Los consejos de Seguro

presentados por Adrián Alvarado

Cuando empezó era demasiado chico para entenderlo, después, ya crecido, tampoco lo entendió, pero había logrado acostumbrarse. Tenia un don, un atributo que no pidió pero debía asumir como propio.

En 1978 tenía once años, sus padres le regalaron un reloj ostentoso y barato que parecía Citizen pero no era, a el le gustaba ese reloj, le daba un aspecto de pibe mas grande, no se lo sacaba ni para dormir, dormía con el y soñaba con una fábrica enorme y cientos de obreros que cubrían su puesto en las líneas de montaje. Al principio no supo de que se trataba, pero después, cuando el sueño se hizo recurrente descubrió que en ese lugar habían fabricado su reloj, podía verlos armar con fingida concentración esos aparatos destinados a no durar demasiado, los soñaba trabajando y también podía soñar sus vidas, que en general eran difíciles, violencia, tristeza y fracaso marcaban a esos hombres y mujeres chinos, que a veces no soportaban vivir, pero vivían igual y así les iba. Si se sacaba el reloj, las imágenes relacionadas con el no acudían, entonces soñaba con las personas que habían fabricado las sabanas, o el colchón, o el pijama, o la remera.

Estaba decidido a no decirle a nadie hasta que empezó a tener flashes relacionados con la fabricación de su calzado mientras caminaba, o escenas de la vida de todos los colocadores de baldosas que habían construido las veredas, ahí se asustó, le contó a sus padres, que también se asustaron, y lo llevaron a un psicólogo que interpretó aquellos sueños como una prolongación identificada con el trabajo de su propio padre que era operario en una fábrica de medias, lo medicaron, y después, cuando le preguntaron si seguía pasándole aquello dijo que no, pero estaba mintiendo, aquello siguió y creció con el, se hizo adulto entendiendo in situ los pesares y las alegrías de aquellos seres anónimos que hacen todo lo que usamos. Ya adulto, aun siendo joven, se dedicó a trabajar la madera. Tocando aquel material podía escuchar pájaros y el sonido que hacen las hojas cuando hay viento, a esa altura ya había aprendido a abstraer al hachero y la sierra. Trataba de poner lo mejor de si en los trabajos que hacia para aquel que pudiera sentir lo mismo que el al tocarlos. Después se enamoró de una operaria malaya que participó en la producción de un par de zapatillas que calzaba y se fue a buscarla.


La mar océano está encabronada, eriza el lomo como una yegua mal servida, no nos quiere sobre ella. Pretende deshacerse de nosotros con la decisión de una perra que se empeña en desalojar una pulga de su espalda.

Estamos a la deriva, el idiota del almirante se volvió loco y arrojó por la borda todos los instrumentos, la brújula, el compás, los mapas de navegación, dos flautas y mi viola. El insano, al cobijo de la noche, robó los elementos de mi cabina y los lanzó al agua, después se ató al ancla y se hundió definitivamente en las profundidades de aquella inconmensurable criatura sobre la que cabalgamos.

En el instante en que garabateo estas líneas advierto que es imposible que el lunático hubiera podido atarse a si mismo al ancla y activar el mecanismo que la suelta, evidentemente debía tener un cómplice. Recordatorio: Mañana debo iniciar una pesquisa, si es que este maldito bote llega a mañana.

Debí sospechar cuando la compañía me aceptó como capitán sin pedirme antecedentes, ni siquiera tomé en cuenta las palabras que el almirante, la noche anterior a la partida, me dijo entre copas, que esta vez había tomado la decisión definitiva de inmolarse en el anonimato sin fin del vasto mar, lo advierto ahora, tarde, cuando debo afrontar las consecuencias de mi insensato proceder. Pensemos: Voy sin rumbo hacia quien sabe donde, soy el capitán, el cargamento y la tripulación dependen de mi y mis decisiones, si no llegamos a destino no cobro mi estipendio y solo el sol o las estrellas pueden guiarme, pero los dioses se empecinan en tapar con gruesas nubes el firmamento, no hay ni sol ni estrellas que nos muestren el camino, no hay camino, ni futuro, ni mañana, solo el presente que se obstina tenaz en agobiar de pesares la jornada y este, mi primer viaje como capitán, que no puede ser el ultimo, de mi depende.

Alguien golpea la puerta, ya vengo... Era el timonel que me informa que todos los tripulantes bajaron a la bodega y empezaron a tomar cuenta del cargamento. Ron, trescientos barriles de ron que deben llegar a buen puerto están siendo bebidos por marineros sedientos de sed y otras ansiedades, me pregunto si no debería imitarlos, abandonar el puesto de mando y mezclarme con ellos a morir abrasado por el fuego del alcohol americano. Pienso en una sutil forma de venganza por tanto daño, tanta muerte, que deben de sufrir los habitantes de esas tierras en nombre de un dios desconocido.

Allá voy, si no vuelvo a escribir nada más, es porque habré sucumbido, si lo hice no me avergüenzo, estoy solo, dejaré de estarlo, salud sino, solo soy un hombre.


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Es una partitura que no se leer / hay sonido ahí / está quieto / manso / en una hoja rayada de silencio / En el cerebro de alguien fue música / y lo sigue siendo / para siempre / bienaventurado aquel que no necesita la palabra para decir.

Delfina Contreras

Me niego de plano a llorar sobre la leche derramada / la junto con un trapo limpio / la escurro en una olla y la hiervo / Ni la tragedia ni la fatalidad van a poder conmigo / soy una mujer.

Delfina Contreras

Es el retrato de alguien que mira la cámara / como diciendo / Vas a obtener solo una imagen fortuita de mi / yo no soy esto / soy lo que quiero que veas / Justamente / dice el fotógrafo en silencio / mientras aprieta el disparador.

Delfina Contreras

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