Breves de sábado (28/10/06)

Vendedores de días de vida

por Miguel Espinaco

No es que me asombre. Yo ya lo sé desde hace años, era mi tío Roberto el que siempre decía así es la vida mistonga, unos nacen pal laburo y otros pa la milonga. Pero lo mismo el dato impresiona, cuando se trata directamente de la vida y de la muerte, el dato impresiona.

En este caso, la cuestión es así de simple: habrá quienes se salven y habrá quienes se mueran y la línea divisoria no la trazará la inapelable parca, sino el mucho más terrenal grosor de la billetera.

Es cierto que todo es más o menos del mismo modo. En la formalmente igualitaria sociedad capitalista, ya desde la cuna puede preverse qué mujer esta destinada a llegar con la dentadura intacta a los 35 años, qué mujer está condenada a prostituirse para parar la olla, qué mujer tendrá una vida más o menos digna y cual cosechará una colección de hambrientos hijos flacos y panzones. Pero en el terreno de la salud es todavía un poco más escandaloso.

Ayer se difundía la noticia de que el Anmat había aprobado una vacuna contra el virus que provoca el cáncer de cuello uterino, el HPV. La noticia no es menor. Según explica el doctor Tatti "una de cada cinco mujeres argentinas de entre 15 y 60 años en algún momento de su vida va a contraer un HPV de alto riesgo" y una vacuna efectiva limitaría en gran medida ese elevado número de casos.

El cáncer de cuello uterino es ya desde antes de esta vacuna, una enfermedad que prefiere a las mujeres pobres. Cerca del 80% de los casos ocurre en países subdesarrollados, fundamentalmente por la falta de recursos para los programas de "screening" para el diagnóstico precoz. En la Argentina, la edad promedio de aparición del cáncer cervical es de 29 años y afecta desproporcionadamente a mujeres de nivel socioeconómico bajo, con acceso irregular o nulo a la atención médica.

Ahora la vacuna, dicen, costaría unos doscientos cincuenta dólares la dosis. Serán necesarias tres dosis en un período de seis meses, así que la cuenta da setecientos cincuenta dólares que representan, medidos en canastas de pobreza, quince meses de un plan social para tantas mujeres que sobreviven con los ciento cincuenta, o dos meses y pico de laburo para una maestra o para una empleada pública o para cualquier otra laburante del montón.

Del otro lado del mostrador están las multinacionales farmacéuticas que se llenan los bolsillos vendiendo días de vida como quien vende caramelos. La empresa Merck, la que desarrolló la vacuna, tiene números que impresionan, una facturación anual de casi diez mil millones de dólares y ganancias netas de casi novecientos millones de dólares sólo en el primer semestre de 2006.

Se lee en algunas noticias aparecidas ayer que el presidente de la Comisión de Salud de la Cámara diputados bonaerense Eduardo Fox plantea hacer obligatoria la vacunación, para lo cual el gobierno tendría la obligación de proveerla. Sería sin duda un gran avance, aunque también es cierto que no apunta al centro del negocio de la salud liderado por empresas como Merck en el mundo. En todo caso, todo se limitaría a un reparto del esfuerzo del costo de esta vacuna que sale tan cara sólo porque un puñado de accionistas se llenan los bolsillos a costa nuestra.

Lutz Gissmann, investigador del centro de Heidelberg, explica que "no se conoce el costo de producción, pero se calcula entre quinientos y mil millones de dólares", bastante poca plata para gente que gana más de ese número en sólo un año, pero que lo mismo se alegra de que todos tendrán que venir a morir al pie, a comprarles a ellos: "Aunque no es ningún secreto que países como Brasil ignoran las patentes - explica Erika Harzer, directora de Sanofi Pasteur MSD, empresa comercializadora de la vacuna en Europa - la producción de una vacuna es un proceso muy complejo, que no puede compararse con la producción de medicamentos; por eso no hay genéricos para las vacunas".

Mientras tanto - y no solo por el posible costo de esta vacuna, sino por el escándalo de la salud privatizada - en el país mueren 11 mujeres cada día por esta enfermedad, casi cuatro veces más muertes que las que se registran por homicidios.

Y apuesto doble contra sencillo, que ningún Blumberg, ninguna radio 10, ninguno de los tantos charlatanes de ocasión que se rasgan las vestiduras por la inseguridad, propiciará una marcha ni levantará su voz para reclamar que esta inseguridad, esta que provoca el lucro a toda costa, se termine de una vez por todas.


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