Palabras cruzadas

por Miguel Espinaco

Es cierto que la historia sólo puede leerse desde hoy. El que estudia lo que pasó, usa las herramientas del presente para sacar conclusiones que sirvan para ese ahora que vive, hace lecturas que son traducciones de una lengua muerta de la que apenas se conservan pistas, recodifica símbolos para que recuperen algún sentido comprensible, reconstruye. Y eso, claro, es imposible hacerlo desvestido de sí mismo, a salvo de los preconceptos y los prejuicios que forja la cruda actualidad desde la que se observa, aunque se intente con esmero llegar a los arrabales de algo que se parezca a una verdad.

Hollywood ni siquiera pretende tanto. La historia es una excusa, el telón de fondo para contar historias en el otro sentido de la palabra, un pilar sobre el cual sustentar un artefacto que sirva para entretener a millones y, obviamente, para hacer rodar la rueda de la fortuna que acompaña a las superproducciones como la sombra al cuerpo.

Dejando de lado las evidentes diferencias de rigor científico, los fabricantes de películas corren la misma suerte del historiador. Más allá de cuales sean sus intenciones iniciales, sus obras no serán solamente arte mercantil o mercancía artística: cada toma, cada diálogo, cada modo de contar lo que se cuenta transpirará puntos de vista y opiniones más de estos tiempos actuales que transitan guionistas, actores y directores, que de aquellos que vivieran los personajes reencarnados en los escenarios reconstruidos con la ayuda de los efectos especiales.

Para colmo de males, después de las Torres Gemelas, la reconstrucción de hechos históricos parece haberse convertido en la alternativa más confiable para procesar los discursos de hoy en día. El cine épico precisa de héroes y entonces, para ponerlos a salvo del dedo censurador de la "sensibilidad media del público", la solución histórica - que deja oír sus ecos de metáfora - ha resultado la más recomendable para los directores de la meca del cine. Ya en 2003, el diario El País de España comentaba que la guerra contra Irak había condicionado al mercado cinematográfico y que, por eso, "entre los posibles éxitos de esta temporada no figura ningún alegato bélico ambientado en los últimos 100 años".

Cruzada - cuyo nombre original es The Kingdom of Heaven - fue dirigida por Ridley Scott y el guión pertenece a William Monahan, que fue quien sugirió a Scott una historia ambientada en Jerusalén durante los reinados de Balduino IV y Saladino y centrada en un joven caballero que, a la sazón, resultara el héroe.

Salió una película entretenida, una aventura bien filmada, una de tiro lío y cosa golda (lo de tiro es una licencia poética, digamos, porque la cosa es con espadas y con catapultas) condimentada con la dosis justa de amores y de odios. Puede mirarse así y sanseacabó.

Pero también puede leerse como el eco de un debate que cruza a los Estados Unidos, que tuviera su expresión distorsionada en las últimas elecciones que dividieron al país en dos: en este rincón, el ala dura del presidente Bush; del otro lado, la utopía demócrata que sueña con un imperio amistoso al que no le haga falta andar invadiendo países y sembrando bombas por doquier.

Toma 1

De entre el largo fondo histórico de las Cruzadas, el relato de Scott elige ubicarse en 1184, un año precedido por un siglo de paz entre cristianos y musulmanes. La historia de la historia se apoya en un tal Godofredo de Ibelin interpretado Liam Neeson, un caballero que anda buscando a un hijo ilegítimo nacido de una vieja relación amorosa. Orlando Bloom es Baliam y es ese hijo. Cuando aparece su padre, es un modesto herrero de la Francia medieval que acaba de ver morir a su esposa y a su hijo.

Una serie de hechos que no voy a detallarte por si no viste la película, empujan al joven herrero a unirse a su padre. Sus intenciones - eso sí digámoslo - no son para nada belicosas. El quiere ir a Jerusalén porque se siente abandonado por Dios y presume que allá va a recibir alguna señal.

Las necesidades del relato y la magia del cine hacen que en el trayecto, Baliam se convierta en un caballero de temer y que más tarde, con Jerusalén sitiada, se muestre como un estratega genial. Las cuestiones sociales se resuelven con mucha más claridad: al morir su padre hereda sus tierras y su título y se ve en la necesidad de comandar una alicaída tropa para defender la ciudad. La infaltable historia de amor lo enreda con la enigmática princesa Sybilla, hermana del rey de Jerusalén y esposa del violento Guy.

El clima pacífico que se vivía es mostrado a la llegada de Baliam, que descubre una Jerusalén cosmopolita en la que conviven musulmanes y cristianos. Al mismo tiempo, se entrevé el ánimo belicista de las respectivas alas duras. La paz es sostenida a fuerza de ejecuciones a cruzados, culpables de provocar de vez en cuando sangrientas matanzas de musulmanes para provocar la guerra. Tiberias, por cuenta y orden del rey, se dedica a castigarlos para evitar la furia de Saladdin, que es también un tipo pacífico que sofrena con promesas a sus colaboradores que quieren que, a toda costa, cumpla con su palabra de tomar Jerusalén.

Como Baliam se niega a sumarse a una especie de golpe de estado al que lo convoca Tiberias, la muerte del rey hace reina a Sybilla que tiene que ceder el poder a su esposo, el belicoso Guy de Lusignac. Las cartas están echadas y la guerra se hace inevitable.

Otros devenires de la película - también obviables en este breve comentario que no pretende contarte toda la aventura - hacen que el bravo Baliam quede a cargo de la defensa de la ciudad, habitada ya a esa altura sólo por los restos del ejército cruzado y por civiles ciudadanos temerosos.

La arenga de Baliam es paradigmática: a él no le importan los títulos de nobleza y por eso nombra caballeros a todos los hombres en condiciones de pelear, a él no le importa Jerusalén y por eso advierte que lucharán sólo para salvar sus vidas.

Él sólo pretende la paz y actuará en consecuencia cuando Saladdin le proponga entregar la ciudad sitiada a cambio de salvoconductos para todos los sobrevivientes.

Toma 2

El notorio desafío a los discursos posibles por aquellos tiempos ya venía marcándose desde antes. Tiberias, al pasar, le había comentado a Baliam que ellos fueron movilizados a esa guerra con el cuento de la religión pero que, al final, sólo importaban el poder y el dinero. El mismo viaje de Baliam -el puntapié inicial de la fábula - no esta motivado en ninguna supuesta defensa de la ciudad santa, sino que había sido resuelto por una sucesión de destinos impredecibles.

Los propios artífices del film no esquivan el debate; mal podrían disimular la polémica que se desató ante el tema elegido, polémica que incluyó desde supuestas amenazas de muerte contra el director en Marruecos durante el rodaje - amenazas desmentidas por el propio Scott - hasta voces de expertos como la de Jonathan Riley-Smith, que ha llegado a decir del film que es "la versión de la Historia de Osama bin Laden".

"Es una época que guarda muchos paralelismos con la nuestra: la forma en que los cristianos se relacionan con los musulmanes, cómo se utilizan unos a otros, cuáles son en realidad sus motivos y proyectos últimos" dice Jeremy Irons que encarnara a Tiberias. Scott trata de defenderse asegurando que se trata de una película basada en la historia, no de un documental, pero en seguida da un traspié y se le ven las cartas: "hemos elegido un momento histórico en el que se vive un estado de paz, algo que no parecemos capaces de lograr actualmente".

"Vayan a ver la película, no me puedo creer que nadie que la haya visto diga esta sarta de estupideces", recomienda Scott y los estudios Fox cuentan plata a cuenta porque saben que ese será uno de los subproductos de la polémica.

Ni cortos ni perezosos se apuraron a echar leña al fuego distribuyendo junto a las notas de producción, un documento que recuerda la disculpa pública que en el año 2000 hizo el entonces Papa Juan Pablo II "por los pecados de los cristianos" durante ese periodo histórico. "De todos modos, El reino de los cielos tocará la fibra sensible de la audiencia porque ahora, más de 800 años después, la lucha en esa parte del mundo continúa", escribe Fox, para que no queden dudas.

Toma 3

La discusión es larga y no es el objetivo de la nota. Citemos apenas al Doctor J. Phillips, catedrático de Historia de las Cruzadas en la Real Universidad Holloway de Londres que señala que "Saladino estaba tan desesperado como los cristianos, si no lo estaba más. La película no dice que este kurdo empleó 13 años para formar un grupo… para hacerse con Jerusalén" o al ya mencionado Jonathan Riley-Smith que se enoja porque Scott no muestra cómo el líder kurdo mató a cientos de caballeros después de haber terminado la batalla de Hattin y asegura que la película es basura que hace el juego al punto de vista de los extremistas musulmanes pintándolos como sofisticados y civilizados, mientras que a los cruzados como brutos y bárbaros. "Nada que ver con la realidad", asegura el hombre de Cambridge.

Más allá del debate histórico, el punto es cómo los creadores del film usan la excusa de esta historia antigua para procesar discursos actuales. Cruzada juega a las palabras cruzadas: las palabras horizontales que explicita el director, sirven para armar otras verticales de este hoy por hoy en que las tropas de ocupación se estacionan en Irak y en Afganistán y las de Israel trabajan de guardiacárceles en el Medio Oriente, para dar pistas de palabras de estos tiempos en los que muchos norteamericanos se averguenzan de ser la mano armada de un fundamentalismo tan cruzado que hasta parece parodia.

Baliam y su gente usan el salvoconducto y Jerusalén cae bajo el dominio de Saladdin. El héroe vuelve a ser un herrero pero su fama ha crecido mucho, entonces el propio rey lo busca para iniciar una nueva cruzada pero él no, él es el herrero y nada más eso quiere seguir siendo, y uno puede imaginarse facilmente a Bush arriba del caballo (esta también es una licencia poética, Bush llamaría por teléfono o lo citaría a la Casa Blanca) y al héroe que ha peleado en Irak afirmando que quiere quedarse tranquilo en su casa en Arizona, una forma como cualquier otra de decir que no es su guerra, que lo dejen en paz.

"No en nuestro nombre" decía una proclama firmada por muchos intelectuales norteamericanos - y entre ellos por muchos famosos de Hollywood - ante la inminencia del ataque a Bagdad. No en mi nombre, parece afirmar Baliam en la película, negándose a poner al servicio de su rey sus dotes militares y eligiendo seguir siendo un simple herrero.

Toma 4

Hablé al principio de utopía demóctrata y el término puede llevar a confusión.

Las diferencias entre repúblicanos y demócratas - se ha visto con claridad en la campaña electoral en Bush y en Kerry - se aproximan tendencialmente a cero. Sin embargo, las formas y los tonos de los discursos y el propio resultado electoral, han expresado distorsionadamente la existencia de una base política en Estados Unidos que sueña el sueño demócrata.

En el ideal de esos soñadores, se puede ser un imperio pacífico. Las intenciones de duros y de blandos, de malos y de buenos, serían las guías de la historia, la explicación de su desarrollo en uno u otro sentido. Si Guy toma el poder habrá guerra, si lo conservan caballeros de principios intachables como Tiberias la paz perdurará por siempre, si el mundo se llenara de hombres justos como Baliam, todos seríamos felices y pacíficos herreros.

El razonamiento es atractivo. En su universo no entran las formas que adquiere la producción para la sobrevivencia y el goce en un momento dado, ni las necesidades de expansión del comercio y de la ganancia. Un imperio bueno - es la deducción inevitable - podría entonces llevar la paz a la tierra, mientras que un imperio malo sólo llevará violencia.

Esta forma de pensar, esta utopía demócrata, tiene que omitir las razones económicas que forzaron las cruzadas. El crecimiento demográfico que hacía necesarias más tierras, las necesidades comerciales de la naciente burguesía italiana que necesitaba abrir la vía del mediterráneo, tienen que omitirse forzosamente para que no contradigan el discurso, para que parezca que podría haber sido de otro modo.

Eso no desmiente el hecho de que los condimentos ideológicos y religiosos y hasta la misma casualidad de si gobierna un Guy o un Tiberias tengan su peso en la historia. El asunto es que la lógica más profunda del imperio es la guerra y esa sola afirmación desmiente el sueño voluntarista de esa corriente de opinión que, por llamarla de algún modo, traduciéndola al lenguaje de estos tiempos, he definido como demócrata.

De la misma forma que cualquier empresario - para sobrevivir - tiene que hacer rendir más el trabajo de sus trabajadores y por menos plata, de la misma forma que tiene que vencer al competidor con las legales armas del mercado y con otras que no tanto, el imperialismo tiene que empujar y expandirse porque la mecánica del capital es ésa: el robo del trabajo ajeno produce más capital y el nuevo capital necesita más tierras y más gente para eternizar el saqueo y, de ese modo, multiplicarse in eternum como los míticos panes.

El personaje Baliam puede creerse sin más ni más que negándose a la guerra y quedándose como un pacífico herrero en su pueblo, su mundo estará a salvo, pero tendrá que dejar a un lado el hecho de que ese mundo se sostiene por la guerra, aunque él no la haga.

Baliam, el personaje de la fábula, puede creerlo porque es el producto de esta época en la que la utopía demócrata cruza de lado al lado el mundo - empezando por los Estados Unidos, la capital del mundo - y porque hay referentes que reconstruyen la historia para hacerlo creer eso, a salvo en la pantalla. Puede creerlo, porque hay millones de norteamericanos que piensan que la quinta enmienda y que "estamos en un país libre" y que la llama de la Estatua de la Libertad y todo eso, y que entonces sin un tipo tan fundamentalista como Bush otro gallo cantaría.

La verdad es que está bien, pero no alcanza con decir no en nuestro nombre. El cualquiera de Arizona que asoma apenas desde atrás del herrero Baliam, no podrá seguir disfrutando las ventajas de vivir en la capital del capital sin hacer la vista gorda a las masacres que vengan, tendrá que oponerse claramente al mundo de la ganancia perpetua que fabrica esas guerras que terminan con ciudades, con libertades y con enmiendas….. si no, tendrá que pintarse una cruz en el pecho. Y salir a aplaudir la próxima cruzada.



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