La opinión publicada por Miguel Espinaco Está bueno. Estos señores son algunos de los que prefiguran la opinión pública, aun cuando la mayoría de la gente no los lee así con detenimiento y entonces no se da cuenta cuánto piensa lo que ellos piensan. La mayoría compra las grageas que después entregan los que popularizan y dosifican este pensamiento que se va publicando día a día, pero que se concentra los domingos. Digo que está bueno poder leerlos todos, maravillas de internet que permite sin costo adicional leer varios diarios al mismo tiempo y elegir, por ejemplo, ni prestarle atención a las noticias, detenerse simplemente en estos escritos que los diarios ponen a un costado como “opinión” o como “editorial”, nombres que sirven para separarlos de las noticias en las que los diarios jugarán un jueguito de imparcialidades como si las hubiera, mientras dejan que la opinión se transpire, se vea de costado, se adivine, pero nunca que quede clara, nunca que quede dicha. Si bien se mira, las notas de opinión son la única parte honesta del diario, ahí hay un tipo, un periodista, una empresa, que publican lo que se les canta, lo que piensan, lo que creen, lo que les conviene o lo que sea, pero que lo publican y lo firman, no se esconden en la ambigüedad de un título, en el tono de un comentario que quiere aparecer objetivo, pero que viene con el inevitable regalito de una mirada sesgada cuando menos, interesada cuando más. Sin disimulos El menú empieza, por qué no, con el diario La Nación. Joaquín Morales Solá no se interesa tanto por la elegancia y por las fintas de la escritura que hacen ver a Grondona como un erudito o como un viejo pensador griego con toga y todo, Joaquín escribe y describe sin ocultar - sin vanos disimulos - el pliego de exigencias para que el recambio del plantel del dominio burgués se lleve adelanto sin sobresaltos. Su artículo se llama “Se desvanece el viejo miedo al ex mandatario” y empieza poniendo en el propio Néstor Kirchner la responsabilidad de la caída del gobierno. Para él, Kirchner “ha depositado la gobernabilidad de su esposa en la aceptación de sus políticas por parte de los adversarios. ¿Se disciplinarán estos ante un hombre derrotado? No lo sabe, pero tampoco le importa” Su implícito es claro. Después de la derrota electoral, el gobierno debe ceder a aplicar las medidas de la oposición o será responsable de su propia debacle. Esas medidas no son escritas nunca con claridad por Morales Solá, pero se despliegan en un puñado de pasos simbólicos que se parecen mucho a una rendición incondicional: “nunca habrá un cambio de gabinete creíble sin la salida del jefe de Gabinete, Sergio Massa, más preocupado por él que por el Gobierno, y sin las renuncias de De Vido, de Moreno y del ministro de Economía, Carlos Fernández. Ese es el corazón del poder de Néstor Kirchner” dice el opinador, que deja que en la metáfora se le escape que pretende nada menos que arrancar el corazón al poder, dejarlo ahí como títere inanimado, como una foto muerta colgada en la Rosada. Y para terminar en un finale a toda orquesta que sirva para ganar adeptos en esto de arrancarle el corazón al kirchnerismo, deja sí que su pluma se desborde y tome cierto vuelo de terror mediocre, aunque más no sea para quejarse de un mal que podría endilgarse a cualquier gobierno burgués, incluso - y más - a la propia dictadura militar que el apoyó sin fisuras: “el Estado que deja Kirchner es así. No hay policías cuando se cometen increíbles delitos, y no hay médicos cuando una epidemia está colocando a muchos argentinos ante el conmovedor trance de atravesar la enfermedad o la muerte.” A la vejez viruela En su editorial “Los Kirchner, desplazados por un nuevo protagonista”, Mariano Grondona se esfuerza por mantener su delicadeza, pero lo mismo al principio se le nota la excitación. Empieza planteando - con cierta elegancia, es cierto – aquello de la plata o la vida que cruza todo el texto de su amigo Joaquín: “los Kirchner perdieron tan categóricamente que ahora sólo les quedan dos opciones, iniciar una retirada decorosa para resguardar la gobernabilidad del país de aquí a 2011 o iniciar una retirada traumática si se empeñan en seguir negando la realidad como intentó hacerlo Cristina Kirchner en su conferencia de prensa del lunes último” Sin embargo allí se detiene, cuidadoso, y se dedica a preparar sus argumentos para definir a ese nuevo protagonista que menciona en el título, aunque inevitablemente su lógica demodé termine haciendo agua por todos los costados. Mariano arranca quejándose de que, “como lo han venido demostrando las experiencias chavista y kirchnerista, el populismo ha confundido a las mayorías populares hasta ponerlas al borde de la ruina mediante un engaño gracias al cual persuadieron a la parte más pobre y menos instruida del pueblo a votar contra sus propios intereses”. A pesar de esa situación de confusión inyectada por el populismo, y merced a alguna alquimia misteriosa que no se nos aclara, el pueblo logró aprender tanto que hasta decidió voltear a un rey y no poner otro, maravillas de esta especie de mente colectiva que descubre Grondona en el voto popular:“es aquí donde aparece la segunda consecuencia de las elecciones del domingo, quizá tan importante como la primera: que, además de ponerle punto final a la era de los Kirchner, el pueblo decidió no nominar a nadie en su reemplazo.” A partir de allí juega con la idea de que cayó un rey y no hay otro:”un puñado de figuras destacadas como Carlos Reutemann y Mauricio Macri ganaron ajustadamente. Otras, como Julio Cobos y Luis Juez, triunfaron en un solo distrito. Como consecuencia, Reutemann, Macri, Cobos y el propio Juez podrían probarse la toga de los "príncipes", pero ninguno de ellos la corona del "rey", escribe. Gracias a este aprendizaje que el escriba descubre ahora con gozo, se dedica - a sus años – a reivindicar a ese pueblo que por fin aprendió a votar y que ha logrado unir la voluntad y la razón, tarea ciclópea si las hay: “estas tendencias, que pusieron a la pareja hasta ese momento dominante en una situación de derrota, hablan a las claras de lo que ha venido sucediendo: nada menos que el aprendizaje popular. Este proceso de iluminación política acontece tarde o temprano en las democracias con la única condición de que se les dé el tiempo necesario para advertir que las están manipulando”. Solo nos queda decir aleluya y anotar este párrafo – juro que es una cita textual - que recordaremos al viejo Mariano cuando cambie nuevamente de opinión: “la falla principal de los gobiernos militares que dominaron al país desde 1930 hasta 1983 no fue sólo la acumulación de sus propios errores sino algo aún más profundo: que, al interrumpir una y otra vez los procesos democráticos, no les dieron el tiempo necesario para aprovechar el curso trabajoso del aprendizaje”. Consejos para Cristina En Página 12 uno no puede esquivar a Verbistky. Aunque lo suyo no sea estrictamente un editorial, su opinión es parte del informe que escribe con minuciosidad, no se oculta para nada. Ya el mismo título, “Los negocios del Patán”, (el adjetivo sustantivado es para De Narváez) deja claro que al autor no le interesa escamotear su punto de vista, que no pretende escribir desde una posición que aparezca como neutral, como objetiva. Sin embargo, el verdadero editorial del domingo lo escribe Mario Wainfeld y se llama “La semana después”. Allí, al tiempo que el autor describe como ve el escenario post electoral, desliza algunos puntos de lo que podría verse como elementos de un programa defensivo para Cristina: “La Presidenta deberá esmerarse para rodearse de colaboradores de perfil más alto que el que prima hoy, con aptitud para hacer agenda y sumar palabra al debate público. En Economía, la ecuación debe contemplar no poner un hiperministro digitado por (o servil ante) las corporaciones” aclara, pero “al mismo tiempo, a diferencia de lo actuado, hace falta un protagonista con volumen propio, con aptitud para negociar en un contexto de merma y de agrande de las contrapartes”. Wainfeld ve un futuro lleno de kirchneristas borocoteados por las distintas corrientes y ello obviamente se vincula con la famosa gobernabilidad, pero no omite analizar el problemático escenario con que se enfrenta el neojusticialismo, que le otorga un inesperado punto de coincidencia con el gobierno: “sería pésima noticia para los que se prueban la pilcha de Carlos Gardel pensando en el 2011 que el mandato de Cristina Kirchner se interrumpiera, con la interna irresuelta y Julio Cobos como sucesor institucional”, explica. Interesante inconveniente que no constituye un límite infranqueable y por eso, describe como una de “las paparruchadas que están de moda”, la de “subestimar el riesgo institucional en ciernes, en un país con una cultura política jacobina y un conjunto de corporaciones con síndrome de abstinencia”. El cronista supone que el programa de los otros “en realidad no existe” y lo limita a “un dólar a 4,30 pesos, lo que como planteo de máxima sujeto a regateo no es una exorbitancia para las costumbres locales.”. Las exigencias de los opositores parecen estribar - en la visión de Mario Wainfeld - más en el plano de lo simbólico, en una supuesta vuelta a la normalidad que “leyendo los pliegos escritos en tinta limón, es un Ejecutivo sumiso ante el poder económico y colonizado por él”. Es difícil compartir este criterio, cuando uno ha visto al gobierno llevar adelante el famoso sinceramiento de tarifas o la renegociación de la espuria deuda externa, o el pago cash al FMI, cuando lo ha visto hacerle el caldo gordo a las empresas que se llevan el oro. Es difícil no visualizar ahí un ejecutivo colonizado por el poder económico. Está claro que si no se limitara todo a este anhelo puramente político de las corporaciones que Wainfeld pone en el centro al afirmar que “sueñan con los tiempos del bonaerense, también con los últimos de un ya vencido Raúl Alfonsín, los de Fernando de la Rúa”, habría que apuntar a los más contantes y sonantes motivos que rodean al vil metal. El propio cronista parece aceptarlo cuando afirma que “el punto más desestabilizador” lo constituye el reclamo de la Mesa de Enlace, “único factor de unidad de la oposición fortalecida por las urnas”. Quizás por eso, su propuesta de una “institucionalidad que no equivale a un gobierno rehén, ni sordo ni encerrado” aparece al cierre de su nota precedida de un condicional: “si primara la sensatez” escribe “a todos podría convenirle”, y enseguida aclara: “pero la doctrina Biolcati-Grondona está latente, ése es el espíritu democrático de las corporaciones y de la vieja derecha argentina.” Lo que molesta de Jaime y de Moreno Es apenas casual y tiene que ver apenas con el orden de mi lectura, que Clarín quedara para lo último. De alguna forma es la vedette, ahora que el clásico que vienen jugando con Néstor Kirchner lo ha puesto en el candelero, pero también es la vedette por su concentración en otros medios que incrementan su potencia de fuego para penetrar en la opinión pública: la televisión y la radio. Una de sus notas editoriales se titula “La resistencia después de la Derrota” y lleva la firma de Eduardo van der Kooy. El cronista deja que se vean sus dudas sobre el futuro: “el ciclo kirchnerista está terminado, pero no existe a la vista ninguna certeza sobre el período que le sucederá. Se advierte por ahora una comprobación solitaria: el poder ha escapado del puño de Kirchner y ha debilitado el hiperpresidencialismo de su época”. Van der Kooy especula sobre los planes del gobierno y analiza una supuesta propuesta de De Vido, que propondría desprenderse de Jaime y de Moreno: “Jaime se fue por decisión propia“ dice, y enseguida se preocupa de que el problema es Moreno. “o las políticas que aplicó” aclara. “Desplazar a Moreno plantea un auténtico dilema a los Kirchner“ escribe “por dos razones: cualquier cambio político suele ser traumático para el matrimonio. En especial cuando es acicateado por la oposición. Pero tampoco poseen seguridades sobre cómo seguir con una propuesta distinta a la del secretario”. Su preocupación es desarrollada con más detalle en el otro editorial, el que no lleva firma, y que se llama “Los cambios que son realmente necesarios” y que se dedica a enumerar un pliego de reivindicaciones algo más detallado que el de Morales Solá en La Nación: “si bien el cambio de protagonistas puede ser importante, lo fundamental es que produzcan modificaciones sustanciales en las políticas y formas de gestión que causaron distorsiones en la economía y malestares en la ciudadanía” y a partir de allí se centra en los casos de Jaime y de Moreno. Respecto al despido de Jaime, explica que este señor “era una pieza clave de la política oficial de contener aumentos de tarifas a cambio de subsidios a empresas de transporte”. Siguiendo su línea de análisis pretende, más que un cambio de funcionario, “una reorientación de la política de transporte destinada a sincerar tarifas y mejorar la infraestructura, a la vez que transparentar el uso de los recursos”. Sinceramiento quiere decir – aclarémoslo una vez más por si hace falta – aumento de las tarifas. Sobre Guillermo Moreno dice cosas parecidas, el problema no es sólo él, sino lo que representa, porque la política que lleva adelante “surge de la decisión del Gobierno de ignorar reglas básicas del funcionamiento de los mercados que inciden en la formación de precios y en las decisiones de inversión”. Después, claro, cierra cada una de las frases con denuncias sobre el funcionamiento de Indec o sobre la corrupción, denuncias que caen un poco más simpáticas al lector que estos descarnados comentarios sobre cómo Moreno y Jaime son una molestia para que el “mercado” fije los precios y las tarifas que convengan a los intereses empresarios. Es interesante esta claridad que quizás sólo se encuentre en el editorial institucional de Clarín: Jaime y Moreno son el símbolo de lo que molesta verdaderamente del kirchnerismo, porque son ellos los más notorios repartidores de ganancias y de pérdidas entre los empresarios que se quedan con la plusvalía del trabajo de los argentinos. Jaime y Moreno representan el arbitraje estatal sobre las cargas tributarias, sobre los precios y sobre las tarifas, representan el poder de partir y de repartir que la burguesía argentina necesitó depositar en el Estado para reorganizar el desorden post 2001, pero que ahora se constituyó en una carga que se quieren sacar rápidamente de encima. A ellos y a lo que ellos representan. Por eso, para Clarín “no se trata de cambiar "fusibles" para sostener el mismo sistema de gestión con caras nuevas, sino de cambiar las políticas” para terminar con las “distorsiones que afectan la actividad económica y que puede demorar la recuperación y el crecimiento futuro” que tanto preocupan al gran diario argentino. Opiná sobre este tema |
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