desayuno que me mantendrá en ayunas hasta que encuentre algo que aplaque sed y hambre. Para ustedes es fácil, me utilizan como si de un servicio se tratara y pagan por el, pero la sangre que el motor de mi pecho impulsa no vale tanto ni tan poco porque es con ella que escribo las respuestas que calman sus trémulos espíritus. La cuerda que se tensa a menudo termina cortándose y a todo chancho le llega su San Martín, sientan hoy que son hombres y están solos.


Veintiuno

por Maytland Goyeneche

El mail llegó con fecha de un mes atrás. El Maestro algo preocupado lo abrió temiendo que un virus troyano le destrozara la computadora. Pero nada sucedió mientras lo leía.

Maestro: ¿dónde acaba el principio y dónde se inicia el final?

Meditabundo mientras se acariciaba la barba con la mano izquierda el zurdo maestro tecleaba con la derecha sus beneficiosas enseñanzas:

“¿Qué es el nacimiento? ¿Acaso el principio de algo cuando ya todo está esperando?¿Y qué es la muerte? ¿Es sólo la desaparición del cuerpo físico sujeto a la decrepitud natural? ¿Acaso no están muertos los que viven sin vivir, atrapados en la rueda de la rutina de una sociedad alienada en el consumo, dejando pasar día a día sus deslucidas sombras por las calles de asfalto gris? ¿Es eso vida?

¿Quién está más enfermo, el que sufre una enfermedad degenerativa tipo esclerosis lateral amiotrófica que le llevará a la muerte irremediable en tres semanas y que aprovecha cada segundo para disfrutar intensamente o quien sin padecer mal físico alguno se queja amargamente de sus pequeños disgustos?

¿No es en el vacío el único lugar donde podemos llenar algo? Si está lleno, no puedo llenarle.... ¿no es eso el auténtico vacío?

¿Los extremos no se tocan? ¿Los medios no se encuentran?

Somos la contraparte ignorando dónde está la parte.

Nos mencionamos contracultura, pero no existe la cultura propiamente dicha.

Hablamos de derivados pero no están los modelos.

Conocemos la antítesis, desconocemos la tesis.

Reconocemos la antima­teria y, no obstante, jamás hemos visto la materia.

Echa una mirada en torno de tuyo. ¿Qué ves? ¿La cosa o la anti­cosa?

Somos la escoria de oro. La quintaesencia mundana, el anticlímax. ¿Pero quién es el clímax?

Un poquito de miedo alcanza para mucho tiempo.

El pájaro muerto yace sobre la piedra viva.

La cordura y la locura. El día y la noche. El sístole y el diástole, la luz y la oscuridad. Presencia - ausencia. Amor - odio. Principio - fin.

Es el sufrimiento y es el goce. El todo y la nada.”


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