Año nuevo vieja crisis

Por Miguel Espinaco

La idea es dar un paseo pero no olvidarse ni por un segundo de que uno apenas ve pedazos, acercarse sí, pero al mismo tiempo no perder de vista la noción de magnitud, relatar aún sabiendo que el relato tiende a fragmentar inevitablemente. La idea es tratar de escribir una nota que funcione como la fantasía virtual del google earth que hace que uno pueda ver todo el mundo y al segundo pueda focalizarse usando la ruedita del mouse y entonces uno pueda ver una ciudad, un barrio, una manzana y después de nuevo retroceder y ver el mundo otra vez, todo entero.

El plan de viaje es así de complicado pero no por una cuestión de formas, no por una sofisticación literaria o por un placer estético: es así de complicado porque es necesario para no caer una vez más en el primer plano que muestra un país acá y otro más allá, para no caer una vez más en la crítica de un gobierno o de un presidente o de una medida, para no volver a revolcarse en la anécdota que nada más se explica a sí misma, lo cual es casi lo mismo que no explicar nada.

Probemos y vayamos a Bélgica, por ejemplo, para enterarnos que la crisis amenaza el empleo de unas ciento setenta mil personas que viven en ciudades tan ajenas como Amberes y Genk, fabricando autos o empleados en la siderurgia, el vidrio, la mecánica o la venta de vehículos. Allí escucharemos que más de la mitad de esos muchos sentirá “el impacto de la crisis”, para decirlo con el vuelo metafórico que usó para explicarlo un empresario belga, y también nos enteraremos de que la noticia de los diarios es la pelea desatada por la venta de Fortis y la caída del gobierno de Leterme, por cuestiones que tienen que ver con los negocios, con los salvatajes bancarios y con ciertas presiones inapropiadas al poder judicial.

Pero más vale volver atrás de nuevo y ver el planeta desde lejos, porque la crisis enseguida parece lo de acá al lado, lo que pasa en la ciudad, las tapas de los diarios que se ven en los kioscos. Pero es más.

Sin ir más lejos, enfrente de Bélgica está Inglaterra y allí los empresarios y los políticos hablan también su idioma universal. Un tal John Gieve, del Banco de Inglaterra, dice estar “no muy seguro” de que el Estado británico recupere la montaña de plata que puso para evitar el colapso de la banca privada: la crisis es como una "gran tormenta" sin parangón en los últimos cien años, dice, y la comparación viste muy bien sus declaraciones y de paso, lo exime de culpas.

Mientras, la tasa de desocupación anda cerca de alcanzar a los dos millones de personas. Entre agosto y octubre de este año el desempleo alcanzó a ciento treinta y siete mil nuevos trabajadores en Inglaterra y, si uno le presta oídos a David Blanchflower, miembro del comité de política monetaria del Banco de Inglaterra, la desocupación podría superar los tres millones antes de que concluya el actual período de recesión económica, que vaya a saber cuando.

Pero estos números suenan demasiado imponentes a la comprensión y por eso en los pasillos de los bancos se ponen los lentes de ver de cerca y se preguntan si se aproxima el temido fin de la libra esterlina con todos sus años de tradición, y por eso, en las casas en las que viven ignotos ingleses, se leen con preocupación los diarios que explican reiteradamente que every day seems to bring new announcements of huge job losses at factories, shops and offices around the country.

Es cierto, acercarse demasiado es un problema, es el riesgo de perderse en el gesto, en la sorpresa, en el relato de vida, es el riesgo de terminar concluyendo como nuestro banquero inglés que la crisis es como una gran tormenta. Pero alejarse también puede ser un problema, el peligro allí es ver sólo datos, números, teorías, movimientos que pueden agruparse y diseccionarse con frialdad, el peligro es hablar y no decir nada diciendo que el capitalismo funciona como un robot que el hombre inventó pero que se vuelve contra él para atacarlo, como un autónoma que ya no atiende el mandato humano, máquina que un rato trabaja bien y es eficiente y de pronto muta en asesino poderoso.

Entonces, hagamos como en el jueguito virtual del google earth y bajemos otra vez, ahora a España, que va a tener más de tres millones de desocupados en el primer trimestre de 2009, “parados”, escriben los cronistas españoles en sus diarios que lamentan que España ha pasado de ser la locomotora europea del empleo, a ser la mayor responsable del incremento de la desocupación del viejo continente.

"La tempestad es fuerte, pero ahora, a diferencia del pasado, tenemos un barco sólido", explica el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, también afecto a las metáforas climáticas y enseguida nomás, promete treinta y tres mil millones de euros para la inversión pública y cien mil millones para ayudar a los bancos.

En Estados Unidos que está bastante lejos de España pero cerca para nuestro mouse, pasan cosas parecidas. Algunos informes aseguran que allí se corre el riesgo de perder cerca de cuatro millones de puestos de trabajo en 2009 y de llegar a una tasa de desempleo de 9 por ciento. Las medidas, ya se sabe, incluyeron números increíbles para limpiar de “activos tóxicos” a los bancos y después, por si eso fuera poco, diecisiete mil cuatrocientos millones de dólares para las empresas automotrices estadounidenses, lo cual, para Bush, fue la "opción más responsable" en estas circunstancias.

“Estas circunstancias” son, obviamente, la crisis que funciona como lo inesperado, como algo que sucede por fuera del mundo humano. En medio de la tempestad que nos relatan, sólo cabe a los políticos y a los empresarios elegir opciones que casi siempre incluyen como medida principal, el subsidio a los capitales para que sigan haciendo lo que venían haciendo, para que todo siga repitiéndose, total el problema no es el funcionamiento del capitalismo sino la tormenta, ese accidente inevitable, culpa de nadie.

Y así nos muestran y así en general miramos: retazos, parcialidades. Y el problema del ver sólo pedazos termina siendo no ya sólo una limitante geográfica, una cuestión de parcialidades espaciales, termina resultando también una limitación de la comprensión al problema del capitalismo en el que cada cual atiende su juego y el mercado, que nos contaban que todo lo arregla, en realidad todo lo empeora.

El sueño de que si cada cual se enriquece, se enriquecen la sociedad y el mundo, resulta al final este desastre, esta implosión descontrolada, la superproducción que lleva a la miseria, el delirio expansivo en el que parece que la plata fabrica mágicamente más plata, que deviene después esta contracción que termina dibujada en la mirada de cualquier trabajador de Amberes, de Barcelona, o de Londres.

Nuestro paseo planetario puede apuntar hacia el sur y nada cambia. Nos enteraremos por ejemplo de que alrededor del 75% de los turistas que llegan al Caribe de habla inglesa, más del 40% de los que visitan Centroamérica, y el 75% de los eligen Cuba y República Dominicana provienen de economías desarrolladas afectadas por la recesión, entonces el turismo va a ser menos y otros muchos se quedarán sin trabajo. Nos enteraremos de que ahí anda Lula subsidiando bancos y de que ahí anda Cristina juntando plata para pagar la deuda del 2009, ahora que el tren de la soja viene más bien descarrilando.

O podemos apuntar hacia Oriente, allí donde el crecimiento del mundo del capital se mostraba a todos como el futuro promisorio, y enterarnos de que el gobierno indio presenta un plan de estímulo económico por sesenta mil millones de dólares, preocupado por “el impacto negativo que pueda tener la crisis financiera global sobre la economía india”, o bajar más allá con la ruedita del mouse, en las costas de China, en un lugar llamado Dongguan desde donde el gigante asiático exportaba mucho y ahora exporta menos y encontrarnos allí con miles de inmigrantes que vuelven a sus pueblos porque no hay trabajo, mientras cientos de empresarios hongkoneses y taiwaneses se fugan para no indemnizar a los trabajadores y mientras el gobierno chino hace un plan más o menos como el de todos pero más grande - a lo chino - y anuncia que planea invertir cuatro billones de yuanes, unos cuatrocientos sesenta mil millones de euros, a fin de reactivar la demanda interna y beneficiar a General Electric Co. y a Caterpillar Inc, por ejemplo, monstruos multinacionales que hacen negocios por aquellas lejanías y, de paso, dinamizar la economía o mejor dicho evitar que se estanque demasiado.

De a uno por vez, todo termina pareciendo una casualidad, la mala suerte de vivir acá, de sufrir “este país” que para cada cual es el suyo, de vivir esta vida que para cada quien es la que le tocó, pero el problema es este mundo del capital y por eso, para pintar el mundo puede que ya no alcance con pintar tu aldea, puede que haga falta pintar varias para encontrar la vieja crisis repetida de este mundo en el que los hombres ya no deciden para qué trabajan, qué fabrican o qué construyen, este mundo en el que las decisiones parecen cosas de mandinga que se toman en un más allá incontrolado en que los “mercados” tienen humores y las “tasas de desocupación” se comportan como si fueran variables meteorológicas y entonces, la propia economía – obra humana – se nos aparece de golpe como tormenta inesperada.


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