El Mango del Hacha

Fronteras

por Miguel Espinaco

Ante las medidas tomadas por Argentina, la industria automotriz uruguaya Chery Socma SA se encuentra desde hace más de 60 días sin posibilidades de exportar vehículos a la República Argentina.  Tanto las autoridades uruguayas como los industriales no ocultan su descontento (…..)  Este perjuicio repercute en la mano de obra de las armadoras uruguayas, que emplean a cerca de 1.200 personas en forma directa y a otras 3.000 en forma indirecta ya que, las empresas automovilísticas trabajan con pequeñas empresas que les aportan autopartes. (“Peligra la actividad automotriz uruguaya ante medidas argentinas” Diario La República 6/03/2011)

Me cansé de repetirlo en esos días y lo vuelvo a decir ahora: no estoy de acuerdo con eso que dice Lito de que amaneciendo en Montevideo ya todos sienten que te extrañan.

Mejor le explico, porque es posible que ya casi nadie recuerde esa canción de Lito Nebbia: el tipo habla ahí de que uno no se apiola de todo lo que quiere a su tierra hasta que está afuera y ese afuera lo ejemplifica con Montevideo y a lo mejor – es cierto -  quiso exagerar para reforzar su idea y darle más fuerza literaria, pero convengamos que se le fue un poco la mano.

La verdad es que uno llega a Montevideo y se encuentra con gente que habla el mismo idioma y que tiene el mismo acento, que usa los mismos giros, los mismos gestos y las mismas puteadas.  Está bien que a las zapatillas les dicen championes y que los pibes son botijas y que los feriantes te dicen vecino en vez de don o doña, pero eso es nada: también hablan tan diferente los tucumanos de los mendocinos y los correntinos de los porteños.

La verdad que uno llega a Montevideo y como es carnaval va a los tablados a ver qué onda las murgas y apenas si tiene que preguntar qué es lo que pasó con los anestesistas o preguntar quién son Nin Novoa o Gonzalo Fernández, pero después entiende todo lo que se dice porque aparecen China Zorrilla y Gardel y Ricardo Fort y la música parodiada de las canciones que uno se sabe, así que la risa y la complicidad no necesitan mucha explicación.

La verdad que uno llega a Montevideo y encuentra la misma pasión por el fútbol y la misma cantinela repetida sobre la inseguridad y encuentra el río, que cuando no se disfraza de mar huele igualito al río de este lado que viene a ser el mismo.

La verdad que uno llega a Montevideo y si no mira la bandera y si hace un esfuerzo y se olvida de que los precios hay que dividirlos por cinco en traducción simultánea, ni se entera que cambió de país.

¿Entonces me quiere explicar por qué hay que hacer casi dos horas de cola en la frontera?

Los bancos uruguayos vuelven a recibir dinero de ahorristas argentinos que perciben riesgos en su plaza y buscan refugio. Los datos oficiales del primer trimestre del año mostraron un crecimiento de un 8% en el total de los depósitos en el sistema bancario de Uruguay. Según operadores bancarios, ese incremento -de US$ 820 millones- se vincula con el ingreso de capitales argentinos. Entre enero y marzo, los depósitos de ahorristas residentes en el país aumentaron 6,7% y los de los no residentes, en un 8,4%. Los argentinos constituyen la abrumadora mayoría de este último grupo, pero algunos también forman parte de los "ahorristas residentes" porque tienen propiedades o negocios en Uruguay. (“Aumentan los depósitos de argentinos en Uruguay” La Nación 17/03/2008)

No es que sea para tanto, tampoco.

Apenas si hay que hacer cola con el auto sobre el pavimento y bajo el sol y hacer sociales con el conductor de adelante y después con el de atrás y de vez en vez subirse y un cachito para adelante – marcha, primera, punto muerto, freno y ya está, se puede bajar de nuevo - y así hasta cruzar el puente y pasar frente a un oficinista de verde, un gendarme que anota números de documento aburridísimo de ver pasar autos frente a sí, papeles señor, tarjeta verde, ya llenó el formulario?   Y así hasta que termina el rito que está bien, que no es para tanto, apenas un interludio burocrático en el medio del camino.

Y la espera sirve, te decía, para hablar de Mujica, de fútbol, del tiempo de demora que todavía queda, de cómo están las rutas de este lado y de aquel lado, los lados que divide el río salvado por un puente, los lados que divide una frontera de la que no te salva nadie porque está ahí, aunque el Mercosur y la mar en coche.

Alguien toca bocina impaciente, un chiquito camina cerca de los autos y un papá lo reta, uno que me habla y me habla me comenta que es dueño de una flota de camiones y lleva cosas de acá para allá, que ahora nomás tiene que coordinar un envío de papitas fritas desde Mar del Plata hasta Montevideo, otro busca amigos comunes en cada ciudad que le nombran sus eventuales interlocutores y hay quienes improvisan mateadas a la sombra alargada de un cartel.

Entre frase y frase que digo y que escucho, se me da por pensar que podría haber ido más lejos - a Río Gallegos, a Formosa, a Salta - y que no habría encontrado caprichosas fronteras, marcas en el aire que obligaran a esta disciplina de cuartel, a esta ceremonia que celebra el dudoso ritual de las naciones soberanas y de los laureles que supimos conseguir.

A finales del año pasado, Ricardo Colombi había dicho que una pastera se instalaría en el departamento de Ituzaingó, que junto a Santo Tomé constituyen el principal polo foresto industrial de la Provincia. (…) En agosto, la presidente Cristina Fernández de Kirchner había asegurado que es imprescindible que se declare de interés público la producción de pasta de celulosa y papel de diario, su distribución y comercialización. Y en mayo, Colombi había recibido a gerentes de la firma UPM, la empresa que adquirió la polémica pastera de Botnia, en Fray Bentos (Uruguay) frente a la costa de Gualeguaychú (Entre Ríos, Argentina).  Pero no será fácil que Ricardo Colombi convenza a los inversores para radicar esos capitales en suelo correntino. El consultor Gustavo Braier apuntó un par de temas excluyentes que habrá que superar. En primer lugar, tras el conflicto con Uruguay por las pasteras, los industriales extranjeros tienen escaso (por no decir nulo) interés en Argentina. (“El gobierno correntino lleva años anhelando una pastera” Diario Época 10/03/2011)

No sé cómo será cruzar fronteras en otras partes del mundo.  Las de por acá suenan cada vez más grotescas, en medio de discursos de integración y de mercosures y de patria grande.

El Tratado de Asunción, en el 91, apuntaba a la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre los países y para eso también mencionaba la necesidad de alguna coordinación macroeconómica y para eso pensaba en aranceles comunes para que la libre competencia – sueño de creyentes consumados – funcionara como dios manda.  Todo bien pensado para las papitas fritas y demás objetos que sobrepueblan los mercados, claro, los pobres mortales apenas si aparecemos como factores productivos, poca cosa.

El Acuerdo sobre residencia para nacionales de los estados parte del Mercosur, Bolivia y Chile en 2002, avanzó un poco reduciendo los requisitos para la residencia legal dentro de los países del Acuerdo, pero todavía estamos lejos de llegar a algo parecido a la libre circulación y todavía, entonces, hay que mostrar los documentos al señor de verde.

Claro que nosotros, todos, estamos acostumbrados y por eso no nos parece tan raro, tan exótico, tan fuera de lugar.  Pero basta pensar en un mapa y en sus fronteras como marcas imaginarias, como hitos de fantasía que todos hemos convenido en creer a pies juntillas.   A mí, por cierto, me da un poco de bronca verme ahí, parado, respetando el hecho de que la frontera existe aunque está claro que es una impostura, un pase de manos, un invento antojadizo de la historia.

Bueno, antojadizo no, qué va.

Las fronteras son tan útiles porque sirven para delimitar estancias, grandes cotos de caza en los que los dueños administran sus negocios, extensas zonas en las que reina determinada estructura de precios relativos para que los costos compitan entre sí: te pongo la pastera acá o allá, pongo una automotriz acá y no en otro lado porque los impuestos y la presión sindical y la infraestructura para llevar las cosas hasta el puerto, llevo la plata a donde esté segura, a donde siga ganando aunque se venga el mundo abajo y así.

Habrá que reconocer que los capitalistas aprendieron a ser sintéticos en sus expresiones y ahora hablan de seguridad jurídica, nada más, de modo que las fronteras podrían definirse ahora como la línea imaginaria que delimita territorios con distinto grado de seguridad jurídica.

Cotos de caza, dije yo.  A eso me refería.


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