La muerte del cobarde

por Javier González

"Yo creo lo mismo que San Pablo, Dios nos eligió para cumplir misiones y nos facilita el camino para que se haga lo que Él mandó".
Augusto Pinochet

Hace ya unos cuantos años, en medio de una calurosa noche santafesina, con cervezas de por medio, juramos brindar cada vez que alguno de los oscuros personajes de la historia latinoamericana, responsables de tantas muertes, tuviera mejor destino: la cárcel o un boleto de ida con la parca.

Pecados de juventud.

¡Se murió pinocho! ¡Se murió el hijo de puta!

La frase no dejó de resonar entre nosotros. Pero si el brindis suponía una suerte de festejo por algo que definitivamente se terminaba, en realidad la muerte de Pinochet no culmina nada.

Es más, su muerte termina dejando una especie de sabor amargo.

Pinochet, el chacal, uno de los paradigmas de las ratas golpistas y genocidas de los 70, gracioso sirviente del capitalismo en su versión más regresiva, la neoliberal.

Pinochet el lacayo de los personajes más oscuros de la criminal política norteamericana, amigo personal de la Thatcher y acaudalado promotor de los negocios más corruptos.

Cuántas veces se ha señalado que la historia latinoamericana de esos años se explica mejor en la obra de García Márquez, "El otoño del patriarca" que en los libros de la historia oficial.

En estos días, las imágenes de la historia chilena de los 70 y el golpe militar encabezado por Pinochet parece darle la razón a esta afirmación. La voz aflautada de Pinochet resuena en los canales de televisión, como mejor testimonio de años de oscuridad con payasos mesiánicos dictando la vida y la muerte, jugando a ser los grandes hombres de la historia.

Pinochet ha muerto y es llorado por sus lacayos y sus socios en los negocios y en la muerte. Llorado y añorado por quienes se beneficiaron con la dictadura, por quienes hacían cacerolazos al gobierno de Salvador Allende adjudicándole el desabastecimiento que la burguesía ocasionaba para acabar con el intento de construir una sociedad igualitaria.

Entronizado como patriarca, como salvador de la patria, como verdugo del "marxismo apátrida", como reserva moral, como un "modelo" a seguir por la juventud chilena.

Hoy está claro que seguir ese "modelo" implica transformarse en un cobarde traidor con las manos rojas de sangre y los bolsillos llenos a costa de la corrupción más indignante de la historia chilena.

En los años 70 una parte importante de la burguesía latinoamericana apostó por dictaduras de militares mesiánicos fabricantes de muerte con el aval de la "mayor democracia del mundo", los Estados Unidos. El país de la libertad.

Más de 30 años después algunos represores han sido encarcelados por la misma justicia que los avaló, otros mueren y muchos otros aún continúan gozando de sus privilegios. De la burguesía ni noticias, ni siquiera un mea culpa tan de moda a partir de que la Iglesia Católica pidiera disculpas por sus torturas y asesinatos.

La muerte de Pinochet no deja de tener un sabor amargo porque es el deceso de otro genocida que prefiere el silencio cómplice y cobarde antes que la valentía de reconocer que fueron ellos quienes contribuyeron a consolidar este presente latinoamericano, presente de miseria y exclusión.

Su muerte no deja de señalarnos que ha pasado tiempo, que mucho se ha hecho para echar justicia sobre lo ocurrido, pero que también es cierto que la burguesía sigue haciendo sus negocios, esta vez en "democracia", que sus jueces siguen administrando "justicia" y que la mayoría de los responsables de las dictaduras latinoamericanas siguen llevando sus vidas adelante, como si fueran varones y mujeres de "probada inocencia".

La muerte termina siendo el último denominador común entre Allende y Pinochet, sólo que a uno lo encontró defendiendo con uñas y dientes sus convicciones acerca de la necesidad de construir una sociedad distinta, el socialismo y al otro escondiendo sus millones mal habidos, intentando toda suerte de argucias legales para escapar a la justicia.

Cientos de varones y mujeres, asociados a la muerte y al fascismo lloraron cuando el fuego calcinó el putrefacto cuerpo del general. Gente de la misma ralea rasga sus vestiduras, aquí en Argentina, apelando a una supuesta "memoria completa". Y la desmemoria ataca al gobierno que olvida que Julio López sigue desaparecido.


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