Cuarenta

por Javier González

Días pasados en nuestra emisión radial de los sábados recordábamos el 40º aniversario del asesinato del Che Guevara. En ese momento decíamos que no íbamos a recordarlo haciendo su biografía, contando sus primeros pasos, su itinerarios latinoamericano y su experiencia revolucionaria en Cuba, porque en algún otro momento ya lo habíamos hecho (ver Treinta y seis) y además porque ya estábamos saturados de ver la misma película contada innumerables veces en todos los medios de comunicación.

Preferíamos rescatar el pensamiento vivo de Ernesto Guevara, aquel que lo llevara a ser un polemista incurable, aquel capaz de discutirle y gritarle sus verdades a la cara a cualquiera, sin achicarse en lo más mínimo por mayor envergadura que tuviera el rival.

La izquierda latinoamericana, en casi todas sus tendencias, intenta revalorizar el patrimonio que dejó el Che, reivindicándolo a la vez que su figura sirve como legitimación de sus políticas.

Hay Che para todo el mundo y a todos sirve.

El rescate de su pensamiento vivo implica hacerlo en toda su potencialidad y también en toda su contradicción, llevándolo al contexto en el cual fue dicho o hecho, evitando transformarlo en una serie de sentencias que solo sirven para embellecer una remera.

Tomábamos del Che, aquella discusión que tuvo con los países socialistas, fundamentalmente con China y con la Unión Soviética acerca del carácter que debía asumir el mercado común con los países del tercer mundo que se encontraban en vías hacia el "socialismo real" o en proceso de liberación anticolonial.

En el discurso pronunciado el 24 de febrero de 1965 en Argel, en el marco del Segundo Seminario económico de solidaridad afroasiática, el Che decía: "(…) De todo esto debe extraerse una conclusión; el desarrollo de los países que empiezan ahora el camino de la liberación debe costar a los países socialistas. Lo decimos así, sin el menor ánimo de chantaje o de espectacularidad, ni para la búsqueda fácil de una aproximación mayor al conjunto de los pueblos afroasiáticos; es una convicción profunda. No puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se construye o está construida el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista.

Creemos que con este espíritu debe afrontarse la responsabilidad de ayuda a los países dependientes y que no debe hablarse más de desarrollar un comercio de beneficio mutuo basado en los precios que la ley del valor y las relaciones internacionales del intercambio desigual, producto de la ley del valor, oponen a los países atrasados.

¿Cómo puede significar "beneficio mutuo", vender a precios de mercado mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimientos sin límites a los países atrasados y comprar a precios de mercado mundial las máquinas producidas en las grandes fábricas automatizadas del presente?

Si establecemos ese tipo de relación entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países socialistas son, en cierta manera, cómplices de la explotación imperial. Se puede argüir que el monto del intercambio con los países subdesarrollados constituye una parte insignificante del comercio exterior de estos países. Es una gran verdad, pero no elimina el carácter inmoral del cambio.

Los países socialistas tienen el deber moral de liquidar su complicidad tácita con los países explotadores del Occidente. (… ) No hay otra definición del socialismo, válida para nosotros, que la abolición de la explotación del hombre por el hombre. Mientras esto no se produzca, se está en el período de construcción de la sociedad socialista y, si en vez de producirse este fenómeno, la tarea de la supresión de la explotación se estanca o, aún, se retrocede en ella, no es válido hablar siquiera de construcción del socialismo.

Tenemos que preparar las condiciones para que nuestros hermanos entren directa y concientemente en la ruta de la abolición definitiva de la explotación, pero no podemos invitarlos a entrar, si nosotros somos cómplices de esa explotación. (…)".

Con estas duras palabras el Che discutía el rol que los países del socialismo real desempeñaban en el mundo bipolar de los años 60. Este es su pensamiento vivo, totalmente alejado de aquel mito que se pretende construir alrededor de su figura de "guerrillero heroico".


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