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Seguro & Delfina

    Dicen los que saben que correr carreras de autos hace real la fantasía de controlar la velocidad, controlar lo que está fuera de control. Algo parecido produce el intento de dominar la eyaculación cuando uno está como una locomotora y su contrincante también.

    La precocidad masculina es un problema que ha superado en cantidad de casos a la impotencia, no en importancia, porque la impotencia es "El problema" porque invalida la imposibilidad del acto, impide abrir la puerta para ir a jugar.

    El placer que nos proporciona la posibilidad de disfrutar de nuestros cuerpos en toda su plenitud es el fin último que buscan la mayoría de los hombres y mujeres que rellenan las partes que no son azules de nuestro planeta, entre otras cosas. Ese placer tiende a acortarse si el masculino no puede controlar el espasmo cuando todo está en su mejor momento.

    Existen diferentes métodos para evitar que su compañera le diga con ése tono "Está todo bien no te preocupes, vamos a dormir que mañana hay que madrugar". Para que el pobre tipo con la virilidad encogida no se duerma pensando que es una porquería de gente es necesario recurrir a sendos procedimientos entre los que se encuentran aquellos que tienen relación con poner la cabeza en otro lado, pensar en otra cosa y concentrarse en ello con toda la fuerza de su voluntad, otros métodos menos ortodoxos como los de producirse dolor pueden provocar acostumbramiento lo que termina siendo contraproducente porque termina saliendo más caro, después hay que salir a comprar látigos, ropa de cuero, y cosas puntiagudas.

    ¿Por qué los hombres varones sufren al punto de manejar una y otra vez la posibilidad del suicidio cuando encuentran el límite de su hombría? Porque los hombres varones están educados por otros hombres varones que desde los principios de los tiempos apostaron todas sus fichas al tamaño y la potencia de su pene, la extremidad más importante de su cuerpo, incluso más importante que las manos sin las cuales la masturbación no sería posible sin elementos.

    Ser hombre, machito, desordenado, futbolero, ese hombre probo que cuando ve una mujer dice "Esa mina está bastante comestible" o "Yo le doy", ese es el tipo que somos aunque reneguemos de el, ese es el tipo que las mujeres tienen que soportar. Las mujeres, esas esforzadas luchadoras que no se cansan de parir y criar hijos varones que cuando mayores embarazarán a otras mujeres en algún acotado y trabajoso acto sexual del que van a renegar, amargándole a su compañera el exiguo disfrute. Así estamos, así vamos.

Libertad a Seguro


    Erase que debiera haber existido un lugar donde el amor durara por siempre. Ese lugar no fue, no es, y no será nunca el cielo que prometen las religiones porque ese sitio no existe, la bóveda celeste solo es el espacio exterior que encierra vaya a saber que misterios. El lugar del que hablo era un baño público que servía para lo que sirven los baños: aliviar los vientres de la escasa clientela del bar Doré. En ese baño y solo en él el amor duraba por siempre.

    Vivimos, sostenemos ese sinsentido que es la vida con graciosas columnas rellenas de mitos. La existencia de la vida después de la muerte que sostiene a más de cuatro cobardes es uno de ellos, el amor eterno es otro mito popular, todos los seres humanos sueñan con encontrar el hombre o la mujer que le garantice la felicidad de estar bien acompañado hasta que la mente y el cuerpo digan basta, incluso los que creen en el más allá suelen eternizar ese amor. Hete aquí que nada de esto es cierto, en el único lugar donde era posible el amor eterno fue en el baño del bar Doré.

    Aquellos que ingresaban al susodicho biorsi compartían por el tiempo que les insumía mover el vientre un amor sin tapujos y sin grietas. Los servicios sanitarios contaban con dos inodoros separados por una pared y un lavatorio que tenía la canilla siempre abierta. El baño era unisex pero casi nunca ingresaban dos personas de sexo diferente al mismo tiempo. Los que entraban solos sentían crecer dentro suyo el amor propio y salían exultantes, los que entraban de a dos sellaban a cal y canto amistades sólidas y alguno que otro confesaba amores homosexuales con poco futuro, porque no nos olvidemos que solo en el baño el amor duraba algo, afuera se debía afrontar el compromiso de mantenerlo. A pesar de esto nadie se quedaba mucho tiempo, solo lo que se tarda en vaciar la vejiga y lo que dura un fugaz beso apasionado.

    El dueño del bar lo sabía y callaba, los habitués lo sabían y lo callaban.

    Juan y Marcela se conocieron en aquel baño, charlaron por espacio de tres minutos y salieron tomados de la mano, sus respectivas parejas los esperaban en sus respectivas mesas, Juan y Marcela los ignoraron, abrieron la puerta del bar y se fueron sin mirar atrás. Los abandonados incendiaron el lugar sin entender demasiado bien lo que estaban haciendo. Regidos por fuerzas que no entendían destruyeron el bar y se quitaron la vida.

    En el lugar donde se encontraba el baño creció un álamo de cuyas hojas, si se prepara una ensalada aquellos que la ingieran amarán la ensalada de hojas de álamo para toda la vida lo que indefectiblemente los llevará a la muerte porque las hojas de dicho árbol son tóxicas.

Libertad a Seguro


      El amor sube y baja
      no te quiero tanto
      ni tan poco
      no puedo vivir sin ti
      no puedo vivir contigo
      si te abrazo
      te rodeo con los brazos
      tan caliente
      tan qué tal, todo bien
      tenemos un amor con ondas
      donde estás cuando sube
      donde estás cuando baja
      donde estoy cuando.

      Delfina Contreras, del libro inédito "Ya me voy a caer".


      Quién te ha dicho che pebeta
      que te quiere
      que será tu compañero
      que no secará tus lágrimas
      porque no habrá de provocarlas
      que no te tratará como un objeto
      que no te celará con cualquiera
      que no se le irán los ojos
      atrás de un culo y un par de tetas
      quien te ha dicho che pebeta
      que sus amigos son menos importantes que vos
      que preferirá quedarse con vos
      a ir a la cancha
      etcétera y tal
      quién te ha dicho che pebeta
      que no hay otra.

      Delfina Contreras del libro inédito "Tangos Imposibles".



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