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In nomine impunitatis

Por Miguel Espinaco

     La jerga periodística incorpora cada vez términos nuevos, palabras que vienen de otros universos lingüísticos y que se popularizan al ritmo de las noticias.

     Los pedidos de captura y extradición cursados desde España por el mediático juez Garzón y la derogación del decreto 1581 que De la Rua había firmado unos días antes de irse,
pusieron nuevamente en boca del periodismo local el uso del término extraterritorialidad, palabra larga y complicada si las hay, que ya había tenido su minuto de gloria durante la detención de Pinochet en Inglaterra.

     La palabreja en cuestión refiere a la posibilidad de juzgar delitos fuera del territorio del país en el que se cometieron y ha levantado de nuevo mucha polvareda, mucho debate en el cual se ha colado - y esto sí que es bien viejo en el periodismo - una alta dosis de hipocresía, de falsedad, de chantada.

     Es así que de pronto han aparecido argumentos nacionalistas en bocas inesperadas y han resucitado viejas estupideces enarboladas como si fueran novedades. Como la cancha está lo suficientemente embarrada por los deformadores de opinión, voy a intentar darle orden a esta columna de opinión polemizando detalladamente con cada uno de los argumentos propuestos por Mariano Grondona, no el único, pero si uno de los más enconados enemigo de las extradiciones.

     La soberanía nacional es una cuestión compleja. En primer lugar habría que anotar que si hay extra-territorios y extradiciones es porque hay fronteras, y habría que pensar para qué sirven, porque en general los que tienen el dinero, el poder y las armas suficientes, las atraviesan sin problemas. Mariano Grondona no se mete demasiado en estas delicadezas, y define un curioso límite para las aventuras extraterritoriales. Si se trata de la violación de un gigante vaya y pase, pero si se trata de un pigmeo - así llama Grondona a Garzón - la cuestión se convierte en humillante. Como no se le ocurre ninguna frase en latín o en griego para justificar semejante desatino, el tipo no encuentra la manera de disimular que le molesta sobremanera que vengan de otro lado, a meter las narices en su país aguantadero de asesinos en masa.

     Esta llamativa división entre soberanía férrea para los pigmeos y relájate y goza para los gigantes, lo exime de criticar a Bush que anda por ahí cazando al ex-presidente de un país soberano como Irak, al que bombardeó profusamente y al que llenó de marines sin el menor respeto por las fronteras que tanto parecen preocupar ahora a Mariano Grondona, este supuesto periodista que veinticinco años atrás escribía con seudónimo notas laudatorias a la dictadura militar que formó justamente a estos represores hasta ahora impunes. Dictadura militar que, dicho sea de paso, formara parte también de una aventura extraterritorial llamada plan Cóndor, coordinada por la CIA en todo el Cono Sur latinoamericano.

     Pero esta especie de patriotismo senil de nuestro televisivo periodista lo llevó a extremos aún más insospechados, al punto de que el tipo se acordó de las víctimas del franquismo. En medio de su indisimulado enojo, protestó porque no juzgan a sus represores locales, pero ojo, no para decir júzguenlos también a ellos, sino para justificar que entonces no juzguen a ninguno.

     El último recurso de este periodista de "trincheras" represivas, fue resucitar aquella vieja teoría de los dos demonios - o se juzga a todos o amnistía para todos, dijo - fue poner de nuevo un signo igual entre víctimas y represores, trampa muy útil para hacer creer a los incautos que lo que hubo fue una acción militar a la que se le contrapuso otra, en la que se habrían cometido algunos "excesos".

     Pero las víctimas - y Mariano Grondona bien lo sabe y por eso se trata de mentira y no hay atenuantes - fueron los sectores populares que pensaban un país distinto, entre los cuales apenas un puñado había optado por el método de la guerrilla. La mayoría eran apenas trabajadores, estudiantes, dirigentes barriales, intelectuales, "gente" como se dice ahora.

     Los otros, los represores, fueron los que usaron el aparato del estado para ejecutar torturas en masa y violaciones sistemáticas y apropiaciones de menores, asesinos en grado de premeditación y alevosía que diseñaron desde un escritorio una rutina de asesinatos y desapariciones a granel apuntando desembozadamente un inmenso poder de fuego y de propaganda contra un pueblo mayoritario desarmado.

     Es así. Estamos hablando de cuarenta y tantos represores que fueron parte de un terrorismo de estado comparable con el de Hitler, estamos hablando de responsables de delitos de lesa humanidad. El método de las desapariciones, la red de campos de concentración y la violencia física y sicológica ejercida, no pueden considerarse de ningún modo un "exceso" en el uso de la fuerza, sino un plan sistemático de terror masivo.

     Por eso, más allá de las reales intenciones del juez español los pedidos de extradición y el debate que se ha abierto alrededor de la posible anulación de las leyes de impunidad, deben ser vistos como un atisbo de civilización entre la barbarie capitalista. Ningún pueblo perderá ni un poco de la escasa soberanía que los podereosos le dejan, sólo porque algunos de tantos represores vuelen a España para ser juzgados en el gran escenario público europeo ante el mundo.

El juez Garzón

     El profesor James Petras se preguntaba respecto a los Tribunales Penales Internacionales de los que el juez español fuera impulsor: "¿Se atreverá el mítico juez Baltasar Garzón Real a meter el hocico en la in(justicia) del Nuevo Desorden Mundial propiciado por EEUU y la OTAN?". La pregunta no es poca cosa. Ya sabemos por la vasta y amarga experiencia que acumulamos en nuestro país, que la institución judicial del poder puede llegar a ser justa en apenas muy contados casos, porque al final siempre habrá hijos y entenados en este asunto del castigo justo, poderosos que nunca serán alcanzados por el selectivo brazo de la mujer de la balanza. ¿No hay acaso también genocidios que son judiciables y otros que no?

     Baltasar Garzón Real, juez del juzgado número 5 de la Audiencia Nacional, nació en Torres, Jaén, el 26 de octubre de 1955. Hijo de Ildefonso Garzón, empleado de gasolinera, y de María Real, de familia campesina, es el segundo de cinco hermanos.
Estudió durante seis años en seminarios de Baeza y Jaén, hizo el bachillerato en el Instituto Santísima Trinidad y estudió leyes en la Universidad de Sevilla con la calificación de notable. A los 23 años decidió ser juez. Baltasar Garzón se casó el 29 de noviembre de 1980 con María Rosario Yayo, a la que conoció a los 16 años, cuando cursaba el quinto año del bachillerato, y tiene tres hijos.

     Más allá de estos breves datos biograficos, hemos tenido que aceptar con paciencia los juicios contradictorios que pesan sobre su persona; al fin y al cabo todos los personajes públicos reciben valoraciones opuestas ciertamente inevitables. Hemos visto cómo la cómplice pluma de su biógrafa - la integrante del Opus Dei, Pilar Urbano - lo pinta desde su poético título "el hombre que veía amanecer", como una especie de gran luchador contra la corrupción y gran defensor de los derechos de las personas, como un amante de su mujer y de sus hijos, como alguien afecto a la música clásica, al flamenco y a los toros. Hemos considerado también, como la contraportada del libro "Garzón la otra cara" se empeña en contradecir tan brillante descripción: "sin embargo, el mito del "superjuez" es una falacia. Notables juristas no dudan en calificarle de pésimo instructor y son muchos sus ex amigos que no reparan en señalarle como una persona sin escrúpulos. Sólo su facilidad para estar siempre en primera plana suple sus carencias éticas y profesionales. Su última maniobra ha sido erigirse en paladín de los derechos humanos con el asunto de Pinochet. La triste paradoja es que pocos jueces en Europa habrán escuchado más testimonios de tortura que él, sin que haya movido un dedo para evitarlas."

     Este último punto es ciertamente el que más preocupa. Durante el gobierno de Felipe González, del que fue diputado y luego funcionario del Ministerio del Interior, se procesaron los juicios a la GAL, un grupo parapolicial dedicado a perseguir a militantes nacionalistas

La candidatura al Nobel

      El 31 de enero de 2002, la candidatura del Juez Garzón al Premio Nobel de la Paz fue presentada formalmente. La Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos, con sede en Quito, y la Fundación de Artistas e Intelectuales por los Pueblos Indígenas de Latinoamérica - que el mismo Garzón preside - se encargaron de realizarla.

      No es que creamos que ese premio constituya en sí mismo un galardón demasiado respetable - basta recordar que uno de sus ganadores fue el mismísimo Henry Kissinger - pero la noticia no dejó de llamarnos la atención. Es, como mínimo, un hito en la carrera de este personaje.

      La revista Tiempo, sostiene que su candidatura "cuenta, además, con el aval de la comunidad judía internacional, que ha trabajado en la sombra para que su nominación salga adelante". No nos hemos enterado de que haya algún apoyo de organizaciones palestinas.

      Antes de la guerra a Irak, en conmocionantes declaraciones realizadas al diario El País, el candidato Garzón opinó que Bush "dice no a la Corte Penal Internacional y sí al crimen internacional". Lamentablemente, a la fecha no hemos tenido noticias de que haya pedido la detención del denunciado criminal internacional a Interpol, ni hemos sabido de pedidos de procesamiento a Aznar, cómplice confeso, habitante y Primer Ministro de aquellas tierras ibéricas.

     ¿Es que habrá genocidos judiciables y otros que no lo son?

vascos con métodos non sanctos entre 1983 y 1987. José Amedo Fouce y Michel Domínguez fueron condenado por la Audiencia Nacional en 1991 a un total de 108 años y ocho meses de cárcel por los delitos de inducción al asesinato, asociación ilícita, falsificación de documentos de identidad, uso de nombre supuesto y lesiones, pero abandonaron la cárcel al tiempito, el 26 de julio de 1994. Años más tarde, el mismo Felipe González declaró ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo que el mismísimo Juez Garzón le sugirió indultarlos.

     En la biografía escrita por Pilar Urbano el juez español sostiene que Felipe "mintió ante el tribunal supremo", sin embargo la cuestión no parece preocuparlo demasiado, el tema de la impunidad le parece cosa que puede guardarse entre las bambalinas políticas de las que él formaba parte: "Entre Felipe y yo no hubo ningún pacto de silencio, pero yo me sentí obligado, por pundonor de caballero, a no contar nada de lo que había visto, oído y conocido durante mi paso por la política".

     En cuanto a los derechos de las personas, sus antecedentes tampoco invitan a la confianza. El uso repetido de la figura de "apología del terrorismo" para encarcelar a nacionalistas vascos no puede menos que recordarnos, paradójicamente, ciertas malas costumbres de nuestros dictadores. El subdirector del periódico vasco Deia, opinó al respecto que en la Audiencia Nacional ha nacido la figura del ''desgarzoneador'', ya que serían tantos los atropellos cometidos por Garzón contra los derechos civiles, que sus colegas deben enmendar ''garzonadas'': "Siete meses de prisión preventiva bajo la inverosímil acusación de pertenencia a ETA... Corremos el riesgo de pensar que a este juez le gusta salir en la prensa más que a un tonto una tiza. Pero es una peligrosa anestesia porque ocultaría la realidad: la persecución de ciudadanos vascos por pensar distinto."

     Los informaciones que hemos podido revisar parecen lamentablemente contundentes, y dicen que las medidas llegaron hasta el intento de poner fuera de la ley a Herri Batasuna, organización política que es votada por un importante porcentaje del pueblo vasco, al punto que el mismo Consejo Ejecutivo del Gobierno Vasco se vió forzado a hablar de "graves limitaciones al ejercicio del derecho fundamental de reunión y manifestación" y de "una restricción infundada e ilegítima de las normas aplicables del ordenamiento en vigor y contradicen palmariamente la interpretación que sobre las limitaciones impone la Convención Europea de Derechos Humanos, a las que se encuentra vinculada". El periódico El Triangle, mucho menos cuidadoso de las formas, opinó que "el juez Baltasar Garzón pasará a la historia de Euskadi como un represor de la peor especie".

Más allá de Garzón y de su justicia

     La soberanía - como cínicamente dice Grondona - ya hoy mismo es papel pintado para los poderosos que atraviesan las fronteras cuando les viene en gana. Pensar que sentar este antecedente de cesión de la territorialidad puede darles argumentos al imperio para usarlos a su favor en el futuro - como algunos honestamente opinan - es creer que a los poderosos les hace falta alguna legalidad internacional para invadir, lo cual - las pruebas recientes son Afganistán e Irak - es de una ingenuidad completa.

     Más allá de la desconfianza en general que nos provoca el "sistema de justicia mundial", y más allá de las dudas que surgen al leer los antecedentes del Juez Garzon, el debate mismo, más allá de lo que pase, ya es un juicio a la represión, a la tortura y a la muerte. Basta pensar que la noticia recorre el mundo, la noticia de que estos señores son molestados un cuarto de siglo después por lo que hicieron, y entonces uno puede imaginar a un represor en cualquier lugar del planeta dudando, temiendo, pensando que no estará a salvo. Y entonces, por qué no, a alguien zafando de la tortura o de la muerte. Y no es poco, es tanto como un atisbo de civilización entre tanta barbarie.

     Pensándolo bien, puede ser que sea eso, justamente, lo que enoje tanto al señor Mariano Grondona.

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