Bombay, Cachemira y Afganistán

Por Enzo Vicentín

Los atentados ocurridos la semana pasada en Bombay sacudieron a India y también al mundo. Casi 200 muertes y un número de heridos que supera los 300 es, hasta ahora, el saldo de un ataque terrorista muy bien coordinado sobre diversos puntos de la “capital financiera” o “Nueva York” hindú. Lo que hizo impactante a este ataque no fue tanto su planificación como la estrategia desarrollada por un grupo de 10 o 15 combatientes, que a contramano de la mayoría de los ataques terroristas que pudieron verse en los últimos años, consistió en resistir con armamento el ataque de la policía y el ejército sin quitarse la vida o rendirse. La magnitud de tal operación, que fue de alguna manera suicida pero está lejos de asemejarse a un ataque de hombres-bomba, se refleja en que tan solo uno de los supuestos atacantes pudo ser capturado con vida.

A pesar de que las noticias reproducen cada vez con más insistencia la hipótesis de que el ataque fue realizado por una organización terrorista paquistaní, en verdad el panorama no es muy claro, y por eso conviene analizar las noticias con prudencia. La dudas sobre los autores y sus móviles no se disipan con el correr de los días y las contradicciones pueden rastrearse entre las versiones de los hechos ¿Cuál es la versión oficial que sostiene el gobierno indio y que es reproducida mayormente por la prensa? El gobierno pasó de una cautela inicial a incriminar a la organización guerrillera de origen musulmán Lashkar-a-Taiba, que “reivindica "la liberación" del Afganistán y de la Cachemira ocupados y que es calificada como terrorista. Sus ataques más importantes se llevaron a cabo contra la India y su objetivo principal es poner fin a la ocupación india en Cachemira” (Tariq Ali, “El ataque de Mumbai”, publicado en Rebelión.org). Lashkar-a-Taiba ha sido ilegalizada por Pakistán luego de que se la señalara como responsable del ataque al Parlamento indio en el año 2002, en pleno auge de la “guerra contra el terrorismo” por parte del gobierno de Estados Unidos. Además, se la vincula a los servicios de inteligencia del Estado pakistaní. A raíz de eso se ha dado desde el jueves pasado una escalada de tensión entre los gobiernos de India y Pakistán, que de esta manera reeditan una vez más su histórico enfrentamiento regional. La versión oficial de los atentados sostiene que un grupo de 10 miembros de Lashkar-a-Taibapartieron del puerto de Karachi (Pakistán), secuestraron un buque pesquero de bandera india y lo dirigieron hasta la costa de Bombay, a la cual desembarcaron a través de botes de goma. A partir de allí, se separaron y comenzaron a atacar diversos puntos estratégicos y turísticos de la ciudad, hasta tomar decenas de rehenes en los hoteles Taj Mahal y Trident-Oberoi. Allí los atacantes resistieron por casi dos días la embestida de un grupo de elite del ejército indio. La declaraciones del único atacante capturado con vida (Ajmal Amir Kasab, de 21 años) ha reafirmado esta versión, y ha dado detalles del plan de entrenamiento previo a la que se sometió el grupo de 10 terroristas seleccionados para la misión (Página/12, 2/12).

El problema de la versión oficial es que hay cuestiones que no cierran, o que por lo menos son dudosas. Por ejemplo, la cantidad de atacantes fijada en 10 contrasta con las evidencias encontradas en el barco pesquero utilizado para acercarse a la costa de Bombay. Allí, según un diario indio que se basa en fuentes ligadas a la investigación, se encontraron por lo menos 15 mantas y chalecos salvavidas, además de elementos de origen pakistaní. Esto también contradice las confesiones del supuesto terrorista atrapado por la policía india, lo cual es llamativo. También hay afirmaciones cruzadas en cuanto a los objetivos del ataque. El gobierno indio afirma que el plan era destruir los hoteles Taj Mahal y Trident-Oberoi para provocar así la muerte de 5000 personas. Sin embargo se ha conocido que la cantidad de explosivos encontrados dentro de ambos hoteles era insuficiente para provocar una implosión que derrumbe el edificio entero (Página/12, 2/12). Por otro lado, según el periodistas Tariq Ali, Lashkar-a-Taiba “que no se muestra habitualmente nada tímido a la hora de proclamar sus acciones” en este caso sin embardo “ha negado con toda rotundidad implicación alguna en los ataques de Bombai”.

El gobierno indio ha afirmado en las últimas horas que tiene pruebas serias que incriminan a Lashkar-a-Taiba, y le pidió al gobierno de Pakistán que arreste a los líderes de esa organización. Por otra parte, la secretaria de estado de Estados Unidos Condoleezza Rice ha salido a presionar a Pakistán para que colabore con la investigación de los atentados. Sin embargo, el primer ministro pakistaní le contestó al pedido de India que “nos han dado nombres de organizaciones, pero eso no constituye una prueba. Si nos dan prueban, nos comprometemos a aportar nuestra entera cooperación” (Página/12, 3/12), bajándole el tono a la presión internacional, y abriendo bastantes dudas de que en el futuro de la investigación los gobiernos de India y Pakistán coincidan en quienes fueron los autores de los atentados.

Tal vez nunca se sepa quienes fueron los atacantes. Recordemos el ejemplo de los atentados del 11 de septiembre de 2001 ocurridos en Estados Unidos. Se apuntó de entrada contra Osama Bin Laden y la organización Al-Qaeda, pero a pesar de que casi todos los atacantes eran árabes saudíes el gobierno norteamericano apuntó hacia Afganistán y luego Irak. Algunos analistas afirman que el de la semana pasada fue un ataque terrorista de una organización musulmana, pero con sede en India y no en Pakistán, pero que para el gobierno indio es más fácil culpar a un enemigo exterior que hacerse cargo de los problemas internos que sufre la minoría musulmana india. Por el momento son hipótesis.

Cachemira…

En cada conflicto entre India y Pakistán está omnipresente la cuestión de la región limítrofe de Cachemira. Y estos últimos atentados no son una excepción. Lashkar-a-Taiba se propone liberar a Cachemira de la dominación india, informan los diarios. ¿Cuál es el problema respecto a Cachemira? Conviene hacer un repaso de la historia.

India y Pakistán consiguieron su independencia del imperio británico con el final de la segunda guerra mundial. En el año 1947 llegó la independencia formal, y al poco tiempo ambos países comenzaron su primera guerra por el control de Cachemira, un territorio de 8 millones de habitantes. La India no era una unidad política antes de ser independiente, ni estaba cerca de serlo. Tampoco Pakistán. Ambos eran como mosaicos donde poderes regionales se mantenían con un alto grado de autonomía interna a partir de acuerdos con el gobierno colonial británico. Al momento de la independencia, los nuevos gobiernos también debieron negociar con líderes políticos locales, y allí la cuestión religiosa se manifestó crudamente. La India (de mayoría hindú) presionó a algunos principados musulmanes y forzó su ingreso a la unidad política nacional. Pakistán (de mayoría musulmana) también tuvo que negociar con etnias regionales para lograr su unidad. En Cachemira se dio la situación de que un príncipe (maharajá) hindú estaba al frente de una población mayoritariamente musulmana. Ante la presión de grupos musulmanes, el príncipe decidió pedir ayuda al ejército indio y firmó la anexión del territorio que él gobernaba a la Unión India. La primera guerra se inició casi de inmediato, y a pesar de no que no tuvo un resultado claro, India se quedó con el control de las dos terceras partes del territorio mientras que en la restante se estableció un gobierno libre tutelado por Pakistán. La línea de alto al fuego se convirtió en la frontera de hecho.

Desde el comienzo de ambos países como unidades políticas independientes la región de Cachemira no ha dejado de ser una zona de conflicto. Territorio disputado durante todo el periodo de la Guerra Fría, el conflicto pasó a tener interés para Estados Unidos, la Unión Soviética y la China comunista. La resistencia armada musulmana a la dominación india sobre Cachemira no es un fenómeno nuevo, pero tuvo un punto de inflexión hacia finales de la década del ’80. India había negado hasta ese momento cualquier tipo de referendo o elección democrática que abriera la puerta del gobierno regional a los sectores pro-pakistaníes o independentistas. En 1987 la convocatoria a las primeras elecciones abiertas acabó en una enorme frustración, ya que el gobierno indio apeló al fraude para dar la victoria al partido pro-indio, y encarceló a los líderes del opositor Frente Musulmán Unificado. Con esas decisiones, India “se enajenó el favor de millones de musulmanes de Cachemira, que se sienten engañados, despreciados y privados más que nunca de cualquier perspectiva política. El sentimiento anti indio se exacerbó. En la comunidad creció la rabia de los jóvenes, aumentó la rebelión. Y Pakistán capitalizó la situación” (Roland Pierre Paringaux, “Un baño de sangre permanente”, Le Monde Diplomatique, enero 2002). A lo largo de la década del ’90, y con ensayos nucleares de ambos países que casi provocan una nueva guerra en 1999, el estado con sede en Islamabad financió fuertemente la formación de milicias guerrilleras para que actúen en Cachemira, dando a la salida de la lucha armada un apoyo oficial que antes no tenía esa magnitud. Lashkar-a-Taiba es una de las expresiones de ese proceso, ya que fue creada en 1991. Los testimonios de los turistas que presenciaron los atentados en Bombay coinciden en que los atacantes eran todos ellos jóvenes. El detenido Kasab tiene 21 años. Podemos concluir en que el mecanismo de reclutamiento de jóvenes para la resistencia armada sigue siendo tan efectivo ahora como 15 años atrás.

¿Acaso la situación política ha cambiado como para que las organizaciones armadas pierdan su apoyo en la población musulmana de Cachemira? No, la situación no ha cambiado para mejor si no se podría decir que para peor, ya que a la dialéctica constante entre ataques guerrilleros y aumento de la represión india en territorio cachemir, que no genera otra cosa que la realimentación constante del conflicto, se le ha adicionado la “guerra contra el terrorismo” encabezada por Estados Unidos a partir del año 2001. Es interesante la opinión de la escritora india Arundathi Roy, que afirma “para los gobiernos indio y pakistaní, Cachemira no representa un problema, sino por el contrario, una eterna solución con resultados espectaculares” (citado en Kart Jacobsen y Sayeed Hasan Khan, “India, en busca del poder”, Le Monde Diplomatique, julio 2002). Les da a ambos estados una causa nacional con la cual se defienden, el fomento al nacionalismo les da la posibilidad de atacar disidencias internas de quienes se oponen a la salida del conflicto permanente, les permite mantener unidas y disciplinadas a las fuerzas armadas, les permitió desarrollar bombas nucleares y hoy les permite negociar en el ámbito diplomático internacional. No son pocas las ventajas de un conflicto cuyo costo en vidas humanas parece no ser tan importante para ambos estados.

… Pero no solo Cachemira

Los atentados de Bombay no solo sacan a la luz el conflicto de Cachemira, que a esta altura podemos calificarlo de estructural. Hay también una coyuntura que debe observarse y que tiene y tendrá su influencia en el transcurso de los hechos: la guerra en Afganistán. Estados Unidos, que se encuentra en la transición desde Bush a Obama, mantiene hace 7 años una ocupación del territorio afgano que con el paso del tiempo parece dirigirse hacia el fracaso, tal como pasó en Irak. La guerra contra los talibanes contó con el apoyo de gobierno del militar Pervez Musharraf, que condujo Pakistán desde su golpe de estado en 1999 hasta agosto del año pasado. Pero a diferencia del comienzo de la invasión, hoy las relaciones entre el gobierno norteamericano y el pakistaní están cada vez más desgastadas. Las reorientaciones de tropas desde Irak hacia Afganistán que expresó Obama durante su campaña, la debilidad del nuevo gobierno pakistaní liderado por Asif Ali Zardari (viudo de Benazir Bhutto, asesinada en un atentado el año pasado), las intromisiones del ejército estadounidense sobre territorio pakistaní con la excusa de perseguir talibanes pero con “daños colaterales” como la muerte de civiles pakistaníes, todos estos elementos han corroído la alianza entre Estados Unidos y Pakistán.

Estados Unidos se encuentra en una posición incómoda ante los ataques terroristas de la semana pasada. Debe presionar a Pakistán para mantener su buena relación con India, pero a la vez sabe que el inicio de una guerra entre ambos países perjudicará sustancialmente el apoyo que Pakistán le presta para combatir en Afganistán. Lejos de ser un conflicto bilateral (India-Pakistán), el actual conflicto se presenta como una figura de 4 puntas (India, Pakistán, Afganistán y Estados Unidos), donde por lo tanto la cuestión de Cachemira no explica por sí sola la dinámica de lo que sucede ni lo que sucederá en el futuro.

La situación es complicada para todos. M.K.Bhadrakumar (diplomático indio) lo expresa así: “En el entorno político interior en India, con inminentes elecciones nacionales, es un suicidio político para el gobierno si parece impotente incluso para persuadir a Islamabad a un intercambio significativo. Mientras los partidos de izquierda indios han dejado de lado sus recientes acrimoniosas (asperezas) diferencias con el gobierno y llamado a la “unidad nacional”, políticos derechistas no sienten el ímpetu para hacerlo cuando notan las posibilidades de ser catapultados al poder por una ola nacionalista de indignación popular”. Y el gobierno pakistaní sabe que está presionado pero tiene una carta fuerte para jugar: “Los militares paquistaníes saben demasiado bien que una vez que entre en juego el “factor Afganistán”, el cálculo cambia por completo. Con unos 32.000 soldados de EE.UU. en el terreno y una eventual fuerza de más de 20.000 soldados de combate y apoyo que posiblemente vengan en camino a pedido de comandantes en Afganistán, se convierte en un juego de alto riesgo para Washington” (ambas citas en M.K.Bhadrakumar, “Una extraña tormenta se forma en el sur de Asia”, publicado en Rebelión.org).

La salida a este conflicto parece complicada. Planteado como un conflicto de suma cero, Washington debería aspirar a contener una respuesta india a los atentados, porque eso podría llevar a un conflicto que desdoble al ejército pakistaní. Pero a la vez deberá ofrecerle a India algo para detener un posible conflicto. Esta tarea muy probablemente sea uno de los primeros desafíos para la política exterior de Obama, a cargo de Hillary Clinton (que ahora inexplicablemente es parte del cambio en la política estadounidense). Otra interpretación más audaz plantea que Estados Unidos, ante la crisis en Afganistán y los problemas internos de Pakistán, buscará una solución radical. “La Casa Blanca, tras el fracaso de su “Plan A” en Afganistán, que consistía en crear un gobierno central afín y fuerte, capaz de establecer la seguridad en lo que iba a ser nuevo bastión del Occidente en las fronteras de China, Rusia e Irán, lanza el “plan B” que propone desmembrar a Afganistán y Pakistán, y convertir a la India en su nuevo aliado” afirma Nazanin Amirian, en una nota publicada en Rebelión.org. La partición de ambos países sería una estrategia de consecuencias difíciles de calcular, comenzando por una casi segura guerra civil que desangrará a ambos territorios. El sentido común impone una solución cercana a la primera variante, y no a la segunda, pero en la política mundial que está mutando no se puede saber cual será la salida.


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