Colaboración

Romina Tejerina ¿un monstruo? ¿una psicótica? ¿o ambas definiciones son resultados de razonamientos parecidos? Anabella Saavedra, profesora de la Universidad Nacional de Entre Ríos escribió esta nota para su publicación en El Diario de Paraná, pero los editores se negaron. "Soy conciente de su radicalidad, pero creo que hay cosas que deben ser dichas de una buena vez" dice Anabella; aunque pareciera que hay quienes piensan que conviene acallarlas.

Crimen y castigo

por Annabella Saavedra (*)

La reciente condena a 14 años de cárcel de la joven Romina Tejerina aparece en los hechos como una operación judicial que castiga el acto criminal que nuestro Código Penal clasifica como "homicidio calificado agravado por el vínculo": a tan horroroso crimen, su merecido castigo, que, sin embargo, a juicio del probable violador, co-responsable del embarazo no deseado de Romina, no fue suficiente, dada su descarada manifestación de que el castigo debió haber sido la condena de la imputada a "prisión perpetua".

En cambio, la voz de la psiquiatría, en la cual se apoyó la defensa de Romina, despoja al horrible acto de la joven de toda criminalidad, calificándolo como el producto de un "estado de psicosis agudo", presa del cual, ella "no comprendía la criminalidad del acto", esto es, Romina no sabía lo que estaba haciendo.

Dos semiosis patriarcales. Quedamos así ante dos construcciones diferentes del mismo fenómeno. Pero ambas, tanto la interpretación incriminatoria y culpabilizante como la desculpabilizadora e indulgente, se inscriben sin embargo, en la lógica y en la ética del patriarcado. Para quienes la condenan, Romina es un "monstruo"; para quienes la defienden, es una "loca". En efecto, sólo un ser monstruoso o una mujer completamente fuera de sus cabales sería capaz de un acto de naturaleza tan aberrante y espantosa: asesinar a cuchilladas a su propio hijo, hijo éste, que es precisamente lo que "la enaltece como mujer" y lo que inaugura en los hechos aquella capacidad potencial y connatural en todas las mujeres de soportarlo absolutamente todo, absolutamente cualquier cosa, cuando se opera en ellas el "milagro" de la maternidad, modo en que caprichosamente se da en llamar aún al fenómeno fisiológico (mecánico) de la gestación. Tales son, en el imaginario social vigente en nuestra cultura, marcado a fuego por la impronta del patriarcado, los dos universos de significaciones desde los cuales se da sentido a lo ocurrido.

"Atrapadas sin salida". Existiría, sin embargo, un tercer lugar significante, una mirada alternativa desde la cual construir los hechos, que puede empezar a vislumbrarse a partir de intentar desnaturalizar lo sucedido. ¿En qué medida quedan implicados varones y mujeres frente a la cuestión bio-sociológica de la procreación? Saltan a la vista algunas diferencias irreductibles: para un varón es fácticamente posible desentenderse sin más de las consecuencias personales del apareamiento sexual; para una mujer esto es una imposibilidad fáctica lisa y llana. Si el acto sexual se ha llevado a cabo sin recaudo alguno para evitar el embarazo -responsabilidad ésta de la cual los varones no gustan de hacerse cargo- las mujeres tienen dos opciones: o bien, recurrir a un aborto -siempre desagradable, humillante y peligroso- o bien, afrontar las inmensas miserias psíquicas y físicas de un embarazo no deseado.

De "monstruos" y de "locas". Todos estos procesos tienen como soporte material el cuerpo de las mujeres, no el de los varones: no es lo mismo desde el punto de vista de las consecuencias psíquicas (por no hablar de las físicas) para un individuo, acompañar en un aborto o en un parto, que padecerlos en su brutal materialidad. Si a ello se añade la repugnancia que puede experimentar una mujer por tener que portar en el interior de sí misma el producto de los asquerosos fluidos de su violador -a lo cual algunos torcida y falsamente insisten en llamar "niño"-, la desesperación ante el rechazo familiar y social, las penurias económicas a las que se enfrentará sin recursos para mantener y criar a un niño -ahora sí de verdad- del que nadie se hace responsable una vez nacido (pareciera que el embrión es hipócritamente más valorado por la sociedad que el niño ya nacido, que pasa a ser un problema sólo de la madre); si todo esto se evalúa sin minimizar sus tremendos alcances, sólo hace falta ser completamente estúpido o completamente cínico para calificar el horroroso acto de Romina de "monstruoso" o "psicótico" (aun en referencia a la así llamada "psicosis puerperal", de etiología química, que suele producirse en este período por la deprivación brusca de niveles hormonales).

De instintos y consentimientos. Resulta intolerable para los valores del patriarcado encontrarse frente a uno de los no por nada infrecuentes contraejemplos de la cínica ideología del "instinto maternal", que sirve ahora para legitimar ante los ojos de la sociedad el odioso fallo de la cámara, que condena a Romina mientras deja impune y libre al "presunto" violador. Tan cínica como el recurso a la excusa de la relación sexual "consentida" para desresponsabilizar al que viola y decir arbitrariamente que "no hubo violación". ¿Desde cuándo consentir en que algo se haga significa desear al mismo tiempo que sea hecho? El consentimiento puede ser también un modo de apaciguar a un atacante, de conjurar peligros mayores reales o fantaseados.

Anatomía y patriarcado. A la joven Tejerina le sucedió lo que le sucedió, no por ser un monstruo o una psicótica, sino, en primer lugar, por ser mujer: es el tipo de riesgos a los que alguien está expuesto por ser biológicamente portador de sexo femenino, por ser anatómicamente violable (tétrica contracara de la capacidad para violar de los varones), agravado por las circunstancias sociales que lo transforman en género. En segundo lugar, si Romina hubiera sido culta y rica, seguramente no hubiera ido a parar a la cárcel; pero ningún varón, aún pobre e ignorante, vivirá jamás el tipo de infortunio que hoy conduce a Romina a la prisión. El sexo-género es así el sustrato biológico-ideológico, de macabra permanencia, que se vuelve soporte material y simbólico de la obscena injusticia del patriarcado. Mientras tanto, el Gobierno de Entre Ríos, incumpliendo la ley y cediendo al oscurantismo, abandona el proyecto de educación sexual con perspectiva de género, contribuyendo así a perpetuar la infame desventura de las "Rominas".



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(*) Profesora en la UADER y la UNER

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