El Mango del Hacha

De locuras, de muertes y de amores

por Adrián Alvarado

Luis es tucumano y a esta altura de la historia tiene diecinueve años, es soldado, está cumpliendo el servicio militar obligatorio en el ejercito argentino en el mismo momento en el que al presidente militar, a los duendes del whisky que le zapateaban las sienes, y a sus asesores militares, se les ocurre mandar tropas al mar con intenciones de  recuperar las islas Malvinas que estaban en manos de los ingleses, y lo siguen estando.

La gente que vive ahí son más conocidos como Kelpers, hablan y piensan en inglés y quieren seguir así porque están fenómeno, imagínense ustedes si habiendo nacido inglés alguien en su sano juicio querría ser argentino.

El asunto es que el tal Luis, sin comerla ni beberla, se ve a si mismo con un FAL en las manos y los borceguíes mojados desembarcando en las islas con el miedo y el frío que sólo puede sentir un tipo que pasa por una experiencia semejante, después vendrán las guardias de cagarse, el hambre, la sed y la derrota con las manos atrás, atadas, en el piso de nieve y el Gurka de nombre impronunciable que lo mira, mientras le corta con gesto distraído la oreja derecha a un compatriota de Luis, que antes de estar muerto también era su amigo. El Gurka es moreno, de ojos medio rasgados, como Luis, y lo mira, después se acerca al tucumano que temblaba de frío y miedo, cincuenta y cincuenta, se acuclilla frente al pibe y le dice algo que Luis no entiende pero que en la lengua del Tíbet era una explicación referida a ciertos ritos que los guerreros nepaleses se veían obligados a realizar por tradición y respeto a sus antepasados, en cierta forma estaba pidiendo disculpas porque el Gurka, todo un profesional de la guerra, no entendía como un país mandaba a niños a pelear contra un ejército de mercenarios, Luis tampoco entendió nada de lo que le dijo aquel tipo pero creyó intuir algo, después, bastante después, contó en más de una ocasión aquel episodio agregándole un poco de dramatismo como para impresionar a las minitas y a sus compañeros del banco.

Luis fue tomado prisionero y luego de la rendición oficial volvió a su país y a su provincia, se hizo de una vida y un pasado, a los treinta y cinco años ya estaba casado y era dueño de un casalito de pibes enteros, un auto, una casa y un aburrimiento espantoso que paliaba con alcohol y futbol, así las cosas no va que un día de semana, ponele un martes nublado a la mañana a eso de las nueve, levanta la vista de unos papeles que no estaba leyendo y lo ve venir al Gurka aquel que se había acercado a hablarle de algo que no entendió allá en las islas después de haberle cortado la oreja a un soldado argentino caído en combate desigual, vino y se sentó en la silla que tenía Luis adelante del escritorio donde trabajaba y se presentó en un español atravesado de nieves eternas, le dio la mano y le dijo que sus días estaban contados, los días del Gurka digo, porque lo acosaba un cáncer que habría de matarlo en un par de meses, mirándolo a los ojos le dijo que esa no era una forma digna de morir para un guerrero y que lo había elegido a él para que termine con su vida matándolo de la forma que considerara conveniente, por supuesto que Luis se negó a hacerlo y por supuesto que el Gurka insistió en que lo haga apelando a su pasado guerrero y no lo hizo una vez, el Gurka insistió en repetidas ocasiones hasta que Luis le dijo que si y se arrepintió justo antes de hacerlo pero después se sintió mejor.

Esto no se lo contó a nadie, siguió con su puta vida pero juró que antes de morir se haría matar y no cumplió, primero tuvo un ACV y después palmó sin pena ni gloria.

Hay una película por ahí con un guión semejante a este cuento que todavía nadie hizo.


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El bar de una mesa sola siempre está lleno.
El dueño quería estar seguro de tener éxito.

Vas a ver cuando venga tu papá, le dijo la madre al pibe.
El padre no volvió nunca, el pibe se quedó sin saber lo que iba a ver.

Se dejó el pelo larguísimo hasta que se le enredó en la cadena de la moto.

La fiesta terminó y había sido una fiesta formidable, a los vasos vacíos le salieron dientes en la boca y no pararon de reír hasta que los rompieron.

Hablaba pero se le entendía poco, había nacido sin predictivo.

La maestra decidió aprender a enseñar y descubrió que no había maestros, aspiró tiza hasta morir.