La rueda de la fortuna por Miguel Espinaco La semana pasada hubo movilizaciones de la CTA en el marco de una jornada nacional de protesta en las que se reclamó un blindaje laboral frente a la crisis económica, además de la universalización de las asignaciones familiares y la libertad sindical. Las medidas que reclama la CTA, de acuerdo a lo que sintetiza el diario La Nación apelando a la página oficial de la central sindical, son una asignación universal por hijo, un seguro de empleo y formación para los desocupados, paritarias libres y abiertas, un aumento de emergencia para los jubilados, garantizar el 82% móvil, y el respeto a la libertad y democracia sindical. Muchos de estos temas suenan viejos conocidos, olvidados pero conocidos. Este asunto del seguro de empleo y formación por ejemplo: hubo hasta una consulta popular a fines del 2001, vos te acordarás que andaban con la urnita en todos los lugares concurridos y que votó un montón de gente. Después vino el despelote y Duhalde puso el lamentable plan jefes y todas esas miserias y la CTA hizo mutis por el foro. El Duhaldismo primero y el Kirchnerismo después, no se caracterizaron justamente por redistribuir el ingreso a favor de los trabajadores y así pasaron ocho años, ocho años en los que siguió habiendo pobreza y desocupación, pero este asunto pasó al olvido. Y pasó al olvido justo en el momento en el que el famoso viento de cola de la economía podría haber facilitado su instauración. ¿Esta vez irá en serio? Ahora parece que el tema de nuevo está de moda: en buena hora. La iglesia preocupada por la pobreza, De Narváez preocupado por la pobreza, Carrió preocupada por la pobreza, la CTA proponiendo de nuevo formas de combatir la pobreza, y el gobierno insistiendo en que ellos en este asunto de terminar con los pobres son los campeones del mundo. Lo malo es que todos hablan pero a la hora de las preocupaciones de en serio, el debate es si siguen o si no siguen las retenciones a los sojeros que, dicha sea de paso, hambre no pasan. Más allá de estas necesarias críticas a los que aparecen y desaparecen con gran sentido de la oportunidad del escenario, habría que hablar alguna vez con mayor profundidad de esta consigna de la redistribución de la riqueza que concita la atención de tantas almas buenas que quieren que el mundo sea un lugar un poco menos peor para vivir. Digo, porque en realidad en el capitalismo no es que se produce por un lado y se distribuye en un lugar distinto, no es que primero fabricamos tantas cosas y después repartimos algo para este señor que trabajó, algo para este señor que gobernó y algo para este picarón que no hizo nada pero que es el accionista y se terminó. No es que se hace una torta y después se dirime quién se lleva qué pedazo. En realidad, la distribución se realiza en el mismo momento en que se realiza la producción, porque es en ese acto de la producción en el que el capitalista se queda con la plusvalía, o sea con un cacho del laburo realizado por el laburante que le servirá para vivir bien sin poner el hombro - él que es millonario - y que servirá también para que el capital se multiplique y genere nuevo capital en esta inequitativa rueda de la fortuna que algunos sintetizan con aquella frase de que la plata llama a la plata. Cuando se produce, ya en el momento en que se produce, está decidido para quién se produce. Por eso es que seguimos meta fabricar autos en vez de vehículos para transportes públicos que es lo que necesitan los que no tienen para su cuatro ruedas propio, y seguimos meta fabricar soja para convertirla en dólares paga-deudas en vez de fabricar morfi para los que tienen hambre, y seguimos meta fabricar mansiones y casas en countries, en vez de viviendas para los que no tienen herencia o un salario con el que bancarse un crédito hipotecario. Por eso, hablar de distribuir sin hablar de cómo y de qué producir, es un poco limitado, por no decir directamente que es una utopía capitalista, un sueño de progresistas perdidos como en el gallito ciego o de charlatanes que eligieron hacerse los distraídos. Bendito capital Que quede claro: estaría bueno que tengamos una asignación mensual por hijo y que hagamos un blindaje social con seguros de desempleo o con lo que sea. Pero al mismo tiempo hablemos en serio. Porque si no decimos que esas medidas apenas taparán algún que otro agujerito, estaremos construyendo un gran taparabos. Porque el problema es el capitalismo, el problema de los problemas es el capitalismo que necesita fabricar pobres por la puerta de atrás mientras fabrica mercancías por la puerta de adelante. La prueba es que si no hubiera pobres, si los desocupados tuvieran un seguro de desempleo con el que sobrevivir dignamente, nadie trabajaría por monedas, los salarios subirían y las ganancias patronales bajarían. La prueba es que si la redistribución de la riqueza se hiciera en serio, rápidamente el famoso mercado realizaría su automática venganza y los precios subirían para redistribuir de nuevo al revés, a favor de los de siempre. Y si no los dejamos subir, los inversores no vendrían y las fábricas serían llevadas a otros lares y los diarios se quejarían de nuestro disparatado populismo. Y eso – que lo que hay que cambiar es el capitalismo - es lo que la CTA no dice, ni lo dicen tampoco los políticos que se llenan la boca hablando de la pobreza y de lo mal que está y de que feo queda, ni mucho menos lo dice la iglesia, que bendice cotidianamente a los ricos del mundo y que saca de vez en cuando al Cristo pobre para las fiestas de guardar. "Nos preguntamos por qué vivimos en una situación de pobreza escandalosa, de falta de trabajo, de enfermedades que nos afectan masivamente como la gripe o el dengue, que pegan más duro por la falta de Justicia", dijo Monseñor Bergoglio al celebrar la misa central en el templo de San Cayetano, en Liniers frente a una multitud de feligreses. De esa forma, el arzobispo de Buenos Aires reformulaba – con un elegante giro literario que cambió oportunamente el sentido - las palabras de Benedicto XVI que se había referido en su mensaje por la colecta Más por Menos, al “escándalo de la pobreza” y que había instado a un "esfuerzo solidario" que permita reducir la problemática. El “escándalo de la pobreza” – expresión genérica – devino entonces en la “pobreza escandalosa” que vivimos, frase a la medida de su pelea con el gobierno, que pone a la iglesia argentina entre los opositores sensibles que han descubierto con sorpresa que sigue habiendo pobres. Más allá de estos juegos de semántica celestial y del renovado interés por los pobres del mundo, la iglesia se mantiene bien firme en su defensa del capitalismo: “si hay confianza recíproca y generalizada, el mercado es la institución económica que permite el encuentro entre las personas, como agentes económicos que utilizan el contrato como norma de sus relaciones y que intercambian bienes y servicios de consumo para satisfacer sus necesidades y deseos” dice la reciente encíclica Caritas in veritate. Después, claro, como sabe que el mercado no tiene ahora demasiada hinchada, sale a cubrirle las espaldas: “no obstante- explica - se ha de considerar equivocada la visión de quienes piensan que la economía de mercado tiene necesidad estructural de una cuota de pobreza y de subdesarrollo para funcionar mejor”. Como no se nos puede explicar por qué esa visión es equivocada, a pesar de que la existencia de un “ejército industrial de reserva” - o sea de una masa de pobres funcional a deprimir los salarios para garantizar la plusvalía - es una verdad que cruzó toda la historia del capital, el Papa opta por apelar a los imperativos morales: “el mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil”, nos dice, y sólo nos resta aguardar que los más fuertes sigan sus dictados. Amén. El discurso, claro, llega al puerto previsto: “es verdad que el mercado puede orientarse en sentido negativo” reconoce Ratzinger “pero no por su propia naturaleza, sino por una cierta ideología que lo guía en este sentido” y entonces, “la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas.” Nada nuevo entonces: si los que manejan el mercado son buena gente, listo el pollo. El viejo truco de los patrones malos y de los patrones buenos remixado, el viejo cuento de la humanización del capitalismo sólo que contado en el peor momento, justo cuando la crisis muestra tan clarito cómo funciona el asunto realmente, cómo el capital busca salir del agujero fabricando más y más desocupados, más humanos redundantes que no podrán ser salvados ni por la caridad ni por el “esfuerzo solidario” que pregona con bastante cinismo Ratzinger. Mientras tanto, manejado o no por egoístas, el mercado sigue haciendo lo único que sabe hacer para sobrevivirse: redistribuir al revés como en el chiste de Hood Robin. Nada más que no da nada de risa. Opiná sobre este tema |
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