Viejas locas

por Javier González

El 31 de diciembre de 1977 estuvo nublado en Santa Fe, y a eso de la medianoche, cuando el estallido de miles de cohetes anunciaba el nuevo año, una llovizna se empecinaba en arruinar la fiesta. Parado en medio de la calle, aún vestida de adoquines, observaba como unos chicos gritaban y bailaban en torno a una improvisada canción: "llegó el mundial", repetían sin ritmo ni creatividad.

Tendríamos por ese entonces la misma edad, aproximadamente 10 u 11 años y toda la ingenuidad como para creer que realmente veinticinco millones de argentinos jugaríamos el mundial.

Nunca supe bien porqué pero algo me deprimió. Supongo que el hecho de saber de un tío preso y de amigos de la familia que de uno en uno iban cayendo, mencionados solo en el cuchicheo de los mayores que preocupados comentaban las desapariciones, hablando bajo para que los chicos no escuchemos. Creo que de alguna manera intentaban preservarnos del horror cotidiano que se vivía.

Por ese tiempo y mientras entrábamos en cuenta regresiva esperando el partido inaugural entre Alemania y Polonia, miles de jóvenes morían en las catacumbas de la dictadura, torturados, violados, asesinados cobardemente en nombre de Dios, la Patria y la Familia.

Gran parte de la sociedad prefería hacer la vista gorda ante tanta muerte, ante tanto horror y para eso la dictadura había hecho causa común con la Jerarquía Católica, con los burgueses que por entonces se llenaron los bolsillos a costa de engrosar la deuda externa hasta límites impensados, con políticos de escritorio y con los medios de comunicación, para convencernos de que estábamos en orden, que el silencio era salud y que los argentinos éramos derechos y humanos.

No lo sabíamos aún pero en esos años se había decretado la muerte de la esperanza.

Militantes asesinados, sus cuerpos mutilados, las organizaciones revolucionarias prácticamente exterminadas, toda una generación de jóvenes, sin duda lo mejor de la juventud argentina, desaparecida.

¿Quien hubiera pensado por ese entonces que un grupo de mujeres, un grupo de madres de chicos y chicas asesinados por la dictadura podían llegar a alzar tanto la voz como para ser escuchadas en los lugares más recónditos del planeta?

¿Quien hubiera pensado que un grupo de madres sin formación política y con toda la ingenuidad encima podían, con toda la inconciencia pero con la mayor de las valentías, enfrentar a una dictadura militar, sangrienta, feroz e inclemente y salir airosas?

¿Quien hubiera pensado que la mayor de las resistencias a la dictadura genocida iba a estar puesta por un grupo de "viejas" que hasta ese momento solo pensaban en realizar los quehaceres domésticos para los cuales la sociedad las había educado?

Sin embargo fue así. El mayor símbolo de la resistencia y de la lucha se originó en un grupo de "viejas" que construyeron su identidad a partir de un pañuelo que no era otra cosa que un pañal de sus hijos puesto en su cabeza.

Hace 30 años las Madres de Plaza de Mayo comenzaban sus interminables marchas en busca de respuestas.

Allá por 1988, Hebe de Bonafini explicaba que "mucha gente se pregunta porqué habiendo otros organismos las madres fuimos a la plaza, y por qué nos sentimos tan bien en la plaza. Y esto es una cosa que la pensamos ahora, no la pensamos ese día; y cuanto más hablo con la gente que sabe más que nosotros, más nos damos cuenta por qué se crearon las madres. Y nos creamos porque en otros organismos no nos sentíamos bien cerca; había siempre un escritorio de por medio, había siempre una cosa más burocrática. Y en la plaza éramos todas iguales".

Del rezo pasivo a la organización, el aprendizaje estuvo siempre en el centro de la cuestión. De la ingenuidad de pensar en que algo de sensatez y humanidad debía residir en el alma de militares golpistas y de curas de Iglesia a la certeza de comprender y enseñar que la única lucha que se pierde es la que se abandona, las madres se insertan en esa transición entre las grandes certezas, sueños y esperanzas de sus hijos asesinados a esta suerte de "modernidad líquida", de falta de sueños, de ausencia de convicciones en la posibilidad el cambio.

Sus hijos no eran inocentes, todos fueron culpables, como dicen los graffitis. Culpables de organizarse y luchar por la construcción de un mundo diferente aún a costa de sus propias vidas. Con aciertos y errores fueron sin dudas una generación que se jugó la vida por sus ideales, algunos por el socialismo, otros por el socialismo nacional, la justicia social o simplemente por mantener un sistema democrático, que aunque burgués, permitiera sostener el estado de derecho después de años de dictadura.

El retorno democrático trajo esperanzas, sin dudas, que se desvanecieron rápidamente en los escritorios donde se realizaban las componendas de los políticos de turno. Radicales, peronistas, católicos, todos por igual, terminaron consensuando con burgueses y militares, la política de la impunidad, la política del olvido, del "punto final", de la "obediencia debida", de los "indultos".

Lamentablemente, el establishment, como le gustaba decir a Rodríguez Saa -el olvidado presidente argentino- impuso en parte su "teoría de los dos demonios", de un lado los "terroristas", los "guerrilleros" que ponían bombas a doquier y por otro los militares golpistas, en el medio la sociedad. Malintencionada simplificación de la realidad que solo busca poner un manto de olvido para que no se conozca la verdad de lo ocurrido.

"Los campos de concentración no los encontró la CONADEP! Para nada. Los encontramos las Madres que nos íbamos a parar en la puerta en la época en que estaban llenos de desaparecidos. ¡No fue Sábato a buscarlos ahí! Ahí fuimos nosotras; Sábato fue cuando estaban vacíos. Nosotras íbamos cuando estaban nuestros hijos!" Con estas palabras Hebe de Bonafini desnudaba los mecanismos que la democracia utilizó para intentar "cerrar" la historia consumando la más ignominiosa impunidad.

Pero afortunadamente, más allá de los acuerdos y divisiones, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo continúan en la lucha, con la convicción y la fortaleza que le dan los años y el hecho de ser mujeres que supieron enfrentarse con toda la valentía a la peor de las dictaduras, la más cruel, la más asesina pero también la más cobarde.

Años atrás, el fallecido Osvaldo Soriano, prologaba un libro editado por el diario Página 12 conmemorativo de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo.

"Parir en Plaza de Mayo" llevaba por título ese prólogo y empezaba con una cita de las Madres:

"Como hemos sido distintas en todo también somos distintas en nuestro proyecto de futuro. Pretendemos que se organice nuestro pueblo, que se formen y se solidifiquen las organizaciones de base populares, en cada barrio, en cada lugar, los trabajos colectivos, para que toda esa efervescencia de los años 70 se vuelva a notar en nuestro pueblo que parece cansado, que parece derrotado, que parece deprimido, pero que cuando lo tocan salta y sale a la calle".

Ese 31 de diciembre de 1977 pasó hace ya muchos años y las voces y lamentos que los cohetes y los festejos ahogaban ya no están entre nosotros. Solo nos queda la certeza de saber que la lucha continúa y que debe continuar hasta que el último de los genocidas pague sus culpas pudriéndose en una cárcel, llevándose a la tumba los últimos recuerdos de su asesina cobardía.


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Lugar

A la mañana paso
cerca de un sitio rodeado de muros
altos grises tristes sucios
de carteles, de vote lista azul
du día miro adentro
es una villa miseria.

Gente
más gente.

Vestida de tela barata
desnuda de felicidad.

Una chica me ofrece limones
"cien la docena, cómpreme"
tiene trece años, más o menos
mi edad.
Un almacén ruinoso,
con ratas, con suciedad
con microbios funestos.
Es un sitio rodeado de muros
sucios de crímenes humanos
que son sólo los nuestros.

Franca Jarach
Estudiante del Colegio Nacional de Bs. As.
Secuestrada el 25 de junio de 1976, desaparecida desde entonces.
Tenía 19 años.

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