El Mango del Hacha

¿El fin del octubre francés?

por Luciano Alonso

Parece que se acaba y no es una cuestión de calendario. La huelga realizada el pasado jueves 28 de octubre por los sindicatos franceses para protestar contra la reforma de las jubilaciones no llegó a los picos que había alcanzado antes de la aprobación de la ley. En más de doscientas localidades se hicieron manifestaciones con asistentes muy inferiores a las de quince días atrás: 560.000 según el gobierno, dos millones según los sindicatos y quizás un cálculo más aproximado entre esos dos puntos extremos de la guerra de cifras. Un nivel de movilización importante, pero que todos los actores destacan como decreciente.

El choque entre el gobierno conservador de Nicolás Sarkozy y los sindicatos está motivado principalmente por la reforma previsional. En el contexto de una crisis económica europea, la elevación de la edad jubilatoria aparece como un paliativo ante el peligro de un déficit creciente. Y a esta altura de la crisis es evidente el papel de Alemania como regulador de la economía comunitaria: el euro es su moneda, el mercado común es su base de operaciones y los planes de ajuste son su política. El intento de Sarkozy por recortar los gastos públicos no es sólo un problema de caja: es también un posicionamiento por una Europa conservadora con políticas de corte neoliberal, en la cual Francia aparezca como el elemento necesario para formar equipo con Alemania.

La reforma previsional supuso la elevación de la edad para el retiro de 60 a 62 años, ampliando a su vez a 67 la edad en la cual se fija el derecho a cobrar el 100% de la pensión básica. La medida no fue aplicada rápidamente ya que supuso un largo proceso de negociaciones al interior de la coalición gobernante, la búsqueda de apoyos parlamentarios y la instalación gradual de la cuestión en la agenda de los medios de comunicación, por lo que en rigor fue precedida por meses de protestas sindicales.

Se produjeron huelgas sectoriales a repetición y nueve huelgas generales cuya adhesión se ubicó entre el 14 y el 45% de los trabajadores registrados. Los sectores más afectados fueron correos, administraciones, enseñanza, hospitales, metalurgia, automóvil, puertos, refinerías y electricidad. Los conflictos fueron especialmente fuertes en la compañía ferroviaria nacional y en la red de subterráneos y trenes regionales de París. Para el 12 de octubre se alcanzó un primer punto álgido de movilización –en la séptima jornada de protesta–, cuando las manifestaciones reunieron a unos tres millones y medio de huelguistas. Para ese momento era clara la participación de estudiantes universitarios y se sumaron los de muchas escuelas secundarias, que fueron tomadas en conjunto con los profesores. Más allá de la politización de algunos grupos estudiantiles y de su oposición global a la política conservadora, la protesta cobró fuerza ante la seguridad de que cualquier retraso en la edad de jubilación disminuye el reemplazo de los trabajadores y por tanto la incorporación de jóvenes al mercado de trabajo.

Entre ese día y el 15 se adoptó una nueva medida de presión con el bloqueo de refinerías, que produjo un rápido desabastecimiento de combustibles. No menos del 40% de las estaciones de servicio de todo el país debieron cerrar, mientras las restantes racionaban al extremo las ventas. Pese a que la medida perjudicaba directamente a las clases medias que utilizan cotidianamente automóviles, las encuestas marcaron un gran apoyo popular a los bloqueos, que llegó al 70% de los consultados. En las barriadas de las grandes ciudades se repitió muy escasamente un clásico juvenil de las noches de año nuevo: la quema de autos, pero ni aún eso disminuyó la imagen positiva de las protestas.

El rechazo generalizado a la reforma y el apoyo a las medidas de fuerza se expresó en una regionalización diferente. Si bien París fue un lugar de manifestación constante, las acciones crecieron en las provincias. Lyon y Marsella fueron bastiones de la confrontación y se produjeron movilizaciones en ciudades provincianas ya no medianas, sino minúsculas. En algunas pequeñas localidades uno de cada tres habitantes participó de las actividades.

La estrategia de Sarkozy para desactivar la oposición a la reforma se articuló sobre una rápida sanción legislativa paralela al momento de más tensión de la protesta. Pasada la instancia de diputados luego de largos debates, el voto por el Senado se hizo mediante un procedimiento excepcional que acortó las intervenciones. La oposición socialista presentó 1.237 enmiendas al conjunto de los articulados que buscaban desactivar la reforma de diversas maneras; todas fueron rechazadas por la mayoritaria Unión por un Movimiento Popular de Sarkozy y sus aliados de la Unión Centrista. La aprobación definitiva para el 27 de octubre se programó en función del receso escolar y las habituales vacaciones otoñales de las clases medias, para tener un par de semanas de menor presión en las calles.

La falta de combustibles trató de ser paliada con la importación, y cuándo eso no fue suficiente Sarkozy ordenó a las autoridades regionales que reabrieran los depósitos de bloqueados. El 22 de octubre la policía abrió por la fuerza la refinería de Grandpuits, cerca de París, considerada estratégica por su ubicación y la posibilidad de abastecer partir de ella a las estaciones de las autopistas. Tanto en esa como en otras ocasiones hubo choques de los huelguistas con los gendarmes “antidisturbios” y se recurrió al dispositivo legal del “embargo”, que permite a los prefectos regionales controlar las instalaciones “en nombre de los intereses de la defensa nacional” y obligar a obreros y empleados a trabajar bajo amenaza de penas con un máximo de cinco años de cárcel.

Esas medidas fueron acompañadas por una estrategia comunicacional que trató por un lado de presentar a los manifestantes como antidemocráticos por no admitir lo que se decidía en la Asamblea Nacional y por el otro a mostrarlos como violentos y amedrentarlos directamente. Con motivo de los choques de los días 19 y 20 Sarkozy declaró que quienes participaron “serán localizados, arrestados y castigados, tanto en Lyon como en otros lugares, sin ninguna debilidad. Porque en nuestra democracia hay un montón de maneras de expresarse, pero la violencia más cobarde, la más gratuita, no es aceptable”. Evidentemente, la única violencia aceptable para Sarkozy es la que se cobra bien.

Como cada vez que hay acciones contenciosas generalizadas en Francia, sobrevoló a cada momento el fantasma de los hechos de mayo de 1968. No es para menos. El mayo francés no fue ni el primero ni el último de los episodios de conflicto social de los años sesenta y setenta, aunque sí fue la demostración de descontento más importante de los países avanzados en el medio del auge capitalista mundial y representó la vinculación de un nuevo sujeto social –el movimiento estudiantil– con la huelga de masas más grande de la historia europea occidental. Y si la comparación puede resultar hasta banal si se detiene en qué porcentajes de trabajadores o estudiantes se plegaron a las protestas, es más interesante si se la refiere a los contextos absolutamente disímiles en los cuales se producen.

Dos fotos de mujeres militantes subidas a hombros de algún compañero pueden ejemplificar algunos cambios de época entre mayo de 1968 y octubre de 2010. La primera imagen es la archiconocida “Enarbolando la bandera vietnamita”, de Jean-Pierre Rey, que muestra en esa actitud a una estudiante proveniente de Inglaterra cuya historia personal fue luego muy difundida. La segunda es una instantánea de la agencia EFE en la cual una ignota joven corea consignas en una manifestación en el puerto de Marsella, junto a un cartel en el cual se critican los recortes impositivos que benefician a los más ricos y dejan sin financiamiento a los estudiantes.

Amén de la cambiante geografía de las revueltas o de la evidente diferencia entre las estudiantes rubia del ‘68 y morena del 2010, que habla de una población francesa cada vez más diversa desde las perspectivas étnica, cultural o religiosa –es decir, con identidades cada vez más plurales–, los objetos que se asocian a la protesta son completamente diferentes. Sean cuales fueran las razones por las que una u otra joven tomaron un papel destacado en las manifestaciones, la primera aparece asociada a un símbolo de la lucha antiimperialista y por el socialismo como era la bandera del Vietcong, la segunda sólo a un cartel de reclamo sobre la distribución de la renta. Dos iconos de la lucha callejera que destacan una participación de género y de grupos de edad, pero que responden a dos épocas distintas. Además de que la primera foto corresponde al ciclo de movilización anticapitalista más profundo y extendido de los últimos noventa años, mientras que la segunda refiere a un ciclo de protestas más segmentadas que comenzó a perfilarse a fines de los años noventa y que aún está en curso, no hubo ahora ni un grado de confrontación callejera similar ni una huelga tan amplia como la de aquel entonces.

¿Por qué volver a pensar el ‘68, reiterada, casi obsesivamente, frente a estos nuevos acontecimientos? Quizá, si el fantasma de mayo sobrevuela octubre es porque otra vez se aprecia una extensión de la movilización que permite pensar en la recomposición de los sujetos del cambio social. Desde hace cuarenta años que la sociedad francesa no estaba tan generalizadamente alcanzada por un proceso de movilización social. Los años de 1970 fueron los de ampliación de los espacios de la nueva izquierda y de los movimientos sociales, y sin embargo también fueron los de un profundo conservadurismo en el conjunto nacional. Desde los ochenta la disgregación social y política se expresó en acciones de rebeldía sin mayores objetivos como la quema de autos, que llegó a ser un componente habitual de las culturas juveniles y estalló en el cruce de los años 2005 y 2006 como expresión de descontento de los descendientes de inmigrantes marginalizados en las banlieues. En el medio, las grandes movilizaciones de 1995 representaron la resistencia de la clase obrera a los programas de privatización y desmonte del Estado de Bienestar. Su relativo éxito marcó la resistencia frente al modelo neoliberal y la recomposición de la izquierda, pero no alcanzó a conseguir una movilización que cruzara transversalmente a la sociedad. Un poco después, el desarrollo del movimiento altermundista fue aún más limitado.

Con esos antecedentes, las protestas de octubre pasado tal vez presentan un nuevo panorama. La reconfiguración de las izquierdas sigue sin poder plantear un proyecto social diferente al capitalismo, pero se alcanzó un nivel cualitativamente distinto en la extensión de las acciones de resistencia. Ya no son sólo obreros y empleados, son también estudiantes, mujeres, inmigrantes, profesionales, pequeños propietarios, vecinos, desempleados. El ‘68 comenzó por los estudiantes, siguió con los obreros, se clausuró con el acuerdo de los sindicatos y terminó con el fracaso de la vieja izquierda y la atomización de los movimientos sociales contestatarios. El 2010 comenzó por los sindicatos, siguió con los pobladores del interior o de las barriadas y con los estudiantes y no se sabe dónde va a terminar.

Los sindicatos se plantean un escenario de "huelgas de baja intensidad" para los próximos meses y con seguridad seguirán siendo preponderantes en la lucha contra los proyectos regresivos del gobierno de Sarkozy. Pero más allá de ellos, se abrió en Francia una protesta con formatos heterogéneos, en cuyo desarrollo se construye un sujeto colectivo no menos diverso que de perdurar puede prefigurar nuevos objetivos. La importancia del octubre francés todavía está por definir.


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