¬ Página Anterior Ir a la Portada Página Siguiente ®

¿Puede haber una justicia independiente?

Por Miguel Espinaco

     La pelea entre el novel presidente Kirchner y el jefe de la corte suprema menemista se definió por abandono y en pocas vueltas. Acuerdos políticos varios, cálculos de imagen ante la opinión pública y chantajes a granel, se ventilaron en los diarios preparando la pelea, pero al final Nazareno decidió imitar a su amigo Menem y tiró la toalla antes de pasar un papelón.

     Sin dar respiro, este presidente - que está haciendo su campaña electoral después de hacerse del bastón de mando - salió a doblar la apuesta proponiendo a Zaffaroni y poniendo en la picota a Moliné O´Connor, otro de los jueces de la mayoría automática.

     En medio de la velocidad que imprime a los acontecimientos el rápido armado del poder kircnerista, se hace muy dificil buscar las respuestas a las preguntas más profundas para deducir qué es lo que se discute realmente en esta ofensiva contra los cortesanos del menemismo.

     A primera vista, a primera hojeada de la información, todo parece ser bastante sencillo. Una corte suprema que rompió todos los cánones de imparcialidad que requiere la justicia, que funcionó como un apéndice del poder de turno, que hizo de la extorsión permanente un método de supervivencia, es ahora enfrentada por el gobierno que aparece al ruedo público como propulsor de una corte suprema independiente que restituya la credibilidad del pueblo en el aparato judicial. Sin embargo, este planteamiento tan sencillo es apenas una apariencia engañosa, esta forma de mostrar el debate - corte adicta o corte independiente - oculta en realidad más que lo que muestra, le saca el cuerpo a la verdadera discusión.

     El propio planteamiento del problema que se quiere mostrar como pelea de fondo abre interrogantes que no pueden pasarse por alto, porque la primer pregunta que surge cuando se habla de justicia independiente es ¿independiente de qué? Ya esa misma duda ha surgido cuando muchos alertaron sobre el riesgo de que la caída de la mayoría automática de Nazareno y sus socios resulte en la instalación de una nueva mayoría automática, sólo que esta vez socia de Kirchner. El decreto que produce modificaciones formales en la designación de los jueces y la aparición de un candidato que ni siquiera es del palo del presidente, puede ser visto como el primer paso en la instalación de un mecanismo más transparente o bien, como uno más de los movimientos de seducción al electorado de este presidente que están en la incomoda posición de tener que juntar votos después de haber asumido.

     Sin embargo, la pregunta va mucho más allá: ¿una corte independiente de qué?

     Es cierto que la corte menemista mostró una impúdica exageración de la dependencia de la justicia, es cierto que más que una corte resultó una cohorte de alcahuetes dedicados a validar todas las decisiones del poder ejecutivo contra el pueblo, pero no debe perderse de vista que esa sumisión a Menem constituía apenas la forma particular de la obediencia de la justicia a las necesidades de los dueños del poder, a las necesidades de los banqueros y de los empresarios que impulsan esos planes contra el pueblo. Y esa sumisión, bajo formas brutales a veces, bajo modos más disimulados en otros casos, es la forma natural de la justicia en el sistema capitalista.

     El mito de la justicia con los ojos vendados es nada más que eso, un mito, porque los recovecos de la ley siempre dejan un resquicio para espiar si se trata de un poderoso o de un pobre, de uno que tiene o de uno que apenas se las rebusca. Los norteamericanos mismos, que se han cansado de mostrarnos en películas y en series las bondades de su justicia supuestamente independiente, deberían explicar por qué las cárceles y las cámaras de gas se llenan con negros, con latinos y con pobres, mientras los ladrones de guante blanco se las arreglan con los mejores abogados y con el mejor arsenal legal para zafar de cualquier castigo.

     En nuestro país, la gente está con razón enojadísima con la corte porque apoyó con sus dictámentes y sus per saltums todos los chanchuyos de los ricos. Ahora, el presidente Kirchner les dice que terminando con la corte adicta se resuelven los problemas, pero convendría no olvidarse de que esto siempre fue así. Uno podría recordar, por ejemplo, cómo las cortes de justicia supuestamente independientes cubrieron de legalidad todos los golpes militares que hubo en la Argentina - aunque esos golpes eran por definición constitucionalmente inaceptables - cada vez que esos asaltos al poder eran vistos como una necesidad por los sectores de poder. O como la corte de Alfonsín - a la que nunca se tildó de adicta - dio bandera verde a las leyes de obediencia debida y punto final que violaban todos los preceptos de cualquier derecho positivo, o como cada vez que hay una puja entre el derecho a la propiedad privada y el derecho a la vida - ambos formalmente considerados de estricta justicia por el derecho burgués - ninguna corte duda en darle preeminencia a la propiedad.

     El verdadero punto, el punto que se oculta cuidadosamente en esta puja entre poderosos, es el que refiere a la justicia como institución, como maquinaria que siempre encuentra entre sus pliegues alguna ley, algún inciso, algún precedente, alguna chicana legal, algún amigo que cajonea expedientes o alguna jurisprudencia, que termina garantizando el funcionamiento de la nunca escrita pero siempre aplicada ley del gallinero.

     La famosa discusión sobre los piquetes que cortan calles y rutas porque la gente quiere comer y sobrevivir, por un lado, y los derechos afectados de las empresas que necesitan la libre circulación de mercaderías para que funcione el mecanismo de producción y de ganancias, es un ejemplo vivo del problema. ¿Adiviná cual será el derecho más importante para cualquier corte de esta justicia, sea ella adicta o supuestamente independiente?

     Mientras Kirchner y los cortesanos menemistas juegan al gato y al ratón, es mejor prestar prestarle atención al hecho de que el verdadero problema es la justicia, el verdadero problema es que no hay solamente Una Justicia así, con mayúsculas. Está la justicia que sirve para cuidar los negocios de los poderosos - a veces formalmente independiente, otras veces escandalosamente adicta - y está la justicia que necesitamos los que ponemos el hombro para que otros se hagan el festín.

     La institución judicial que existe, ese mundo de expedientes, de jueces personajes y de pasillos en los que se negocian juicios y castigos, es la maquinaria de la justicia de ellos, y para cambiarla no alcanza con cambiar la corte, hay que cambiar toda la institución judicial para que los jueces sean electos y removibles, para que las causas se ventilen a la luz pública, para que sean los vecinos, los trabajadores, el pueblo, la gente que le dicen, la que administre su propia justicia.

¬ Página Anterior Ir a la Portada Página Siguiente ®