El Mango del Hacha

El Modelo Papel Prensa

por Miguel Espinaco

Krispación

“Después de ceder las acciones los miembros del Grupo Graiver fueron detenidos e intervenidos en todos sus bienes para evitar que algún reclamo de herederos afectara la tenencia de Clarín y sus socios. El general Camps, jefe de Policía de la provincia de Buenos Aires, efectuó personalmente las detenciones. Los Graiver ni siquiera cobraron la cesión de las acciones” (“Papel prensa y Dictadura” – Jorge Lanata - “Critica de la Argentina” el 13/04/08)

Es casi comprensible.

Escuchás la radio y cualquier salame te explica que esto es el acabose, y te exhibe en un morboso streap tease las noticias de la violencia cotidiana, y te convence de que todo está horrible, y te explica que Moreno es malo, primo hermano de Satanás mire, y nada más que porque sí, nada más que porque todos lo dicen.  Y te asegura que las calles cortadas son un sacrilegio peor que la peste, y te jura que todo tiempo futuro será peor.

Y el gobierno, encima, que sin dar respiro va poniendo un tema sobre el otro, amontonando, estirando como en esos teleteatros en los que para desenrollar el libreto hay que inventar hoy una amnesia, mañana una tía inesperada y después un embrollo para que el beso final se demore y el rating dure.

En esa maraña, entre tanto ruido, se hace difícil pensar, porque hoy hay un a de ene y mañana un faibertel y después un Graiver y entonces no podés enhebrar dos ideas y sacar una conclusión, aunque sea una, encima con los zócalos de te ene que te explican que Argentina queda cerca del fin del mundo, casi al borde, que te convencen de que hacés bien en vivir en zozobra permanente y en susto perpetuo.

En ese clima, es casi comprensible si algunos cruzan la línea, si deciden renunciar a cualquier razonamiento y repudiar la lógica, si se escapan de la cordura y se ocupan de repetir sonsonetes, frases hechas, consignas que hacen alarde de ser el sentido común hecho carne, aseveraciones que sólo la repetición monocorde y distraída pueden convertir en remedo de verdades.

“Yo me pasé la vida puteando contra Papel Prensa”, le dice el periodista Jorge Lanata a Magadela que la reportea, y enseguida: “si me decís de qué lado me pongo estoy más del lado de Papel Prensa”.   La contradicción no es sólo de Lanata, aunque por ser un hombre público le suene más fuerte y por eso más contradictoria.  La contradicción es por el ruido que hace el fuego cruzado, es por el ruido por el ruido mismo hecho por tantos que repiten cantinelas, es por la fiebre de declaraciones que impone la urgencia por definirse cada día.

Y entonces uno se pregunta – debería preguntarse – de dónde sale la urgencia por ponerse de un lado (“estoy más del lado”) quién le exige eso, si mejor aprovechar para tratar de pensar un poco, que a lo mejor lo de Graiver podría servir para tirar de un hilo que desate un nudo para encontrar una matriz, un molde sobre el cual se imprimen las dictaduras pero también un poco las democracias del capital que son de disimular su violencia, pero que la hay la hay.

A Mano Armada

“Nada mejor que juntar a los tres diarios de mayor circulación nacional y hacerles un fantástico regalo de Navidad en ese diciembre de 1976. Martínez de Hoz los alentó a que se asociaran, y por la bagatela de 8.300.000 dólares, forzó la venta de Papel Prensa. La empresa valía varias veces esa suma.” (del libro de Juan Gasparini sobre David Graiver.– Publicado por Urgente 24)

Digamos que si el capitalismo es un sistema montado sobre el robo, un sistema en el cual hay un puñado de vagos que sólo por ser dueños de las cosas pueden darse el gusto de vivir del laburo ajeno, la dictadura es el robo sin disfraces, abrí la caja fuerte, dale, rápido:  la plata o la vida.

En el marco de la represión y en la situación estratégica que significaba – antes como ahora – el control de los medios de distracción, perdón, de difusión pública, es casi una pavada suponer que la transacción de papel prensa fue un ejemplo de consenso de voluntades.  Quienes intentan convencernos de esta estupidez quedan en un offside casi ridículo, tratando de montar una ficción que no puede sostenerse.

Más interesante sería ponerse a pensar si este asunto de las transacciones en las que el acuerdo brilló por su ausencia fue una regla en la dictadura y lo de Graiver una excepción, o más bien todo lo contrario.

Si uno se pone a buscar, busca y enseguida encuentra un informe reciente del diario Tiempo Argentino, que habla de “604 casos de empresarios despojados por el accionar represor de la última dictadura militar, según datos de la Secretaría de Derechos Humanos”, pero ese número crece si se cuentan los incontables objetos y cosas y casas de los que caían en las redes de los campos de concentración y de sus familiares, objetos, cosas y casas que terminaban robadas o transadas en ventas simuladas que eran en realidad chantajes repetidos en tantas historias que sobran en los relatos de esos tiempos.

Me viene a la memoria – y lo cito solo a modo de ejemplo - el destino de la casa de los ciegos en Rosario, que Galtieri regaló para que fuera centro de suboficiales y de gendarmes pensionados y retirados, y en la que se siguieron haciendo asaditos y fiestitas de cumpleaños hasta once años después de terminada la dictadura.

Y hay más, porque ese modelo de robo podría pensarse para todas las transacciones de la economía, no quedarse nomás en los aprietes entre empresarios o en los robos descarados,  podría hurgarse también en la cotidiana y repetida transacción entre empresarios y trabajadores, esa en la que se concreta y perfecciona la compra de la fuerza de trabajo, esa que según el dogma capitalista es una transacción entre operadores económicos libres que deciden cada cual, lo que más le conviene.

La libertad de los negocios

“Discutió, en el fragoroso año 1976, con empresarios ávidos, que contaban con el apoyo del régimen. Los grandes medios pretenden que las tratativas realizadas en ese entorno funcionaron en un mercado perfecto que hubiera hecho las delicias de Adam Smith.” (“Ganarle al miedo en buena ley” – Mario Wainfeld – Pagina 12 25/08/10)

Hoy parece una verdad de Perogrullo si uno afirma que el golpe militar fue consumado para forzar una gigantesca transferencia de ingresos desde los trabajadores hacia las patronales.  Sin embargo, la conclusión que de allí se deriva es más problemática, porque significa reconocer que los trabajadores sufrieron un robo que responde a las características del modelo papel prensa.

Los datos sobre la caída del salario real y sobre la pérdida de conquistas que devinieron en lo que después se llamó genéricamente “flexibilización laboral”, es un dato que puede encontrarse en tantos lugares que no vale la pena repetirlos aquí.  Esa gigantesca transferencia de recursos – digámoslo -  fue obtenida mientras el movimiento obrero se encontraba en “libertad ambulatoria”, para usar esta frase que por estos días se ha puesto tan de moda.

La lista es extensa, así que dejemos dicho nomás que trabajadores de Mercedes Benz, de La Cantábrica  y de Ford, han denunciando la complicidad de las empresas en el secuestro y desaparición de sus compañeros, o que fue en la empresa Acindar dónde se probó el primer “chupadero”.  Digamos también que el ahora admirador del gobierno, el empresario azucarero Carlos Pedro Blaquier, prestó sus vehículos, sus instalaciones y su complicidad, para que los desaparecedores se llevaran a activistas, a delegados y a dirigentes obreros que incomodaban sus planes de seguir comprando yates.

De los Macri ni hace falta que hablemos, de los Macri y de su patria contratista y de sus logros logrados gracias a su amistad con los represores que les significó pasar de controlar siete empresas en 1975 a contar con cuarenta y seis al final de la dictadura.  Ni hace falta, digo, porque el kirchnerismo no los reivindica como parte de sus capitalistas amigos, cosa que sí hace con los Pagani de Arcor, que durante el gobierno militar cofundaron la fundación mediterránea de la que salió Cavallo, el funcionario que desde el Banco Central estatizó la deuda de los empresarios privados para que la pagáramos todos.

Y claro que los Pagani no hicieron sólo eso:  con el régimen de promoción industrial y otros favores recibidos del gobierno de gorra, pasaron de tener cinco empresas en 1973 a tener veinte en 1983 triplicando su facturación, mientras los trabajadores de la alimentación sufrían la persecución, la caída del salario real y decenas de desaparecidos.

Es una pena tanto ruido de fuego cruzado, tanta cantinela repetida, tanta consigna para pararse de un lado o del otro.  Es una pena porque cuando uno se detiene un minuto, cuando acerca la lupa, se da cuenta de que el modelo Papel Prensa – la rapiña a mano armada – fue la forma típica de apropiación de lo ajeno durante la dictadura, se da cuenta de que los trabajadores fueron las principales víctimas y se da cuenta que Clarín y La Nación no son la excepción sino la regla.

Y se da cuenta de que esa conclusión – la de que los empresarios se comportaron mayoritariamente como los muchachos malos de Papel Prensa – es bastante complicada de digerir para el gobierno y para sus seissieteochistas seguidores.  Si aceptan esta sencilla verdad, ya no sabrán cómo explicar con quién piensan construir el “capitalismo serio”,  no tendrán cómo explicar con quién lo van a hacer si los candidatos que tienen, tienen para exhibir estos frondosos prontuarios.

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