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Avanzar para atrás

Por Miguel Espinaco

     El menú informativo ha dispuesto para estos días el tema "reforma política". Ya veremos que el nombre del plato es un poco excesivo: igual que en la nouvelle cousine, todo es muy llamativo pero demasiado poco, casi nada.

     No es que uno suponga que la democracia capitalista tenga arreglo, pero el problema sobre el cómo se realizan las elecciones es un tema que reviste ciertamente mucha importancia para los trabajadores y para los sectores populares que son llamados cada par de años a poner el voto y a sufrir después los gobiernos que terminan haciendo lo que quieren. Y sucede que lo que quieren, casi nunca nos conviene.

     Es inevitable que el ampuloso nombre de "reforma política" llame la atención y abra expectativas sobre que las cosas pueden mejorar, aunque más no sea para mejorar "la calidad de la representación", entendiendo por ello que seamos representados por tipos que hagan aunque sea algo de lo que esperamos de ellos. Lejos de eso, la pretendida reforma es apenas un parche que pretende modificar fundamentalmente algunos aspectos de la elección de diputados e incorporar algunos límites de dudoso éxito a la escandalosa financiación de los partidos políticos.

     El tema fue instalado hace un par de semanas por el gobierno que amagó con la eliminación de las listas sábanas.

¿Se puede controlar la financiación?

    Otro de los puntos de la supuesta reforma, involucra la cuestión de la financiación de los partidos políticos.

    Ya hubo intentos anteriores para limitar las escandalosas sumas de dinero que se invierten en la publicidad electoral. Las cenas a mil pesos la tarjeta y los aportes empresarios que siempre se hacen contra alguna promesa que el candidato devenido en funcionario cumplirá con creces, resultan demasiado obvios, y muchos preferirían que la cosa se haga con un poco más de disimulo.

    Un poco más de disimulo, digo, porque en un sistema en el que los políticos son gerenciadores de los intereses de accionistas y banqueros, en un sistema en el que cinco burgueses gordos pueden juntar más plata que un millón de trabajadores, la eliminación de la financiación empresaria es un objetivo inalcanzable.

    Habría que hablar solamente de los periodistas que reciben sobres para poner en tapa o sencillamente para poner en el debate público a algún político o a algún partido. Y esos pagos no se registran en ninguna cuenta, que de trampas y de evasiones de controles esta gente conoce demasiado.

    Pero aunque esto se evitara, quedaría todavía el hecho de que los medios de comunicación masivo están en manos de los poderes económicos, ya sea porque son directamente los dueños o porque los controlan con la pauta publicitaria. ¿Tendrá el mismo peso en la "neutral" información periodística, el caballo del comisario y el partidito de izquierda o el de los vecinos de algún barrio ignoto?

    Y por si todo eso fuera poco, señores, nos quedan las encuestas. Este artilugio publicitario, invento de los últimos tiempos, sirve para instalar una opción y para borrar las otras. Y las encuestas, claro, son creadas por serias empresas cuyo objetivo - muy bien remunerado por cierto - es el de inventar los datos objetivos, la realidad hecha a la medida.

El duhaldismo contraatacó con un proyecto del diputado Atanasof y el Ministerio del Interior lanzó a la fama el Sistema Alemán, que de pronto surgió como una de las vedettes de la discusión.

     La aparición en escena de una veintena de organizaciones no gubernamentales agrupadas en el movimiento Reforma Política Ya! llevándole al Vicepresidente Daniel Scioli planillas con más de 500.000 firmas de ciudadanos de todo el país recogidas en apoyo a la iniciativa, vino a recordar que el tema no es para nada nuevo, que la reforma de la política viene siendo un reclamo nacido del fracaso de esta democracia tal cual es, una búsqueda evidentemente comprensible aunque - es necesario señalarlo - muchas veces ese reclamo se use para hacer pasar gato por liebre.

     Preferencias, circunscripciones, sistemas alemanes y otras yerbas, aparecen hoy como otro intento de desdibujar ese reclamo, de llevarlo a un callejón sin salida. Es apenas otra trampita de los políticos que saben y mucho de eso de tirar de la piola de los legítimos reclamos populares, para terminar haciéndonos avanzar para atrás.

Sábanas horizontales y sábanas verticales

     En esta nota vamos a abordar centralmente el tema de las listas sábanas, ya que ese será sin duda el punto alrededor del cual girará la discusión de esta pretendida reforma. Antes de hacerlo, habrá que hacer algunas precisiones para curarnos en salud de confusiones que pueden llegar a aparecer, por el hecho de que la palabra sábana se usa en dos sentidos diferentes en el argot electoral.

     Los santafesinos hemos usado mucho durante el 2003 esta palabreja aumentada a supersábana por obra y gracia del peronismo santafesino. Ese primer sentido refiere al concepto de la llamada sábana horizontal.

     Ocurre que en las elecciones en las que se eligen cargos para varias categorías, todas las boletas de un mismo partido se juntan pegaditas en una sola tira. En ese largo papelillo aparecen separados a veces por un troquel, a veces por una simple línea de puntos, los candidatos a gobernador, la lista de diputados, de senadores, el intendente y los concejales. El engendro santafesino popularizado como supersábana, alargó esta tira integrando también los cargos nacionales que se votaban en aquella elección: senadores y diputados.

     Esa sábana horizontal permite el corte, o sea que teóricamente el votante puede separar las boletas y votar a distintos partidos para distintas categorías. Teóricamente significa que eso no pasa en la mayoría de los casos, que el ardid que se intenta y que generalmente se logra, es el de empujar al elector a dejarse llevar por el efecto arrastre de alguno de los candidatos para que el voto a una categoría en la que el partido en cuestión tenga un postulante reconocido, termine resultando en el voto a todas las demás categorías. Ese sentido de la palabra sábana - la sábana horizontal - no es el que está en discusión actualmente a nivel nacional. Hoy se habla de la llamada sábana vertical, y sólo en lo que refiere a las elecciones de diputados nacionales.

     La sábana vertical se utiliza para las elecciones que involucran puestos colegiados y consiste en que cada partido presenta tantos candidatos como cargos haya para cubrir, ordenados en una secuencia determinada. La distribución de los puestos se realiza utilizando algún mecanismo proporcional a la cantidad de votos logrado por cada lista, tal como el que fuera ideado por el matemático belga Víctor D'Hont que es el que se usa actualmente.

Un poco de historia

     Los años posteriores a la Constitución de 1853 se hacía una interpretación que resultaba en que la lista mayoritaria que ganaba la elección se llevaba todas las bancas disputadas en el distrito. Como las minorías quedaban escandalosamente afuera, entre 1902 y 1904 se instala el sistema de voto uninominal por circunscripciones, por el cual los distritos se dividían a su vez en circuitos y cada uno de ellos elegía un diputado. En 1912 la ley Sáenz Peña implantó un sistema de "voto restringido" que adjudicaba dos tercios de las bancas a la primera mayoría del distrito y el tercio restante a la segunda mayoría. Entre 1951 y 1955 volvió a aparecer el voto uninominal, pero la delimitación de las circunscripciones fue detalladamente planeado para perjudicar a la entonces más importante minoría, que era por esos años el radicalismo.

     Desde las elecciones a constituyentes de 1957 y, a diputados nacionales de 1963, comienza la utilización del sistema D'Hont que en base a un mecanismo matemático distribuye las bancas en proporción a los votos.

     José Gentile, en una nota publicada en La Voz del Interior sintetiza del siguiente modo los sistemas electorales, observando que en el mundo "se dividen en "mayoritarios", adoptado principalmente por los países anglosajones que privilegian la gobernabilidad, o sea, a los partidos gobernantes; y los "proporcionales", que tratan de reflejar las distintas opiniones del electorado con una mejor representación, como nuestro sistema D'Hont, y los que existen en otros países de América latina y Europa continental."

     Las propuestas de eliminación de listas sábana que están en danza - y entre ellas obviamente, la mixtura alemana que propone Kirchner - apuntan a convertir el sistema electoral argentino en mayoritario que, al decir de Gentile, privilegian la gobernabilidad, o sea, a los partidos gobernantes.

Menos minorías

     Mucho se ha criticado - y con razón - a la famosa lista sábana que obliga a la gente a votar detrás de una cara a un paquete cerrado lleno de sorpresas desagradables. Bastaría mencionar a Ruckauf y a Graciela Camaño como casos de alcance nacional, pero acá en Santa Fe, Adriana Cavutto, por ejemplo, sin ir más lejos. Sin embargo, el voto por circunscripciones que aparece como alternativa, lejos de hacer más democrática la representación la haría todavía más antidemocrática, dado que quedaría hecha pomada la escasa proporcionalidad que sobrevive en nuestras payasescas instituciones.

     Alcanza con suponer el siguiente escenario imaginado, llevado al extremo con fines de simplificación polémica: hay un partido A bancado por banqueros que tiene obviamente mucha plata y un partido B organizado por piqueteros, digamos, por hablar de los más paradigmáticos de los muchos que rascan el fondo de la olla. El partido A paga campañas millonarias, compra periodistas y campañas de desprestigio que le alcanzan para convencer y/o engañar - digamos - a un 70% del electorado. En el actual sistema - sigamos suponiendo - el paupérrimo partido B estaría en condiciones de alcanzar algo así como un 30%, poco o mucho según como se lo mire.

     Con el sistema de circunscripciones, si el partido A lograra parejito el concurso del 70% de las voluntades a lo largo a lo ancho y a lo alto del país conseguiría el 100% de los cargos, simplemente porque ganaría TODAS las circunscripciones con el 70 % de los votos en cada una de ellas.

     Está claro que el escenario descrito es apenas un caso de laboratorio, la realidad es mucho más compleja que esa división tan clara entre proyectos políticos de pobres y proyectos políticos de millonarios, pero el ejemplo sirve porque el desplazamiento de las minorías merced al uso de alquimias electorales perjudica antes que a nadie a los trabajadores y a los sectores populares, complicando aún más la ya difícil tarea de construir una alternativa política al mundo del capital.

     Sin embargo, los partidos patronales alternativos al oficialismo también han puesto el grito en el cielo por la modificación propuesta. Ocurre que sus ansias de gerenciar el estado centralizador de los negocios de los accionistas y de los banqueros, podría verse afectada por esta maquinaria montada para desplazar minorías.

     El diario La Nación, por ejemplo, no vacila responder en un artículo titulado "Las claves del futuro proyecto" que "por lógica, las fuerzas mayoritarias tendrían más bancas, al limitarse el reparto proporcional. De hecho, en Alemania se buscó combatir la excesiva fragmentación parlamentaria", una aparentemente objetiva respuesta que bien puede leerse como cargada de reproches. "La reforma que presentó Atanasof es muy mala porque significa seguir con las listas sábana. La reforma del Gobierno tampoco convence porque intenta seguir el modelo de Santa Cruz, donde el PJ se quedó con casi todos los cargos. Establece condiciones muy parecidas a las del juarismo" según López Murphy y "será contraproducente: la elección por circunscripción es el sistema ideal para los punteros, que pueden hacer asistencialismo en un barrio, pero no pueden convertirse en figuras nacionales", para Terragno.

     Elisa Carrió, en tanto, prefiere elegir otro punto de vista y mientras se pelea con Duhalde acusándolo de haber atado el voto "mediante el plan Jefes y Jefas", sostiene que "la reforma política no pasa por el fin de las listas sábana, sino por cambios en la política social". Es indudable que la ex diputada apunta muy bien al centro del problema, pero como casi siempre apunta.... pero no dispara. Porque ciertamente, para que los cambios en la política social convirtieran en democrática a esta democracia de engaña pichanga, esos cambios tendrían que ir bien hasta la médula del sistema que permite que unos pocos que la juntan con pala, puedan manejar a otros muchos que viven apenas de su trabajo, de sus changas, de sus sudores y de las esperanzas que de vez en cuando les venden los políticos desde sus sonrisas de afiche.

¿Por qué los reformadores no reforman?

     No faltará seguramente quién - al vernos criticar el sistema de circunscripciones que reemplazaría total o parcialmente a la sábana vertical - traiga a colación a Alfredo Palacios, diputado socialista que ganó con ese mecanismo gracias a la cantidad de votos que tenía en el barrio de la Boca. Habrá que decir que se trata en todo caso de una excepcionalidad que no es muy difícil de evitar para quienes manipulan el mapa electoral Un diputado duhaldista citado por La Nación, ya se dedicaba a ironizar sobre la esperable ingeniería en el trazado de las circunscripciones que organizará la geografía del voto para lograr que se imponga el caballo del comisario. "Hay que ver quién maneja la tijera" dicen que el tipo decía.

     Más allá de estas disputas secundarias que saturarán el escenario de la polémica durante los próximas semanas, es necesario preguntarse por qué ninguno de los supuestos reformadores de la política se muestra dispuesto a reformar en serio.

¿Más o menos diputados?

    El tema que refiere a la cantidad de diputados es también una contradicción impuesta por la ilógica mediática. Para mejorar la representación ¿tendría que haber menos o tendría que haber más?

    Algunos de los proyectos de reforma incluyen - a la usanza cordobesa - la disminución a la mitad del número de diputados, pero sin tocar ni al senado ni a las dietas que se cobran en esos antros, faltaría más. El argumento que ventilan es el de "bajar el costo político" y los que lo presentan quieren aparecer sintonizando con aquel reclamo de que se vayan todos.... por lo menos a medias.

    Sin embargo el razonamiento debería ser justamente el inverso, porque para que la política fuera una actividad social y no un negocio de cuatro vivos, el número de representantes tendría que ser mayor. En el límite de este planteo, si todos los habitantes del país fueran políticos ya no existirían los políticos como tales y la carrera política como salida laboral muy bien rentada.

    Si hubiera una cámara - digamos, como ejemplo - de mil diputados, alcanzaría con menos de 30.000 votos para llevar un representante. De ese modo, los movimientos sociales podrían llevar sus voces a un Parlamento que - aunque más no fuera en forma minoritaria - reflejaría las voces que hablan en las luchas en los barrios de desocupados, en las fábricas recuperadas y en las organizaciones de base de los trabajadores, por dar sólo algunos ejemplos de la realidad viva.

    Puede ser, claro, que vos estés por poner el grito en el cielo por el tremendo costo que tendría esta megacámara, pero antes de enojarte hacé la cuenta. Con un sueldo que no exceda los dos mil pesos y hasta pagando los viajes de ida y vuelta a la localidad de residencia de cada diputado, sería muy difícil alcanzar los groseros 400 millones de pesos presupuestados este año para la llamada "actividad legislativa".

Porque el problema de las listas sábana - digámoslo de una buena vez - es apenas un matiz, es nada más que un emergente de un sistema electoral en el que nadie puede votar nunca a quien querría realmente votar si lo dejaran pensar un rato, siempre hay un condicionamiento, una pistola en la cabeza que empuja al electorado a alguna opción falsa. Basta acordarse del famoso "voto cuota" o del más reciente voto "anti-Menem" como grandes maquinarias destinadas a orientar la supuesta libre decisión de millones de votantes.

     Una verdadera reforma del sistema de representación - inclusive en los marcos exiguos de la democracia capitalista - tendría que incluir la eliminación o por lo menos la minimización, de todos los mecanismos que desdibujan la proporcionalidad de la opinión que se refleja en el voto. Para ello, habría que eliminar el senado, una institución con grandes poderes que funciona como un filtro que inhibe los cambios progresivos en el humor social, dándole un peso excesivo a los poderes existentes -los feudos provinciales y los aparatos políticos, por ejemplo - desapareciendo la opinión de los sectores concentrados urbanos en los que pesan la clase media, los sectores obreros, los fenómenos de tipo asambleario, los piqueteros, los estudiantes, etcétera. Había que tener una cámara de diputados con más miembros que ganen un sueldo normal y que entonces sería mucho más barata que en la festichola actual, al mismo tiempo que una eventual representación por circunscripciones resultaría más cercana y más controlable por los votantes (ver recuadro "Más o menos diputados?"). Habría que desconectar a los aparatos políticos de las fuentes de clientelismo quitando a los diputados la posibilidad de dar subsidios y otorgando un subsidio por desempleo universal para todos los desocupados para que no sigan dependiendo de los que tienen en la mano la birome de empadronar. Y, por supuesto y antes que nada, habría que prever la revocatoria de mandatos para que las mayorías puedan corregir sus decisiones cambiando políticas y hombres sin que resulte necesario dejar muertos en las plazas del país para conseguir mínimos cambios de rumbo.

     Es cierto que el control esencial que mantienen los sectores de poder y que, en última instancia, esterilizan las declamadas pretensiones democráticas de la democracia capitalista, no se solucionarán con reformas políticas más o menos profundas. El control férreo que los que ganan con el sistema imperante mantienen sobre los mercados, ese mecanismo de repartija de premios y castigos ajeno a cualquier control social, sobre los grandes aparatos de difusión que forman y deforman ideologías y conciencias y, en última instancia, sobre los medios de represión que funcionan como disciplinadores sociales que buscan que nadie se escape del corralito del ideario capitalista, hará que cualquier reforma a los sistemas de representación termine quedándose inevitablemente corta.

     Esta salvedad necesaria, no cambia el hecho de que las reformas políticas constituyen un punto muy importante para la agenda de los trabajadores y de los sectores populares, porque el mecanismo existente nos fuerza a vivir dos vidas, la de los problemas diarios (el sueldo, el horario de trabajo, la desocupación, los precios, el barrio que se cae a pedazos, la inseguridad, los impuestos) y la de los problemas políticos vistos allá lejos, en la televisión.

     Que los fenómenos que cree en cada caso la lucha cotidiana - piquetes, asambleas, coordinadoras de trabajadores, grupos barriales por reclamos puntuales, lo que fuere - tengan la posibilidad, cierta y sin trabas, de erigirse a la lucha política en la superestructura de poder podría - llegado el caso - convertirse en un elemento de peso para la articulación de una política que apunte contra las bases, contra la esencia misma del sistema capitalista que convierte a esta supuesta democracia en un régimen así, tan antidemocrático.

     Contra esa perspectiva se curan en salud nuestros reformadores. Por eso ni siquiera reforman.



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