La danza de la fortuna

por Javier González

¿Quién dijo que los diarios no hablan de ti ni de mí?

Si durante la última semana de setiembre no dejaron de mencionar que según cifras del INDEC, en agosto pasado se produjo el récord histórico de exportaciones.

Este registro mensual fue el más alto de la historia y con sus U$S 3.786 millones, representó un crecimiento del 29% con respecto al mismo mes pero del año pasado.

¿Y porqué los diarios hablaron de ti y de mi?, bueno, pues porque ni tú ni yo vamos a ver un centavo de todo eso. Si creíste la teoría del derrame o de la cascada allá tú.

Claro que también aumentaron las importaciones un 31% con respecto al año pasado, pero no obstante el saldo comercial fue de U$S 1.161 millones.

A través de los diarios nos enteramos también que en los primeros ocho meses del 2004 las exportaciones habían sumado 22.000 millones de dólares y que en el mismo tiempo pero del 2005 llevamos exportados productos por 26.400 millones del mismo papel verde; que en mayo pasado, con una cosecha récord de 84 millones de toneladas, las exportaciones habían sido por U$S 3.681 millones; que ahora en agosto fueron superiores; que esto hizo que los especialistas especializados en explicarnos estas cosas no salieran de su asombro porque siempre a partir del mes de julio los embarques argentinos al exterior disminuyen y que ahora subieron, cosa e mandinga; que las manufacturas de origen industrial aumentaron un 18% en cantidad y un 11% en precio; que las de origen agropecuario subieron un 24% en cantidad y un 5% en precio y que las materias primas subieron un 43% en cantidad pero disminuyeron un 1% en precio; que el rubro que descolló en esta primavera exportadora fue el petróleo que generó un 30% más de divisas que el año pasado a pesar que el volumen vendido se redujo un 9%, claro... con barriles a U$S 65 producto de la especulación, las guerras y Katrina; y que según datos de la ONU, la inversión extranjera en el país había crecido un 125% durante el 2004, medido con respecto al 2003.

Otra cosita del panorama económico que anunciaron los diarios por estos días, o por lo menos el grupo Clarín, es que el equipo económico de Lavagna no necesitó de Tu Sam, por lo menos por ahora, para pronosticar que la inflación estimada para setiembre iba a estar entre el 0,7% y el 1% y que con ese índice estaríamos dentro del 10,8% anual previsto por economía, que a principios de año había pronosticado mucho menos.

Esta inflación, estos aumentos trasladados al mercado interno y directamente a nuestros bolsillos hizo enojar un poco al presidente que avisó a los empresarios que no se hicieran los locos porque no iba a dudar ni un segundo en aplicar las medidas necesarias para contener la suba de precios. En la primera semana de setiembre el tomate perita subió un 103,4%, el arroz especial un 30%, la cebolla un 25,4%, el kiwi un 20,9%, el yogur primera marca un 17,2% y el descremado un 16,1%, según un informe publicado por Clarín, que también señaló entre otras cosas que la conserva de tomate había estado al tope de los alimentos que bajaron de precio con un 10,8 %, con los pollos congelados pisándole los talones, o las latas, el huevo blanco y el whisky primera marca.

Pero en este, el país más rico de Latinoamérica, los empresarios nacionales están preocupados. Y no es para menos porque según señalan los mismos grupos multimediáticos a los que les interesa el país y por eso les estatizamos las deudas, el 50% de las exportaciones corresponden a empresas de capital extranjero.

Esto trae a colación el viejo tema de la burguesía nacional.

¿Cómo cual? La nativa, la que se interesa por el país y por el programa de los Neustadt y Grondona, la que invierte en el país, la que tiene un proyecto capitalista serio.

Mientras un amigo al que no voy a nombrar porque se pone un poco paranoico, dice que burguesía y proletariado son un par dialéctico y que no puede existir uno sin el otro, economistas, sociólogos, historiadores y aficionados como nosotros siguen discutiendo si hubo, hay o habrá una burguesía argentina.

Espíritu setentista

Según el economista Claudio Lozano existió una burguesía nacional que tuvo su origen en el peronismo del 45, que se expandió y que tuvo su máxima expresión con el plan Gelbard, a cuyo equipo económico perteneció un joven Lavagna. Esa burguesía nacional se encontraba en un estado "óptimo en los 70, con 30 años de tradición, estructura socialmente aceptada, distribución casi perfecta entre capital y trabajo pero que no pudo encolumnar al resto de la sociedad tras su proyecto", sostiene Lozano.

"Hoy la burguesía nacional no existe", de las 200 empresas más grandes del país, el 66% corresponde a empresas de capital extranjero, que realizan el 76,3% de las ventas y se quedan con el 83,9% de las utilidades.

Y bueno aquí la preocupación de los empresarios argentinos porque las empresas nacionales siguen vendiéndose al capital extranjero. El caso más resonante de los últimos tiempos fue el de Loma negra, que produce el 48% del cemento argentino, algo así como 3 millones de toneladas por año, que tiene 9 plantas con 1900 empleados, que en 2004 realizó ventas por 726 millones de pesos y que los brasileños Camargo Correa compraron por 1025 millones de dólares de los cuales 800 millones fueron para la acaudalada y pictórica Amalita Fortabat.

Por eso, como señala el gran diario argentino (no señor, no es El Litoral...) "inspirados en los clubes de fútbol, en la UIA creen que apelando a las divisiones inferiores y ayudando a que crezcan; las firmas medianas podrán ocupar el lugar de las grandes y las grandes, como Techint y Arcor, continuar su proceso de globalización". Para esto, entre otras medidas, el Estado Nacional debería crear un banco de desarrollo que financie y promocione a primera a estas inferiores.

Pero hablar de burguesía nacional no es sólo hablar del reparto de negocios y de la flexibilidad laboral, sostienen los más progresistas. Hablar de una burguesía nacional implica hablar también de sus intelectuales, hablar de un proyecto de país, de la construcción de una nueva y estratégica alianza de clases que nos coloque en los primeros peldaños del prometido primer mundo.

Pero claro, en el país más rico de Latinoamérica, en el país de la indigencia al 15%, de la pobreza casi al 40%, en el país del desempleo al 11 o 13%, con más de un 45% de trabajo informal y con una brecha entre ricos y pobres de 1/40, no parece haber muchos empresarios dispuestos a ceder parte de sus suculentas ganancias, de renunciar a sus paraísos turísticos, a sus 4x4 y sus barrios privados, para redistribuir, para generar empleo, para subir salarios, en un proyecto que incluya a las grandes mayorías.

Mientras la teoría de la cascada neoliberal derramaba champagne en las copas de los nuevos ricos que recibían el año nuevo en Miami o Punta del Este, provocaba a la par esta miseria generalizada. Y para que esto sucediera hubo actores, empresarios y burócratas sindicales que se llenaron y llenan los bolsillos.

Los proyectos burgueses suelen seducir a mucha gente que cree que el Estado es de todos, que todos somos argentinos, que todos tenemos los mismos intereses y que de última, la camiseta de boca iguala a Macri y al último de los cartoneros.

Pero la experiencia del tipo que vive de su trabajo es otra y en el fondo sabe que la única forma en que la burguesía nacional o extranjera cede parte de sus privilegios es si se la enfrenta. Obviamente que esto no es fácil, entre otras cosas porque uno de los principios neoliberales fue el de acabar con la organización y la resistencia de los trabajadores.

Lo fundamental pasa entonces a ser la necesidad de "no soñar sueños prestados" y que los sueños de una burguesía nacional desvelen a otros.

Todo un tema. Como para pensarlo con tiempo mientras los políticos siguen en campaña, regalando promesas y electrodomésticos y las arcas nacionales se llenan y vacían alternadamente entre cosechas de monocultivo y pagos de la deuda externa.

Bueno, que otra cosa esperábamos si según el marido de Chiche la "Argentina está destinada al éxito".

No sabía que Gelblund tenía marido, dirá usted con un dejo de razón, pero no, yo me refería a Hilda.



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