Colaboración

¿Va en sucesos?

por Alicia Belucci

Para saber de qué hablo (y porque una se agota también de relatar lo mismo tantas veces) sugiero lean la nota publicada en El Litoral del 25 de Febrero en la sección “Sucesos”. El suceso acaeció hace muuucho… el 6 de febrero de este año, y la seguimos. Andando.

“Ya fueee”: no, no no.

Cuando se te pasa la preocupación, te das cuenta que tenés que ocuparte porque sino explotás. Vas andando caminos, hablando, pensando, recibiendo ayudas, y el barullo en los medios, se habla, se arma el discurso y se lanza a la cabeza de los demás. Y ahí sí que no sabés dónde para, si es que para. Todo depende de nuestra concepción de “producción cultural”.

Descubrí por ejemplo que todos los pibes sin distinción de clase tienen naturalizada la violencia. ¿Raro no? Ellos, que no pasaron por la dictadura ni previa ni post, consideran que la humillación verbal o la violencia sobre el cuerpo forma parte de lo cotidiano.

Nosotros, los que durante los oscuritos años 70 tomábamos cafecitos después de ver una peli veíamos cuando entraban los de campera negra y falcon verde sin patente a requisar, maltratando y llevándose gente que nunca aparecía, “no teníamos naturalizada la violencia”. Pasaba, era atroz, pero era contracultural, era cosa de criminales, de milicos, de los servicios. Y se peleaba duro y en la clandestinidad para que se vayan.

Ahora vas a un recital de tu banda en un boliche donde entran 2000 personas, y si viene un tipo de dos metros vestido de negro pelito cortito que se pasa 24 horas en el gimnasio y que además necesita estar con un poquito de merca encima para aguantar toda la noche, si viene digo, te mira así, sacado, te pega codazos, te cachetea, te agarra de los pelos, te lleva atrás del escenario –metódicamente hay que surtir a un pibe por noche- y te da puñetazos, bastonazos en las costillas, y después te intenta asfixiar levantándote con una manaza hasta que tocás el piso con la puntita de las zapatillas y te sentís tan solo y pensás “ya fui” y después te sacan a la calle de los pelos, y todo en el más absoluto silencio, y el pibe se dice “uh, qué garrón” por qué a mí? Me arruinaron la fiesta” qué negro animal hijo de remilputas drogón anabólico merquero de mierda la concha de su madre.” Y ahí termina todo. Si la sacaste liviana, no te falta un ojo, no te faltan dientes, estás vivo… podés caminar… y bueno, volvés a casa, tus viejos no se enteran, porque si se enteran van a decir que te hicieron eso porque algo habrás hecho. ¿Tomaste? ¿Te peleaste con alguien por una turrita? Resulta que han violado –porque es una violación- el cuerpo y la mente de los hijos y los adultos miran para otro lado, no se les ocurre ni preguntar cómo fue la cosa, y mucho menos ir a una constatación médica y luego la denuncia en la comisaría. ¿Semejante kilombo por unos chirlos?

Bien, supongamos –porque hay que suponer nomás porque los pibes no están enterados que se puede hacer la denuncia-, que se puede pedir a un médico que constate las lesiones, que se puede golpear la puerta de calle donde vive un fiscal del Estado y pedir ayuda, y en el caso de estar anoticiados, tampoco lo pueden hacer sin la presencia de un adulto. Porque sólo un adulto puede radicar una denuncia, porque si un adolescente golpeado a las 4 de la mañana en un boliche se le ocurre ir a un hospital a que el/la médica de guardia constate lesiones se va a sentir molesto –tal vez estaba descansando o tal vez ocupado-.

Entonces, ¿Existe la transmisión de cultura? Sí, claro. ¿Existe la transmisión de algunas competencias escolares y académicas? Sí, por supuesto. Mucho esfuerzo requiere todo eso.

Pero… esa franja de riesgo, los pibes que ganan la calle los fines de semana, los bellos, los felices porque están juntos, la envidia oculta o explícita de la gente mayorcita, son los que no tienen participación activa en ninguna institución porque ninguna les pertenece. Viven en un no lugar donde las normas son hechas por adultos y por adultos violadas.

En un pasado no muy lejano, o lejanísimo, en los gremios se formaban las comisiones de delegados para defender los derechos de los trabajadores.

Ahora los gremios son empresas, que manejan mucho dinero, y que invierten ese dinero en supuestos beneficios para el agremiado.

ATILRA es un gremio que maneja mucho dinero, hasta una disco tienen, de esas que te dejan con la boca abierta.

Pero el personal de vigilancia del que disponen en los eventos no está habilitado, no sé si para abaratar costos o para mantener a los pibes amedrentados con el invento de la década: “los patovicas”. Aglutinados por un ex policía y aunque no estén cumpliendo con ninguna habilitación municipal ni ley nacional –que existen y deben ser cumplidas- imponen miedo con su presencia, hasta mirarlos a los ojos está prohibido.

La pregunta es ¿los patovicas existen y muelen a palos a los pibes porque hay un silencio social que avala su presencia?

¿Por qué los ex policías que se dedican a estas tareas de vigilancia y seguridad (¿de quiénes? ¿de qué?) son, por ejemplo, expertos en artes marciales?

¿Sabían ustedes que hay una cadena internacional de gimnasios que permanecen abiertos las 24 horas?

ATILRA nunca me dio una respuesta.

Las bandas no pueden descuidar ni dejar en manos de 20 bestias el cuidado de la “seguridad” de los pibes durante los recitales. Son responsables de chequear ese tema, aunque no sea parte del negocio.

El camino de la Justicia está lleno de obstáculos, pero hay que andarlo, hacer un cierre, esperar su fallo.

No hay que esperar de brazos cruzados.

No hay que mirar para otro lado ni hacer bromitas.

Los adolescentes son “el otro”, son lo que hicimos, son lo que les transmitimos, vinieron, están, son. Nadie les puede tocar un pelo ni decirles que no sirven para nada. Son el espejo que nos devuelve “su” mirada. Son EL OTRO que hay que cuidar.

Si alguien va a contraponer argumentos, tengo los oídos y la mente atentos.

Sólo les pido seriedad.

No me digan por ejemplo ¿Y por qué no le decís a tu pibe que se corte el pelo? como me sugirió un abogado al que consulté.


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“La única contravención fue haberse sacado la remera, que aunque es habitual en los recitales era el único que estaba sin remera. De todos modos está la palabra, para decirle “ponete la remera pibe”. Fue en ese momento cuando se le acerca un patovica. Lo intentan agarrar pero Manuel sigue saltando, hasta que lo toman de la cabeza y le dan vuelta el brazo. Se produce un forcejeo con el público pero se lo llevan detrás del escenario. Ahí le pegaron puñetes y palazos en las costillas, sin ninguna explicación. Lo más grave fue que casi lo asfixian, estuvo tres días con la garganta marcada. Después, de los pelos lo tiraron a la calle” (de la nota “Denunciaron golpiza en un boliche de Sunchales” – El Litoral – 25/02/10)

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