El Mango del Hacha

Japón y las caras del capitalismo

por Miguel Espinaco

No son por cierto eventos novedosos que tengan que ver con situaciones particulares del planeta ni mucho menos con castigos bíblicos.  Se tiene registros de terremotos desde muy lejos en el tiempo: los hubo en la Grecia de la edad de oro, en la Roma imperial  o en Estambul cuando todavía se llamaba Constantinopla.

No son tampoco excepciones a la regla, eventos inesperados de un planeta tranquilo e inmóvil.  Son tantos los movimientos sísmicos, que hasta puede encontrarse una página en Internet que registra en un mapamundi los movimientos sucedidos nada más que en los últimos siete días.

El terremoto de Japón fue de una alta magnitud, impactó en una zona densamente poblada y - para peor - desató un maremoto en las cercanías de la costa que sorprendió a todos los sistemas de alerta, que en aquel país incluyen una red de boyas conectadas por satélite capaces de detectar un tsunami inminente.

Las grandes cantidades de imágenes que ocuparon los televisores del mundo, pusieron más cerca de todos la catástrofe.  Autos y barcos arrastrados por las calles, gente desesperada corriendo a guarecerse y montañas de desechos dejadas por el cataclismo ocupan los comentarios en cualquier lugar, desatan esa natural sensación apocalíptica y desbordan el asombro.

Sin embargo, en medio del sobresalto continuo que predomina en las informaciones, comienzan a aparecer los debates y las conclusiones.   Ya está allí, por ejemplo, desplegada a toda vela la discusión sobre las centrales nucleares y el grado de seguridad y riesgo que involucran, la suerte a cara o cruz que se esconde tras su aparente eficiencia de acero y concreto.

En el drama de Japón pueden verse – y a eso apuntará esta nota – las dos caras del capitalismo: el avance tecnológico que sorprende e impresiona por un lado, y la inevitable marca destructiva que se esconde en ese avance cuando el modelo civilizatorio es dirigido por las necesidades de la rentabilidad.

A veces es muy difícil concretar una crítica al modelo del capital justamente porque sus propagandistas lo esconden en los avances que le reivindican como propios, en los saltos espectaculares en las comunicaciones, en la informática, en la agricultura, en la producción de cosas y de más cosas.  En realidad, a cada rato podrían argumentarse los daños que ocasionan estos avancen que por cierto, son al mismo tiempo – en manos del capital – retrocesos.  Pero la catástrofe de Japón permite fotografiar en un segundo este dialéctico movimiento del capitalismo que sucede en cámara lenta, cotidianamente.

Por un lado las capacidades del hombre para prever y superar por medio de la técnica las furias de la naturaleza.  Los países centrales como Japón han logrado excedentes que les han permitido llevar a los más altas estándares posibles esas previsiones.  Una sencilla comparación con los hechos sucedidos en Haití – un país de la parte pobre del mundo del capital - muestran los éxitos de estos adelantos logrados por el trabajo y la creatividad del Hombre.

El 12 de enero de 2010 hubo un terremoto de 7 grados cerca de Puerto Príncipe y allí morían 316.000 personas según las cifras oficiales.  El sismo ocurrido en Japóntuvo una potencia 1000 veces mayor, pero la cantidad de muertos podría llegar a alcanzar a 10.000, unas treinta veces menos que en Haití.  Estamos hablando, claro, de países con densidades poblacionales similares, claro que con diferencias económicas exageradamente grandes.

Es cierto que las diferencias en el derecho a no morirse suceden constantemente.  Un haitiano puede prever con todo derecho que vivirá veinte años menos que un japonés aunque no haya terremotos, y un niño tiene veinticinco veces más posibilidades de no llegar a adulto en la isla americana que en la asiática.  Pero el terremoto muestra mucho más claramente no solo la injusticia que muestra la diferencia entre un miembro rico y uno pobre del mundo capitalista sino también – que es lo que pretendo resaltar en esta nota – las grandes ventajas que ha logrado el desarrollo técnico.

Digámoslo de otro modo.  El terremoto muestra que los avances técnicos logrados bajo el capitalismo lograron evitar millones de muertes – que habría sido, extrapolando a mano alzada las muertes habidas en Haití, lo esperable en Japón – y ha logrado también que un japonés viva veinte años más que quien no disfruta de esos avances técnicos.

Releo el anterior párrafo y sé que puede sonar polémico.  Sin embargo estoy convencido de que la crítica anticapitalista tiene que partir de esta observación para ser escuchada, para no caer en el vacío y para arribar a una interpretación razonable y comprensible.  Porque son esos mismos avances los que derivan en destrucción al estar inmersos en un sistema en el que las decisiones humanas son subordinadas a las necesidades de ganancia del capital.

Porque veamos.  La contrapartida inevitable de estos avances que salvan y alargan vidas son por un lado Haití, los Haití del mundo mejor dicho, porque la mayor parte del planeta no está ni cerca de gozar de ellos.

Pero la contrapartida inevitable es también el delirante consumo de energía para producir a niveles gigantescos de irracionalidad, un consumo de energía que arrastra al delirio de construir centrales nucleares en una isla sometida a temblores normales.  ¿Tanta energía para qué?  ¿Para sostener un modelo que ni siquiera logra dar de comer a la mitad del planeta? ¿Para sostener un sistema que desperdicia recursos en la guerra y en lujos para un puñado de millonarios? ¿Para sostener un sistema en el que la energía del trabajo del hombre está ampliamente desperdiciada en la desocupación? ¿Para sostener un sistema que produce basura descartable para sostener la demanda futura o que arroja excedentes a la basura para sostener los niveles de precio?

Hoy las noticias cuentan los esfuerzos de un puñado de técnicos que intentan enfriar los reactores de la planta de Fukushima.  Aún en medio de la crisis, las noticias son confusas porque el color del dinero las sigue tiñendo, porque el debate por la continuidad de las centrales nucleares en el resto del mundo es un asunto de ganancias y de pérdidas que, ya se sabe, importa más que la noticia, aunque la noticia revista como en este caso, una gravedad extraordinaria.

Japón entonces, puede verse como la crisis global de un modelo civilizatorio que organiza al hombre para la producción al servicio de la ganancia, no de las necesidades humanas.  Un modelo civilizatorio que tiene sus brillos que empiezan a descubrirse como baratijas en el mismo momento en que las tendencias destructivas afloran y causan el miedo de lo inmanejable, de lo que no puede controlarse.

Son esas tendencias destructivas las que hacen imprescindible y urgente pensar alternativas a tan irresponsable forma de manejar el mundo.


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